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Realidad Acotada por Marta González Villarejo

“Realidad acotada” nos propone el día 26 de cada mes un acercamiento a la arquitectura que nos rodea. A los pisos en los que habitamos, a las calles por las que paseamos, a las plazas, las bibliotecas, los cines, los teatros… y a todo aquello que hay detrás y no vemos. Marta González Villarejo se detendrá en pequeños detalles con los que convivimos a diario y que a menudo pasan desapercibidos.

Víctimas de la arquitectura

Anoche no podía dormir y revisé el montoncito de libros de la mesilla de noche. Sí, uso mesilla de noche pero en mi descarga diré que no es una mesilla al uso. Por supuesto, mis mesillas de noche no son iguales ni simétricas a ambos lados de la cama, y por supuesto son muebles cuyo destino inicial era otro. ¿Por qué digo esto? Es una declaración de intenciones. Ya lo entenderéis.

Revisé el montoncito y cogí un libro que hace tiempo que compré: Todo es comparable. Evidentemente, quien me conoce un poquito ya sabe que lo compré primordialmente por el título… pero además, es que lo escribe Óscar Tusquets, un arquitecto de formación, que se define como diseñador por adaptación. Abrí el índice para escoger un artículo al azar. Uno por su título también —soy muy de títulos—, y me llamó la atención uno llamado ¿Demasiado diseño?.

Rápidamente me di cuenta de que se trataba de un artículo con cierta ironía y sarcasmo. Más bien, autosarcasmo, ese momento en el que un arquitecto reconoce beber de su propia medicina. Y me vi muy reflejada. El primer ejemplo que nombraba Tusquets era el de las etiquetas de los productos de aseo que te encuentras en un cestito al llegar a un hotel.

Llego a un hotel. En la repisa de los lavamanos hay un cestito lleno de frasquitos y cajitas; siempre me han gustado esos envases a escala de casa de muñecas, me parecen un detalle, una amabilidad, un esteticismo para el sufrido viajero. Alegremente me meto en la ducha con los frasquitos. Cuando estoy bien empapado me doy cuenta del problema: tengo más de cincuenta años (…), como es natural tengo la vista cansada, y como es más natural aún, no acostumbro a entrar en la ducha con las gafas puestas y cuando intento averiguar qué contienen los frasquitos, apenas distingo la elegante grafía milimétrica, por lo que no tengo ni idea de si me estoy lavando el pelo con el abrillantador de zapatos (…). Demasiado diseño.

Probó de su propia medicina, al igual que yo cuando decidí que en mi casa no habría cajones, que todo serían estantes y espacios diáfanos. Pero todos tenemos cosas que esconder, todos necesitamos un sitio donde meter todos los cables, todos los folletos de instrucciones de todos los electrodomésticos, todas las llaves antiguas, etc. E incluso cajones en las mesillas de noche. Demasiado diseño.

Todo esto me llevó a pensar en miles de conversaciones con amigos ajenos al mundillo, para los cuales soy esa persona de gustos raros y sobre todo cabezona de defensas insostenibles. Como esa vez que defendía el blanco en paredes interiores y exteriores, la nula ornamentación, la negación absoluta de marcos de fotos, las puertas sin molduras ni, por supuesto vidrios esmerilados. O aquella en la que defendía ventanas verticales alargadas, desproporcionadas, como grietas en una fachada, donde más que para la entrada de luz servían casi para proyectar un código de barras en el suelo del salón. Los espacios diáfanos y únicos en las viviendas, sin compartimentar. Como mucho con paneles móviles, en absoluto baratos.

En toda discusión estética, lo tenemos muy claro. Un discurso muy marcado. Pero en la intimidad, en la casa de uno, en momentos bajos… las maravillas proyectuales llevadas a la realidad nos hacen dudar a efectos prácticos. Y sufrimos. Y lees los botes en un momento ridículo, no tienes intimidad en una habitación cuando hay visitas, o no tienes donde guardar pequeños trastos en tu casa. Y es que hay víctimas de la moda —fashion victims—, y víctimas del diseño —llamémoslas design victims—, pero también quiero romper una lanza aquí por las sufridoras víctimas de la arquitectura —architecture victims—.

Marta González Villarejo | 26 de septiembre de 2013

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