Hartazgo y cansancio, a veces incluso asco es lo que provoca la actualidad; no sé si habrán observado que, de un modo no premeditado ni convenido, los que venimos anotando en este libro huímos cada vez más de esa actualidad zafia, partidista y política. Por eso suscribo una por una las palabras que conforman el artículo de Miguel Santa Olalla, El gran silencio: “Unos y otros son ahora esclavos de sus palabras. Pero no dueños de sus silencios, porque parece que aquí nadie sabe callar cuando conviene hacerlo. Nadie sabe ser prudente cuando la situación lo exige. Algo de esto hablábamos antes de navidad: les interesa el poder, no el bien común. Así de claro, así de duro. Sin medias tintas. Otra cosa es que, por efecto de la débil democracia en que vivimos, no puedan mantener el poder sin promover «algo» el bien común, sin hacer que los inidividuos de esta sociedad piensen que el país «mejora» o «avanza» en algún sentido. Cuestión muy distinta, por cierto, respecto a lo que podría ser un progreso real. Un progreso que requiere una altura moral y un sentido crítico (algo que comienza siempre por uno mismo) de los que están muy lejos algunos de los responsables de este país, que se empeñan en inundar la vida de palabras que rara vez mejoran el silencio.”