José Luis Alvite narra su relación con un delincuente que le enseño a escribir: “Conocí a «Alejo» hace treinta años, cuando yo sólo era un experto novato que trataba de narrar la delincuencia con un absurdo estilo redentor, como si aquellos criminales en vez de delincuentes, fuesen idiotas. [...] Cuando las cosas estaban muy crudas entre nosotros, aquel tipo me llamaba «Albuitre». «¿Sabes, Albuitre?, me jode que me llames criminal en tus reportajes, pero aun me jode más que al describirme con ese estilo blandito, los lectores crean que en vez de un delincuente, soy un simple maricón». A partir de entonces mi estilo evolucionó hasta una crudeza en la que «Alejo» me sugería intercalar de vez en cuando una pizca de benéfico escepticismo para que la sociedad no se creyese a merced de una turba de tipos despiadados, de seres sin dinero y sin alma que despertaban de la sórdida pesadilla de la heroína con el único objetivo de conseguir a cualquier precio el dinero que necesitasen para pagarle a la muerte el inquilinato de sus sudarios.” Pan en los quioscos.