Nuestra historiografía de la literatura no existiría sin la pantagruélica labor de . Su labor se asemeja a la de otras mentes inabarcables para mortales como yo (pienso en , por ejemplo) y construyó gran parte de los cimientos sobre los que se asiento hoy cualquier lector o escritor. Enrique Baltanás se fija sin embargo en su obra como poeta, y en la calidad poética de sus escritos: “Y, sin embargo, hay un poeta en Menéndez Pelayo, que no sólo está en sus versos, sino en su prosa, y sobre todo, en su viva sensibilidad y en su genial intuición para valorar la obra de los demás, antiguos y modernos. Precisamente porque no era sólo un mero bibliófilo ni un atiborrado erudito, sino que poseía en alto grado dotes de comprensión poética, es por lo que Dámaso Alonso destacó lo que le hace más perdurable y le mantiene imprescindible todavía hoy: «Para mí —decía Dámaso— Menéndez Pelayo fue un gran estilista… Porque entiendo por estilista el hombre que logra conllevar rápida y directamente las intuiciones, las ideas y los sentimientos que desea a la mente del lector».” Marcelino, el insensato.