Jaime Rubio Hancock es uno de los periodistas más reputados del país (ignoramos cuál). Cofundador de la revista Playboy, fue director de The New York Times entre 1987 y 1992, cuando se convirtió en el primer menor de edad en dirigir una publicación diaria. Desde las páginas de ese diario se opuso a la guerra de Iraq, destapó la trama del Gal y predijo la Revolución Francesa. Actualmente publica en Libro de Notas cada jueves esta serie de entrevistas que, según nueve de cada diez dentistas, jamás tuvieron lugar.
Manuel Pizarro me recibe en su taller, donde le están acabando de instalar unos espoileracos con subguófer y unas llantas de metacrilato a su Opel Kadett. “Ya ves, maqueando el coche —me dice tras el saludo y las presentaciones—. Me lo estoy dejando guapo, guapo. Esto a las niñas les mola que te cagas”.
Dudo de que tanto un macarra como un diputado usen la expresión “mola que te cagas”, pero eso no me impide seguir la charla con Pizarro, que insiste en que le llame Piza. “Todos en el barrio, aquí en la Moraleja, me llaman el Piza”.
Le pregunto al Piza por los motivos que a su parecer han llevado a Rajoy a apostar por él como número dos en las listas del Partido Popular por Madrid: “Pues porque soy el puto amo. A ver, ¿aquí quién le paró los pies a los catalanes? El Piza. ¿Que queréis comprar Endesa? Por aquí. Además, que la querían comprar los del gas. Anda que no. Si la electricidad es más moderna que el gas, ¿dónde van, los payasos esos? Hasta que se me hincharon los huevos y les dije, mira, os quedáis sin luz hasta que me dé la puta gana. Ahora encended el puto gas, a ver si alumbra, pringaos”.
Parece que tenga algo en contra de los catalanes: “No, chaval, no te equivoques. Pero, hostia, las empresas importantes tienen que estar en Madrid, al lado de las copas de Europa. Y punto pelota. A ver, si te crees que van a poner Endesa y el Carrefour en las Ramblas, al lado de los loros. No te jode. Tanto Barça y tanta tontería. Joder con los catalufos, si es que lo quieren todo. ¿No tienen bastante con la Caixa y con que les dejemos hablar catalán?”.
Por supuesto, le pregunto al Piza por sus planes en caso de que fuera elegido ministro de economía. “Hostia, tiene que ser superguapo. Yo de ministro. Anda que no. Lo que iban a flipar los colegas. Haría lo que diera por ahí. Total, peor que estos inútiles no lo iba a hacer. Que yo estudié por lo menos hasta cuarto de Derecho allá por el siglo XIV, todavía me acuerdo de cosas. Y si no, hala, a cascarla”. Pero el caso es que no quiere debates con Solbes: “Es que me pone de los nervios el tío asqueroso ese. Si le veo, le meto en toda la boca. Le iba a saltar los piños. Payaso. Es que le metía. Y paso de darme de hostias por la tele. Además, todo el mundo sabe que el Piza es el puto amo. ¿Has visto a cómo están las acciones de Endesa? Y eso dando un servicio de pena, imagina si lo hiciéramos bien. Se ponían a mil napos”.
El mecánico nos interrumpe para cobrar. “Bueno, esto ya está —dice el Piza, con la mirada fija en las llantas de aleación entre metales desconocidos, porque la cosa queda siempre ahí, en “de aleación”, como si aleación fuera el nombre de un elemento de la tabla periódica—. Te vienes a dar una vuelta, ¿o qué?”
A pesar de lo tentador, rechazo la oferta. El Piza se sube a su Kadett, pone su cedé de reggaeton bajito, para que apenas se oiga a tres calles de distancia y arranca. Antes de irse, baja la ventanilla y dice: “¿A que mola el neón que le he puesto por abajo? Esto en la autopista es una pasada. Parezco un ovni”.
Se aleja dando un acelerón, pero no tan deprisa como para no dejarme leer la pegatina de la luna trasera: “¡Ministro Piza!”
2008-02-04 01:27
Caramba, no me lo imaginaba yo tan accesible y simpático… y con ese estilo… y esa modestia… y ese savoir faire... Deberían nombrarle ministro de Asuntos Exteriores.