Nuestro mundo está lleno de paranoias colectivas, derivadas de los problemas de la información, cómo se obtiene y cómo se interpreta. El propósito de “Historias ocultas”, publicada cada día 4 del mes, no es promover la paranoia colectiva: ya hay suficiente alrededor de todos. Lo que busca con sus entregas es divertir, despertar conciencias y, sobre todo, en un mundo lleno de conspiraciones descabelladas y mentiras, presentar puntos de vista con el fin de siempre alentar en el lector la investigación equilibrada y objetiva.
El 19 de julio de 1978, el antiguo comandante de la policía militar en el condado de Andong (China), regresó a Ping Fan como miembro de la quinta comisión japonesa del Comité de Enlace “Retorno a CHINA”. Confesó que en 1944 consintió el envío de 20 ciudadanos chinos a Ping Fan para ser usados como cobayas en experimentos con armas biológicas. Dijo: “Los asesiné. Por ello no he podido dormir en más de 30 años. Ahora he regresado para pedir perdón aquí en Ping Fan”.
(“Memoria sobre los sucesos ocurridos en la planta bacteriológica de Ping Fan”, por Han Xiao y Zhou Deli, People’s China, volumen III; 1971).
“Cometí crímenes contra la humanidad. Admito que al estudiar la acción de armas bacteriológicas en seres humanos vivos inyectándoles forzadamente enfermedades y patógenos infecciosos (como era práctica de la Unidad 731) con mi participación, cometí crímenes bárbaros y despreciables.”
(Testimonio de Kawashima Kiyoshi en “Materials on the Trial of Former Servicemen of the Japanese Army Charged with Manufacturing and Employing Bacteriological Weapons” – Moscow: Foreign Languages Publishing House, 1950)
El Ministerio de Guerra de Japón, y los líderes médicos del país como el decano Koizumi (mencionado en las entregas anteriores), se cercioraron de que Shiro Ishii tuviera siempre el personal científico y el presupuesto que necesitaba, claro está, basándose en los reportes sobre su trabajo que mensualmente llegaban a Tokio. Lo que distinguió el trabajo de Ishii en Ping Fan de cualquier trabajo médico parecido era el uso de cobayas humanos en sus experimentos. Este gran agregado, no solo para el gobierno imperialista japonés sino después para los vencedores soviéticos y estadounidenses, se sustentaba en la más grande documentación jamás hecha sobre el efecto horripilante de las armas biológicas en el hombre. Como aparece repetidamente en los reportes de los tribunales de guerra, Ishii realmente no tenía ningún valor como científico para el gobierno japonés, salvo por los folios que detallaban sus experimentos.
Ishii y Masaji Kitano (su sucesor en Ping Fan desde 1942 hasta la primavera de 1945) adoptaron un método despiadado para estudiar el uso potencial de los patógenos biológicos. Trabajaban con seres humanos en un sinnúmero de enfermedades desde el ántrax hasta la fiebre amarilla. Sus equipos documentaron la reacción de la vida humana ante la peste, la fiebre tifoidea, la paratifoidea A y B, el tifo, el sarampión, la tularemia, la ictericia, la gangrena, el tétano, el cólera, la disentería, el muermo, la fiebre escarlata, la encefalitis, la fiebre hemorrágica, la tos ferina, la difteria, la neumonía, la erisipela, la meningitis cerebroespinal epidémica, las enfermedades venéreas, la tuberculosis, la salmonella, los efectos de la congelación, así como otros males. Nadie ha podido exhaustivamente catalogar, hasta hoy, el número exacto de patógenos que se estudiaron en Manchuria.
Los experimentos biológicos en seres humanos eran apenas un capítulo (aunque el más importante) de la industria infernal creada por Ishii. Otras investigaciones secretas tenían “el doble propósito de determinar, 1) los métodos de cultivo de agentes biológicos potencialmente aptos para la guerra; y 2) los métodos de diseminación.” Bajo el rótulo de “Investigación de Defensa”, los técnicos de la Unidad 731 produjeron vacunas para 18 enfermedades graves. En su “Investigación de Ataque”, los científicos de Ishii trabajaron en por lo menos 12 organismos distintos, incluyendo aquéllos que causan la peste, el muermo, el ántrax y el tifo. Los estadounidenses que interrogaron al personal de la Unidad 731 entre 1946 y 1947 quedaron sorprendidos por la “magnitud” del trabajo del destacamento. Al menos 20 millones de dosis de vacunas se fabricaron cada año en Ping Fan. Otros millones de vacunas, cuyas cifras exactas se desconocen, se elaboraron en los laboratorios seccionales de Dairen, Hailar, Linkow y Sunyu. Por año, unas 50 mil gallinas y patos se utilizaron en Ping Fan para obtener huevos fertilizados solo para la preparación de un tipo de vacuna contra el tifo llamada “R.P.” (Rickettsia prowazekii). Y por lo menos una cifra similar de ratas para el éxito de la vacuna “R.M.” (Rickettsia mooseri). Ambos antídotos se produjeron tanto en pastillas como en jarabe.
Ishii se jactaba de que era él quien personalmente había diseñado los cultivadores de la Unidad 731. Se trataba de unos hornos de duraluminio de aproximadamente 14 × 9.85 × 21 pulgadas que pesaban alrededor de 24 kilos. Cada uno albergaba unas 15 bandejas donde se cultivaban las bacterias, y a su vez cada una contenía unos 6,78 cuartos de agar. Los técnicos cultivaban los patógenos haciendo raspaduras por intervalos de tiempo. Se producían, así, organismos entéricos en intervalos de 24 horas. La peste, el ántrax y el muermo se cultivaban en periodos de 48 horas. Los anaerobios necesitaban más tiempo de maduración, generalmente una semana. Para llenar una simple cápsula de artillería, por ejemplo, se empleaban 900 bandejas de hornos para producir la cantidad requerida. Por ello los hornos funcionaban 24 horas, 365 días al año desde 1936 hasta el final de la guerra. Bajo la guía de Ishii (y posteriormente de Kitano), los expertos de Ping Fan experimentaron alrededor de cuatro sistemas de propagación:
> 1. Investigaron dos tipos de cápsulas de artilleria: un casquete convencional capaz de almacenar gas, y un casquete altamente explosivo, de 75 milímetros “en el que media porción de la carga detonadora era remplazada por la suspensión bacteriana”. Ambos modelos demostraron su inefectividad y fueron abandonados como proyecto.
> 2. Trabajaron en dos grupos de bombas. Una bomba de un solo propósito de gran altitud fue propuesta para diseminar esporas de ántrax, llamada bomba HA, capaz de almacenar 1,500 partículas cilíndricas inmersas en 500cc de emulsión de ántrax.” Otras bombas de casquete de acero, designadas como Ujis multipropósito o Uji tipo 50 fueron estudiadas en Ping Fan y el aeródromo de Anda. En un periodo de 5 o 6 años, más de 2000 bombas tipo Uji 50 se detonaron en experimentos de campo con cobayas humanos. Otras 4000 bombas del mismo tipo fueron detonadas en sitios predeterminados tras ser lanzadas, a altitudes distintas, o en explosiones controladas. Estas pruebas mostraron al final que las bombas recubiertas de acero eran inútiles: pocos patógenos en ellas sobrevivían al intenso calor generado ya fuese por las explosiones o el impacto mismo. Por esto, Ishii se volcó al recubrimiento de cerámica como sustituto conspicuo del acero. Desarrolló una bomba multipropósito con un cilindro de porcelana de 27,5 pulgadas de largo por 7 de diámetro, y una capacidad de 10,5 cuartos de líquido. Los resultados preliminares fueron desastrosos. Eventualmente la bomba se modificó al capacitar al cilindro con aletas de celuloide con el fin de controlar su caída, aunque la imprecisión continuó. Ishii entonces desarrolló la bomba RO de gran altitud, capaz de almacenar dos cuartos de fluido enriquecido con patógenos. La bomba RO nunca se comportó como sus creadores la imaginaron, y fue finalmente abandonada después de muchas pruebas y muertos. Finalmente los técnicos construyeron una bomba prototipo llamada “Madre e Hijas.” La bomba Madre se lanzaba primero, seguida por las Hijas. Las Hijas estaban diseñadas para explotar una vez que la Madre tocara tierra gracias a una detonación por señal radial. No obstante la tecnología involucrada, las bombas Madre e Hijas suponían costos altísimos de producción, y muy a pesar del entusiasmo, no pudieron desarrollarse como arma verdadera.
La Unidad 731 hizo investigaciones exhaustivas sobre los diferentes tipos de bombas en un periodo de dos años, entre 1941 y 1942. Las bombas de tipo Uji y las Madre e Hijas habían sido diseñadas para contaminar vastas franjas de tierra. Los analistas de la Unidad anotaron que la “causación de heridas infecciosas era colateral.” El prototipo de la bomba de ántrax, la bomba HA, se pensó específicamente para infligir heridas profundas. Y todavía más, una vez que las esporas de ántrax penetraban la tierra, su efecto mortífero contaminante, a largo plazo, era casi imposible erradicarlo. En las entrevistas hechas por los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos a los miembros de la Unidad 731 (en el periodo inmediatamente posterior al fin de la guerra, entre septiembre de 1945 y agosto de 1947) se insinúa que solo se expuso animales a los efectos de las bombas y demás pruebas. Pero la evidencia que acompaña cada entrevista demuestra que se estudiaron ampliamente los efectos de las armas biológicas en seres humanos. Se sabe, por ejemplo, que más de 100 caballos y 500 ovejas se les torturó con heridas en las que se cultivaba el ántrax, y amplios espacios verdes fueron contaminados con el estimulante B (prodigious).
> 3. Pruebas de campo se hicieron con el propósito de dispersar la bacteria sobre amplias áreas geográficas bajo la modalidad de nubes bacterianas. Se cargaron bombas de detonación estática y bombas convencionales con colorante rodamina y entre 2 y 5 por ciento de caldo de dextrano que fueron lanzadas en áreas previamente marcadas. También se hicieron estudios con nieblas negras y polvos impregnados de gérmenes. Estos experimentos con aerosoles utilizaban el equipo que supuestamente Ishii había diseñado. Los aerosoles estaban diseñados para destruir la tierra, las plantas, los animales y, por supuesto, la vida humana.
Las bombas biológicas se lanzaban de altitudes entre los 4000, 2000, 1000 y 200 metros. Los resultados indicaron que las bombas lanzadas desde los 200 metros tenían un mayor efecto destructivo. A pesar que la utilidad del método de aerosol no fue enteramente comprobada por Ishii, sin lugar a duda fue el que más intrigó a los científicos estadounidenses y soviéticos en la posguerra.
> 4. Se creó un equipo de voluntarios especialmente entrenados para diseminar el material bacteriológico (conocidos como “los saboteadores”) entre las guerrillas chinas, el personal militar enemigo soviético del otro lado de la frontera y la población en general. Estas unidades fueron utilizadas en el llamado Incidente Nomonhan de 1939, como también en operaciones muy bien documentadas en el centro de China entre 1940 y 1942. Bien consta en los documentos oficiales que muchos manchurianos murieron a causa de sus ejercicios de entrenamiento.
La experimentación con seres humanos en la Unidad 731 seguía tres líneas distintas. La más importante se llevó a cabo en Ping Fan, Anda y otros laboratorios de Ishii en Manchuria. La segunda línea de experimentos al aire libre se realizó exclusivamente en el aeródromo de Anda (y sus inmediaciones) con el fin de estudiar la efectividad de un prototipo de bomba y los aerosoles. Y la tercera línea consistió en exponer tanto a la población civil como a los mismos contingentes militares a los patógenos. Cientos, si no miles de experimentos sobre seres humanos se llevaron a cabo en laboratorios subterráneos construidos según las pautas del mismo Ishii. Los “marutas” (troncos) eran arrastrados de sus celdas en los edificios 7 y 8, como de otras unidades, hasta los laboratorios subterráneos. Ahí los científicos japoneses inyectaban a las víctimas con patógenos de toda suerte y con dosificaciones distintas con el fin de determinar la cantidad específica necesaria para aniquilar, en un escenario hipotético, a una sola persona o toda una población. Adicionalmente se comprobaba la efectividad de los alimentos, las telas, las herramientas y utensilios como conductos de propagación. Así, los cobayas eran obligados a ingerir chocolates rellenos de ántrax y galletas cultivadas con otras bacterias. También se les daba líquidos contaminados (té, café, leche, cerveza, agua, vino, etc.) para verificar la efectividad de las dosis. Ishii de este modo encontró que las verduras eran el conducto ideal de transmisión de sus plagas. Estos estudios sobre frutas y verduras las hizo el Colegio Universitario Médico del Ejército Imperial en Tokio bajo la guía del discípulo más brillante de Ishii, Ryiochi Naito. Naito se concentró en la llamada “toxina fugu”, extraída del hígado del pez globo, de la que confeccionó una emulsión capaz de matar ratones. Naito deseaba experimentar con su toxina en seres humanos, aunque no lo logró, primero, por los bombardeos sin cuartel de los escuadrones B-29 sobre Tokio durante el invierno de 1944, y posteriormente, la destrucción completa del Colegio Universitario Médico por las bombas en abril de 1945.
Cada laboratorio en Ping Fan estaba dotado con un tablero que ocupaba una pared completa. Un técnico llevaba en el tablero la minuta, que se leía, de acuerdo a testigos, como: “Fecha X; a 3 troncos, identificados números X y Y, se les proporcionaron inyecciones de A y B, Y cc.” También se dejaban pedidos: “Necesitamos X (número) de corazones/hígados/riñones.” Los técnicos encargados en aprovisionar los laboratorios entonces se dirigían al edificio 7 y 8 y, como si fueran objetos de un inventario, sacaban los “troncos” humanos requeridos. Algunas pruebas exigían colgar el “material” de pies, de modo que pudiera determinarse cuánto demoraba un hombre para morir asfixiado. En otros experimentos se les inyectaba aire en las venas durante horas a las cobayas para estudiar la formación y consecuencias de la embolia. Otros experimentos incluían inyectarle a las futuras víctimas orina de caballo en los riñones. Kazuo Mitomo, un testigo cuyo testimonio recogen numerosos textos, recordó un experimento realizado en agosto de 1944, en el que
“[…] puse tanto como un gramo de heroína en la gacha de avena de un ciudadano chino… después de treinta minutos quedó inconsciente y permaneció en ese estado hasta morir unas quince o dieciséis horas después… Sobre algunos prisioneros experimenté con drogas coreanas, la heroína y el aceite de castor. También presencié la ejecución de tres prisioneros sobre los que había experimentado y tuvieron que sacrificarse.”
Una vez los cobayas eran asesinados, los cadáveres quedaban en manos de los patólogos, quienes hacían sobre los cuerpos una incisión en forma de Y para realizar toda clase de estudios. Una vez concluían, los cadáveres eran conducidos a los hornos crematorios. Hay pruebas de una investigación típica ocurrida entre mayo y junio de 1940, por ejemplo. Veinte prisioneros, entre los veinte y treinta años, con buena salud, fueron seleccionados de las celdas. A ocho se les inyectó una vacuna contra el cólera con equipo ultrasónico. A otros ocho con jeringas. A cuatro nada se les inyectó. Veinte días después, a todas las víctimas se les forzó a beber leche cultivada con cólera. Los cuatro que no fueron inmunizados murieron dolorosamente. Pocos días después, todos los demás murieron, salvo los ocho que habían sido vacunados ultrasónicamente. Por este estudio, Ishii ordenó que el equipo de producción de vacunas, rebautizado a “Equipo A” en 1940, se dedicara exclusivamente a las vacunas producidas ultrasónicamente.
Los científicos de la Unidad 731 publicaron más de cien estudios tanto durante como después de la guerra. Camuflaban las referencias a los cobayas como especímenes de “monos manchurianos”, mientras que los experimentos verdaderos con monos se distinguían por incluir información adicional como “monos de colas largas”, etc. En el mundo médico japonés, los experimentos eran un secreto abierto, que se hizo público entre 1946 y 1947. Para ese entonces, los científicos no tuvieron que recurrir al camuflaje de las víctimas al describir detalladamente su trabajo a los funcionarios estadounidenses que tomaron sus declaraciones. El día a día de las fábricas de la muerte de Ishii se reconstruyó por la memoria de los testigos, puesto que muchos documentos habían sido destruidos con la retirada japonesa de Manchuria. Sin embargo, por las entrevistas mismas y los comentarios en ellas, muchos investigadores piensan que una gran parte de estos documentos sí sobrevivió a la guerra, y fueron decomisados por el gobierno de Estados Unidos.
En el desierto de Utah, aproximadamente a unos 17 mil kilómetros de Ping Fan, está el pueblo de Dugway. En este desierto desolado, barrido por el viento, se encuentra la caja fuerte del material químico y biológico de Estados Unidos, y en sus bodegas se guardan los últimos vestigios del programa biológico japonés. Entre los numerosos edificios hay unos cuantos restringidos, como el de pruebas, al que se suman, como patio trasero, unos 3.046 metros cuadrados. En esta zona hay una biblioteca técnica de documentos y libros relacionados con las armas biológicas y químicas de todo el mundo. En el fondo de una de las bodegas, dentro de una caja enorme y sin marcar, se encuentran más de treinta expedientes voluminosos que resumen las entrevistas realizadas por los médicos de ocupación al doctor Ishii, Kitano y sus colegas de la Unidad 731. La misma caja guarda también tres reportajes jamás vistos de autopsias sobre los efectos de las armas biológicas en los seres humanos, cada uno de aproximadamente 800 páginas, con dibujos de órganos vivos en distintas etapas de desintegración. Durante muchos años estos documentos se mantuvieron con sigilo y recelo, pero los avances en armas biológicas, como la creación de armas nuevas, hicieron que las investigaciones de Ishii rápidamente se tornaran obsoletas. En 1978 estos documentos fueron desclasificados.
Por ejemplo, en una carpeta, se lee el testimonio del doctor Hideo Futagi sobre sus experimentos con la tuberculosis en seres humanos. Sobre el bacilo Calmette (BCG) dijo: “todos los individuos se recuperaron de estos experimentos”, pero no lo mismo con la cepa C1 Hominis: “todas las dosis desencadenaron una tuberculosis incontrolable que resultaba fatal tras un mes de ser inyectada.” En otra prueba, la muerte sobrevino a los cobayas después de un mes de fiebres altísimas. Futagi, el Mengele japonés, experimentó también con niños, a quienes consideraba el conducto más puro de transmisión. Los experimentos de Futagi fueron particularmente horrendos, puesto que ya, para aquella época, se sabía que la tuberculosis no servía como arma biológica. En otro aparte se lee sobre el trabajo del doctor Kanau Tabei y sus experimentos sobre la fiebre tifoidea entre 1938 y 1943. En uno de sus experimentos, anotó: “la muerte ocurrió en 2 casos, mientras que 3 individuos se suicidaron.” En otro, se describe cómo se detonó una bomba llena de clavos infectados con bacilos a un metro de un individuo. El individuo rápidamente enfermó. Las heridas eran tan peligrosas que dos de los médicos a cargo de Futagi también enfermaron, pero sobrevivieron. El hecho de que los médicos japoneses, cuando se infectaban, sufrieran tanto, llevó a la Unidad 731 a concluir, para su provecho, que los manchurianos eran mucho más resistentes a las enfermedades que ellos. A partir de ese momento no hubo más consideraciones.
El doctor Kitano trabajó ampliamente en variedades de fiebres, encefalitis y la tifoidea, estudios que interesaron bastante al ejército estadounidense. La encefalitis, por ejemplo, en emulsión, se extraía del cerebro de ratones infectados y se inyectaba a los cobayas. De acuerdo al protocolo de Kitano, un hombre “mostraba síntomas después de una incubación de 7 días.” Las fiebres más altas registradas eran de 39.8C. Cuando el individuo mostraba signos de agonía, más o menos hacia el día duodécimo, era ejecutado. En otro paciente, tras inyectarle una dosis de 1.0 cc de emulsión cerebral de ratón, los resultados fueron más espantosos: “La fiebre fue el primer cambio. Cuando la fiebre comenzaba a ceder, la parálisis motriz aparecía en las extremidades superiores: cuello, rostro, párpados y los músculos respiratorios. No había cambios sensoriales significativos, ni parálisis en la lengua, los músculos del esófago o las extremidades inferiores. Después del tratamiento, se descubrió que en muchos casos la parálisis era permanente. Esto se observó en periodos de 6 meses.”
No siempre los cobayas morían: particularmente los experimentos con tularemia fueron tan exitosos que los individuos se recuperaron rápidamente y sobrevivieron, claro, para morir en otros experimentos después. En los archivos de Utah hay al menos unos treinta y cinco relatos detallados que describen experimentos biológicos sobre seres humanos por parte de los médicos y científicos japoneses. En ellos se da cuenta de unas 801 víctimas y alrededor de 30 suicidios durante el desarrollo de esos experimentos.
Tras concluir una visita a Japón en noviembre de 1947, el médico Edwin V. Hill, director del área de ciencias básicas en los laboratorios biológicos de Camp Detrick, Maryland, señaló: “Se compiló evidencia en esta investigación que es de gran importancia y amplía el espectro de estudio en este campo”. La información compilada por los científicos del ejército de ocupación según el mismo informe de 1947, “ahorra [a Estados Unidos] miles de millones de dólares y años de trabajo. Información así no hubiese podido ser obtenida en nuestros laboratorios dado los escrúpulos que existen en torno a la experimentación con seres humanos.” De cualquier modo, gracias a los japoneses, Hill concluyó que “la información obtenida sobrepasa un coste de 250.000 yenes a la fecha, casi nada si se compara con lo que nos costarían los estudios.” Hill anotó también que “el material patológico que se ha recopilado constituye la única evidencia material de la naturaleza e importancia de estos experimentos.”
El número total de los “maruta” o troncos asesinados fue mayor a las cifras presentadas a los fiscales estadounidenses. En un juicio de 1949 a los prisioneros japoneses en Khabarovsk (URSS), el Mayor General Kiyoshi Kawashima, antiguo director de las secciones I, III y IV de la Unidad 731, testificó: “Puedo decir que del número de prisioneros del destacamento 731 que murieron por los efectos de las infecciones inducidas en ellos no sobrepasaron de 600 por año.” Kawashima estuvo destacado en Ping Fan desde 1941 hasta el final de la guerra. Por ello los investigadores aliados, basándose en las cifras de Kawashima, concluyeron que habían muerto en experimentos biológicos no más de 3,000 personas (ignorando las víctimas anteriores a 1941, desde 1932, en Harbin). Las cifras de Kawashima descartan las muertes en los campos de Anda, Hailar, Linkow, Sunyu y Dairen, como el uso indiscriminado de armas biológicas contra los ejércitos soviético y mongol. Muchos más fueron asesinados en Cantón, Pekín, e incluso en Shanghái y Singapur (donde funcionaba la cruel Unidad 9420). Por lo menos entre 5 mil y 6 mil seres humanos fueron aniquilados en las fábricas de muerte diseñadas por Ishii —y que no estaban directamente bajo su control— en Mukden, Nankín y Changchun). Tampoco la cifra cuenta a los miles que fueron asesinados en agosto de 1945 en el intento del invasor de borrar todas las pruebas, cadáveres que tanto los chinos como los rusos encontraron masivamente, todavía frescos, entre los escombros. Hay que agregar que los japoneses, al liberar a cientos de animales enfermos, causaron muchas muertes en la población, tal y como lo evidencian los reportes de campo del ejército soviético. El gobierno chino estima que más de 2,000 personas murieron después de la guerra tras tener contacto con el arsenal biológico dejado por los japoneses en suelo chino. En realidad, nadie sabe con certeza la cifra exacta de los muertos que dejó el programa biológico japonés.
Anda es una ciudad ubicada al norte de Harbin, a algo más de dos horas por tren de Ping Fan. Hoy Anda es una comunidad próspera de más de 200,000 habitantes que vive junto a uno de los yacimientos de petróleo más grandes de China. Entre 1939 y 1945 Anda no era más que un campo de hierba y tierra donde la Unidad 731 construyó algunos edificios y realizó sus horribles experimentos. Cada nuevo procedimiento descubierto en los laboratorios era de inmediato probado en los campos de Anda. Estos procedimientos utilizaban seres humanos, tanto en pruebas dentro de los laboratorios en las enormes bodegas, como al aire libre. Hoy nada queda del complejo de Anda, que fue destruido completamente por el ejército Kwantung en su retirada tras la derrota de Japón. Lo poco que quedó en pie (y verificaron los soviéticos a su paso) fue canibalizado por los habitantes de la zona, que robaron los ladrillos, la hojalata, los dispositivos médicos y cualquier otro objeto que pudieran usar o vender en tiempos de hambre y desolación. Sobre las ruinas de la unidad Ishii en Anda se construyó una pujante ciudad industrial, y hoy nadie sabe con exactitud dónde estuvo ubicado el escalofriante complejo de la Unidad 731.
Series completas de pruebas en Anda utilizaron cobayas humanos durante el reinado de Ishii y Kitano. Aunque los japoneses borraron gran parte de la evidencia (los inventarios), los rusos pudieron reconstruir en la posguerra algunos episodios. Por ejemplo, se descubrió que en el curso de una inspección anual al complejo de Anda en 1945, un oficial encargado le concedió permiso a un almacenista del complejo de desechar algunas mantas muy usadas. Este suceso, cotidiano para quienes participaron en la Unidad 731, puede dar pistas del número de seres humanos asesinados, pues cada año se reemplazaban varias veces insumos y equipos. En su informe (en poder del ejército soviético), el oficial supervisor anotó que “grandes manchas de sangre seca se veían en las mantas” y “estaban extremadamente raídas”. Había unas ochenta mantas inservibles en la pila que le fue enseñada al supervisor del Ministerio. Al preguntarle al almacenista sobre el estado deplorable de las mantas, este respondió: “se usan para proteger los cuerpos de los individuos sometidos a los experimentos mientras en ellos se realizan los experimentos.” Es razonable concluir, por tanto, que más de ochenta personas fueron asesinadas en Anda por año mientras existió.
En Anda se trabajaba sobre la ya conocida lista de patógenos, pero sobre todo, la plaga, el ántrax y la congelación. Hacia junio de 1941, se probaron bombas bacteriológicas en seres humanos. Entre diez y quince prisioneros fueron atados a estacas mientras que la aviación militar bombardeó el lugar. Aunque se desconoce los resultados de estos horrendos experimentos, se presume que fueron óptimos, puesto que pruebas similares se realizaron el siguiente verano. En otro experimento del que se tiene registro, quince prisioneros fueron atados a las mismas estacas. “Banderines y señales de humo guiaban a los aviones.” Estos aviones despegaban de Ping Fan y, una vez sobre el campo, lanzaban “por lo menos dos docenas de bombas, que explotaban a 100 o 200 metros del suelo”. De ellas salían mosquitos que enseguida se dispersaban, y tras esperar varias horas para que infectaran a los prisioneros, las víctimas eran limpiadas y conducidas de nuevo a sus celdas, donde quedaban bajo observación. Estos experimentos fueron infructuosos. Evidentemente la onda explosiva de las bombas, sumada a las altas temperaturas, debilitaban a los mosquitos que morían rápidamente. Las esquirlas de las bombas tampoco eran un método eficaz para diseminar el arsenal biológico.
Las pruebas con ántrax se hicieron en Anda periódicamente entre 1943 y 1944. Los científicos de Ishii trabajaban con diez prisioneros “maruta” en cada sesión. El director del laboratorio que cultivaba el ántrax visitó Anda varias veces para supervisar estas pruebas, entre 1943 y 1944, y en su reporte anotó que los troncos “tenían cara de chinos”. Igualmente las víctimas se ataban a estacas en el campo. Se detonaban bombas de ántrax cerca, y dos o tres días después fallecían. Los experimentos con ántrax, con detonaciones de distinta magnitud y a determinadas distancias, terminaron siendo un fracaso. Para 1945, la Unidad 731 había fracasado en dar con un medio de propagación adecuada para que el ántrax pudiera usarse en la guerra.
El Comando General del Ejército Kwantung, que ansiaba comenzar sus ejercicios para una confrontación con la Unión Soviética, autorizó a los equipos de Ishii iniciar investigaciones extensivas en materia de congelación, tanto en Ping Fan como en Anda. El Comando General predecía que, cuando llegara la guerra, los combates ocurrirían, si no todos, en condiciones climáticas adversas. Ishii rápidamente hizo de estas pruebas su especialidad, convirtiéndolas en rutinarias. Hombres desnudos eran monitoreados desde el otro lado de los ventanales que aislaban los cuartos de congelamiento de Ping Fan. A veces conectaban sus cuerpos a un sinfín de aparatos que medían su temperatura corporal y reacciones cardíacas. Hombres y mujeres eran expuestos, sin clemencia, a temperaturas bajísimas prolongadamente. Cuando sus miembros se congelaban, entonces los científicos de la Unidad 731 experimentaban con un sinnúmero de métodos para descongelarlos. En su testimonio de 1949, Toshihide Nishi describió gráficamente lo que le habían dicho otros compañeros de trabajo y lo que él, personalmente, había visto en los experimentos. Recordó:
“… el investigador Yoshimura contó que afuera, bajo temperaturas inimaginables, es decir, cuando los termómetros bajaban de -20 grados, los prisioneros eran conducidos al patio. Se les extendían los brazos desnudos exponiéndolos al hielo y se ayudaba a su congelamiento con el aire de un ventilador. Esto solo terminaba cuando sus brazos, al golpearse con una vara, emitían el mismo sonido seco de una puerta cuando se golpea.”
Incluso se hizo una película del experimento, perdida hoy, de la que Nishi dijo:
“La cinta mostraba a cuatro o cinco infelices, con sus piernas encadenadas, mientras salían al patio ataviados de invierno pero con los brazos desnudos. Entonces comenzaba el proceso de acelerar el congelamiento usando un enorme ventilador. En la siguiente escena se veía cuando les golpeaban los brazos con una vara, y a medida que esto ocurría, los llevaban uno a uno de vuelta al laboratorio.”
Un técnico médico de la Unidad 731 recordó que “los experimentos sobre congelamiento en seres humanos se hacían cada año en el destacamento, durante los meses más fríos del año, entre noviembre y febrero.” Los troncos eran “llevados al patio mientras nevaba, antes de la medianoche, y se les ordenaba meter las manos en un barreño de agua helada. Así permanecían por un buen tiempo.” A veces, “se les sacaba de las celdas vestidos, pero descalzos, y se contribuía artificialmente por distintos métodos a que se les congelaran los pies.” Una vez que los miembros se les congelaban, “se les llevaba a un salón del laboratorio donde se les metía los pies en agua a cinco grados, y cuya temperatura se iba aumentado poco a poco. De este modo, se produjeron grandes descubrimientos sobre formas para contrarrestar el congelamiento.”
Ocasionalmente los médicos de la Unidad 731 combinaban los experimentos de congelamiento con los de armas biológicas. En enero de 1945, por citar un caso, se hizo una prueba con diez prisioneros chinos en la cárcel de Anda. El objetivo principal era infectarlos con gas gangrenoso. Pero para variar la fórmula, el experimento tuvo lugar en un ambiente a 20 grados bajo cero. Se ató a los prisioneros a estacas ubicadas no más de diez metros de donde debían estallar las bombas. Se les protegió cabeza, torso y espalda con corazas de hierro hechas para tal fin, dejando solo las piernas y los traseros expuestos. Valiéndose de un control remoto, detonaron las cargas, “y las esquirlas infectadas se diseminaron alrededor de los individuos”. Todos recibieron heridas considerables en las partes expuestas, y tras una semana de intenso sufrimiento, finalmente murieron. Por otra parte, en otras actividades similares, la Unidad 731 también hizo pruebas, como los nazis, sobre alta altitud. Para ello se construyó una cámara de presión en Ping Fan que les permitió observar cuánta presión podía resistir el cuerpo humano. A las víctimas de estos experimentos se les ató en una silla y se les conectó un buen número de aparatos que medirían los efectos. Se introducía luego presión en la cámara que se iba aumentando y disminuyendo hasta que los prisioneros perdían el conocimiento o estallaban en penosas convulsiones. Según los reportes era una muerte lenta y dolorosísima. Testigos afirman que, por una ventanilla, se hicieron muchas películas que detallaban la espeluznante agonía de los prisioneros.
Las historias de los ataques con armas biológicas y químicas del Japón fueron numerosas. La revista Time reportó en 1942, por ejemplo, que los japoneses habían lanzando gas mostaza contra los chinos. A medida que la guerra avanzaba, más gente moría misteriosamente en los campos de batalla. A fines de noviembre de 1941, uno de los asesores del presidente Chiang envió una carta a todos los destacamentos en China pidiendo que, como se tenía información de que Japón estaba usando armas infecciosas y prohibidas contra los chinos, se recogieran pruebas, con la ayuda de la Cruz Roja, en las áreas de Yi Gang, Ba Wang Cheng y Qu Zhou. Adicionalmente el Presidente Roosevelt hizo una declaración en 1943 condenando enérgicamente el uso por parte de Japón de armas biológicas y químicas. En ella, Roosevelt afirmó:
“Reportes fidedignos han estado llegando que confirman el uso por parte de las fuerzas armadas de Japón de gases venenosos o nocivos en varias regiones de China.” Y advirtió: “Deseo que quede absolutamente claro que si el Japón persiste en esta forma inhumana de combate contra China o contra cualquier otro país de las Naciones Unidas, esas acciones se considerarán por este gobierno como hechas contra los Estados Unidos, por los que [Japón] deberá esperar una retaliación completa y enérgica.” Roosevelt concluyó su advertencia con una observación: “Debemos estar preparados para aplicar una medida retributiva completa. Depende de Japón esta posibilidad.”
Después de diez años de estar destacado en la región de Harbin, Ishii fue transferido a Nankín el 1 de agosto de 1942, donde asumió el cargo de Jefe del Primer Departamento Médico Militar. El motivo exacto de este traslado, como muchos otros datos en su carrera, se desconoce. Sin embargo, según testimonios, Ishii lo justificó porque varios “peces gordos del Ministerio” no querían que siguiera metido en el mundillo de las investigaciones biológicas. Esto, sin embargo, se desvirtúa ya que, recién llegado a Nankín, Ishii inauguró ahí el mismo programa que dirigía en Ping Fan. Sumado a esto, el propio Ishii se aseguró que las investigaciones siguieran en su antiguo laboratorio a cargo de su sucesor.
El sucesor de Ishii fue su rival eterno, el Mayor General (luego Teniente General) Masaji Kitano. A pesar que tenían mucho en común, sus personalidades eran bien distintas, como también su apariencia física. Mientras Ishii era alto y menudo, Kitano era chaparro y barrigón, con una cabeza gruesa, en forma de bala. No obstante, era tan ambicioso y decidido como Ishii, y estaba dispuesto a todo. Casi nada se sabe de los orígenes de Kitano, y parece, más bien, que nació en el seno de una familia campesina. Tenía casi la misma edad de Ishii, y se había graduado en la Universidad Imperial de Tokio aproximadamente en la misma época que Ishii se graduó en Kioto. Ambos eran médicos: Ishii de la clase de 1920, mientras que Kitano de la de 1922. Apenas días antes de recibir el diploma, ambos habían ingresado al ejército, para escalar posiciones casi al mismo ritmo. Como Mayores de los Cuerpos Médicos del ejército, Kitano e Ishii aterrizaron en Manchuria en 1932. Mientras que Kitano fue nombrado profesor adjunto del Colegio Médico Manchuriano en Mukden, también como médico del ejército, Ishii directamente inició el programa de investigación biológica en China. Si bien Ishii tenía más poder, Kitano tenía más prestigio, al punto que en los círculos militares lo llamaban “el emperador.” Para nadie era un secreto que el sucesor de Ishii era más erudito, y sus estudios e investigaciones se apreciadiaban en el mundo académico japonés – muy a pesar que se inspiraron, en gran parte, en los abusos que cometió contra seres humanos en territorio ocupado. El sentido ético de Kitano no era mayor al de Ishii, y no le impidió, durante diez años, ser profesor emérito. En los laboratorios universitarios, durante este tiempo, y con la ayuda de sus colegas, asesinó a cientos de chinos, coreanos y otros “seres inferiores” en el curso de experimentos bestiales. De su paso por las aulas de Mukden quedan los testimonios de autopsias y cirugías sobre seres humanos sin anestesia, vivisecciones, y otros horrores. A pesar que los japoneses en retirada trataron de destruir toda la evidencia en Mukden, los patriotas chinos encontraron las morgues llenas de víctimas bien preservadas que hoy están exhibidas en la facultad médica de la universidad como testimonio vivo de las atrocidades de Kitano.
Durante los veintidós meses en los que ejerció como Comandante “encargado” de la Unidad 731 en Ping Fan (entre agosto de 1942 y marzo de 1945), Kitano demostró que era un sucesor digno de Ishii. Entre sus primeras órdenes fue expandir el programa biológico con cobayas humanos. A pesar que la guerra para entonces se había vuelto en contra de Japón, aseguró que nueva tecnología le llegara en 1944 a pesar de las restricciones. Estos equipos nuevos le permitieron producir más patógenos a menor tiempo. Bajo la supervisión de Kitano, las técnicas de diseminación aérea de armas biológicas se perfeccionaron, técnicas que permitieron propagar una plaga en las afueras de Shanghái en 1944. Esta prueba fue filmada, y su primera proyección dejó sin habla a un muy satisfecho comando del Kwantung.
Todos los experimentos en seres humanos realizados por la Unidad 731 fueron debidamente filmados o documentados. De aquello que los aliados recuperaron, se rescatan fechas y se detalla, con bastante frialdad, el sufrimiento de las víctimas. Los archivos incautados eran de gran calidad, al punto que absolvieron a los criminales médicos japoneses de los tribunales de guerra. Afortunadamente Ishii y sus colegas de la Unidad 731 fueron incapaces de crear y producir un medio efectivo para diseminar las armas biológicas. Si bien se produjeron prototipos variados como conductores, ninguno tuvo la capacidad de destrucción masiva. Si el final de la guerra se hubiera retrasado, Ishii y Kitano habrían podido, seguramente, cambiar su curso a favor de Japón.
FUENTES
2012-01-04 12:53
Para incluir en un capítulo especial de La Historia Universal de la Infamia. Tremendo. Nunca aflorará toda la infinita capacidad del ser humano de causar daño a sus semejantes