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Edición LdN
Oscuro por John Tones

Pregúntale a cualquiera que sepa. Te dirá que la magia es la manipulación de la realidad para adaptarla a determinados deseos. Jaime Oscuro debe ser, entonces, un mago. Porque parece que ese Madrid alternativo y esotérico por el que se mueve está construído a la medida de sus dolorosa conveniencia. John Tones garantiza con Oscuro una historia de magia y violencia, aunque no garantiza una mezcla precisamente alquímica. Guillermo Mogorrón se encarga de las ilustraciones.

Magia de cerca, parte 3

El callejón se extendía hacia el infinito, como cada noche, trazando una levísima pendiente de ascenso. En la acera de la izquierda, junto al contenedor de basura azul, parpadeaba un neón con el nombre del primer mentor de Oscuro. En la de la izquierda estaban su coche, la puerta de entrada de su casa y el baúl vacío. Flotaba unos centímetros por encima del suelo el vetusto sofá inexistente con el que Oscuro soñaba cada noche desde hacía más de treinta años. Se sentó en el cojín de la izquierda, como si su trasero pudiera trazar alguna especie de simbología onírica situacional, y observó el muro que frenaba el callejón infinito y que brotaba del suelo siempre que tomaba asiento.

Contempló, como cada noche, las irregularidades de los ladrillos del muro. Conocía cada grieta, cada piedrecilla desprendida, cada matiz de color y cada rugosidad fortuita. Sabía cuántos bloques de arcilla naranja conformaban el muro, trescientos sesenta y dos, y qué código silencioso seguían en su ubicación. Conocía los patrones con los que aquel muro le había permitido dialogar consigo mismo, y cuando esa noche se vino abajo a causa del devastador zarpazo de la criatura, su destrucción la sintió en el estómago y los pulmones, como si le hubiera alcanzado un mal de ojo salido de un grimorio medieval.

El monstruo tenía cuerpo de lagarto, una cola con pinchos de dinosaurio de cuento infantil y ojos de hombre. Bajo estos vibraba una trompa de insecto poblada de vello negro, que se rizaba y retorcía siguiendo los bufidos de la criatura. Sacudió las zarpas superiores con violencia para desembarazarse de los restos de cascotes del muro imaginario y con un gesto desafiante se frotó sin deseo unos genitales que no eran humanos. Rugió con un chillido grave y confuso que provocó una arcada de pánico a Oscuro, y se abalanzó sobre el sofá con la trompa haciendo eses y escupiendo mocos y pánico.

Oscuro se incorporó, enredado en las sábanas sucias y sudadas de la cama y abrazó a la oscuridad, jadeando y dejando escapar media docena de palabrotas prohibidas para los humanos. Sabía que el demonio estaría allí, agazapado en la penumbra de su cuarto, esperando un instante en el que dejara de susurrar protecciones para saltarle a la yugular.
Oscuro calló.
Lo vio, jadeando entre la vitrina de las reliquias y el armario ropero. Los ojos refulgían en la oscuridad, la trompa de insecto vibraba rítmicamente y se podía oir el clic-clic de las babas cayendo sobre el parqué. Sus patas traseras, flexionadas como las de un felino, se estiraron y catapultaron a la criatura hacia su víctima.

–¡Darga lumine deterrere! –gritó Oscuro, dibujando en el aire, con el meñique de la mano izquierda, la caligrafía de una críptica orden antinatural.

Una luz blanca e imposible se desplegó por la estancia, brotando de los ojos y la boca de Oscuro. La criatura se abrazó aullando a su propio rostro y trastabilló, golpeando su parodia de mandíbula de reptil con la pata de la cama. Sin darle tiempo a reaccionar, el mago se inclinó levemente hacia el cabecero para agarrar la lámpara de latón y fieltro y la empuñó como un cuchillo carnicero. Reventó la pantalla y la bombilla contra la sien izquierda del monstruo, que respondió pataleando, con un gimoteo infantil.

Sin darle tiempo a reaccionar, Oscuro saltó sobre su inesperado visitante y se sentó en su pecho a horcajadas. Descargó varios codazos en pleno hocico del ser que yacía en la alfombra y, trazando un arco sobre su cabeza, le golpeó con los nudillos en las sienes.

–¡Qué quieres! ¡A qué cojones has venido!

En circunstancias normales no se molestaría en hablar a una criatura de origen claramente místico como esta, pero Oscuro sabía que aquella quimera tenía una génesis indiscutiblemente humana. El monstruo pataleaba y rugía, lanzando a la cara de Oscuro por boca y nariz una asquerosa bilis translúcida. Éste siguió golpeando rítmicamente la tráquea que tenía junto a las rodillas, inclinándose entre golpe y golpe hacia atrás para que el monstruo no pudiera recuperar el aliento. Oscuro sabía que no tendría demasiadas oportunidades en un combate justo si su rival se recuperaba. Tenía que tomar una decisión rápida.

Oscuro palpó la zona inferior del ojo derecho del monstruo, bajo un párpado áspero como una lija, y presionó hasta que dejó de patalear.

-Sabes lo que pasa si te saco ese ojo de gilipollas humano que tienes, ¿no?

Apretó un poco más y la bestia aulló. El globo ocular estaba poniéndose morado, y la pupila se empañaba con lágrimas grises, demoniacas.

–Lo que me puede decir ese ojo te lo voy a sacar por las buenas o por las malas. ¡De un modo u otro! ¡Habla, joder!

Revolviéndose con inesperada ferocidad y ayudándose con las patas traseras, la criatura rugió y lanzó a Oscuro contra el ropero. Se incorporó de un salto mientras se protegía la cara con una zarpa. Oscuro sacudió la cabeza para espabilarse, pero cuando consiguió enfocar la vista, solo llegó a ver la cola del monstruo golpeando los cristales de la ventana y siseando por la fachada del edificio, en dirección a la terraza. Tranquilamente, se puso en pie y se ajustó la camisa del pijama.

Se miró la palma de la mano. Sonrió al contemplar, tembloroso y humano, el ojo derecho de aquella criatura de pesadilla.

oscuro

John Tones | 07 de julio de 2013

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