“Realidad acotada” nos propone el día 26 de cada mes un acercamiento a la arquitectura que nos rodea. A los pisos en los que habitamos, a las calles por las que paseamos, a las plazas, las bibliotecas, los cines, los teatros… y a todo aquello que hay detrás y no vemos. Marta González Villarejo se detendrá en pequeños detalles con los que convivimos a diario y que a menudo pasan desapercibidos.
Hace un par de semanas compré un librito pequeño, de edición muy sencilla y naranja llamado Conversaciones de viaje, de los arquitectos Luis M. Mansilla y Emilio Tuñón. Principalmente me llamaba la atención que no era un cuaderno de viaje al uso, no tenía dibujos —algo muy extraño en el cuaderno de viaje de un arquitecto—, pero también que había muchísimas referencias, condensadas en muy pocas páginas. Referencias no sólo a edificios o ciudades, a arquitectura en definitiva, sino también a otras materias. En la sinopsis de la contraportada me encontré con los grandes maestros de la arquitectura Le Corbusier y Álvaro Siza, con ciudades como Tokio o Valparaíso, pero también a Perec y a Kafka, cosas que evidentemente fueron decisivas, junto al interés inicial que conlleva un cuaderno de viaje ajeno, una aproximación a los espacios desde los ojos de otro.
Empecé —y terminé de un tirón— el pequeño libro naranja el mismo día que lo recibí. Entre todos los artículos me gustó especialmente el segundo: Tokio, julio 2002 en el que los autores describen la visita a las dependencias de un anfitrión que les ofrece sake caliente y cuyo cocinero está preparando el tepanyaki.
Es un rascacielos de Tokio como tantos otros, y a él nos acercamos distraídos, quizás cansados. Ya es de noche. Los embajadores nos conducen por un lobby a estas horas desierto hasta unos grandes ascensores. Piso 30, piso 40, piso 50. Las grandes puertas de acero inoxidable se abren lentamente y dejan aparecer, como quien corre la cortina de un teatro… ¡dos grandes lienzos de Le Corbusier! Y, según avanzas, toda una colección personal de objetos relacionados con él: aquí otro par de cuadros grandes, allí la maqueta de escayola de Ronchamp, una estantería con sus libros, apuntes y dibujos, el poema del ángulo recto, una colección de fotografías… (…). Es el club privado del señor Mori, un admirador discreto que guarda sus tesoros para sus amigos.
También en este episodio de sus viajes visitan un valle artificial lleno de nenúfares en los jardines del templo de Yo-Yogui y les llama especialmente la atención cómo muchísimos japoneses dibujan sin parar estas flores en sus cuadernos. Este comentario me hizo recordar mi visita a la villa Saboya, una de las obras emblemáticas del arquitecto suizo Le Corbusier, y cómo intenté ser uno de los muchísimos japoneses que se repartían por todos los recodos de la casa y del jardín, capturando la esencia del arquitecto en infinidad de apuntes en sus hermosos cuadernos de viaje.
Le Corbusier escribió y dibujó grandes cuadernos de viaje. Como estudiante, a los 17 años, empezó a viajar acompañado de su gran capacidad analítica. Cerré el librito naranja y me levanté a coger de la estantería El viaje de oriente, que recoge las anotaciones y dibujos del viaje que el arquitecto suizo emprende desde Berlín hasta Constantinopla en 1911. Es un viaje iniciático donde fue descubriendo la arquitectura, donde aprendió a mirar. En sus cuadernos anotaba impresiones, escribía cartas tratando de explicar a terceros lo que veía y hacía maravillosos dibujos, con más o menos detalle, pero siempre analíticos. Como cuando visitó la Acrópolis y el Partenón.
Habiendo escalado unos peldaños demasiado altos, no tallados a escala humana, entre el cuarto y el quinto fuste acanalado, entré en el templo por el eje. Y habiéndome vuelto de repente, desde este lugar antaño reservado a los dioses y al sacerdote, abrazaba todo el mar y el Peloponeso; mar flameante, montañas ya oscuras pronto mordidas por el disco solar (…). Yo los veo con mis ojos de miope, en lo alto, tan claramente como si pudiera tocarlos, tanta es la coincidencia entre la medida de su prominencia y la pared a que se adosan. Las ocho columnas obedecen a una ley unánime, brotan del suelo, parecen no haber sido puestas, como así fue hecho por el hombre, cimiento sobre cimiento, pero dando a creer que suben del subsuelo.
Debido a la guerra, no publicaría esta compilación como libro hasta 1965, año en que lo corrigió y lo anotó. En él también se recogen reflexiones críticas de su profesión y opiniones sobre el papel de la arquitectura en la sociedad.
(…) Es conveniente que nosotros los constructores, sepamos eso y lo meditemos. Los templos de la Acrópolis cuentan hoy con dos mil quinientos años. No han sido conservados desde hace quince siglos. No solo las tormentas han desencadenados sus acostumbradas trombas, pero más nefastas que los terremotos, también los hombres-trogloditas ciertamente estupefactos de su herencia han habitado la clina. Y han arrancado lo que creían necesario, losas de mármol y grandes bloques, y han construido en mezcolanza de tapias y cascajos, chozas para la chiquillada. (…) El Partenón ha permanecido, desgarrado pero en pie y ahí está. (…) Poneos de bruces en el suelo delante de un fuste de los Propileos y examinad su nacimiento. En primer lugar, os encontráis sobre un suelo enlosado cuya horizontalidad es tan absoluta como una teoría.
Seguí leyendo el cuaderno de viaje naranja de Mansilla y Tuñón y unas pocas páginas después me encontré un pasaje llamado Valparaíso, octubre 2002 que me invitó a un nuevo viaje mental.
Álvaro Siza no tenía ningún dibujo sobre Valparaíso; como coleccionista de sus propios trazos, recuerdo de sus ininterrumpidos viajes, tenía que tomar una instantánea de la vida en esa curiosa ciudad de compleja orografía situada junto al océano. (…) Siza nos explicaba que para poder atrapar sobre el papel un trozo de la ciudad era necesario repetir el dibujo sucesivas veces; cada nueva repetición suponía mirar con detenimiento una y otra vez, los mismos objetos y las diferentes personas, descubriendo lo que permanece y lo que está en permanente movimiento.
El arquitecto portugués Álvaro Siza es posiblemente otro de los arquitectos con dibujos y bocetos más reconocibles, como Le Corbusier. Esta referencia de Mansilla y Tuñón al maestro dibujando, me llevó a Alvaro Siza. Esquissos de Viagem, en el que el propio arquitecto habla sobre qué son para él los cuadernos de viaje.
Ningún dibujo me da tanto placer como estos apuntes de viaje. Viajar… es una prueba de fuego. Cada uno de nosotros deja atrás, al partir, un saco lleno de preocupaciones, odios, cansancio, tedio, prejuicios… Un buen amigo sufre verdaderamente porque el mundo es grande. Jamás podrá permitirse, dice, repetir una visita; se marcha nervioso, crispado, saliéndose los ojos de sus órbitas. Pero yo prefiero sacrificar muchas cosas, ver apenas lo que me atrae inmediatamente, deambular, sin mapa y con una absurda sensación de descubridor.
Mansilla y Tuñón detallan la experiencia de ver cómo el arquitecto portugués se enfrentaba a sus dibujos, a observar, a captar esencias, a analizar y a entender decisiones arquitectónicas y urbanas.
Mientras las manos de artista se movían con precisión y duda simultánea, nos permitimos mirar por detrás de él, disimuladamente, tratando de descubrir algún secreto que nos permitiera conocer más. Sentados en un banco de una plaza pequeña en Valparaíso, Siza nos explicaba que, aunque tenía que hacer ese dibujo rápidamente pues el programa de la excursión pasaba por una larga caminata hasta la casa del poeta chileno Pablo Neruda, cada dibujo necesitaba de su tiempo; al menos, un día en el lugar.
Así es como un cuaderno de viaje se convierte en la perfecta herramienta de un arquitecto. Para plasmar una sensación, ya sea con palabras o con un apunte o dibujo, debe antes visitar el espacio, entrar en él, analizarlo con la mirada, medir con pasos, con palmos, guiñando un ojo para tomar dimensiones con un lápiz al final del brazo estirado. Estos cuadernos son recuerdos pero también experiencias aprendidas, conclusiones buenas y malas que tener en cuenta, que aplicar al propio ejercicio de la profesión y del pensamiento. Son instantáneas de grandes obras admiradas que esperas ansiosamente poder visitar, o pequeños hallazgos anónimos que encuentras en el camino.
Cuando visité la villa Saboya, la admiración hacia Le Corbusier y la necesidad de recordar aquella experiencia nos hizo a mí, al resto de los muchísimos arquitectos y estudiantes de arquitectura con los que coincidí —la gran mayoría japoneses—, e incluso me atrevo a decir que en algún otro momento también a Mansilla y Tuñón; garabatear en un cuaderno y rellenar postales con frases grandilocuentes. Al releer el pasaje de Le Corbusier en que visitaba la Acrópolis y el Partenón, encontré cierta similitud entre cómo se preparó para enfrentarse a esa experiencia y cómo yo lo hice con su villa.
Una fiebre sacudía mi corazón. Habíamos llegado a Atenas a las once de la mañana, pero yo inventaba mil pretextos para no subir “ahí arriba” inmediatamente. Finalmente le expliqué a mi buen amigo Auguste que no subiría con él. Que una ansiedad me oprimía, que estaba en una excitación extrema y que tuviera a bien dejarme solo. Bebí café toda la tarde, y me absorbí con la lectura de una voluminosa correspondencia recogida en Correos y que remontaba a cinco semanas. Después recorrí las calles esperando que el sol bajara deseoso de terminar la jornada “ahí arriba”, y que, una vez abajo no me quedara más que ir a acostarme. (…) Ver la Acrópolis es un sueño que se acaricia sin imaginar siquiera realizarlo.
Independientemente de los esbozos —con mayor o menor capacidad artística—, y de lo que representan para cada uno —muchas veces son un acto individual y casi privado, que sólo tiene significado para su propio autor—, es fácil sentirse identificado con la sensación describe Álvaro Siza.
¿Habrá algo mejor que sentarse en una explanada, en Roma, al caer la tarde, experimentando el anonimato y una bebida de exquisito color… mientras la pereza te invade dulcemente? De repente el lápiz o el bic comienzan a fijar imágenes, rostros en primer plano, perfiles desenfocados o luminosos pormenores, las manos que dibujan. Trazos primero tímidos, rígidos, poco precisos, luego obstinadamente analíticos, por instantes vertiginosamente definitivos, libres hasta la embriaguez, después fatigados y gradualmente irrelevantes. En el intervalo de un verdadero viaje, los ojos, y a través de ellos la mente, ganan insospechadas capacidades. Aprendemos desmedidamente y lo que aprendemos reaparece disuelto en las líneas que después trazamos.
Y aunque existe Instagram que todo lo recoge —y todo lo embellece—, el análisis antes de la descripción o del dibujo escudriña la luz, la orientación, la distribución o la proporción, te hace preguntas, compara con otros espacios que has vivido. Le Corbusier utilizó sus cuadernos de viaje para capturar impresiones, para analizar lo ya construido, de lo que perfectamente podía aprender, como gran autodidacta que era. Pero sin duda, quería dejar plasmadas algunas sensaciones que ya nunca volvería a tener: la primera vez que visitas un edificio, que lo pisas, que lo mides mentalmente, que sientes la forma en la que entra la luz. Ya nunca más volverá a repetirse. Y sientes la necesidad de recogerla en un cuaderno para no olvidarla.
(…) El gran golpe ha sido el primero. Admiración, adoración y después anodadamiento. Fue, y ya se me escapa; me deslizo ante las columnas y el entablamiento crueles, ya no me gusta ir. Cuando lo veo de lejos es como un cadáver. Se acabó la ternura. Es un arte fatal del que no escapas. Glacial como una verdad inmensa e inmutable. ¡Pero cuando veo en mi cuaderno de notas un croquis de Estambul, se me calienta otra vez el corazón!
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Conversaciones de viaje, Luis M. Mansilla y Emilio Tuñón. Ediciones asimétricas.
El viaje de oriente, Charles-Edouard Jeanneret (Le Corbusier). Colección de Arquitectura del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos técnicos de Murcia.
Ideas sobre análisis, dibujo y arquitectura, Antonio Gamiz Gordo. Universidad de Sevilla, secretariado de publicaciones.
Líneas de trabajo de Alvaro Siza
Imágenes:
Dibujos de Le Corbusier de La tipografía.net
Roma, 1980 en Esquissos de viagem de Los dibujos de Álvaro Siza: anotaciones al margen, Nuno Higinio Pereira Teixeira de Cunha. Universidad Complutense de Madrid.