Libro de notas

Edición LdN
Historias ocultas por Max Vergara Poeti

Nuestro mundo está lleno de paranoias colectivas, derivadas de los problemas de la información, cómo se obtiene y cómo se interpreta. El propósito de “Historias ocultas”, publicada cada día 4 del mes, no es promover la paranoia colectiva: ya hay suficiente alrededor de todos. Lo que busca con sus entregas es divertir, despertar conciencias y, sobre todo, en un mundo lleno de conspiraciones descabelladas y mentiras, presentar puntos de vista con el fin de siempre alentar en el lector la investigación equilibrada y objetiva.

El Proyecto Filadelfia

Hoy, 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos; Filadelfia, ciudad donde se firmó la declaración de independencia.

Supe del Proyecto Filadelfia, o como también se le conoce, “Proyecto Invisibilidad”, por pura coincidencia. Una coincidencia que me impulsó a escarbar en la que llamo “historia oculta”. Por ello, la historia del Proyecto Filadelfia es también la historia de una epifanía. La historia que aquí contaré comenzó dentro de una carpeta de papeles de un proyecto de guión cinematográfico inconcluso. Una carpeta que llega a mis manos por mi trabajo en la Warner Bros. Pictures, que llevaba unos veinte años archivada. Era proyecto porque si bien la idea había sido adquirida por Warner, no había pasado la etapa de investigación o documentación, y así, era un proyecto, pero muerto. De modo que tenía la tarea de echar un vistazo a los papeles (y cualquiera puede imaginarse los protocolos de seguridad que existen para acceder a estos documentos) y determinar si servía o no para cualquier cosa. Los archivos de Warner, como ocurre con las grandes casas del cine, están llenos de guiones e ideas que, diez, veinte años atrás, fueron adquiridas por miles y hasta millones de dólares, pero que jamás se han hecho. Y como director de proyectos, de vez en cuando es bueno repasar los archivos y ver si, a estas alturas, hay allí, entre miles, alguno que hoy pueda ser realizable.

Tuve la carpeta en mi casa de Malibu por varios días, y por alguna razón la metí en mi maleta y decidí llevarla a Nueva York. Y fue estando allí que, entre las fotocopias e imágenes que parecían disparates, encontré una referencia al Proyecto Filadelfia: una primera búsqueda en Google del tema fue espeluznante. Al parecer, había existido. Otros decían que se trataba de una fantasía. La carpeta contenía suficiente información para opacar a los “Archivos X”, con muchos folios de documentos desclasificados de los Archivos Nacionales de Estados Unidos. Sin duda comprendí por qué algo así jamás se había hecho en Hollywood: había indudablemente temas que comprometían la seguridad nacional, y la industria del cine tiene sus límites, no siendo tan liberal como la describen. Hablé con un par de contactos en Manhattan, fuentes gubernamentales serias, que descartaron que se tratase de una invención: había algo de cierto en todo, por más ficticio que pareciese. Así que, sin poder dedicarme completamente a averiguar más sobre las historias de la carpeta, me olvidé del asunto y, al cabo de una larga semana de reuniones de trabajo, fui a casa de mi familia, en Long Island, a pasar el fin de semana.

Si algo atrae en cualquier época el turismo al condado de Suffolk, esa especie de tenedor que comprende el extremo meridional de Long Island, es el Parque Estatal de Montauk, en la punta, y particularmente el faro que allí se levanta. De modo que, por razones de puro divertimento, decidí ir una tarde con mi hermana a caminar por el faro. Desde East Hampton, la carretera a Montauk comienza a alejarse de la civilización lentamente, a medida que se interna por un bosque espeso que, en invierno, es lúgubre como de esqueletos empalados, mientras que en verano, es tan espeso que se llena de sombras. Iba en el coche cuando de repente, por primera vez, apareció ante mí una enorme antena decrépita, dominando el bosque. No comprendía cómo había pasado muchas veces por allí y no la había visto. No dejé de verla hasta que la perdí de vista. Y tampoco había en el mapa local que guardaba en el coche alguna referencia a una base militar. Después de aquélla visión decidí investigar sobre la antena.

Al día siguiente supe que, hasta fines de la década de 1960, la Fuerza Aérea había mantenido allí una base militar que, conocida como “Camp Hero”, había sido construida para cuidar las costas de Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial. La antena que había visto era la de un radar AN/FPS-35, muy usado entre 1960 y 1970, fecha aproximada en que la base fue desmantelada. Y luego, entre más búsquedas y lecturas, me topé con una historia que, contando con todos los elementos de un mito urbano, llamó aún más mi atención. Esta historia mantiene que, una vez se desmanteló oficialmente Camp Hero en 1969, la Fuerza Aérea decidió mantenerla activa hasta 1979, con el fin de llevar a cabo en ella experimentos, no biológicos o de tecnología supersónica, sino de viajes en el tiempo. Lo que indudablemente fue en ese momento demasiado para mí.

Una inspección in situ a Camp Hero, el fin de semana siguiente, despertó todavía más mi curiosidad. Se trata de una base rodeada de árboles, casi abandonada, con túneles y pasadizos subterráneos inundados adrede, y cientos de puertas clausuradas. A veces comenzaba a descender por una escalera y, de repente, dejaba de existir; los rieles hundiéndose terroríficamente en el piso de concreto. Sin embargo, no había nada más que fuese sospechoso. ¿Por qué la Fuerza Aérea había hecho eso? ¿Cuál era el propósito de inundar los niveles subterráneos de los edificios, o en casos más radicales, llenar los pasillos con concreto? Y más aún, ¿a qué coste aquello se había hecho? Era evidente que algo se había ocultado. No ocurría lo mismo con las baterías y cañones que permanecían apuntando hacia el mar, cañones que asoman hoy en el acantilado y que solo pueden apreciarse muy bien desde el mar. Y no fue mucho después que Camp Hero se convirtió en un eslabón más del misterioso Proyecto Filadelfia, que más parece sacado de la ciencia ficción pero tiene una sólida base de realidad, y miles de inconsistencias que, como es de esperarse en toda teoría conspirativa, la hacen aún más fascinante.

El Experimento
El Proyecto Filadelfia tenía como propósito probar los efectos de un campo magnético fuerte y sus efectos sobre un aparato de radar en mar o en tierra, causando su desaparición. Esto debía lograrse mediante generadores o baterías magnéticas (desmagnetizadores). Generadores de pulso y sin pulso serían empleados para crear un inmenso campo magnético alrededor de un barco, de tal forma que éste, cubierto bajo ese poderoso manto magnético, desaparecería de vista sin moverse de su lugar.

El USS Eldridge, DE-173
La historia del Proyecto Filadelfia comienza con el destructor clase C Eldridge, entregado en New Jersey el 22 de febrero de 1943, y comisionado el 27 de agosto de 1943, en Nueva York, donde se le encomendó al Teniente Charles R. Hamilton. El destructor llevaría el nombre del Comandante John Eldrige Jr., héroe de la campaña de las islas Salomón en la Segunda Guerra Mundial. Según la ficha oficial, el Eldrige era un barco de 1,260 toneladas, 91 metros de longitud, 4 motores diesel y podía alcanzar los 39kms en su velocidad máxima. Además, estaba hecho para una tripulación permanente de 216 marinos.

La historia que involucra al USS Eldrige es esta: en octubre de 1943, la por entonces Oficina de Investigación Naval condujo un experimento ultra secreto que buscaba desafiar las leyes físicas y encontrar un modo de “camuflaje electrónico”. Cabe aquí anotar que, para entonces, la Alemania Nazi ya había inventado la película de invisibilidad, que Estados Unidos robó tras su victoria en la guerra y que hoy, en versiones mucho más sofisticadas, utilizan sus aviones y satélites espía. Numerosos documentos ya desclasificados que reposan en los archivos nacionales tanto de Estados Unidos como de Alemania dan cuenta de ello. Entonces, siguiendo con la historia, el experimento se llevó a cabo en el muelle de la Armada en Filadelfia, el Navy Yard. Sobre si el proyecto buscaba simplemente lograr que el Eldridge se hiciera invisible para los radares o si buscaba lograr la invisibilidad de los vampiros, nunca se sabrá, y las más diversas versiones abundan. Sin embargo, en lo que hay consenso es en esto: en vez de hacer tamaño experimento en un laboratorio, la Armada utilizó un puerto, a la luz del día, para sus pruebas.

Bajo la guía de Albert Einstein y Nicolás Tesla, la Oficina de Investigación Naval cargó el Eldridge con varias toneladas de equipo electrónico, y a la hora acordada, se encendieron unos generadores que envolvieron el Eldridge en una resonancia magnética que creó un campo electrónico muy poderoso. Al crecer dicho campo en intensidad, apareció una niebla verde que, en cuestión de segundos, se tragó al barco y su tripulación, dejando en su lugar un aroma a “aire quemado”. La parte extraordinaria de la historia comienza segundos después, cuando el Eldrige aparece a más de 400 kilómetros al sur de Filadelfia, en el puerto de Norfolk, Virginia. Si la Armada buscaba la invisibilidad, habían logrado, pues, la tele trasportación de las cosas. Según los relatos, cuando el barco de nuevo apareció en Filadelfia, la materia en algunas partes había cambiado, y gran parte de la tripulación, puesta allí de cobaya, se había fundido al metal del destructor: del piso emergía, como si estuviera soldada a él, una mano, una cabeza, un brazo. Un cuerpo parecía introducirse en una pared y su cabeza perfectamente asomaba del otro lado. Sin duda, el experimento había demostrado las imposibilidades de la materia que, aún hoy, la mayoría de físicos debate, en cuanto a la tele trasportación y los viajes en el tiempo.

En esta historia hay varios elementos que generan cuestionamientos, y en los cuales se ampara el gobierno estadounidense, desde hace cincuenta años, para negar el experimento. Afirma la versión oficial y los contradictores que el USS Eldridge no pudo haberse evaporado repentinamente y luego reaparecer sin daños notables; que no hay testigos; que no hay registros oficiales que ponen al destructor en el puerto de Filadelfia en 1943, o durante la presunta fecha del experimento; y uno de los ataques principales, que la Oficina de Investigación Naval no existía por entonces, ya que fue creada tres años después, en 1946.

Las pruebas en contra de la negación oficial
De acuerdo a los registros oficiales, el USS Eldridge sirvió en el océano Atlántico desde su comisión, el 27 de agosto de 1943, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue sacado del servicio el 17 de junio de 1946, permaneciendo así en la reserva naval hasta 1951, cuando fue vendido al gobierno griego bajo el Programa de Asistencia Mutua de Defensa. En Grecia, el Eldridge se convirtió en el destructor “Leon”.

Una de las pruebas más controversiales, antes de seguir a los registros, está en el supuesto testigo del experimento, un marino llamado Carlos Miguel Allende, quien afirmó hasta su muerte haber visto de primera mano el experimento desde la cubierta del SS Andrew Furuseth, un barco mercante que se encontraba en el puerto. Quizá las dudas en torno a Allende comienzan cuando éste contacta a un reconocido físico, Morris K. Jessup, quien había escrito un libro en el cual defendía la vida extraterrestre, titulado “The Case for the UFOs”. Con una correspondencia interrumpida, misteriosa y sesgada, Jessup recibe información incompleta en postales de Allende durante dos años, todas enviadas de ciudades distintas de Estados Unidos. Finalmente, cuando el libro de Jessup se publica, en el cual el científico investiga la tecnología de los antiguos y su relación con habitantes de otros planetas, la Armada recibe una copia del libro de Jessup con múltiples anotaciones en sus márgenes sobre tecnología avanzada ultra secreta. La Armada llamó a Jessup (autor del libro que tiene en su poder) a inspeccionarlo, y Jessup determinó que el libro lo pudo haber enviado el misterioso Allende. Tras estudiar las anotaciones, la Armada de inmediato ordenó que se hicieran 127 copias numeradas, encargo que le hizo a la contratista militar Varo Manufacturing Company a las afueras de Dallas, en Texas. De ahí que dicha edición de “The Case for the UFO’s” se conozca como la escasa “edición Varo”. Algún valor tenía para el Ejército aquel libro anotado, al punto que Jessup fue llamado y las copias Varo fueron repartidas en la comunidad militar científica del Pentágono. Allende detalló el proyecto Filadelfia, y señaló los orígenes del experimento en la Teoría del Campo Unificado de Einstein y una de las joyas mejor guardadas de la física, conocida como la “Teoría Descartada”. Se sabe hoy que la Alemania Nazi trabajó en la teoría descartada durante mucho tiempo, en los campos de la anti gravitación y los viajes en el espacio (los llamados “foo fighters”, reportados durante la Segunda Guerra Mundial por los pilotos aliados que volaban sobre Europa, esas esferas plateadas que daban vueltas alrededor de los aviones de combate en marcha, es una prueba de los adelantos tecnológicos de la Alemania Nazi, tecnologías que los aliados robaron como botín de guerra y se usan, hoy, en numerosos y espeluznantes experimentos científicos y armas ultra secretas).

Muchas cartas de Allende aparecieron posteriormente en donde el testigo se contradecía; surgieron otros testigos que afirmaban haber conocido a Allende, aquel majareta, pero ninguno jamás pudo reconocerlo entre un montón de fotografías. Algunas cartas posteriores pudieron haber sido falsas, o simplemente ya contactado por la censura oficial, Allende fue obligado a retractarse, de modo que quedara públicamente como un demente al contradecirse. Nunca se sabrá. Lo cierto es que en las anotaciones hechas por Allende debieron tener cierta validez científica para que el comandante George W. Hoover, de la oficina de investigación de proyectos especiales de la Armada, y el capitán Sydney Sherby (ambos miembros del “Proyecto Vanguardia”, que fuera el primer intento de Estados Unidos de poner un satélite en órbita), quienes estaban con sus equipos estudiando las posibilidades de la anti gravitación, hubiesen ordenado que de aquel libro se hicieran copias oficiales.

Así es que Allende, una de las piezas centrales de la historia, es como en toda teoría conspirativa el personaje controvertido, al punto que hay quienes afirman, y pese a la existencia de la edición Varo hecha secretamente por el gobierno en su momento, que el testigo jamás existió.

Regresando a los registros de los barcos, la prueba principal de este caso, varios autores se dieron a la tarea de investigar la veracidad de la versión oficial, que es tajante al afirmar que se trata todo de una fabulación y que jamás los barcos, el Eldridge y el mercante Furuseth estuvieron cerca. Unos de ellos, Charles Berlitz y William Moore, comenzaron por verificar las afirmaciones repetidas siempre por la Armada. Los autores encontraron que la versión oficial, que se presenta tan impecable, era demasiado buena para decir la verdad. En su libro “The Philadelphia Experiment”, encontraron (y dan pruebas) que en efecto, Allende hacía parte de la tripulación del barco mercante SS Andrew Furuseth para el momento del experimento, y que ambos barcos estaban en el océano para la misma época. Allí anuncian:

“Si se puede demostrar que el Eldridge y el SS Furuseth estuvieron en el mismo lugar, incluso en una misma fecha en la que Carl M. Allen era un tripulante del Furuseth, entonces habría mucho de posibilidad en esta historia. De lo contrario, si no puede hallarse dicha coincidencia, entonces la historia de Allende estaría seriamente (y quizás fatalmente) comprometida.” (Traducción del autor, p. 107, “The Philadelphia Experiment”)

La verdadera historia del USS Eldridge comenzó así a develarse cuando los autores obtuvieron copias de las bitácoras del destructor y el barco mercante. Las conclusiones evidentes los llevaron a afirmar que no todo figuraba “como debía figurar” de acuerdo a la historia oficial:

“(1) los registros de la bitácora del Eldridge para la fecha de su comisión (27 de agosto de 1943) hasta el 1º de diciembre de 1943 «faltaban y por tanto no estaban disponibles» (como aparece en nota); y (2) los registros del Furuseth habían sido «destruidos por orden ejecutiva» y por ello no existían.” (Traducción del autor, p. 107-8, “The Philadelphia Experiment”)

Si los registros en las bitácoras de los dos barcos habían sido manipulados o destruidos por orden oficial, entonces claramente había un descarado encubrimiento, no solamente sobre el experimento que salió mal, sino que incluso, quizás, comprometía a la Casa Blanca y al Presidente Roosevelt. Fuera lo que sucedió en aquella época y que involucró a los dos barcos, se trató sin duda de un hecho extraordinario, que rebasa las barreras de las operaciones navales de guerra en su tiempo, ya que se necesitaba de una razón muy poderosa para que el mismo Presidente de Estados Unidos ordenase la destrucción de la bitácora del Furuseth con “orden ejecutiva”.

De acuerdo a la casa matriz a la cual estaba registrado el Furuseth, Matson Navigation Company, el buque mercante hizo dos viajes completos al Norte de África en aquel año, partiendo desde Nueva York hasta Norfolk, y luego marchando con los convoyes militares hasta los puertos de desembarco de tropas en Argelia y Marruecos. El segundo viaje, del cual hay registros, comenzó el 25 de octubre de 1943, desde Norfolk hasta el puerto de Orán, en Argelia. Y es en este punto donde la discrepancia con los registros oficiales se hace enorme:

“De acuerdo a la Armada, la historia oficial del Eldridge es que el destructor se hizo a la mar el 25 de julio de 1943 en Newark, Nueva Jersey, y fue comisionado el 27 de agosto de 1943 en el puerto naval de Nueva York. Su viaje de prueba comenzó a principios de septiembre, cerca de la isla de Bermuda, en las Antillas Británicas Occidentales, y terminó el 28 de diciembre. Estos mismos registros indican que su primer viaje en misión comenzó el 4 de febrero de 1944 y concluyó el 15 de febrero, con su llegada a la Bahía de Nueva York.” (Traducción del autor, p. 108, “The Philadelphia Experiment”)

De modo que, si uno acepta la historia oficial de estos dos barcos, nunca estuvieron ni si quiera 100 kilómetros cerca el uno del otro en 1943, y por ende, la validez de la historia de Allende, la edición de Varo y otros detalles del experimento jamás existieron (sus pruebas principales). Sin embargo, tal y como los autores citados lo afirmaron, la ausencia completa de páginas enteras de registros en la bitácora del Eldridge y la pérdida completa de la bitácora del Furuseth “arrojan serias dudas” sobre la versión oficial.

“La primera pieza faltante que encajó en el rompecabezas llegó inesperadamente al descubrir información clasificada sobre el Eldridge que invalidaba completamente la historia oficial. El documento en cuestión es un reporte sobre “Acciones contra submarinos de barcos en superficie” rendido por el comandante del Eldridge el 14 de diciembre de 1943, de acuerdo con las regulaciones de la flota, y relacionado con los hechos que tuvieron lugar el 20 de noviembre en el Atlántico Norte. De acuerdo a la historia oficial, el Eldridge dio su primer paseo cerca de la isla de Bermuda desde principios de septiembre hasta fines de diciembre de 1943, y su primer viaje oficial fue el 4 de enero de 1944. De acuerdo al reporte elaborado por el comandante del Eldridge, el Teniente C.R. Hamilton, el destructor lanzó siete cargas contra un submarino enemigo cuya aparición fue reportada poco después de la 1.30 PM del día 20 de noviembre de 1943, cuando el Eldridge se dirigía en rumbo oeste (hacia Estados Unidos) sirviendo de escolta al UGS 23, un convoy militar. La posición del Eldridge tal como figura en el reporte, era latitud 34° 03’ norte y longitud 08° 47’ oeste – una localización que pone al destructor apenas a 400 kilómetros de la costa de Casablanca, en el Norte de África, y a más de 5,000 kilómetros de la isla de Bermuda.” (Traducción del autor, p. 109, “The Philadelphia Experiment”)

En otras palabras, la historia oficial que intenta descartar el encuentro del Eldridge con el Furuseth, bajo la afirmación de que el destructor estaba en su viaje de prueba en la isla de Bermuda, mientras que el Furuseth con el único testigo estaban a cientos de kilómetros del lugar, tiene fisuras más grandes que aquella que hundió al Titanic.

Poco después, los autores citados encontraron nueva información que hacía picadillo la versión oficial sostenida por el gobierno estadounidense hasta el día de hoy: las copias de los registros del ingeniero del Eldridge, dando cuenta de las posiciones reales del destructor:

“Para las fechas en cuestión que habían sido sustraídas de la bitácora del destructor, surgió nueva documentación que demostraba que el Eldridge de hecho había partido del puerto de Brooklyn el 2 de noviembre para escoltar los navíos rezagados del convoy UGS 22, que había sido golpeado por un huracán de temporada que se movía desde el sur, eso a finales de octubre. Se trataba de información ciertamente valiosa, ya que el convoy mencionado no era otro que aquel en el que viajaba el SS Furuseth, que había zarpado de Norfolk-Lynhaven Roads (Virginia) el 25 de octubre. Y más significativo aún, que el Furuseth se desplazase en la cola del convoy, comprueba que sí tuvo contacto con el Eldridge DE-173, cuya misión era cuidar a los rezagados. Además, que el Eldridge reportara a Casablanca en su posición del 20 de noviembre indica que el destructor escoltó al Furuseth desde Estados Unidos hasta el Norte de África (hay que recordar que el convoy llegó allí el 12 de noviembre), y en su viaje de regreso escoltó al convoy UGS 23, viaje en el que detectó el submarino antes mencionado. De no haberse encontrado este reporte, que ha estado escondido por más de treinta y cuatro años, nada de esto hoy se supiera.” (Traducción del autor, p. 107, “The Philadelphia Experiment”)

¿Así que qué es lo que hay? Las páginas de la bitácora del Eldridge que nos dirían algo están perdidas, la bitácora completa del SS Furuseth, un barco mercante, fue destruida por orden presidencial, y dos reportes –uno de acción y otro del ingeniero del destructor– ponen a los barcos dos veces en el mismo lugar, en el mismo año y por la época en la que se llevó a cabo el experimento. Lo que arroja una pregunta: ¿si las pruebas documentales contenidas en los reportes contradicen la versión oficial que parte de negar que ambos barcos se cruzaron si quiera en algún momento, acaso no existirán otras pruebas? Y sin embargo están los argumentos en contra, igual de válidos, comenzando por el que afirma que es imposible creer que la Armada estadounidense hubiera realizado un experimento ultra secreto a plena luz del día, y con miles de testigos alrededor… Si uno lo mira teniendo en cuenta los protocolos de seguridad militar, con esta sola prueba descartaría la existencia del Proyecto Filadelfia. Pero más allá, hay que recordar que la Armada no buscaba cargar magnéticamente el campo de un destructor para teletransportarlo, sino que buscaba simplemente “hacerlo invisible” sin que el barco se moviera.

Sin embargo, hay más interrogantes en este caso:

“[…] Allende parece que indicó explícitamente que los experimentos acontecieron en el muelle de Filadelfia y en “alta mar” –se presume que en las costas de Estados Unidos. Sus fechas, a finales de octubre, coinciden con los registros de las operaciones de escolta de los convoyes, pero no las demás circunstancias, especialmente porque el Eldridge partió de Brooklyn y no de Filadelfia para unirse al UGS 22. De hecho, nada en los registros del destructor indican que estuvo en Filadelfia o cerca de su puerto, salvo durante el tiempo que estuvo en construcción en Newark” (Traducción del autor, p. 110-11, “The Philadelphia Experiment”)

Hay otras pruebas que dejan claro que el Eldridge no estuvo en Filadelfia para las fechas dadas por el testigo Allende. Sin embargo, el investigador William Moore recibió una carta de un comandante de la época que afirmó que durante la guerra “recordaba al Eldridge atracando en Bermuda poco después del primer huracán de la temporada de 1943”, fecha que el testigo coloca entre julio y agosto de ese año. El comandante recordaba el incidente ya que el Eldridge no llevaba izada bandera alguna ni su tripulación había tenido contacto con la de otros barcos militares en Bermuda. A la luz de estos hechos, el DE-173 Eldridge apareció en Bermuda apenas unos días de haber sido lanzado al mar en Newark, todavía en su tiempo de construcción y un mes antes de su comisión.

Las consecuencias de la afirmación del veterano comandante se verificaron como ciertas: el Eldridge debió haber sido puesto en el mar mucho antes de lo que afirma la historia oficial. Con esta nueva información, los investigadores Berlitz y Moore acudieron a los archivos navales de Grecia, en los que encontraron que efectivamente el destructor-escolta había sido adquirido después de la guerra, que el Eldridge había salido del astillero el 25 de junio de 1943 (y no el 25 de julio como lo indica la versión oficial). Y en los archivos había algo más significativo: de acuerdo al registro de la Armada griega, el Eldridge era originalmente un barco de 1,900 toneladas – no las 1,260 toneladas que hoy se le estiman (1,520 en la versión oficial). Como lo observaron Berlitz y Moore “la única forma para explicar que el destructor perdiera su tonelaje es porque cargaba algo que fue removido de él antes de que se le vendiera a los griegos.” ¿Qué era? Quizás la respuesta más obvia sea “equipo electrónico”. Pero lo cierto es que la historia del Eldrige, contada por las fuentes oficiales, es un largo registro de falsificaciones y alteraciones que, a veces, son de lo más vulgares.

En este punto, Moore decidió confrontar a uno de sus contactos en la Armada estadounidense con el fin de aclarar la turbiedad. El contacto aceptó hablar como testigo anónimo. Al preguntársele cómo se había logrado asignar un barco a fines experimentales durante la guerra, el testigo, que era comandante de la Armada, indició que solo podía hacerse en el periodo comprendido entre la terminación de su construcción en los astilleros y su comisión, ya que una vez que un barco se comisiona, inmediatamente se hace operativo y parte del aparato militar. Al parecer, esto sustenta los descubrimientos de Moore y Berlitz. El testigo adicionalmente afirmó, para el caso, que creía que la Armada “había sacado el destructor de Newark o de Filadelfia por un lapso corto de tiempo, no mayor a dos semanas,” con el fin de utilizarlo en el experimento.

Siguiendo con las investigaciones, Moore encontró que el barco habría podido ser llevado al río Delaware y luego al mar para realizar pruebas sobre “los efectos de un potente campo magnético sobre aparatos de radar.” A lo que Moore anota:

“No podría decir exactamente cuáles fueron los resultados porque no lo sabemos. Estimo, y quiero hacer énfasis que no es más que una estimación, de que una gran cantidad de equipo receptor fue puesto en otros barcos y en la costa para registrar lo que pasaría “al otro lado” una vez que las altas y bajas frecuencias radiales del radar se proyectaran a través del campo magnético. Sin duda se observaron los efectos que un campo de esa magnitud hubiese provocado en la luz del campo visual.” (Traducción del autor, p. 115, “The Philadelphia Experiment”)

De esto podríamos concluir que el experimento tenía que ver con las posibilidades de refracción de radar o incluso su absorción completa —en otras palabras, invisibilidad de radar, y no, como pasó, con la invisibilidad óptica. Según otras fuentes, la Armada estadounidense por entonces estaba muy imbuida en la investigación de “absorción completa y refracción”. Y no es por menos. Tanto Estados Unidos como la Alemania Nazi habían asignado gigantescos presupuestos para encontrar armas que parecen sacadas de la fantasía, o como el mismo Hitler las llamaba, “wunderwaffen”. Por tanto, no es descabellado decir que, para el incidente del Eldridge, las investigaciones ya habían alcanzado cierto éxito, y necesitaban una prueba en escala real. Es evidente que los indicios apuntan a que la Armada pudo haber utilizado el experimento para el encuentro con el submarino alemán reportado, ya que es muy común que se midan los efectos de las investigaciones militares en el escenario de combate, esto es, en el mundo real.

En cualquier caso, quedan aquí escritas las pruebas serias y las bases conceptuales del experimento. Sin duda, el Proyecto Filadelfia fue ideado para comprobar el efecto de los campos magnéticos potentes en la refracción y absorción de radar. Los nazis ya habían hecho pruebas en torno a lo que llamaban “la campana Nazi”, un aparato similar. La fuente de la teoría física alrededor del Experimento Filadelfia y la Campana Nazi se remonta, oficialmente, a Albert Einstein y su Teoría del Campo Unificado, aunque existe también la llamada “Teoría descartada”, que fue estudiada en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando Einstein emigró de Alemania, se llevó con él gran parte de los conocimientos que quedaron también en posesión de los científicos alemanes. De ahí que hoy se sepa que quien habló por primera vez de una Teoría del Campo Unificado no fue Einstein, sino un matemático alemán, Theodor Franz Kaluza. La teoría de Kaluza comprendía cinco dimensiones, cuatro de espacio y una de tiempo, en la que los aspectos gravitacionales y electromagnéticos se unificaban en una misma forma geométrica de ambos tipos de campos y fuerzas.

La Teoría del Campo Unificado
La física moderna afirma en su defensa que la teoría del campo unificado está incompleta (tomando a Einstein) y que por tanto no puede decirse a ciencia cierta si es posible manipular el tiempo y el espacio como para viajar o moverse en él. A esto hay que agregar los rumores de que Einstein en efecto terminó la teoría pero la desechó, temiendo de lo que podrían hacer los hombres con ella. Cabe recordar sus palabras ante la Academia Prusiana de Ciencias el 14 de junio de 1928: “He descubierto que esta teoría, al menos en su primera aproximación, arroja ecuaciones del campo sobre gravitación y electromagnetismo de un modo muy sencillo y natural. Por tanto es posible que esta teoría sustituya la Teoría General de la Relatividad en su forma original.” Por esto, es importante aquí mencionar, brevemente, los hallazgos de Theodor Franz Kaluza en Alemania.

De hecho, la cuarta dimensión (espacial) de Kaluza fue calculada por el matemático sueco Oscar Klein, quien concluyó que era tan extraordinariamente pequeña como la longitud de Planck, necesitando así más energía para verificarse que todo lo que nuestro planeta podría generar. La primera versión publicada (completa) de la Teoría del Campo Unificado de Einstein incluyó el “tensor de torsión”, y con él, la idea de que bajo ciertas condiciones doblando y torciendo el tiempo espacial, vectores de fuerza generalmente perpendicular se pervertirían de ese patrón normal en cierta forma, dependiendo en el grado de torsión. Esta conclusión hizo posible la ingeniería de la luz, al menos teóricamente, esto es, doblándola en un punto. Teniendo en cuenta la afirmación de que aquellas teorías quedaron inconclusas (de acuerdo a las nociones de la actual teoría de la física), y teniendo en cuenta la cantidad enorme de energía necesaria para probar la dimensión espacial de Kaluza, aparecen los estudios de otro científico, Gabriel Kron, que sostienen gracias a su análisis de aparatos eléctricos que ciertas salidas (outputs) de máquinas en una misma frecuencia podrían explicarse mediante geometrías dimensionales elevadas que incorporen alguna suerte de transformación del tensor de curvatura espacio-tiempo, como el tensor de curvatura Riemmann-Christoffel o el tensor de torsión de Einstein. Esto, a su vez, conlleva a concluir que los circuitos eléctricos y los aparatos, sin excepción, eran por sí mismos curvaturas de espacio-tiempo, aunque en la mayoría de los casos no podían verse efectos extremos o anómalos en su comportamiento. De cualquier forma, el comportamiento mínimo y anómalo observable era conocido por la mayoría de los ingenieros eléctricos, comportamiento que no podía registrarse sino con la introducción de topologías de alta dimensión y curvaturas de espacio-tiempo, de acuerdo a Kron. Y es así como las ya conocidas anomalías en el campo eléctrico fueron para Kron la confirmación de los atisbos básicos vistos en las teorías del campo unificado de los años 20 y 30.

La publicación del análisis de tensor de los aparatos eléctricos de Kron le valió en 1934 el prestigioso premio entregado por la Universidad de Lieja, lo que inevitablemente atrajo la atención de la Alemania Nazi, ya que poco después los trabajos de Kron y Kaluza, incluso los de Kron y Einstein, fueron abordados por los científicos de Hitler. Es significativo que para la misma época, a principios de los años 30, la publicación de artículos y estudios sobre la Teoría del Campo Unificado comenzó a decaer en Alemania y en otros países. Esto se debió al éxito de las teorías sobre mecánica quántica. A pesar de que históricamente así fue, los hechos no logran explicar el silencio científico que se vio en Alemania, donde el gobierno no había ignorado las implicaciones militares del trabajo de Kron. Sin duda, hay que recordar que desde el principio, Hitler instaló la secrecía del “Geheime Riechssache” o “Asunto Secreto de Estado”, y las investigaciones científicas cayeron en ese pozo sin fondo. Sigilo que, por supuesto, le permitió al Tercer Reich la búsqueda de las armas de fantasía por las cuales derrochó todo su presupuesto y que eventualmente llevó a los alemanes a la derrota completa.

Se ha teorizado con ciertos fundamentos que una combinación de la Teoría del Campo Unificado en cualquiera de sus postulaciones, ya sea la de Kaluza o la de Einstein, más el descubrimiento de la aplicabilidad del análisis de tensor a los aparatos o máquinas constituyeron la base para el experimento de la Campana Nazi, que sirvió para experimentos de antigravedad y la búsqueda de una fuente inagotable de energía.

Sería demasiado extensivo analizar aquí, para los propósitos del Proyecto Filadelfia, los pormenores de la Teoría del Campo Unificado y probar su efectividad en algunas partes, pero lo que basta para el lector es comprender que, para ciertos fines y circunstancias, es factible manipular el tiempo y el espacio. No en el entendido de poder regresar al pasado o viajar al futuro, sino sobre las posibilidades de la energía, capaces de tener los efectos que se vieron en el destructor Eldridge, y que aún, completamente, no se han podido comprobar.

Cabe anotar, para terminar, que la Alemania Nazi tuvo varios e importantes laboratorios de investigación científica donde se hicieron descubrimientos abrumadores, sobre los cuales, el autor escribirá posteriormente un artículo. Uno de esos laboratorios, el más secreto y avanzado, estaba en la República Checa. Durante la ocupación, tras el final de la guerra, y como lo demuestran documentos desclasificados tanto en Estados Unidos como en Alemania, la potencia vencedora sustrajo más de 5 toneladas de documentos desclasificados que los expertos de aquel país afirmaban “era el trabajo científico de la más sofisticada tecnología que ponía a Alemania, en 1945, unos cincuenta años adelante del resto del mundo.” Por tanto, es muy probable que los estudios sobre el campo unificado hechos por los científicos nazis terminasen en manos de la Armada estadounidense, a partir de los cuales pudieron trabajar de otro modo (ya no en experimentos a gran escala como los del destructor Eldridge), y quizás, lograr avances en cuanto a la antigravitación y la manipulación electromagnética.

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El lector ha leído sobre los eventos ocurridos el 28 de octubre de 1943 al destructor estadounidense Eldridge y la información básica sobre el llamado experimento “Filadelfia”. Adicionalmente, el autor presentó algunos datos circunstanciales, y sobre todo, pruebas que desmienten la versión oficial, dando así al lector cierto campo de maniobra crítica-creativa. Adicionalmente, se advierte, hay inconsistencias en la historia del Proyecto Filadelfia, que han crecido cada vez más a medida que más personas han aportado una mezcla de verdades y disparates a la teoría conspirativa. Pero lo esencial aquí ha sido dicho, o al menos, lo que históricamente puede ser comprobable con documentos. Por tanto el lector queda en libertad de sacar sus propias conclusiones y, de así desearlo, profundizar más en este confuso caso, pero queda advertido sobre la versión oficial, falsa como las más descabelladas suposiciones con las que se pudiese encontrar en su investigación. A fin de cuentas, como nos lo dicen los investigadores Charles Berlitz y William Moore, autores del libro más sólido sobre el Experimento Filadelfia: “El misterio del Experimento Filadelfia no ha sido aún aclarado, y eventualmente la verdad permanece enterrada en los archivos del Departamento de la Armada”.

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

“The Philadelphia Experiment: Project Invisibility.” Charles Berlitz y William Moore. London, Souvenir Press. 1979.

“The Hunt for Zero Point: One Man’s Journey to Discover the Biggest Secret Since the Invention of the Atom Bomb.” Nick Cook. London, Century. 2001.

“The FBI Files: The FBI’s UFO Top Secrets Exposed.” Nicholas Redfern. London, Simon and Schuster, 1998.

“Beyond Einstein: The Cosmic Quest for the Theory of the Universe.” Michio Kaku y Jennifer Thompson. Doubleday, Nueva York, 1987.

Max Vergara Poeti | 04 de julio de 2011

Comentarios

  1. Miguel A. Román
    2011-07-05 13:00

    A mí, lo que más inverosímil me parece de todo el argumentario es la imagen de Tesla y Einstein trabajando juntos: de semejante encuentro habrían saltado tantas chispas que no habría hecho falta generador alguno para desintegrar la VI flota entera.

    Pero bueno, al margen de sus ideas y caracteres, entre otras cosas, la botadura del USS Eldridge tuvo lugar en Newark, Nueva Jersey, el 25 de Julio de 1943. Para esa fecha, Nikola Tesla ya llevaba seis meses convertido en un montón de cenizas encerradas en una esfera dorada.

    El resto incluso podría creérmelo.

  2. El Autor
    2011-07-05 22:24

    Hay algo que indudablemente hay que aclarar: al decir en el artículo “Bajo la guía de Albert Einstein y Nicolás Tesla, la Oficina de Investigación Naval…” no digo que ambos científicos guiaron los proyectos, sino con base en sus estudios y teorías, que fueron las “guías”.

    Sobre dar crédito o no a esta historia, depende ya de cada lector. En 1994, durante el Tesla Symposium en Colorado Springs, CO, los científicos K. Corum, J. Corum y J. Daum describieron un experimento en el que lograron probar la invisibilidad de radar, conocido hoy como el “Efecto Corum-Daum”. Sin embargo está pendiente el asunto sobre “invisibilidad óptica”. Desde 1979, el científico John Hutchinson inició experimentos de ondas electromagnéticas que han dado cierta credibilidad al reporte de la historia (del testigo Allende) en cuanto a la posibilidad de personas de fundirse con los objetos. De hecho, la afirmación de Allende, completa, puede resumirse así: muchos miembros de la tripulación terminaron violentamente enfermos luego de que el campo se apagara, algunos habían desaparecido y otros simplemente habían enloquecido. Y lo más inusual, cinco marinos se habían fundido a la estructura metálica del Eldridge, tanto en las paredes como en cubierta, y otro simplemente tenía uno de los rieles de las escaleras atravesándole el cuerpo. Adicionalmente, el testigo reportó otro efecto, que perduró por semanas, e incluso hasta meses, por el que muchos hombres se hacían invisibles. La gran mayoría fueron dados de baja por la Armada como “enfermos mentales” y pasaron a ser parte de las fatalidades de la guerra. Con base en esto, el físico Hutchinson se dio a la tarea de probarlo, experimentando con alto voltaje, emisiones longitudinales de onda de alta frecuencia (como las que Tesla había logrado producir).

    Valiéndose de un generador Van de Graaff y más de dos bobinas tipo Tesla, pudo crear unas zonas de interferencia de ondas en la que observó un buen número de fenómenos, que incluían la fundición de materia diversa como madera y metal, fragmentación del metal, licuefacción fría, invisibilidad y levitación. En cuanto al fenómeno de la fundición, las sustancias no se disasociaban: retenían sus composiciones originales. Así, un trozo de madera se hundía en una barra metálica sin que ninguna de las dos dejara de ser madera o metal. Estos estudios fueron verificados por otro experto en la materia, el profesor Panos Pappas. Por tanto, no todo es tan imposible como parece ser.

    Quien llevó el conocimiento avanzado de Tesla y Einstein al Proyecto Filadelfia con arreglo a unas de sus teorías y postulados fue el padre de la electrogravedad, el profesor Thomas Townsend Brown. El profesor Brown no solo logró una teoría y el “efecto electrogravedad”, sino que trabajaba en el Laboratorio de Investigación Naval comisionado para 1941 en el Philadelphia Navy Yard. Esto no lo dijo el testigo, que desconocía de la existencia de Brown; esto es producto de la investigación moderna y figura en numerosos libros que estudian la tecnología antigravitacional, siendo el bombardero B-2 la principal muestra de ello. Aunque Brown jamás quiso referirse al proyecto Filadelfia, si dijo alguna vez que muchas cosas que se decían eran un poco exageradas, particularmente (creo yo) en cuanto a la teletransportación del Eldridge. Sin embargo, hay otro hecho que al menos da indicios claros sobre la veracidad del proyecto: antes de la fecha del experimento, Brown tuvo que retirarse por “colapso nervioso”. Y los mismos documentos de la vida de Brown son contradictorios: para la época aparecen dos Townsend Brown, uno trabajando en Lockheed Vega Aircraft aquí en California, y el otro en la base marítima de Norfolk, lo que ha llevado a pensar a algunos si más bien no sería el mismo Brown quien se teletransportó. Brown poco después de retirarse de las investigaciones de la Armada trabajó en Lockheed Vega, pero no antes, como sus registros lo dicen (aparece dos veces la misma referencia, una atribuida a una fuente de 1943, la otra del propio Brown).

    Cabe anotar que en la historia, en 2007, aparece un profesor universitario griego, ya retirado, que probó haber servido como ingeniero eléctrico en el HS Leon (antiguo Eldridge). Según esta fuente, en su trabajo como ingeniero del barco se detectaron una serie de anomalías tras su adquisición por parte de Grecia, como un montón de cables que se encontraron ocultos en los ductos que recorrían el destructor en toda su longitud, y sin utilidad aparente. Estaban protegidos por barras aislantes entre 10 y 15 cms de ancho. Tambien su equipo limpió otros cables más grandes conectados al sistema de propulsión, distintos a los necesarios. Sin embargo, la mayor anomalía se hallaba en una de las recámaras del destructor, que había sido sellada y sus puertas recubiertas de acero, a la que nadie se podía acercar. ¿Qué había? Nunca se sabrá. La Armada griega sacó al Leon de su flota en 1992 y lo desarmó en secreto.

    Hay numerosas fuentes valiosas y científicas a las que recomiendo a los lectores que acudan. Nadie puede decidir sobre si algo es cierto o no simplemente leyendo cualquier cosa por internet, que da a veces respuestas pero en gran parte no es más que basura. El Proyecto Filadelfia figura en muchos libros excepcionales sobre tecnología aeroespacial, por ejemplo, ya que fue precursor. El conocimiento no son un montón de cajones estancos que conforman un escaparate: el conocimiento es integral, es conectar cada parte del plexo, es poder saber que una cosa deriva de otra y a su vez, se relaciona con otras. Creer que la tecnología militar de hoy (como las antenas de microondas que el Ejercito de Estados Unidos utiliza sobre los vehiculos militares para dispersar multitudes y que producen una sensación de estar “quemándosele la piel” a las personas) salió del sombrero de un mago es, en un mundo plagado de información como el de hoy, lamentable.

    Yo, que soy tan escéptico, si tengo una certeza: el Proyecto Filadelfia existió. ¿Cómo fue exactamente, qué buscaba? Quizás nunca lo sabremos. Pero algunos hechos y pruebas (documentales principalmente) están allí, lo que también permite concluir que la versión oficial tampoco es la verdadera, y porque sea oficial, así esté llena de vacíos y lunares, no quiere decir que debamos creerla. Para comprender el grado de avance de nuestra ciencia hoy es necesario saber en qué se basa nuestra tecnología, saber hasta dónde hemos llegado (mucho se publica en revistas científicas pero no se le da gran difusión), y tener idea de qué está pasando sin nuestro conocimiento, cada minuto del día.

    Adentrarse en el mundo de la ciencia y la tecnología es descubrir que hoy, lo que es fantasía para muchos, es la realidad de otros, y generalmente por razones militares y políticas se oculta. Un poco más de conocimiento permitiría crear criterio con unas bases científicas (así sean básicas), ya que no es necesario todo creérselo por creerlo. Y si esta columna logra su cometido en este sentido, ya habré logrado mucho.


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