Éste de Fernando Ónega es un artículo que jamás pensé que llegaría a leer en la prensa española. Habla sobre el derecho a la legítima defensa ante un atraco. Y me da miedo, sobre todo su final: “Se enfrentan dos concepciones de la lucha contra la delincuencia organizada: la garantista, que examinará con detalle si hubo legítima defensa, y la que piensa, sencillamente, que no sólo es legal, sino necesaria toda acción, por violenta que sea, contra quien invade una propiedad privada con ánimo de hacer daño.
No hace falta decir qué opción tiene más seguidores: la segunda, porque responde al impulso primario de algo que está en la cultura ancestral de este país: «Al ladrón, perdigón». Cuanta más delincuencia de este tipo haya, más partidarios habrá de la soluciones drásticas, aunque sean homicidas. Y cuanto mayor sea la sensación de impunidad de esos delincuentes profesionales, mayor será también el ansia de que los asaltados apliquen la justicia por su mano. Es natural: si la ley y quienes están encargados de su cumplimiento no nos garantizan la seguridad, tenemos que ser los ciudadanos quienes nos encarguemos de ella. Se siente mucho, pero ésta es una guerra a muerte. Y sólo la entiende quien la ha tenido que padecer.” El vigilante de Tous