Pregúntale a cualquiera que sepa. Te dirá que la magia es la manipulación de la realidad para adaptarla a determinados deseos. Jaime Oscuro debe ser, entonces, un mago. Porque parece que ese Madrid alternativo y esotérico por el que se mueve está construído a la medida de sus dolorosa conveniencia. John Tones garantiza con Oscuro una historia de magia y violencia, aunque no garantiza una mezcla precisamente alquímica. Guillermo Mogorrón se encarga de las ilustraciones.
–Cierra la puerta, por favor.
Como cada vez que entraba en el enorme despacho de Laura Beiral, Oscuro sufrió un acceso de timidez que le forzó a mirar al suelo y permanecer junto a la puerta cerrada hasta que la señora le pidió que se acercara, señalando los papeles que sostenía ante ella.
–Siéntate, Oscuro. Dame un minuto, tengo que terminar con esto. ¿Te importa esperar un momento?
Oscuro gruñó con desgana, sabiendo que Beiral le obligaba a tragar con esos fríos seis o siete minutos para martillear su orgullo. Por supuesto, el despacho contaba con algo más que un hechizo de sumisión. Con media docena, probablemente. Pero esta actitud no tenía nada de misteriosa: era pura psicología de jefe y empleado, de dueño y perro guardián. Oscuro se pasó la palma de la mano por la calva. Con cincuenta y tantos cumplidos empezaba a estar mayor para estas monsergas.
Beiral alineó ruidosamente unos cuantos folios golpeándolos por su lado más estrecho contra la mesa de nogal y los colocó en una bandeja de aluminio que tenía junto al ordenador. Oscuro dejó de contemplar la alfombra y alzó la vista hacia los ojos azules severos de su jefa.
–¿Qué sabes de la Comunidad de la Ascensión del Gran Águila?
–Que solo un español sería capaz de cometer una falta de concordancia al ponerle nombre a su culto.
Beiral dejó salir el aire de sus pulmones por la nariz con un sonoro silbido. Oscuro supuso que era la forma de hacerle entender que su cupo de sarcasmos por reunión había sido alcanzado y superado.
–También que es una secta que en su día se consideró satánica –repuso Oscuro– pero que el paso del tiempo ha acabado situando como una mera agrupación de desequilibrados sometidos a la instigadora del culto, Sonia Postigo, que lleva unos cuantos años en prisión. En los dos o tres años que estuvo en funcionamiento humilló a sus fieles de formas muy diversas. En la prensa de la época, atenta como siempre a los aspectos de vital importancia, se comentó y analizó con todo detalle cómo les había forzado a ingerir excrementos de animales domésticos, a efectuar tareas en el jardín sin ningún tipo de protección… ¿eran ellos los que estaban obligados a limpiar desnudos la casa? Sí, creo que eran ellos, ¿no?
Beiral comenzó a colocar ante ella los folios que había extraído de la carpeta, como si formaran parte de una partida de solitario con naipes gigantes. Oscuro se desahogó el cuello de la camisa.
–Nada de ello pertenecía a ningún ritual, eran simples métodos de humillación, demostración y refuerzo de la posición dominante de Postigo. Niñerías. Sadomasoquismo de tebeo para amas de casa, como en esos libros que se han puesto de moda. En 1992 acabó matando a la hija de una de los miembros de la agrupación, una joven a la que ejecutó después de un largo ritual, aduciendo que estaba endemoniada. Lamento no comprender el paso de culto satánico a exorcismo con violencia.
Beiral se encendió un cigarrillo y mostró el interior del paquete medio vacío a Oscuro.
–Bien. ¿Quieres?
–No.
–La prensa de la época se quedó en la superficie del caso al ser incapaz, o más bien no querer ni intentarlo, de comprender o explicar un caso de satanismo en España.
Oscuro entornó los ojos, intentando recordar lo que había leído sobre el caso hacía ya dos décadas.
–La verdad es que… no creo que hubiera mucho satanismo real ahí dentro.
–Eso pensábamos nosotros. Todo apunta al típico camuflaje esotérico para esconder algo mucho más sencillo: una mujer con pulsiones sadomasoquistas en un pequeño pueblo del sur donde, obviamente, no puede dar salida a sus deseos y necesidades. Identifica sus propios deseos con un origen demoniaco, convence a un puñado de pobres de espíritu y ahí está. El culto y el castigo canalizado hacia un tercero. Una secta que no es tal y usada por su principal artífice para justificar algo tan sencillo como necesidades sexuales de dominación.
–Pero eso no es todo.
–Eso no es todo.
Beiral abrió el cajón de la enorme mesa de caoba y buscó algo en su interior. Oscuro observó los lienzos que decoraban las paredes de la sala y desde los que les observaban, rodeando la estancia en una amenazadora e implacable danza estática, los seis Maestros Transmisores que no operaban en Madrid.
La mujer puso sobre la mesa una pequeña figura de madera que le cabía en la palma arrugada de la mano. Tenía unas formas femeninas esculpidas toscamente , unos pechos puntiagudos y unas caderas forjadas con navaja. Se habían molestado en pintarrajear al monigote unos morros de puta, el blanco de los ojos y unos amagos de pupilas azules. La figura estaba envuelta en un trapo de seda roja y tenía anudado alrededor del cuello un mechón de cabello rubio. Oscuro se rascó la mejilla y cerró los ojos, vaticinando ya el encargo de Beiral.
–Pero qué gilipollas ha…
–El fragmento de tela lo debió de conseguir hace quince días. Cené en el Círculo de Bellas Artes y dejé mi pañuelo en el guardarropa del restaurante. No sé cómo llegó hasta él ni cómo no me di cuenta, pero no se me ocurre otra manera, salvo que haya entrado en mi casa.
Oscuro experimentó un desagradable escalofrío al imaginar solo las implicaciones superficiales de esa hipótesis.
–Si recuerdas la reciente ola de calor que hemos sufrido en pleno invierno… claro que la recuerdas. Conoces al responsable. Pues esos treinta grados a la sombra de la semana pasada han hecho que apenas saque ese pañuelo de casa. Tuvo que ser en esa cena.
–¿Cuándo averiguó a quién pertenecía el mechón rubio? ¿Qué tiene que ver con la Comunidad de la Ascensión esa?
-No tenía intención de rastrearlo porque cuando recibí esta basura supe que quien me había arruinado el pañuelo era un payaso inofensivo. Pero el infeliz vive en el centro. Estaba paseando y llevaba el mechón en el bolso. Una habitación en un ático de Huertas refulgió como si hubieran instalado una central eléctrica en el interior.
Laura Beiral colocó sobre la mesa de caoba dos fotos tomadas con teleobjetivo de un joven rubio de algo menos de treinta años, ataviado con vaqueros y una chaqueta de pana. Desde la distancia a la que se habían tomado las fotos, difuminado el resto de las personas que se cruzaban con él en la calle, el joven parecía flotar de forma vaga y fantasmal.
–Sebastián Ágreda. Era uno de los miembros de esa secta, por llamar así a ese infecto folladero andaluz. Solo allí pudieron contarle, posiblemente entremezclado con vete a saber qué papilla esotérica de baja estofa, cómo hacer esta basura. Está claro que no tiene acceso a información genuina sobre el tema, pero sí ha hablado con gente afín a las prácticas. En cuanto a mí, queramos o no, nuestras actividades no son tan secretas como nos gustaría. Es posible que con esta memez esté intentando impresionar a alguien.
–¿Cree que merece la pena molestarse?
–No. Pero conoces las normas.
–Sin excepciones.
–Sin excepciones.
Oscuro se puso en pie.
–Un momento –dijo Berial, pulsando el botón rojo del viejo intercomunicador que reposaba a la derecha de la mesa, junto al teléfono–. Que pase –dijo sin esperar respuesta.
Oscuro volvió a sentarse, pero esta vez lo hizo en el borde de la silla. Como si su instinto le estuviera sugiriendo que se mostrara dispuesto a salir de allí precipitadamente.
–Dos cosas, Oscuro.
–Dígame.
–Primero: la discreción y la pulcritud siempre han caracterizado tu trabajo y por eso sigues con nosotros después de tantos años. Pero por si acaso: solo quiero que le asustes.
Berial abrió la mano, mostrando a su veterano asalariado el espantajo de madera. Oscuro se dejó hipnotizar por las arrugas en las yemas de los dedos de Berial y se preguntó una vez más qué edad podría tener su jefa en realidad.
–Sabes lo que es esto, ¿no?
–Nada.
–Exactamente, no es nada. Bueno, no, sí que es algo: es una intención. Solo una intención. Pero a veces es suficiente con eso.
–Entendido.
La puerta se abrió y entró un joven desgarbado y barbudo, con unas gafas quebradas bajo el cristal derecho.
–No –musitó Oscuro entre dientes.
–Oscuro, no te estoy pidiendo permiso.
–Señora, no creo que sea pertinente obligarme a…
Beiral se puso en pie y comenzó a rodear el enorme escritorio. Oscuro hacía rechinar los dientes al ritmo de los motores de los vehículos que bajaban por la Castellana.
–Oscuro, estoy convencida de que no voy a tener que obligarte a nada. Sabes perfectamente qué debes hacer y qué no y, por mi parte, estoy mayor para demostraciones de fuerza.
El hombre se puso en pie inclinando levemente la cabeza.
–Sí, señora.
Oscuro se giró hacia el recién llegado. Instintivamente, descansó la mirada en la marca de los Maestros trazada en el dorso de su mano izquierda. Aunque la manga de la chaqueta ocultaba hasta casi los dedos, veía asomar las serpientes entrelazadas que ascendían por el índice. La marca aún estaba borrosa y múltiples costras perfilaban el sinuoso recorrido de los reptiles: el joven era un recién llegado. Oscuro miró su propia mano, distraído: hacía décadas que el trazo de las serpientes había socavado la epidermis de su mano. Con el tiempo, si sobrevivía, el joven descubriría que la erosión de la marca no solo servía para identificar a los compañeros, sino también para determinar cuánto tiempo llevaban a las órdenes de los Maestros.
–Oscuro, Duarte –dijo la mujer con desgana.
Los dos hombres se estrecharon las manos que aún no tenían marca.
–Duarte te va a acompañar en este encargo. Lleva meses en documentación y apoyo en el archivo y es hora de que haga algo de campo.
–Pero…
Beiral señaló el techo con el dedo índice.
–Ni se te ocurra decir que es un trabajo peligroso. Solo tenéis que dejar un aviso en casa de este imbécil.
Beiral tendió a Oscuro el mechón de cabello rubio.
–Duarte sabe cómo funciona todo, ha prestado ayuda a distancia en varios trabajos. Conoce las normas.
Oscuro expulsó ruidosamente el aire que retenía en los pulmones.
–No es lo mismo.
–Nada es lo mismo en la calle, Oscuro. Mantenedme al corriente de todo.
Oscuro aguantó la mirada de Beiral el tiempo justo para rascar la cabeza de una de las serpientes de su mano izquierda.
–Vamos –susurró al joven, y salió del despacho con un par de zancadas.
Duarte le siguió sin terminar de dar la espalda a la mujer, que volvió a su sitio y ordenó los datos de Sebastián Ágreda muy lentamente, con los ojos cerrados y masticando maldades.
2013-06-08 19:29
John Tones, felicidades por este nuevo proyecto. Echo de menos Xtreme: reivindicaban los videojuegos como entretenimiento adulto, alababan la sana ultraviolencia virtual y una vez regalaron un destornillador con cabezas intercambiables para modificar consolas. No me extraña que el sistema los eliminase con la excusa de la crisis. Y no, la de Marca no es lo mismo.