Yo no soy ningún entendido en Pink Floyd, pero intuyo acierto y paladeo buena prosa en El flautista delirante, donde Kiko Amat, antes de recuperar la historia del grupo, sostiene que el quinteto británico sólo fue realmente bueno mientras lo sostuvo, en sus inicios, Syd Barret: “El odio a Pink Floyd es un odio gastado, como odiar la locomotora de vapor, el rapé o a los Carlistas. Pffff. Y sin embargo, es inevitable. ¿Por qué? Supongo que por esa seriedad pedante, por esa trascendencia pirotécnica, por el urticariante The Wall, por ese aburrimiento tan suyo. Un aburrimiento cruel, que hace que a los pocos minutos de escucharles empieces a preguntarte qué pasaría si te hincaras las llaves de la moto en la aorta. La única forma de combatirles es del modo que cuenta Giles Smith en su libro Lost in Music: tras mucho escuchar Dark side of the moon a oscuras, trascendentalmente, un día un amigo suyo decidió poner el colofón al último tema con un hilarante y despeinador pedo. [...] Nada de esto concierne a los otros Pink Floyd, por supuesto, los que lideró el legendario Syd Barrett. Esos son los buenos, si me permiten una afirmación de parvulario.”