Jaime Rubio Hancock es uno de los periodistas más reputados del país (ignoramos cuál). Cofundador de la revista Playboy, fue director de The New York Times entre 1987 y 1992, cuando se convirtió en el primer menor de edad en dirigir una publicación diaria. Desde las páginas de ese diario se opuso a la guerra de Iraq, destapó la trama del Gal y predijo la Revolución Francesa. Actualmente publica en Libro de Notas cada jueves esta serie de entrevistas que, según nueve de cada diez dentistas, jamás tuvieron lugar.
Como es natural, he sido invitado a los festejos del primer aniversario de Barack Obama al frente de la Casa Blanca. Pedazo de fiesta. Hay cava Freixenet del bueno, bombones, Ferrero Rocher, taquitos de queso García Baquero semi, jamón Navidul. En fin, una clase y una categoría que ya quisiera la cena de navidad de Libro de notas, también llamada la cena de navidad Findus de notas.
El caso es que no sólo me codeo con las más altas instituciones de la política y de la sociedad estadounidense, como este actor que es muy conocido, este que salía en aquella película, sí hombre…, entre otros muchos, sino que además el presidente de Estados Unidos del Mundo me concede un rato a solas en su despacho para comentar en exclusiva sus primeros doce meses de gobierno.
“Buf —resopla, nada más sentarse—, creo que he bebido demasiado cava con Red Bull… Estoy hasta mareado, qué calor”. Mientras se quita la chaqueta, le pregunto por la reciente salida de la recesión económica, cosa que admite que ha sido “más bien suerte. No veas, me viene todo de cara. Salimos de la crisis, me dan el Nobel… Estuve mirándome lo de la crisis hace poco y me dije, vamos a ver qué hacemos con este lío, pero no me ha hecho ni falta”.
Por supuesto, le pregunto su Nobel de la Paz. “Oh sí. Mi Nobel. Me parece francamente gratificante que me den el Nobel de la Paz justo a mí. Con lo que se ha dicho”. Esta respuesta me sorprende, como es natural: si de Obama sólo se dicen cosas buenas. “Eh… Ah, sí, claro, de Obama sí, por supuesto… Qué calor…” El presidente procede entonces a quitarse la camisa, dejando al descubierto una alegre y favorecedora cremallera. “Sí, bueno, me la pusieron porque… Bueno, es que he bebido demasiado, ji ji ji, no estoy acostumbrado porque en Pyongyang casi no… Mierda, no sé cómo lo has conseguido, Jaime, pero con tus hábiles preguntas me has hecho confesar. Claro que ya viene siendo hora de que el mundo sepa la verdad”.
Obama se baja la cremallera del torso y en su interior aparece una complicada maquinaria, dirigida por un chinito con gafas de sol que está sentado en lo que deberían ser los intestinos. “Saluda a Kim Jong-il —dice—, presidente de Corea del Norte y auténtico presidente de Estados Unidos de América”.
Cielos, no es un chino, es el mismo diablo, casi tan malo como Sadam Husein y Ahmadineyad. “Esas cosas duelen —protesta—, yo no soy tan malo, yo gané el Nobel de la Paz”. Obviamente, le digo que a mí no se me engaña, que todo esto forma parte de un plan maquiavélico para tiranizar el mundo libre occidental. “No, no —dice, mientras activa los mandos que obligan a Obama a llevarse las manos a la cabeza—. Al contrario, lo que quería era demostrar que soy buena persona, que no se me valora con justicia”.
Obama se sienta con el rostro apesadumbrado, con Kim Jong-il apesadumbrado en su interior. “Se nos… Se me juzga por ideas preconcebidas. Yo estoy aplicando las mismas políticas aquí que allí. Básicamente, ganarme a mi gente con una impecable campaña de imagen, cada una de ellas especialmente pensada para cada público en concreto… Es que estudié marketing. Por eso soy tan mamón”.
Pero eso no puede ser lo único: debajo de ese magnífico envoltorio que es la propaganda tiene que haber algo más, aunque sea en forma de ideas, igual que debajo de ese Obama hay un coreanito con cara de sufrir de digestiones pesadas. “Pues mira —contesta—, no dejas de tener razón en eso”. Kim Jong-il procede entonces a quitarse la chaqueta y la camisa. En su torso se ve otra cremallera, que también procede a bajar. Y, oh ah, para mi sorpresa, dentro de Kim Jong-il está, también sentado a los mandos de ese ingenio robótico, nada más y nada menos que José María Aznar, que bebe un poco de vino antes de quitarse la chaqueta y la camisa, dejando al descubierto otra cremallera que no duda en bajar para mostrar a Esperanza Aguirre, que me saluda con sonrisa de pato antes de quitarse la chaqueta y la blusa —ah, el horror—, dejando al descubierto una cremallera, que se baja sensualmente para revelar nada más y nada menos que a Elton John, quien a su vez se quita la camisa y la chaqueta, y se baja una cremallera estratégicamente colocada en el torso para que pueda ver en su interior a una tortuga ninja, quien no se quita nada porque va en bolas, pero sí se baja una cremallera que le recorre el cuerpo del esternón al ombligo, descubriendo en su interior el cuerpo pequeñito y decidido de Jean Sarkozy, quien a su vez, etcétera la chaqueta y blablablá, y entonces se baja la cremallera y dentro, encogido y sudoroso, está Barack Obama.
Joder, qué frase más larga.
Dicho lo cual, Obama sale a duras penas del interior de Sarkozy, de la tortuga ninja, de Elton John, de Aguirre, de Aznar, de Kim Jong-il y de Obama. Hace unos estiramientos, se masajea la nuca y dice: “Anda, mira, un año ya, se me ha pasado volando”.
2009-11-05 11:26
Creí que te habían gustado los surimi de cangrejo… los compré nada más que para ti, joder.
2009-11-13 19:51
Jaime, Jaime, ¿por qué has hecho una entrada en serio? ¡Todo iba de maravilla!