Carlos Liscano habla de Uruguay, pero extiendan ustedes sus reflexiones tanto como quieran: “El modelo de desarrollo que el poder ha propuesto desde hace no sé cuántos años dice que la absorción por el mercado de todas las actividades humanas, incluida la cultura y el arte, es ley histórica. El mercado es siempre el mercado internacional, y no el nuestro, que es escaso y pobre, como sabemos. Por tanto, no hay que hacer nada, más que dejarse estar, hasta que llegue el progreso, nos abrace y nos haga felices. Sin identidad pero globalizados.
En ese proyecto de país el arte y la cultura dejan de ser el lugar de la invención, de la aventura, de la crítica de lo recibido. Instala el reino del inmovilismo y la frustración. Lo bueno, si bueno, debe ser global o no será bueno. Por eso debemos trabajar para ser una sociedad del Primer Mundo. El caso más patético fue el de Menem, que decretó que Argentina ya estaba allí, aunque el pueblo no se enteraba. Un presidente que tuvimos medía nuestro desarrollo por la cantidad de autos nuevos que se vendían. Un sector de la sociedad aceptó ese proyecto, dejó de luchar por la escuela pública, por la salud pública. Su inseguridad los llevó a creer que la salvación estaba en que sus hijos fueran bilingües o trilingües a los quince años. Prepararon a sus hijos para el Primer Mundo. En 2002 todo se hundió. Ni los trilingües se salvaron.” De la inquietud al inmovilismo.