Útiles en Movimiento es una conversación ininterrumpida. Una entrevista mensual a distintas experiencias que puede ayudarnos a entender y avanzar en eso que se llama “Movimiento 15M”. Un intento para entresacar experiencia concretas, planteamientos novedosos, preguntas inquietantes y respuestas alocadas. Intentaremos ser amenos y comprensibles.
Desde el 15 de Mayo ha habido un uso expansivo de las redes para convocar concentraciones relámpago, movilizaciones en menos de 24 horas y acciones parecidas.
El pasado mes de Julio, los funcionarios empezaron a cortar calles en Madrid convocándose en movilizaciones relámpago; algunas de esas concentraciones empezaron a asediar la sede del Partido Popular. El 13 de Julio, unos días después de la gran marcha minera sobre Madrid se movió una convocatoria de este tipo para ir en manifestación desde la sede del Partido Popular a la del PSOE y de ahí al congreso. La marcha duró horas y fue un éxito que iba incorporando más y más gente.
El Pasado 25 de Enero, tras desatarse el caso de la corrupción de Bárcenas en el PP, las redes volvieron a mover una convocatoria similar. Sin embargo, esta convocatoria no tuvo tanto éxito como las anteriores. ¿Qué ha pasado esta vez?
La primera pregunta es: ¿por qué es importante pensar en esto? Porque quizás puede dar pistas sobre una transformación en las formas de movilización de la gente, una mutación que puede ser interesante pensar. Porque no hacerse la pregunta puede hacer que se produzcan efectos similares en el futuro.
El problema es que, realmente, es muy difícil saber objetivamente los motivos por los que una convocatoria de este tipo triunfa o no. Quizás ese sea un buen punto de partida. En las redes todo se vuelve mucho más intangible. No es tan fácil relacionar la velocidad con la que se replica un mensaje con el efecto que el mensaje produce. Es posible que el 24 y el 25 de Noviembre la indignación por la corrupción circulara mucho, pero quizás eso no produzco una afectación suficiente para movilizar a la gente a la calle, como sí lo hizo el 13 de Marzo. El salto, entonces, no está exactamente en las redes, sino en lo que circula por ellas y lo que se propone.
Estuve en la concentración y observé (en mí mismo y a mi alrededor) una motivación doble. O bien, de expectativa frustrada, o bien, de gente que estaba allí convocada, más a partir de lo que podría pasar que realmente afectada por lo sucedido. Es decir, la movilización la percibíamos como una palanca para otra cosa. En el mes de Julio las movilizaciones estaban atravesadas por una rabia que venía de un recorte de derechos, pero la corrupción no es más que la visibilización de algo que ya sabemos. Nos conmueve, quizás, menos que otros asuntos porque ya sabemos que la corrupción es la forma de funcionamiento de la democracia.
Una amiga me decía “aquí solo estamos activistas y personas mayores. Para los de menos de 35 la corrupción no es ninguna sorpresa. La hemos visto en cada gobierno que ha habido”.
Esa idea de la movilización que se percibe como instrumental, como un intento de una parte por llevar “más lejos” la indignación se percibe quizás con una distancia, como una manipulación de algún tipo. Y la gente no va.
Otro motivo que me comentó otra amiga me parece también muy interesante. Decía que es posible que la gente hiciera un cálculo muy “en primera persona” sobre si ir o no a la movilización: “¿De qué me sirve a mi ir ahí?” “¿Va a caer el gobierno?” “Intuyo que no” “¿Voy a sentirme mejor?” “Probablemente tampoco. Lo más seguro es que vaya a volver más triste de lo que salí” Así que no voy. Ese cálculo, que es incomprensible para el activismo, que piensa en términos de “deber ser” y de “estrategia”, es clave en este caso.
Otro motivo puede ser una prudencia extrema ante la manipulación. Una movilización anónima en un momento de crisis de un partido en concreto podría estar orquestada por otro partido. No quiero que me manipulen, porque mis niveles de confianza son menores que hace un año o dos y me protejo. En ese cálculo es posible que entre también una dimensión puramente económica. El riesgo de una multa de 300 euros por desobedecer una linea (lanzado por algunos medios de comunicación un par de horas antes de la movilización) genera un cálculo de nuevo tipo en un contexto de máxima precariedad. No es que no te la quieras jugar, es que te la juegas si hay garantías de éxito.
Por último, cuando hablamos de corrupción en público a partir de uno de esos escándalos, hablamos de la visibilización total de que algo no funciona a un nivel muy básico. No es un problema laboral. No es un problema de recorte. No hay una dialéctica clara, sino más bien una disolución (algo que aparece como sólido, aunque yo sepa que está podrido, se visibiliza como podrido). Esa podredumbre solo se resuelve con un cambio profundo de reglas. La ausencia de esa posibilidad de cambio se percibe como un vacío. ¿Y si una movilización que busca profundizar ese vector de la crisis de representación produce cierto miedo? ¿Y si el vacío y la dispersión que produce el contexto demanda de propuestas y movilizaciones que llenen la angustia con una determinada noción de esperanza?
La Esperanza es algo muy volátil, que puede vender cualquiera: desde Obama a UpyD. La Esperanza es, en este caso, la ilusión de un orden. Quizás la pregunta no es ya (o no sólo) cómo tumbar lo existente, sino qué construir en las ruinas. Recordando, además, que las ruinas somos nosotros y nosotras.