Desde el momento en el que la verdad es algo personal e imposible de objetivar, la esencia misma de un detector de mentiras pierde su sentido. Lo cuenta Miguel Santa Olalla Tovar: “La teoría es bien sencilla: después de charlar x tiempo con una persona se pueden medir sus constantes vitales (tensión arterial, sudoración, frecuencia cardiaca…) y ver cómo reaccionan estas a la mentira. Llegado al plató, a ese gran teatro del mundo que son hoy las televisiones, el personaje en cuestión responde las preguntas y la máquina nos dice cómo reacciona mientras responde, de modo que podemos saber si miente o dice la verdad. Desde un punto de vista filosófico, esta teoría descansa sobre un principio básico: la subjetivización moderna del conocimiento. Dicho de otra forma: es verdad lo que para el individuo es verdad. Si Jack el destripador tuviera el suficiente grado de cinismo, podría convencerse a sí mismo de que jamás asesinó a ninguna prostituta y hubiera conseguido salir absuelto del juicio de la máquina de la verdad (probablemente no del juicio de un tribunal competente, claro).” La mentira del detector de mentiras