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Cartas desde Brasil por V.V.A.A.

Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.

Sobre las elecciones presidenciales y otras perplejidades

Xoan Carlos Lagares

Quién vivió hace cuatro años la campaña electoral que llevó a Lula a la presidencia de Brasil consigue sólo con mucha dificultad identificar a los mismos actores en la actual campaña, que terminará con las próximas elecciones del 1 de octubre. Había entonces adhesivos por todas partes, insignias con la estrella blanca luciendo en muchas camisas, banderas rojas, pancartas en las ventanas y cientos de militantes del PT en las calles, en manifestaciones musicales y “danzantes”, que empezaban con las músicas de campaña pero que acababan invariablemente con aquellos “sambas-canção” de siempre, como un carnaval fuera de época. Hoy, como consecuencia de una política económica, digamos, continuista y de una sucesión de escándalos de corrupción que acabaron con buena parte de la cúpula petista, la militancia anda deprimida o avergonzada o asustada. En cualquier caso, anda invisible. Casi no se ven carteles de los candidatos, casi no hay manifestaciones políticas en las calles, y, como parte de una estrategia para enfriar aún más esta gélida campaña, Lula, en su calidad de candidato a la reelección, no participa en debates en televisión y reduce lo máximo posible el contacto con la prensa.

Dicen los analistas políticos que las campañas desapasionadas son un índice de madurez democrática, que climas de ilusión desmedida o de miedo con los posibles cambios políticos muestran una sociedad dividida, y que son peligrosos para la convivencia. Que incluso un cierto nivel de abstención es saludable, y la participación masiva de los electores, al contrario, debe ser vista con preocupación. Aquí no existe exactamente ese problema porque el voto es obligatorio, un penoso deber que la mayoría va a cumplir sin convicción. Simplemente, este año tal vez aumente de modo significativo el voto nulo.

Según las últimas encuestas, Lula vencería con facilidad en la primera vuelta. En estos momentos está con el 48 % de intención de voto. La campaña desatada por la oposición y sus agentes en la prensa brasileña intentando asimilar el nombre de Lula y del PT a la corrupción, con motes como “nunca hubo en Brasil un período de tamaña degeneración moral, etcétera”, parece no haber funcionado tan bien como esperaban sus creadores. Dicen los “opinadores”, que se autodenominan “opinión pública”, que eso se debe a las políticas populistas del gobierno, que compra las voluntades de los más pobres con limosnas repartidas masivamente, sobre todo en el Nordeste del país, donde Lula consigue sus mejores resultados. La verdad es que el “Bolsa-Família” es el mayor programa de transferencia de renta ya implementado en este país (y posiblemente en cualquier otro), y que, sin resolver el problema de la pobreza, salva del hambre a muchas familias e inyecta algún capital en lugares económicamente paralizados y abandonados por el Estado desde hace mucho tiempo. Es una vergüenza ver o leer “reportajes de investigación” descubriendo que algunos beneficiarios del programa no son suficientemente pobres para recibir el beneficio, y mostrando eso como un caso más de corrupción.

En lo económico, el gobierno Lula consigue mantener un extraño equilibrio. Con metas de superávit primario y control de la inflación satisface al Mercado, al mismo tiempo que ha parado la onda privatizadora iniciada por el anterior gobierno y mantiene un diálogo constante con los principales movimientos sociales. Si los escándalos de corrupción no parecen afectarle es, me imagino, porque está suficientemente claro que ninguno de los actores políticos actuales tiene legitimidad para acusarlo. Cuando un tercio del congreso está siendo investigado por crímenes económicos, con casi todos los partidos políticos implicados, el argumento de que la corrupción es sistémica, que Lula repite cuando se le pregunta sobre el tema, debe resultar suficiente para los electores. En ese sentido, si todo el mundo tiene claro que los casos de corrupción desvendados no son nuevos, la novedad consiste en el simple hecho de que estén siendo investigados. Una lectura optimista diría que eso demuestra la independencia con que actúan en este gobierno la Policía Federal y las autoridades judiciales. Otra lectura más pesimista (habrá quien diga que más realista) sería que, simplemente, este gobierno, por su debilidad en el congreso, no ha tenido capacidad para ahogar las denuncias que iban surgiendo, como hacían los anteriores.

En cualquier caso, parece que la imagen de Lula se mantiene intocable, mientras que la auténtica víctima de toda esa situación es el Partido dos Trabalhadores, el único partido brasileño que podía ser llamado por tal nombre, con militancia organizada y actuante, ideología definida y esas cosas que se supone que deben tener los partidos políticos. Por increíble que parezca, la principal estrategia de Lula para esta campaña consiste en enumerar los logros del gobierno evitando toda referencia al partido que él mismo fundó. Se acabaron las mareas rojas y las estrellas, la nueva propaganda lulista es verde y azul. Para que continúe el vuelo de la presidencia, no ha dudado en soltar el lastre del PT, cuyo logotipo aparece sólo en letras diminutas, como las cláusulas polémicas de los contratos. Las malas compañías del primer mandato, todos esos partidos de ocasión que están siempre a la sombra de los gobiernos, sean del color que sean, son ahora compañeras de campaña. Según la implacable lógica del presidente, dada la fragmentación política que caracteriza el congreso, es imposible conseguir una mayoría que permita gobernar sin pactar, y sólo se puede pactar con eso que está ahí. En Rio de Janeiro, por ejemplo, Lula participó en un acto de campaña de un nuevo partido “evangélico”, el PRB (¿Partido Reformista Brasileiro?), de la mano del ex-obispo Crivella, candidato a gobernador por estos pagos, y por lo visto citó ocho veces el nombre de dios en tan sólo dieciocho minutos, para delirio de la audiencia congregada.

El segundo candidato mejor colocado en las encuestas, con el 27 % de intención de voto, es el ex-gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, del PSDB. Tras enfrentar un proceso difícil en su propio partido para imponerse como candidato, este político conservador con pinta de seminarista y relaciones poco claras con el Opus Dei no ha conseguido calentar la campaña. Sus propuestas se reducen a un “choque de gestión” para acabar con los problemas del país, sólo que el gestor experto que dice ser no es capaz de explicar el alcance de su responsabilidad en la situación carcelaria y en los ataques violentos del PCC, que nació y creció durante su mandato en São Paulo. Por si fuera poco, su partido tampoco ayuda. Hace unos días el ex-presidente Fernando Henrique Cardoso hizo pública una carta en la que criticaba la campaña de su colega, que evita identificarse con los ocho años de gobierno federal pesedebista, y animaba a los miembros de su partido a no avergonzarse de la política de privatizaciones que marcó su mandato, al mismo tiempo que proponía para Brasil un “choque de capitalismo” (!).

Durante la precampaña, Alckmin justificaba su desventaja en las encuestas por el hecho de ser poco conocido fuera de São Paulo y decía que eso cambiaría con el horario electoral gratuito en televisión. No contaba, claro, con que al volverse más conocido en el país también aumentara considerablemente el nivel de rechazo entre los electores. Y de nada sirve que todo el material propagandístico de su campaña insista en llamarlo sólo por el nombre propio, “o Geraldo”. Esas confianzas con el elector no se construyen en un día.
La sorpresa de esta campaña sin sorpresas es la tercera colocada, con el 9% de intención de voto. La hasta ahora senadora Heloísa Helena saltó a la fama mediática cuando, dentro del PT, se opuso a la llamada “Reforma da Previdencia” (la Seguridad Social de aquí) y votó contra su propio grupo parlamentario. Eso provocó su expulsión del partido y la llevó a fundar una nueva leyenda, el PSOL (Partido Socialismo e Liberdade), que está atrayendo un número cada vez mayor de descontentos del PT.

No se le puede negar a HH un estilo característico. Vestida siempre de pantalones vaqueros y camisa blanca, cola de caballo y gafas finas, con pinta de monja de la teología de la liberación, su discurso encendido atrae el voto descontento, de protesta, ante el descalabro ético del partido que defendía un país decente. Y poco más. Lo de la apariencia de monja no es maldad mía. Ella, que se opone al aborto por motivos “espirituales”, dice ser muy religiosa, de adscripción evangélica, al mismo tiempo que se declara marxista. En realidad, Heloísa Helena representa una izquierda vociferante, de vocación opositora y sin ideas claras. Que sabe que sus propuestas no son posibles en el actual marco político, que tampoco sabe cómo hacer para transformar la situación, y que no reconoce ni una cosa ni la otra. En pocos meses ya se produjo una quiebra en la alianza de (sólo) dos partidos que sustenta su candidatura, que no se ponen de acuerdo sobre el programa de gobierno. En una reciente entrevista ella reconocía que el programa electoral no tenía por qué coincidir exactamente con el programa de gobierno, sobre todo cuando se trata de cuestiones económicas serias, como el pago de la deuda pública o las estrategias para controlar la inflación. “O Geraldo” evita la confrontación con ella, esperando que le siga robando votos a Lula y le ayude así indirectamente a llegar al segundo turno.

Si digo que Cristovam Buarque, el cuarto candidato en disputa, con el 1% de intención de voto, parece un cura, van a pensar que padezco una extraña manía persecutoria causada por el trauma de haber estudiado durante mis primeros años escolares en un colegio religioso. Puede ser. La verdad es que Cristovam fue una de las primeras decepciones del gobierno Lula, donde asumió el Ministerio de Educación y fue cesado por teléfono tras una gestión de tonos grises. Ex-rector de la Universidad de Brasilia y ex-gobernador del Distrito Federal, es quizá un buen ejemplo de intelectual interesante y político mediocre. Desengañado con el PT, emigró para el PDT (Partido Democrático Trabalhista), desde donde lanzó su candidatura, aunque sin mucha convicción, a la presidencia de la República. A pesar de ser el único candidato que deja el nombre de dios en paz, dice que la suya es una “cruzada” (¡vaya por dios!) por la educación. Últimamente ya está pidiendo el voto hasta para Alckmin, argumentando que es importante que Lula no gane en la primera vuelta. Resulta difícil no ver en todo eso un poco de despecho y algunas ganas de venganza.

El hecho de que se elijan diputados federales, senadores, diputados estaduales y gobernadores al mismo tiempo que el Presidente hace esta campaña aún más interesante y aumenta considerablemente el número de perplejidades. Si, como dicen, la política hace extraños compañeros de cama, el panorama político brasileño presenta características orgiásticas, de todos con todos (o, lo que es lo mismo, todos contra todos). Como veis, no es fácil seguirle el hilo a los vaivenes políticos en este país. ¡Ya me estoy preparando para enfrentar el desafío de intentar explicar(me) la situación post-electoral!

Xoán Carlos Lagares | 21 de septiembre de 2006

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