Llevar unos años (¿lustros, décadas?) de retraso con respecto al resto de la vieja Europa debiera tener una ventaja clara que no estamos aprovechando en absoluto: aprender de sus errores y prevenirlos. Una vez y otra vamos tropezando en las misma piedras que ya tropezaron ellos tiempo atrás. Por eso resulta interesante la charla entre Juan Pedro Quiñonero y Nicolas Baverez sobre el declive de Francia y la crisis identitaria europea: “[¿Cómo abordar en Francia el problema de los guetos y la fragmentación social?] Reformando profundamente el Estado providencia, que ha fracasado de manera trágica. Hay que reformar el sistema de subvenciones y asistencia, devolviéndoles la eficacia perdida. Hay que reinventar los trabajos de utilidad pública. Hay que crear nuevas formas de trabajo de proximidad. Hay que introducir la economía abierta y la eficacia del mercado en esos guetos sociales. Sin olvidar que toda esa tarea, inmensa, debe ser paralela a la lucha contra el racismo y el comunitarismo étnico, que están destruyendo los cimientos de la sociedad nacional.” Europa y Francia, en la encrucijada.