Al parecer el Tribunal Supremo «ha ratificado una sentencia de la Audiencia Nacional que se basó en la declaración del propio reo, sin contar con más elementos probatorios». A Javier Ortiz —y a mí— le parece una barbaridad digna de La Inquisición española: “En mi criterio, no ya lo testificado ante la policía, sino incluso lo que el acusado declara ante el tribunal debe tomarse como fuente de prueba, pero no como prueba. Hay que ratificar (literalmente: comprobar) que lo que dice es verdad. Hay que investigar en los hechos, más allá de las palabras. Porque un detenido puede confesar porque es la verdad, pero también porque le pegan, o porque le amenazan, o tal vez porque pretende proteger a otras personas, culpables o no, o porque busca un autocastigo de origen psicótico… Las posibilidades son muchísimas.”