Pregúntale a cualquiera que sepa. Te dirá que la magia es la manipulación de la realidad para adaptarla a determinados deseos. Jaime Oscuro debe ser, entonces, un mago. Porque parece que ese Madrid alternativo y esotérico por el que se mueve está construído a la medida de sus dolorosa conveniencia. John Tones garantiza con Oscuro una historia de magia y violencia, aunque no garantiza una mezcla precisamente alquímica. Guillermo Mogorrón se encarga de las ilustraciones.
El cadáver de Ágreda no presentaba signos de violencia, salvo la cuenca vacía del ojo, ya completamente reseca y cicatrizada, y los restos de la paliza que Oscuro le había propinado la noche anterior. Pero aquella no había sido una muerte no había sido plácida. Las sencillas protecciones que antes flotaban en el viciado aire del apartamento se habían esfumado, y de ellas solo quedaba esa discreta luminosidad azul que tan fácilmente se podía confundir con un caprichoso espejismo lumínico. Ágreda yacía en su cama, casi sin deshacer, en una postura que cuando llegara la policía haría descartar el asalto al piso, pero en la que el viejo mago supo ver discretas y silenciosas señales del ritual más viejo de la humanidad: la advertencia.
Los rizos rubios del chico reposaban sobre la almohada, pero un par de cabellos ondulados cubrían en transversal los párpados del cadáver. La orientación de éste parecía fortuíta, pero la extraña diagonal que dibujaba con respecto al colchón apuntaba claramente al sur. El talón del pie izquierdo reposaba sobre el tobillo derecho. Oscuro se arrodilló para corroborar que una sustancia negra, pestilente y demoniaca, con un inconfundible aroma a lejía y que habría desaparecido para cuando llegara el forense, cubría las plantas de los pies del muchacho. Las leves pero muy precisas heridas en el pene, las axilas rasuradas, el ombligo oculto tras un tejido rosado cuyo origen conocía a la perfección… el cadáver era poco menos que un neón anunciando una futura tormenta mística en Madrid.
A las cuatro y media de la madrugada solo permanecían en el Zelator aquellos que lo usaban como tapadera o como refugio. Atravesó la puerta de entrada sin prestar atención al guardia, musitando la contraseña que se precisaba para entrar a las tantas de la madrugada. Rodeó con pasos minúsculos, olisqueando el ambiente, el taburete de costumbre.
-Has vuelto -observó el camarero con una sonrisa.
-Sí.
Su licor volvía a estar sobre la barra.
-La niña pagó lo tuyo.
-Ya.
Oscuro engulló el vodka, notó las llamaradas húmedas del alcohol abriéndose paso entre los cortes de los labios.
-Ya -repitió, y empujó el vaso vacío con el índice.
Cuando volvía a casa una hora después, a paso ligero para rascarle algo de penumbra al inminente amanecer, se encontró con Laura Beiral en una de las calles que eternizan la inmensa cuesta arriba que es el centro de Madrid. La miró fijamente durante unos segundos, y luego la esquivó como si no la conociera.
-Oscuro.
-Qué.
-Eso. Qué.
Oscuro se detuvo, miró a las grietas en el asfalto y a los rascacielos que se erguían al otro lado de la Castellana.
-Laura. Tienes algo que decirme o me voy a dormir. Llevo una semana un poco de mierda, como sabrás perfectamente.
-Tienes que tener en cuenta que a veces nuestros actos obedecen…
-Mira, no me vengas con los cuentos de “un bien más elevado” que le sueltas a críos como el que me enchufaste para que me vigilara en casa de Ágreda. A ellos igual les puedes hipnotizar con tus manuales esotéricos de saldo. Yo ya estoy mayor.
Laura Beiral suspiró y buscó un paquete de tabaco en el bolso. Le tendió un cigarrillo a su empleado, que se sentó pesadamente sobre el capó de un coche que tenía caligrafiados versículos obscenos en el parabrisas.
-Ya sabes cómo nos tomamos las amenazas directas.
-Lo sé.
-¿Sabes por qué esa tipa está en la cárcel?
-Mató a una chiquilla en un supuesto exorcismo.
-Sí. Pero era un exorcismo real.
Oscuro entornó los ojos.
-Siempre que algo de esto sale mal, Oscuro, la prensa opta por difundirlo apoyándose en problemas mentales, analfabetismo, histeria colectiva… y si en algún caso un medio tiene los conocimientos, prefiere silenciarlo por prudencia.
-O…
-O nosotros nos encargamos de que se silencie. Pero sí: en un elevado porcentaje de ocasiones, los exorcismos que salen mal, asesinatos rituales, invocaciones demoniacas, espíritus dañinos y posesiones esporádicas… es poesía áspera para denominar la psicopatía homicida, la paranoia agresiva, las alucinaciones extremas o el simple perder los estribos de toda la vida.
-Pero.
-Pero.
Oscuro recordó con un escalofrío la masacre de Newcastle en los ochenta, y cómo colaboró en la investigación y posterior ocultación al público: un hechicero inexperto del que desde entonces solo se hablaba entre susurros, una niña receptiva al ominoso tañir de lo sobrenatural, algo de histeria horneada durante meses… las imágenes de cuerpos abatidos, profanados por armas blancas, inertes en poses imposibles, muertos tras haber contemplado un horror indescriptible habían inundado la prensa local durante meses. Y estuvieron abiertas a múltiples interpretaciones mientras duró el agónico periodo de investigación. Se habló de sectas destructivas y de abuso de drogas, de delirios de grandeza y de rituales impíos, pero no de una criatura de tres metros de altura, con crines del grosor de cables de teléfono y un aliento fétido como un cóctel de gasoil y plátanos podridos saliendo de las entrañas de una niña inocente.
-Postigo, Sonia Postigo, la lideresa de la secta… —repuso Oscuro después de que sus recuerdos se esfumaran— realmente se comunicaba con Ágreda desde la cárcel, ¿no?
-Posiblemente, de hecho, y por lo que sabemos, le controlaba desde allí. Ágreda era incapaz de invocar al monstruo que te atacó. Pero a través de él, Postigo, desde la cárcel…
-Me has usado de señuelo.
-Te he usado como el único miembro de la organización que puede enfrentarse a un íncubo de ese tamaño y salir indemne…
Oscuro dio su última calada y dio un paso hacia su jefa.
-Y sobre todo, salir tan cabreado como para cantarle las cuarenta a Ágreda, ¿no?
-Lo dices como si hubiera estado todo planeado. Sabíamos que Postigo le controlaba desde la cárcel. Sabíamos que te atacaría y que responderías.
-Y sabíais que así teníais la excusa para liquidarlo.
-Para enviar un mensaje a esa guarra.
Oscuro miró hacia los primeros rayos de sol, que resbalaban entre los edificios como orín ácido y verdoso de gárgola.
-Estoy hasta los huevos de vuestros duelos mágicos y vuestro exhibicionismo teatral. Estoy harto de ver cómo sacáis conejos rabiosos de vuestras chisteras. Pero sobre todo, estoy harto de tener la sensación de que hay muchas, muchísimas más cosas fuera de control de las que yo creía cuando entré en la organización.
-Oscuro…
-¿Sabes lo de llevar cuidado con el perro?
Se giró hacia su portal y echó a andar.
-Pues es con tu propio perro con el que vas a tener que acabar teniendo cuidado.
Laura miró cómo Oscuro maldecía camino de su casa. Antes de dirigirse a la oficina, como cada mañana, recogió del suelo la chamuscada colilla del cigarro que había estado fumando aquel perro rebelde y peligroso.