Jaime Rubio Hancock es uno de los periodistas más reputados del país (ignoramos cuál). Cofundador de la revista Playboy, fue director de The New York Times entre 1987 y 1992, cuando se convirtió en el primer menor de edad en dirigir una publicación diaria. Desde las páginas de ese diario se opuso a la guerra de Iraq, destapó la trama del Gal y predijo la Revolución Francesa. Actualmente publica en Libro de Notas cada jueves esta serie de entrevistas que, según nueve de cada diez dentistas, jamás tuvieron lugar.
Me giro a la izquierda y me estremezco. ¿Cómo ha podido pasar? Pero si yo no… Y él se supone que tampoco. Y es que estoy en la cama con Tiger Woods. Lo peor es que se está fumando un cigarrillo. O sea, que ya… Le pregunto qué ha ocurrido y amablemente me dice que no me preocupe, que “es normal; no sé si es un don o una maldición, pero es que me pongo a hablar con alguien y acabo así. Siempre. Mi mujer no lo entendía”. Ya, claro, yo tampoco, de hecho. Insisto: ¿cómo ha ocurrido? “Ni yo mismo lo sé. Estabas ahí entrevistándome y en fin, aquí estamos”. Sí, bueno, pero yo no… “No, ni yo. ¿Por quién me tomas?”.
Al volver a casa, reviso la grabación. La cosa comenzó normal: Tiger Woods me había recibido en su nuevo piso de soltero. Algo pequeñito: el clásico loft con barra americana, un dormitorio, latas en la nevera, plantas sin regar, piscina en la terraza, ascensor directo a la entrada desde el parking donde estaban aparcados los tres Mercerraris, dos mayordomos, tres chef, una ama de llaves con pinta de señora malvada y resentida, etcétera.
Obviamente, comenzamos charlando sobre su millonario divorcio, y en seguida aseguró que no le importaba haber tenido que darle a su ex esposa 300 millones de dólares. “Buf, será por millones —explicó—. ¿Tú sabes la de millones que tengo? Un día me puse a contar billetes y cuando iba por dos millones y pico tuve que parar porque había perdido la cuenta y tenía las puntas de los dedos verdes. Y hace cosa de un mes me puse unos pantalones y ¿sabes qué? Voy y me encuentro en un bolsillo mil millones de pesetas. Y me dije, no sé si irme de cañas o montar un negocio". Por supuesto, estoy intrigado por saber qué hizo con ese dinero. “Pues me dije, voy a comprarme un coche”. Como negocio, regular, es de los de comenzar perdiendo. “Tú dirás, fue el coche con el que tuve el accidente”.
La verdad es que es curioso que todo comenzara con un accidente. “Yo todavía no lo entiendo. Me doy una torta con el coche de los mil millones y la gente en vez de preguntar cómo estoy y si necesito algo, se dedica a desenterrar ligues pasados. Imagina que me muero. Igual alguno hubiera aprovechado para contar la verdad acerca de aquel misterioso asesinato”. ¿Qué asesinato? “Nada, hombre, nada, cosas mías. Pero el caso es que es una cerdada. Imagina que tú te pones enfermo, te ingresan para operarte y la gente que te conoce se dedica a contar cosas horribles de ti”. Aprovecho para aclarar que yo no tengo ningún problema: mi vida es ejemplar y Sarkozy es mi modelo. “Pues eso —añadió-, como yo. Por cierto, Sarkozy es el único al que nunca he podido ganar una partida de golf. Ni de brisca”.
Ante la pregunta de si piensa cambiar al ver lo que le ha costado su modo de vida, fue tajante: “Sí, hombre, ahora que estoy soltero, me vuelvo célibe. ¿Estamos locos o qué? Una cosa es que igual antes no hacía falta tanto salir con señoritas, pero ahora ¿qué me va a pasar? ¿Me va a dejar mi ex o qué? ¿Eh? ¿Qué va a hacer, venga, qué va a hacer? Porque no me puede dejar si ya me ha dejado”. ¿Y los niños? ¿Es que nadie piensa en los niños? “No, no, que tampoco soy tonto: los niños no se vienen conmigo de fiesta hasta que sean mayores de edad”.
También le pregunté al primer presidente de Estados Unidos que juega al golf en toda la historia si pensaba volver a practicar ese deporte. “Pues supongo que sí. ¿Qué alternativa tengo? ¿Contar dinero hasta la muerte? Me había retirado para salvar mi matrimonio —explica—, pero no ha salido bien. Creo que en lugar de dejar el golf, tendría que haber dejado las señoritas, pero es que a mí cuando me gritan me colapso. No sé, me estaba soltando una bronca del copón y digo, creo que quiere que deje de hacer algo, pero me equivoqué de cosa. Al principio había dejado de mear con la puerta abierta, pero ya vi en seguida que eso no funcionaba, que era algo de no meter no sé qué en agujeros. Por cierto, hablando de golf, ¿tú juegas a golf?”
No, qué va.
“¿Has traído tus palos en el coche? Ven que te enseñe los míos”.
No, si no tengo ni coche ni palos.
“Ven, vamos a comparar palos. Ya verás qué bolas uso”.
Cielos, así fue cómo lo hizo. Con chistes malos sobre palos y bolas. Hay que ser muy bueno para conseguir tanto con tan poco. Sí, he dicho “tanto” refiriéndome a mí. Yo soy un muy buen partido. Mido casi metro cincuenta y aparte de una rara enfermedad degenerativa muscular que me matará en las próximas tres horas, estoy sanísimo. Por no hablar de este incomparable cerebro apenas carcomido por el alcohol. Y además trabajo para Libro de Notas y aquí se maneja dinero, que los Haj-Saleh vienen cada mañana a trabajar en un tándem con marchas y timbre del bueno. Un partidazo, hombreyá, un partidazo.
2010-01-11 20:24
Lo siento. Mi única novia es Cataluña. Nuria Cataluña. No veas cómo está de buena.