Inspiración, fuentes que se beben y nutren la nueva creación, aplicación de hallazgos reconocidos de otros… todo eso es lícito y recomendable en casi cualquier acto de creación… pero plagiar es otra cosa, aclara Marta Peirano: “Cuando un programador escribe un bloque de código está creando una receta para conseguir un resultado concreto. Hay un número limitado de caminos para llegar al mismo sitio, algunos más rápidos y elegantes que otros. Dicen que el código perfecto es aquel al que no se le puede añadir ni quitar nada. Si consideramos la naturaleza misma de los lenguajes de programación, cuanto más perfecto sea ese código, más posiblidades hay de que otro programador con el mismo propósito y el mismo talento llegue a la misma conclusión. Esto no se considera un robo, salvo que la longitud de la coincidencia sea estadísticamente inverosímil. En la literatura y en el arte, ese tipo de coincidencia es prácticamente imposible. Puede que un mono inmortal tecleando infinitamente una máquina de escribir acabe firmando Hamlet. De momento, no se sabe de ningún escritor que tenga tanto tiempo.”