Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
por Xoán Carlos Lagares
Quizá más tarde llueva. Este calor húmedo, pegajoso, bien que podría dar paso a una lluvia torrencial al final del día. Fue así durante casi una semana, pero ahora llevamos ya algunos días sin lluvia y esta sensación de ahogo no nos da descanso. El aire está denso y parece llegar con dificultad a los pulmones. Dicen que este es el verano más caluroso de los últimos setenta años. Yo nunca había pasado tanto calor en Río, ni por tanto tiempo.
En casa teníamos un aparato de aire acondicionado en la sala-escritorio, pero lo quitamos por falta de uso. Aquí, frente a la Floresta da Tijuca, donde vivo, bajo el sobaco (derecho) de Cristo, la temperatura en verano suele ser más agradable que en otros lugares de la ciudad, así que casi no lo usábamos. Además prefiero los ventiladores de techo. Simple opción estética. Las sombras de las aspas del ventilador cortan la luz cenital, como fotogramas de una película en blanco y negro, creando un clima misterioso de novela policíaca, una camisa clara mojada y llena de arrugas, el rostro sudoroso de un detective en Nueva Orleáns, Rick Blaine en Casablanca… Empezamos a sudar en claroscuro y a partir de ahí cualquier cosa puede suceder.
Mi ordenador echa fuego, mi cerebro hierve. Un ventilador auxiliar en el suelo, a mi lado, me enfría un poco el costado. Estoy en calzoncillos y pretendo escribir para LdN sobre el verano y el “choque de orden” en Río de Janeiro. Febrero de 2010. No tengo mucho tiempo, pienso salir dentro de poco a pular carnaval o a beber unas cervezas estupidamente geladas, o las dos cosas al mismo tiempo, aunque tal vez decida quedar sentado en algún bar, porque con este calor no tengo el ánimo muy saltarín. El carnaval no me entusiasma. Soy un tipo más bien poco entusiasmado, en general….
Pero yo quería hablar del dichoso “choque de orden”. El alcalde de Río empezó su mandato con dos propósitos fundamentales, iniciar un “choque de gestión”, que optimizase los recursos públicos para ofrecer mejores servicios a la ciudadanía, e implantar un “choque de orden”, que acabase con la bandalha, el quilombo y el caos que impera entre los cariocas en su relación con la ciudad: los coches aparcados encima de las aceras, el suelo lleno de envoltorios de helados, colillas, botellas, papeles, cajetillas de tabaco; la absoluta falta de respeto a las normas de tráfico. Como canta Adriana Calcanhoto, carioca não gosta de sinal fechado (a los cariocas no les gustan los semáforos cerrados).
Y ahora que el mundo entero nos mira, que nuestro presidente es un estadista global y que Río, la postal turística de Brasil, va a ser sede de un Mundial de fútbol y de unas Olimpiadas, no podemos fazer feio. Nos sentimos observados, y quizá sea por eso por lo que andamos con el paso cambiado, tropezando en lugares que conocemos de memoria, calculando el alcance de nuestras zancadas, como quien ha perdido la naturalidad intentando reproducir movimientos que no son suyos.
Espero que más tarde llueva, pero no mucho. La última vez que llovió, con rayos y truenos durante más o menos una hora, el agua entró por las rendijas de las ventanas de madera. Regueros de agua, como pequeñas cataratas, se deslizaban entre las persianas venecianas, y tuvimos que acudir a nuestras reservas de toallas viejas para impedir que todo se inundase. Aunque estaría bien que lloviese un poco, para refrescar el ambiente. Ahora mismo debería estar en la playa, y no aquí frente a este ordenador caliente, que también sufre, el pobre.
La playa es precisamente el objetivo preferente del “choque de orden” de la alcaldía. Mi pedazo de playa habitual está entre el puesto 8 y el 7, en Ipanema. Los números corresponden a los puestos de salvamento, situados a cada kilómetro, o algo así, con baños públicos. La arena de Ipanema se divide en parcelas para las más diversas tribus. Entre el 9 y el 8 es la zona gay, frente a la calle Farme de Amoedo, que marca su territorio con una bandera multicolor. Frente al puesto 9 era un área petista, pero ahora no sé, porque la cosa está medio confusa. De todas formas, allí aún se reúne una peña más intelectual y politizada. Antiguamente había una vieja bandera del PT, izada cada día por un uruguayo que tenía un tenderete en el que hacía un churrasco espectacular. Más allá del puesto 9 están los deportistas, surfistas, el personal del voleibol, halterofilistas y otras especies con las que tengo en general poca o ninguna intimidad.
Las cosas en la playa funcionan más o menos así. Se puede llegar con toalla (en realidad con toalla de verdad sólo llegan los guiris, los cariocas van con canga, un paño leve de tejido fino para echarse en la arena, que para secarse ya está el sol), se puede llevar silla plegable, sombrilla, tumbona, los flotadores de los niños, la piscina del bebé, la nevera plástica con las bebidas, en fin, se puede ir como a cualquier otra playa del mundo en verano. Pero también es posible llegar con las manos vacías. Porque la playa es un enorme mercado al aire libre.
Allí encuentras todo lo que buscas y lo que ni siquiera imaginas. A cada pocos metros hay tenderetes que alquilan sillas y sombrillas, que venden bebidas, que incluso ofrecen (algunos) una ducha para sacarse el salitre de encima antes de volver a casa. La playa es recorrida constantemente por vendedores ambulantes ofreciendo gafas de sol, bañadores, cangas, sombreros, protector solar, hamacas, camisas, vestidos y, por lo menos hasta ahora, también comidas diversas: sándwiches, empadas, pinchos de gambas, helados, ostras, queso asado (queijo coalho), ensaladas de frutas…
Me quejo del calor, y eso que estoy sentado golpeando teclas, pero trabajar de verdad, ese castigo bíblico, es cargar enormes neveras de poliespán llenas de hielo y bebidas por la arena seca de Ipanema. Yo no sufro como un ambulante, pero aún así voy a tener que instalar un aire acondicionado en la sala, aunque me fastidie, aunque me reseque la nariz y me dé alergia, porque con este calor el cerebro late dentro del cráneo y no se puede pensar y todo parece indistinto y confuso. Debería estar en la playa. Si al menos lloviera…
Decía que la playa es un hervidero de gente y experiencias, que es el único lugar de Río donde la convivencia entre_ favelados_ y habitantes del asfalto, extranjeros y cariocas da gema, niños y ancianos, negros y blancos, se da de forma natural y tranquila. Aunque es el lugar de trabajo de muchos, no hay ningún impedimento para que cualquiera disfrute de la playa como más le guste. Pues bien, Copacabana e Ipanema son los objetivos prioritarios del “choque de orden”. Empezaron haciendo un registro de los tenderetes, que luego fueron estandarizados. Por imperativo legal, las sombrillas ahora son todas amarillas. Después decidieron prohibir la venta de alimentos no industrializados. Adiós queijo coalho, adiós empada praiana, adiós churrasco uruguayo…
Es verdad que comer ostras o gambas a pleno sol es una actividad de riesgo, pero cada uno se la juega como quiere y tampoco es cuestión de llevar la pasión por los productos industrializados demasiado lejos. Además, no suele dar resultado. Nunca falta un vendedor de queijo coalho gritando como en sordina, para anunciar con sarcasmo su producto: “_o proibidão, está aqui o proibidão_…!” Cuando las autoridades prohibieron la venta de mate frío casero (mate-galão) en la playa, una antiquísima tradición carioca, la reacción indignada fue tanta que tuvieron que retractarse poco después, y al día siguiente se podía oír a los vendedores por la playa gritando “_o liberadão, voltou o liberadão_…!”.
Y es que cuando a las autoridades brasileñas se les da por ponerse rigurosas, nada se salva. También quisieron prohibir el consumo de agua de coco en la arena de la playa, aunque al final triunfaron sobre los burócratas normativistas el sentido común, la tradición, la salud y la naturaleza…
El otro día vi a unos agentes del “choque de orden” llevándose impunemente las bicicletas de unos vendedores de hielo ‘ilegales’. La línea que separa lo que algunos llaman “orden” de aquello que representa una injusticia es realmente tenue, y las autoridades brasileñas parecen complacerse en cruzarla.
Ya se me ha hecho de noche. Y no, parece que no va a llover.
2010-02-19 13:40
Gracias por estas crónicas. Amo Brasil aunque llevo mucho tiempo lejos, y estos textos tan cercanos me ponen la piel de gallina.
2010-02-22 00:08
fui varias veces a Rio , de adolescente, ya lo volveremos a descubrir