Robert Fisk, sobre el asesinato del ministro Gemayel en el Líbano: “Nada pasa por casualidad en el Líbano y los detectives políticos –al revés de los policías que seguramente no encontrarán a los asesinos de Gemayel– tienen que mirar más allá de las fronteras del país para comprender por qué los fantasmas pronto podrán salir de las tumbas masivas de la guerra civil. ¿Por qué murió Gemayel horas después de que Siria anunciara la restauración de las relaciones diplomáticas con Irak después de un cuarto de siglo? ¿Por qué amenazó Nasrallah con manifestaciones callejeras en Beirut para derrocar al gobierno cuando el gabinete de Siniora acababa de aceptar que un tribunal de la ONU juzgara a los asesinos de Hariri? ¿Y por qué el embajador estadounidense en la ONU, John Bolton, llora lágrimas de cocodrilo por la democracia del Líbano –que le importaba tan poco cuando Israel lo invadió este verano– sin mencionar a Siria? Todo esto, por supuesto, ocurre mientras miles de tropas occidentales entran al Líbano para apuntalar a la fuerza de la ONU en el sur del país: tropas de la ONU que supuestamente debieran proteger a Israel (lo que no pueden hacer) y desarmar a Hezbollah (que no quieren hacer) y que ya están recibiendo amenazadas de Al Qaeda.” El muerto que faltaba