“Realidad acotada” nos propone el día 26 de cada mes un acercamiento a la arquitectura que nos rodea. A los pisos en los que habitamos, a las calles por las que paseamos, a las plazas, las bibliotecas, los cines, los teatros… y a todo aquello que hay detrás y no vemos. Marta González Villarejo se detendrá en pequeños detalles con los que convivimos a diario y que a menudo pasan desapercibidos.
Llega ese día en que todo arquitecto hace limpieza general de sus apuntes, de seis años de apuntes, y algunos en varias versiones por las distintas convocatorias. Ese día en que se mitiga un poco el miedo de deshacerte de grandes notas que tomaste pensando que te salvarían la vida siempre, pero que básicamente son como la pluma de Dumbo, porque muchas normas han sido incluso derogadas. Ese día en que decides que ni una mudanza más con esas cajas archivadoras; ese día en que maduras. Y así es como he encontrado un trabajo de clase de tercero de carrera, del curso 1999/2000. Después de respirar hondo por esos casi trece años, y de echarle un ojo, he pensado que tenía que contárselo a alguien. Más que por el contenido en sí, por la sensación de volver a mirar lo que miraba entonces, de volver a pensar como pensaba.
Evidentemente, nada es casual. Hace unos días me encontré en un curso que nada tiene que ver con la arquitectura con dos chicos en pleno proyecto fin de carrera. Después de mirarnos y reconocernos como arquitectos —a pesar de ir de incógnito—, entablamos una conversación a dos bandas basadas en: ¿Y ahora? y en ¿Y entonces?. Me di cuenta que dijese lo que dijese, no podía contarles más de lo que ellos empezaban a intuir. Aunque fuesen perfectamente conscientes de la situación de la profesión —posiblemente gracias a sus maestros—, tenía que dejarles intacta su experiencia, o falta de ella, y no emborronar su mentalidad fresca e idealista. Me quedé tratando de identificarme, tratando de recordar cómo era yo entonces. Y supongo que por esta razón, al desempolvar el trabajo de clase, me he buscado entre líneas. Me he topado con una chica que se paseaba por las bibliotecas de otras facultades encontrando datos que poder relacionar, conexiones que poder establecer entre cualquier materia y la suya, la arquitectura.
Al entrar en la carrera —como supongo que ocurren en otras muchas—, te enseñan a observar y a analizar lo que ves, te incitan a copiar e imitar como fase del proceso y, finalmente, aspiran a que lo asumas tanto que puedas comparar. A mí me encanta comparar y relacionar, y al ver el título Venecia y Sevilla: potencias económicas del siglo XVI, he recordado que ha sido desde siempre. Era para la asignatura de Historia del Arte —creo, porque no lo puse por ninguna parte—, y después de releerlo por encima y de darme cuenta de que tiene la profundidad propia de los diecinueve años, veo que algo o alguien me motivó y fue capaz de ilusionarme.
La premisa inicial del trabajo era establecer un paralelismo entre dos ciudades clave en las rutas comerciales del Mediterráneo, Asia, África o la recién descubierta América. Más allá de datos históricos y geográficos —que los hay, y objetivos como puños: Sevilla se sitúa en el sur de la península ibérica frente a Venecia se sitúa al noreste de la península Itálica—, hablar de cómo ambas ciudades se transforman urbanísticamente para responder a esta actividad económica. Y no era casual escoger estas dos y no otras. Sevilla contaba con el río Guadalquivir, navegable hasta ella, y con un brazo ocasional convertido en dos lagunas —en el Arenal y en la Alameda de Hércules—, que terminarían por secarse y dejar grandes espacios vacíos. Venecia en sí misma era una laguna dividida en dos por un Gran Canal, y atravesada por otro centenar de ellos. La idea principal de este trabajo pasaba por establecer la causalidad entre la actividad comercial de dos ciudades con puerto y disposición y forma de las mismas.
Sin mucha profundidad, me doy cuenta de que me parecía interesante hablar de las plazas como una respuesta a esas necesidades comerciales. Bien creadas desde cero —Plaza de la Contratación en Sevilla—, o bien puestas en valor —Plaza de San Marcos en Venecia—, eran un espacio de deceleración, un lugar donde confluían calles y donde el visitante se podía parar y mirar a su alrededor. Estos espacios de articulación se entendían como el lugar perfecto para las relaciones sociales —actos públicos, actos religiosos y comerciales, celebraciones, muestras artísticas—, propias de la época renacentista. Se convertían en antesalas a los edificios de poder político y religioso.
Me paro a ver hoja por hoja los montajes de fotocopias a partir de iconografía de las dos ciudades y recuerdo la sala especial de la biblioteca con sillas muy pesadas en la que tenías que entrar para poder ver estos enormes y antiguos libros. Sonrío de nuevo —aunque ya consciente de que existían y no con la sorpresa de la primera vez—, ante todas esas imágenes irreales, desproporcionadas y exageradas, y todas esas manifestaciones populares representadas, procesiones de Semana Santa incluidas. Recuerdo la cantidad de monedas que siempre llevaba para hacer copias y me paro en la comparativa de la planimetría.
Debido a esta actividad económica, las ciudades se engalanaron y adecentaron, y se produjo un gran avance en la urbanística y en la construcción de edificios singulares. Se levantó el edificio de la Casa de la Lonja de los mercaderes en Sevilla —actualmente conocido como el Archivo de Indias—, junto a la Catedral con su Giralda, y muy próximo a los Reales Alcázares; y en la Plaza de San Marcos —que ya contaba con una iglesia bizantina, el Palacio del Dux y el Campanile románico—, se reformó la antigua Procuraduría. De esta forma, ambas ciudades tenían sus poderes reunidos en un lugar emblemático, en torno al cual se iban realizando otras intervenciones urbanas, alineaciones de calles o construcción de edificios con lenguaje moderno, y enfocados muy especialmente a la vía de entrada comercial. En concreto, una de las cosas más significativas que me doy cuenta de que no he olvidado desde aquella breve investigación bibliográfica es la posición en la que fue construido el edificio de la Lonja, ya que no se encontraba alineado con la Catedral sino girado hacia el río. De esta manera Sevilla, que no tenía tanto bagaje comercial marítimo como pudiera tener Venecia, generaba un eje que empezaba en el edificio cúbico y llegaba al río, enlazando con las Atarazanas —o almacenes— y con la Casa de la Moneda) a su paso. Veo una nota que me alerta de más coincidencias: también en Venecia se construiría una Casa de la Moneda y un pequeño edificio llamado Loggeta para recibir a las altas personalidades.
Hay un epígrafe dedicado a la creación y reutilización de espacios para convertirlos en emblemáticos, en zonas de mercaderes, de comerciantes. En Sevilla se desecó finalmente la Alameda de Hércules y se colocaron dos columnas romanas con sendas esculturas de Hércules y Julio César, de igual modo que justo a la entrada de la plaza de San Marcos se encuentran San Marcos y San Teodoro. Sigo pasando páginas y me encuentro un capítulo previo a una trabajada bibliografía llamado Venecia en el s. XXI: aprovechando el tirón del s. XVI, y sonrío por lo osada que era. Me apresuro al final porque no me acuerdo ni remotamente qué quise decir para terminar o para rellenar este trabajo —ultimado posiblemente en la madrugada antes de la fecha límite— y, después de muchas líneas en que hablo del turismo, las obras de arte, la importancia de su arquitectura, el cristal de Murano —no preguntéis por qué— ¡hablo de películas de cine! ¡Nombro a James Bond, a Marco Polo, a Mr. Ripley! Y me atrevo a poner una película pastelosa que me encantaba, Sólo tú, al mismo nivel que Muerte en Venecia o Ladri di bicicleta, así tal cual, escrito en italiano. Me asombro, sonrío, pero no quiero saber más, no quiero quitarle encanto: he logrado mirar a esa otra forma de mirar que tenía hace trece años, antes de empañarla con todo esto que nos pasa ahora.
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Imagen 1+2: (1) Vista de la ciudad de Sevilla desde el puerto, óleo atribuido a Sánchez Coello, siglo XVI. Museo de América, Madrid, Wikipedia; (2) Venecia, de GuidEurope.eu
Imagen 3: fotocopias del trabajo, posiblemente del libro: Iconografía de Sevilla S. XVI