Nuestro mundo está lleno de paranoias colectivas, derivadas de los problemas de la información, cómo se obtiene y cómo se interpreta. El propósito de “Historias ocultas”, publicada cada día 4 del mes, no es promover la paranoia colectiva: ya hay suficiente alrededor de todos. Lo que busca con sus entregas es divertir, despertar conciencias y, sobre todo, en un mundo lleno de conspiraciones descabelladas y mentiras, presentar puntos de vista con el fin de siempre alentar en el lector la investigación equilibrada y objetiva.
En la primera parte de estas entregas, se narró la rápida y brillante carrera del médico y Mayor General del Ejército Imperial Japonés, Shiro Ishii, y el nacimiento de la Unidad 731 (a su cargo) encargada de crear y probar armas biológicas para el Ministerio de Guerra del Emperador. Se repasó los trabajos realizados por la Unidad 731 en el primer laboratorio de investigación de su tipo (en el mundo) ubicado en la zona industrial de Harbin, trasladado posteriormente a la colonia de Zhong Ma, construida sobre las ruinas de un villorrio alguna vez llamado Beiyinhe. En esta segunda parte, se detallará la construcción y otras particularidades de los nuevos laboratorios de Ishii en la ciudadela de la muerte de Ping Fan, así como el procedimiento de reclutamiento de víctimas y, en general, precisiones sobre la Unidad 731. La tercera parte de estas entregas explorará detalladamente los experimentos en seres humanos ejecutados por la Unidad 731 en Ping Fan. Una cuarta parte narrará las atrocidades cometidas por otras unidades a cargo de Ishii en Nankín y Changchun. Y la quinta y última parte abordará el encubrimiento aliado de los crímenes de guerra cometidos tanto por militares como por los científicos de Japón durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
Ping Fan: el laboratorio de la muerte
La mitad de la década del 30 del siglo pasado fue, sin lugar a dudas, importantísima para el ascenso de Shiro Ishii como director del programa biológico japonés de preguerra. Tres años después de ascender a Mayor del Ejército, Ishii consiguió el grado de Cirujano Teniente Coronel, algo impensado en una época de obstáculos y recortes presupuestales. Su ascenso fue rápido, indiscutiblemente, y se debió, en principio, a sus trabajos en Beiyinhe. Ishii jamás dejó de venderle al gobierno japonés los supuestos beneficios de la investigación biológica. Por ello, la gran oportunidad le llegó al brillante médico el 1 de agosto de 1936, cuando fue promovido a Jefe del Ejército Kwantung Boeki Kyusui Bu, lo cual traduciría “Unidad Anti-epidémica de Suministro de Agua”. Un año antes, en 1935, el ejército Kwantung (de ocupación en Manchuria) sobrevivió a una epidemia de cólera que, antes de poderse contener, había arrasado con más de cinco mil soldados. Una investigación oficial (y de dudosa conformación) concluyó que se había tratado de un ataque de la resistencia china con armas biológicas (dada la naturaleza extraña de la epidemia), de modo que la respuesta de Japón fue la de contaminar las fuentes hídricas con patógenos muy a pesar de que no eran los chinos, sino los rusos, los principales sospechosos. Poco antes de llegar a Beiyinhe, el doctor Ishii había inventado un purificador de agua que había sido utilizado de inmediato por el Ejército en sus operaciones. Año tras año, el filtro fue mejorado de modo que el prestigio de Ishii, en las altas esferas del gobierno japonés y el mundo académico, creció. Según recordaron posteriormente testigos de las presentaciones públicas del filtro, ya Ishii, para esa época, se veía eufórico, incluso confundido e introspectivo.
Para la rendición de Japón en 1945, Matsumura Chisho ostentaba el rango de Mayor General y era Jefe Adjunto del Comando del Ejército Kwantung. Conocía a Ishii en la intimidad, y en sus memorias Matsumura hizo un retrato del controvertido médico. Lo recordó como un
«cirujano militar decidido y valeroso, que tenía grandes dotes para las relaciones públicas y una habilidad para llevar a cabo lo que se propusiese –alguien que todos conocían como el «loco cirujano del ejército». Desde joven, Ishii se había caracterizado por una gran capacidad para llevar a cabo lo imposible. En la facultad que dirigía, en la Escuela Médica, mientras yo trabajaba en el cuartel general, Ishii pidió fondos y mano de obra para su trabajo de control de epidemias relacionado con el manejo de aguas. Para lograr llamar la atención de sus jefes, comenzó a ejecutar una serie de números bastante exóticos que causaban estupefacción, como por ejemplo, uno era lamer sal que decía había sacado de la orina humana…»
Sus espectadores no habían sido simplemente funcionarios del ejército y las universidades, sino que el mismo emperador Hirohito era un admirador de su trabajo (se sabe que dos veces fue a ver sus presentaciones).
Ishii adicionalmente hizo una pequeña fortuna con su invento. El monopolio exclusivo de explotación del invento lo ganó Nippon Tokushu Kogyo Kabushiki Kaisha, una planta ubicada cerca del laboratorio de Ishii en Tokio. La fábrica también contrató al científico como asesor de diseño industrial, a un precio de 50,000 yenes, lo cual era, en aquella época, toda una fortuna. Los sobornos eran comunes en el ejército japonés, e Ishii probablemente recibía dinero adicional por debajo de la mesa permitiéndole así llevar la vida lujosa que se recuerda de él. El término “complejo industrial-militar corrupto” era por entonces desconocido, pero resulta apropiado para comprender el rápido ascenso en la carrera militar del cirujano.
El Buró de Purificación de Aguas, como se le conocía en breve, fue la fachada perfecta para Ishii. Nadie cuestionaría la utilidad de una unidad investigativa que procurara agua potable a las tropas del Emperador. Al final, más de dieciocho unidades parecidas proliferaron por toda Manchuria y en China hasta el fin de la guerra. Todas, claro está, bajo la dirección y administración de Ishii, dedicadas de una forma u otra a aportar algo a la investigación bacteriológica en seres humanos.
El cuartel de operaciones de la red dirigida por Ishii se conocía como el complejo “Ping Fan”, una franja geográfica propicia que el mismo Ishii descubrió poco después de convertirse en director del Buró de Purificación de Aguas. Ping Fan consistía de diez villorrios apiñados uno detrás de otro a unos 24 kilómetros al sur de Harbin. El territorio ocupado era de unos 6 kilómetros cuadrados. Desde el centro de Harbin, el viaje en coche era de aproximadamente cuarenta y cinco minutos. Para el otoño de 1936 algunos de los villorrios fueron despoblados. El 15 de agosto de 1938, siguiendo el calendario lunar chino, se incluyeron otros tres villorrios, también de manera forzada. En total, por lo menos ocho villorrios fueron tomados violentamente por los japoneses entre 1936 y 1938. Las expropiaciones incluían tierra cultivable y bosques. Mil setecientas viviendas fueron desalojadas, y alrededor de 600 familias tuvieron que huir como consecuencia de las acciones del invasor. Adicionalmente, muchas de las indemnizaciones autorizadas por Ishii eran estafas, puesto que se pagaba menos de la tercera parte de su precio real. Esto, sin descontar los más de treinta impuestos que debían pagar los manchurianos tanto a japoneses como al gobierno de Manchuko, lo cual reducía la indemnización a prácticamente nada.
Ishii se había jactado siempre de poder materializar una idea “a gran escala”. Pero cuando se completó el complejo de Ping Fan en 1939, la idea había sido tan grandilocuente que habría podido sorprender hasta al mismo arquitecto de Hitler. Los planos de Ping Fan dan cuenta de alrededor de 76 edificios que eran la base del complejo. Estos constaban de un enorme edificio donde operaba desde la administración general hasta los amplios laboratorios, los hospedajes para obreros civiles, los barracones, las baterías antiaéreas, los establos interminables para los animales, un edificio exclusivamente dedicado a las autopsias, un campo adjunto donde se cultivaban alimentos para la población residente y otro campo para ejecutar experimentos biológicos en tierra y plantas. También contaba con una prisión destinada a albergar los cobayas humanos, una planta eléctrica, tres hornos crematorios de gran capacidad, y un complejo de recreación para el personal, con canchas de tenis y piscinas. Un tren especial unía a Ping Fan con Harbin, sumándose a la pista privada desde donde operaba la flotilla aérea privada de Ishii. El perímetro sumaba más de 6 kilómetros cuadrados y era más imponente que el complejo de Auschwitz-Birkenau en Polonia. El ejército Kwantung decretó que Ping Fan sería la “Colonia Militar Especial No. 14”, de acceso restringido, a la cual solo se podría acceder con permisos especiales. El grado de secrecía no era exagerado: Ishii debía ocultar todas sus oscuras actividades del otro lado del alambre de espino y las paredes de concreto. Para levantar los edificios, el gobierno japonés envió mano de obra desde Tokio, de modo que nadie en la región tuvo una idea exacta de lo que allí se estaba construyendo. El espacio aéreo sobre Ping Fan era restringido.
La compañía local de aviación, Aerolíneas de Manchuria, recibía permanente avisos de que, si uno de sus aviones violaba la restricción, sería automáticamente derribado. Esta colonia militar especial estaba a cargo de tres fuerzas distintas: la policía militar japonesa (la temida Kempei), la Policia Militar Kwantung y la policía del gobierno títere de Pu Yi. Un contingente élite del Ejército Imperial servía, al interior de Ping Fan, como un cuarto anillo de defensa (contrario a lo que se podría pensar). Para mantener la estricta seguridad dentro y fuera del complejo, la Fuerza Aérea japonesa solía patrullar el espacio aéreo varias veces al día. Las rutas aéreas entre las ciudades al norte de Ping Fan estaban incluidas en la llamada “línea fronteriza de 60 li” (o 30 kilómetros). Cualquier aparato que volara por fuera de curso era derribado sin advertencia. Cuando los trenes se detenían una estación antes de la de Ping Fan, los ayudantes iban de vagón en vagón cerrando las cortinas de las ventanas. Una vez que el tren partía, debía disminuir su velocidad una vez se situaba frente a la Colonia Militar Especial No. 14, de modo que desde las garitas del complejo, los funcionarios pudiesen inspeccionar, con gemelos en mano, cada ventana de los vagones. Si alguien movía una cortina o trataba de mirar por una ranura era arrestado en el acto bajo cargos de espionaje.
Las preocupaciones de Ishii sobre la seguridad de Ping Fan rayaban a menudo en la paranoia. Quienes tenían capacidad de mando eran los protegidos de Ishii: él confiaba en ellos, y generalmente, eran casi todos oriundos de Chiyoda Mura (poblado natal de Ishii) y sus alrededores. El complejo de Ping Fan estaba aislado por varias capas de barreras y fortificaciones. Como en Beyinhe, el cuartel general estaba protegido por un foso, al estilo de los castillos medievales. En todo el complejo, un grueso muro de ladrillo, de más de 5 metros de altura, precedía a un foso anchísimo y profundo. Una decena de cables de alto voltaje detrás del alambre de espino impedían superar con éxito el de por sí difícil muro. Había garitas de vigilancia en todos los flancos. Solamente había cuatro accesos para todo el perímetro de Ping Fan. La puerta Sur permitía el ingreso del personal. La puerta Occidental era solo usada para emergencias. Y por las puertas Norte y Oriental ingresaban los trabajadores chinos. Había francotiradores en los tejados de los edificios, incluso en las chimeneas de los hornos crematorios, desde donde se veía Ping Fan como a ojo de pájaro. El “edificio cuadrado” era el corazón del complejo del doctor Ishii, y sumaba más de 9,200 metros cuadrados detrás de una muralla que no podían traspasar los chinos a menos que fueran a ser víctimas de los experimentos.
La mano forzada china construyó la enorme fábrica de muerte en menos de dos años. Se estima que entre 10 mil y 15 mil personas levantaron el complejo Ping Fan desde 1936 hasta poco antes de su destrucción en agosto de 1945, antes de la llegada del ejército soviético. El ejército de ocupación exigía que todo varón chino, entre los dieciséis y sesenta años que residiera en Manchuria, debía donar cuatro meses de su vida cada año al servicio de la causa del Emperador. Adicionalmente, cualquier familia que tuviera más de tres hijos varones debía entregar uno, durante un año, al servicio del Kwantung. Algunas veces había hasta 1,500 chinos trabajando en Ping Fan, divididos en grupos y supervisados por el temido Kempei. Eran en realidad esclavos: no solo eran las jornadas interminables, sino que cada mañana debían hincarse para alabar a sus amos japoneses de una forma indignante, y cuyo castigo, por no hincarse, comenzaba con la furia de los perros guardianes, cuyas mordidas eran generalmente mortales. Había represalias para todo un grupo si uno de sus integrantes escapaba o intentaba hacerlo. Para asegurarse de la lealtad de los chinos esclavizados, los japoneses infiltraban agentes que recogían información entre los obreros. Las brutalidades eran múltiples. Incluso con el tiempo creció, en inmediaciones de Ping Fan, una fosa común, donde se lanzaban los cadáveres de los caídos, y que llegó a conocerse como “el cementerio de los trabajadores”. Para el final de la guerra el hedor que provenía de las fosas era insoportable. Las pertenencias de los muertos se entregaban a los nuevos esclavos que llegaban al complejo. Entre 1936 y 1945 más de un tercio de todos los esclavos en Ping Fan murieron por las heridas derivadas de los maltratos brutales.
Cuando las primeras fotografías aéreas de Ping Fan llegaron a Tokio, más de uno en el Ministerio de Guerra quedó con la boca abierta. Sin lugar a dudas estaban impresionados, pero convencidos también de que debían inventar un pretexto urgente para encubrir el megaproyecto de Ishii. No tardó mucho para que se difundiera en Manchuria el rumor de que el complejo Ping Fan no era otra cosa que un “campo maderero”, una “aserradero altamente sofisticado”. Es por esa razón que Ishii y sus colaboradores pronto comenzaron a referirse a sus cobayas humanos como “maruta” o troncos.
El presupuesto inicial del complejo de Ping Fan era de unos 9 millones de yenes. Solo la nómina osciló entre doscientos mil y trescientos mil yenes, y 6 millones se adjudicaron exclusivamente para la experimentación científica. ¿Cómo alguien como Ishii, con un rango militar tan bajo, manejaba un presupuesto tan exorbitante? Sin duda alguna, alguien en Tokio le cuidaba muy bien la espalda. Lo cierto es que para la entrada en funcionamiento de Ping Fan, su protector, el General Nagata, estaba muerto (víctima de uno de tantos intentos golpistas que eran comunes en la política ultraderechista japonesa de preguerra). Quizás el sucesor de Nagata, o alguien en la Corte Imperial, o algún influyente político de corte fascista, miembro de alguna sociedad ocultista de las muchas que abundaban por entonces, estaban apoyando el proyecto de Ishii en Ping Fan.
La cadena de mando de Ping Fan la encabezaba el doctor Ishii, que reportaba directamente al Comandante del Ejército Kwantung en Manchuria. El Director del Departamento Médico del Ejército Kwantung también supervisaba algunas de las actividades de Ping Fan. En temas sensibles, Ishii reportaba al Buró de Asuntos Médicos en Tokio y el Grupo AO en cuanto a investigación y experimentos se trataba. Vale recordar que el Ejército Kwantung brillaba por su independencia de Tokio. El “incidente Mukden” fue un ejemplo de la incapacidad del gobierno japonés para domar a su rama militar en Manchuria. Lo único que en últimas mantuvo el control de Tokio sobre el Kwantung fue el presupuesto, que era ordenado desde la capital. Poderosos amigos de Ishii en Tokio como el Coronel Yorimichi Suzuki, Jefe de la Primera Sección de la División Estratégica del Mando Militar del Ejército Imperial posiblemente ayudaron a garantizarle siempre suficiente presupuesto.
Según el testimonio de Ryuji Kajitsuka, Teniente General del Servicio Médico del Kwantung y Director de la Administración Médica del mismo, el doctor Ishii obtuvo permiso y credenciales para sus investigaciones “directamente del Emperador”, por decreto, en 1936. El decreto de Hirohito, que hasta el día de hoy no ha sido publicado en Japón, pero cuyos extractos sobreviven, debía ser “enviado a todas las unidades del Ejército japonés para información de sus miembros”. Kajitsuka conoció el decreto, y posteriormente, según afirmó, entre 1939 y 1940, al parecer Hirohito firmó otro decreto imperial en el que se reorganizaba la unidad a cargo de Ishii. “Tuve conocimiento de este decreto estando en el cuartel general del Ejército Kwantung hacia febrero de 1940, con el debido sello de “secreto” impreso en todas sus páginas”, dijo en su entrevista a los aliados tras el fin de la guerra.
Es muy posible, por ello, que Ishii tuviera amigos en las más altas esferas de la política imperial, si no la más alta: la misma divinidad del Emperador.
El infierno en Manchuria
En una noche helada del otoño de 1936, tan fría como siempre en Manchuria, se congregaron en el salón de conferencias de Ping Fan más de 60 asistentes, de los más allegados al director de la Unidad 731, en la ceremonia que oficialmente inauguró el programa biológico del Japón. A pesar de los ornamentos (crisantemos por doquier, la eterna fijación de Ishii) fue un evento breve, encabezado por el discurso del mismo doctor:
bq «Los preparativos para nuestro laboratorio investigativo han concluido. Esta unidad, que se conoce como la “isla remota”, está completamente aislada de las leyes de nuestro país, y no hay objeción alguna sobre si este ambiente es apto o no para nuestras investigaciones. Comparado con los laboratorios científicos universitarios en los grandes centros urbanos con los que ustedes están familiarizados, estas instalaciones no son siquiera parecidas, y solo nos resta sentirnos orgullosos que tenemos toda la tecnología científica existente a nuestra disposición. ¿Creen que alguien más, distinto de los que estamos aquí, si quiera imagina, incluso en sus sueños más disparatados, que existe un laboratorio tan espléndido para la producción de cultura, en estas salvajes dulas? Ahora, por encima de esto, no hay por qué preocuparnos sobre la financiación de nuestra investigación…»
Pero aquellas palabras no resumieron el proyecto del doctor Ishii. Aunque si bien estaba adscrito al ejército Kwantung, Ishii gozaba de suficiente protocolo de acceso como para pasearse libremente por el Ministerio de Guerra en Tokio, y adicionalmente, recién había recibido el respaldo del emperador Hirohito, a través de un decreto. Sin duda alguna, los días dorados de la ambiciosa pero modesta Unidad Togo en Beiyinhe quedaban atrás.
La nueva unidad, que retuvo a gran parte del personal de Beiyinhe, se le apodó, desde el principio, la “Unidad Ishii”. En 1941, cuando Japón ya había entrado en guerra con Estados Unidos, y solo para encubrir aún más las actividades en Ping Fan, Tokio le otorgó una nueva denominación numérica, la Unidad No. 731 o Unidad 731, que es como hoy mejor se le conoce. Desde su lujosa oficina decorada siempre con frescos crisantemos, en el edificio cuadrado de Ping Fan, Ishii planificaba sus retorcidos experimentos en nombre de la “investigación médica”. Nadie, ni siquiera en las películas más espeluznantes de terror, ha podido recrear hasta hoy el inmundo universo de Ping Fan. Los científicos a cargo de Ishii eran investigadores, muy bien pagos, a quienes se les había prometido ascensos, gozaban de lujosos paquetes vacacionales y estaban convencidos que hacían un trabajo noble por el bienestar de Japón y de la humanidad. Había algunos, vinculados al Ejército, que cumplían solo órdenes, mientras que otros, menos afortunados por ser estudiantes universitarios, eran engañados por sus profesores. Tal cosa ocurrió con un grupo de la facultad de medicina de la Universidad de Kioto, que alcanzó notoriedad bajo el mote de “La panda de los siete”, intimidados por el profesor Shozo Toda, rector del departamento de Medicina de la institución, quien los obligó (como se supo en la posguerra) a hacer sus pasantías en Ping Fan. Para todos ellos, en últimas, la ética no fue un asunto que debía considerarse. Por más reacios que se mostrasen desde el principio, aprendieron rápidamente, bajo la tutela de Ishii, a deslindar la ética de la ciencia. Adicionalmente eran seguidores de la doctrina nacionalista que, precisamente, llevaría a Japón a la guerra. Era una época en nuestra historia humana en la que el fin sí justificaba los medios.
El Mayor Tomio Karasawa fue uno de aquellos científicos jóvenes. Tras caer como prisionero de los soviéticos en 1946, declaró en su interrogatorio su admiración por Ishii y el trabajo de la Unidad 731. Admitió que mientras “fui testigo, con reserva, de todos los preparativos para una eventual guerra biológica, definitivamente creí que… Ishii había hecho grandes experimentos allí.” Luego explica, con más detalles:
«Participé en estas investigaciones, de lo que detesto hablar, pero lo haré porque no puedo cargar con un peso así en mi mente. Pensé en aquel momento que al llevar a cabo este trabajo solo podía justificarlo por el deber que tenía como oficial del ejército, pero ahora, puedo explicarlo como el trabajo de un médico que crea arte benevolente.»
Al preguntársele si le agradaba trabajar para Shiro Ishii, el Mayor Masuda, farmaceuta de especialidad, respondió con indignación: «¡No lo veíamos así! ¡Trabajábamos para nuestro país! Hicimos lo que se nos ordenó. Creía que el General Ishii era un gran hombre, un hombre valioso». Ishii descartó el asunto ético desde la misma noche fría de su discurso inaugural. En aquella ocasión, le recordó a su personal que tenían una misión “dictada por Dios”, para la que debían “desafiar todos los organismos capaces de infligir mortandad”. Debían “bloquear” las posibilidades de esos microorganismos para “violar el cuerpo humano”, aprendiendo a aniquilarlos, supuestamente con “los mejores tratamientos”. Sin embargo, el trabajo de la Unidad 731 fue contrario a todos estos principios de buena fe. Ishii se veía a sí mismo y a sus médicos como parte de un grupo de científicos que descubrirían universos, un grupo que también tenía cierta responsabilidad militar mientras luchaba contra un enemigo invisible y que los amenazaba desde el extranjero.
Uno de los discípulos de Ishii, Hojo Enryo, se refirió al asunto ético del trabajo que realizaban en la Unidad 731, precisamente, durante un viaje a Berlín en 1941: «Es cuestionable si en el caso de una nación que lucha por su honor, una idea de justicia como la que propone la Liga de las Naciones [la convención de 1925 prohibiendo las armas biológicas y químicas] pueda respetarse. En el caso de un enemigo victorioso, tal tipo de acuerdo moral solo puede significar para nosotros letra muerta.»
Cabe decir, para una exposición equilibrada, que no todos los médicos y científicos jóvenes japoneses que por algún motivo terminaron en Ping Fan compartían los ideales de una superioridad racial y se enorgullecían de la moral de Ishii. De hecho, en el Japón de la posguerra, varios médicos se suicidaron y otros sufrieron consecuencias mentales que los llevaron, en menos de veinte años, a la muerte. Para citar un ejemplo, dos décadas después del fin de la guerra, el doctor Sueo Akimoto, de 68 años, confesó su participación en la Unidad 731 poco después de graduarse de la Universidad de Tokio en 1944. “Con un mes estando ahí ya todo lo había aprendido. Vivía en un infierno”, aseguró, en artículo publicado por el Washington Post el 19 de noviembre de 1976 (A1, p.19). A lo que agregó, entre lágrimas al entrevistador: “Llegué a Ping Fan creyendo que todo se trataba de medicina preventiva e investigación médica. Protesté tres veces ante mi superior. Me dijo que como había llegado voluntariamente, había perdido mi derecho de regresar a Japón.”
Dentro de la comunidad científica, se pensaba que no había ninguna diferencia entre experimentar con plantas y animales y hacerlo con seres humanos. En Japón, para fines de los años 30, esta idea calaba aún más puesto que se alimentaba de un antiguo concepto imperial de superioridad racial. Para cuando Hitler, en 1933 anunció que limpiaría a Alemania de las impurezas raciales, los japoneses, siglos antes, se lo habían propuesto. Se ha explicado que esta idea de superioridad racial se debe por el aislamiento geográfico de Japón, que le permitió construir una xenofobia extrema tanto racial como cultural. El Tribunal Militar de Crímenes de Guerra de Tokio tomó nota del estado del racismo en Japón. En el parágrafo 2 de la acusación general de crímenes contra la humanidad, se aseguró: “La mente de la nación japonesa ha sido sistemáticamente envenenada con ideas dañinas de una supuesta superioridad racial de Japón sobre las demás naciones de Asia e incluso, sobre el mundo entero.” Y todavía hoy Japón sigue siendo una de las naciones más etnocéntricas del mundo. Si bien no se trata de una posición pública, conversar con alguien en Tokio al respecto puede dar a cualquiera los indicios básicos de lo que todavía, en el siglo XXI y ya sin ejército, siguen pensando los japoneses sobre su raza.
Desde principios de la década del 30, los japoneses estaban decididos a construir un verdadero imperio. De ahí que hayan proliferado por todo el país más de 500 grupos de ultra derecha que se les conoce como los “Soldados de los Dioses”, y cuyo juramento principal era aniquilar a todo quien se opusiera a los propósitos del imperio del Sol Naciente que estaba por surgir. Muchos de estos hombres terminaron en el ejército, militares fanáticos y racistas, para quienes los habitantes de los territorios ocupados no valían nada, y un gran número llegó a Manchuria para ponerse a órdenes de la Unidad 731.
Los laboratorios de la muerte de Ping Fan fueron en sí construidos por una sola contratista militar, y fue la compañía de Tokio Nihon Tokushu-Kogyo la que instaló todos los equipos solicitados por Ishii. Para hacer de Ping Fan un lugar atractivo para los científicos que llegaban de las islas, se construyó una ciudad dentro de la ciudad de la muerte, consistente en 22 edificios que nada envidiaban a los mejores hoteles del otro lado del mar, un auditorio de 1000 plazas con biblioteca pública y un bar, jardines, piscinas, restaurantes, baños públicos, mercados, campos de atletismo y un prostíbulo exclusivo para el personal del ejército. Otras cuatro edificaciones se destinaron al almacenamiento de medicamentos. Un templo Shinto ofrecía servicios religiosos al personal y sus familias. Adicionalmente, una escuela primaria y secundaria garantizaría que las familias japonesas allí estuviesen siempre contentas.
De los 150 edificios construidos en Ping Fan, ninguno era tan importante para Ishii como dos: los que ostentaban los números 7 y 8. Conocidos como el “Ro” y “Ha” respectivamente, eran las prisiones que albergaban a los cobayas humanos. Los dos edificios eran los mejor vigilados de todo el complejo. Para acercarse, incluso muchos científicos y soldados necesitaban una especial autorización de seguridad. El hermano de Ishii, Mitsuo, era precisamente el jefe de la guardia del Ro y el Ha. Los dos edificios se distinguían de los demás por los cañones que sobresalían de su estructura. El edificio No. 7, “Ro”, albergaba a los cobayas hombres, mientras el No. 8 o “Ha” tanto a mujeres como a hombres. Ambas estructuras se habían hecho con paredes de un concreto, hormigón, ladrillo y acero tan grueso, que incluso después de la guerra muchas no las pudieron destruir. La dinamita, aliada del ejército japonés que se retiraba por la avanzada soviética, demostró ser inútil ante la obra de Ishii. Este trabajo en los últimos días de Ping Fan lo realizó la guardia privada y leal de Ishii, constituida por 731 de sus mejores hombres (y 731 era el nombre de su unidad), que lograron destruir gran parte de los edificios solo con bombas de 50 kilos.
Las víctimas eran conducidas a los edificios 7 y 8 a través de un túnel secreto que unía al edificio administrativo con las prisiones. No era el único túnel: había muchísimos más que por debajo de la tierra conectaban con los laboratorios de actividades experimentales y los hornos crematorios, por ejemplo. Los túneles eran de 18 metros de ancho por 3 de largo. Aunque los edificios 7 y 8 podían albergar hasta 400 prisioneros, se estima que en promedio, guardaban a unas 200 personas cada mes. El “Ho” y el “Ra” fueron construidos por fuera del alcance de la vista del público: estaban en el centro de aquel triángulo enorme que era el edificio administrativo.
Las víctimas llegaban a Ping Fan desde un “centro de procesamiento” cerca a Harbin. Había dos formas para conducir a las víctimas hasta las camillas de Ishii: en medio de la noche, utilizando vagones de carga de trenes, al mejor estilo de la Alemania Nazi, al cual únicamente hay que agregar el detalle de que los reos quedaban ocultos gracias a los troncos. O por “transporte especial”, esto es, camiones Dodge del ejército Kempeitai, con ventanas oscuras (pintadas). Por debajo de los camiones se habían instalado novedosos sistemas de ventilación, con el fin de mantener vivas a las víctimas. Yue Zhen Fu, un trabajador de Ping Fan, quien al dar su testimonio después de la guerra recordó cómo los soldados trasladaban prisioneros desde las oficinas del consulado de Japón. Los sábados por la tarde, otros vehículos “especiales” trasladaban víctimas desde otras “bodegas” en Harbin. Fang Zhen Yu, otro trabajador de los laboratorios de Ishii, recordó también claramente la tarde de noviembre de 1943 cuando un “tren especial” llegó al campo. Arriesgando su vida, Fang se asomó por unas de las ventanas del edificio en el que estaba trabajando para descubrir algo que le heló la sangre: varios técnicos japoneses comenzaron a transportar en camillas lo que pronto supo que eran cuerpos envueltos en esteras de paja, cuerpos que parecían momias y que eran cargados con gran cuidado. No tardó mucho para darse cuenta que aquellas momias estaban vivas. Las esteras estaban tan bien cerradas que solo se podían distinguir las cabezas y los pies. Con el fin de evitar el pánico colectivo en inmediaciones de Ping Fan, Ishii ordenó que se difundiera que su ciudad-laboratorio era un “aserradero”.
Los “marutas” (troncos) que se acumulaban en el aserradero de Ping Fan eran, en gran parte, seres humanos que habían estado bajo la custodia de la policía de Harbin. En su mayoría eran chinos Han, pero también un gran número de rusos blancos y los judíos en Manchuria, así como un número de mongoleses, coreanos, europeos acusados de espionaje y personas con problemas mentales. El Mayor Iijima Yoshio recordó en 1949 que personalmente él fue responsable del envío de “cerca de 40 ciudadanos soviéticos… a una muerte segura [a Ping Fan]; todos murieron por las consecuencias de los experimentos.” Todos los “marutas” habían sido sentenciados, sin juez ni defensa, a la pena de muerte. En 1939, por ejemplo, el Mayor General Shirokura, jefe del Ejército Kwantung del Kempeitai, profirió la Orden No. 224 en la que envió a 30 prisioneros a “confinamiento especial” en Ping Fan. En varias ocasiones, la policía simplemente escogía al azar personas en las calles de Harbin y las enviaba a la Unidad 731, para cumplir con las cuotas de pedidos. Estas víctimas se convertían automáticamente en “desaparecidos”. Según el testimonio del Coronel Takeo Machibana, alto oficial del Ejército Kwantung del Kempeitai, recordó en diciembre de 1949 que “el confinamiento especial de personas se limitaban a ciertas categorías: personas acusadas de espionaje, o de quienes se sospechaba que trabajaban para el enemigo… Eran los «hunghutzu», o los partisanos chinos. Estos eran considerados elementos anti-japoneses, elementos siempre incorregibles.” En 1940, mientras se desempeñaba como jefe de la policía en un pueblo manchuriano, Tachibana admitió que envió a Ping Fan “no más de 6 personas” que “nunca regresaron, murieron a causa de los experimentos.” Sin embargo, según las pruebas documentales recogidas por los aliados, hacia mediados de 1943, y ya trasladado al cuartel general del Kwantung en Changchun, el Coronel Tachibana autorizó el envío de más de cien personas a Ping Fan.
Los candidatos a convertirse en “objetos de experimentación” debían atravesar por un proceso preliminar en varios centros establecidos para ese fin dentro y fuera de Harbin, con el fin de determinar su “elegibilidad”. Los sospechosos de pertenecer a las guerrillas comunistas se “almacenaban” en los sótanos del Consulado de Japón, que servían de cárcel y cámaras de tortura para la policía secreta. Otros se guardaban en el Instituto de Investigación Científica de Japón en las afueras de la ciudad. Y otros en una sección especial de la cárcel de Harbin. Como ocurrió con los nazis, los japoneses al servicio de la Unidad 731 mantenían un archivo minucioso de cada uno de los prisioneros que morían en Ping Fan. Algunos de estos expedientes sobrevivieron la destrucción emprendida por las tropas japonesas en retirada en 1945, y son hoy la prueba detallada de los procedimientos de Ishii. Por ejemplo, una carpeta dice lo siguiente: “Fecha: Junio de 1939; Comandante: jefe del comando de la Policía Militar en la calle Xin Shi, Harbin; Contenido: 25 comunistas arrestados cerca a Xiang Fang, Harbin; Resultado: asesinados por la Unidad Ishii con inyecciones de veneno.” Otra carpeta anotó que, en el periodo de un año, desde agosto de 1942 a la misma fecha el siguiente año, una estación de policía de Harbin remitió a Ping Fan dieciocho “elementos anti-japoneses y de otras ideologías comunistas”.
Los “troncos” se transportaban atados de manos y pies. Una vez se les reseñaba en el edificio administrativo eran conducidos por los túneles a los edificios No. 7 y No. 8 respectivamente. Los “maruta”, al ingresar a Ping Fan, perdían su último derecho de humanidad. Si bien se les permitía conservar algunos objetos personales, su ropa era confiscada y remitida a los espías japoneses que la reutilizaban posteriormente en sus tareas de paisano. Ni los nombres de los prisioneros ni sus lugares de origen se anotaban en las planillas o quedaban en los registros. Su identidad en Ping Fan se reducía a un número de tres o de cuatro dígitos que comenzaba en 101 y terminaban en 1500. Estos números correspondían al número de la placa de rayos X que se les hacían a los prisioneros en su primer examen médico. Si la cuenta llegaba a 1500, a la siguiente víctima se le asignaba de nuevo el 101. El ciclo siempre era el mismo. El sistema numérico usado por Ishii hizo imposible para los investigadores en la posguerra determinar el número exacto de “troncos” que murieron en Ping Fan. La cifra de consenso no sobrepasa las 3,000 personas, pero se considera hoy un estimado muy bajo. Ciertamente las víctimas gozaban de excelentes cuidados de salud durante su breve estadía a cargo de la Unidad 731. Las heridas que ostentaban los troncos al llegar (provocadas por las torturas del Kempei) eran tratadas con gran diligencia por las enfermeras y médicos bajo la dirección de Ishii, de modo que las futuras víctimas gozaban, al poco, de plena salud para someterse a los experimentos.
La alimentación era excelente, mucho mejor de la que podía aspirar alguien del común pero libre en la ocupada Manchuria. De hecho se sabe que a los “maruta” se les daba la misma ración de comida que a los guardias japoneses, e incluso a veces gozaban de un menú especial muy superior al de aquéllos. El abundante régimen alimenticio planteó graves retos a Ishii, en términos de diabetes, enfermedades cardiacas y obesidad. De ahí que gradualmente se fijó un régimen óptimo de alimentación y ejercicio que se ajustó a las necesidades de cada experimento. Por ello algunos historiadores han hecho comparaciones del tratamiento que recibían las víctimas antes de su muerte con la que los ganaderos de Kobe les daban a su ganado (y que ha hecho que la carne de Kobe sea famosa en el mundo). El régimen alimenticio fue óptimo desde el primer día de operaciones de Ping Fan hasta poco antes del fin de la guerra, en la primavera de 1945, cuando las raciones decayeron a puñados de hierba y granos secos. Un hecho, sin embargo, es que las judías y la carne jamás faltaron.
El engranaje de una maquinaria de muerte
En 1956 apareció en Japón una memoria (“Unidad Especial 731”), publicada bajo el seudónimo de Hiroshi Akiyama, quien a principios de 1945, cuando contaba con solo 17 años, había sido enviado a Ping Fan. En una parte de su narración resalta lo siguiente:
“Cuando puse mis pies en esta tierra que era irrigada por el sol de la primavera, sentí como si hubiese despertado de un sueño y observara el mundo a través de una luz impactante y el escenario paradisiaco que tenía ante mis ojos. Todo brillaba y no era por el sol. Era por las filas sin fin de edificios modernos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista a través del valle. Primero, los edificios en el centro se alzaban a alturas indescriptibles como ningún otro en Manchuria, con sus fachadas perfectas; de hecho, no había en Japón, por fuera de Tokio, algo parecido. Ni en mis viajes por Osaka, Changchun y Harbin vi algo así. Estos edificios reflejaban, gracias a sus hermosas fachadas, la luz del sol, iluminando así la tierra.”
Ciertamente este tipo de idealización de un centro de muerte tan horripilante como Ping Fan se repitió en las narraciones de los japoneses en la posguerra. La Unidad 731 no fue el paraíso que Ishii trató de hacernos parecer. No hay duda que, desde el primer día tras su apertura, en Ping Fan se comenzaron a realizar experimentos en seres humanos, experimentos que crecieron a medida que se expandían los edificios de Ping Fan y que, años después, sería un precioso botín de guerra para Estados Unidos. Para la rendición de Japón en agosto de 1945, Ping Fan había alcanzado el máximo de su capacidad “industrial”.
La Unidad Ishii nació en 1936 con un equipo de trabajo que se estima de 300 médicos y científicos. Para 1940, cuando se terminó la planta básica de Ping Fan, había ya alrededor de 3,000 personas en la nómina de Ishii. Las cinco unidades satélite conocidas (pues pudo haber habido otras) a cargo de la Unidad 731 tenían 300 empleados cada una, de modo que el personal permanente a cargo de Ishii excedía claramente de 5,000 personas. El número de médicos y científicos representaba cerca del 10% del total, es decir, entre 300 y 500 hombres. El grupo de apoyo técnico representaba el 15%, entre 600 y 800 personas. Durante los primeros dos o tres años de funcionamiento de la Colonia Militar Especial No. 14, Ishii se dedicó primordialmente a supervisar la construcción de su imperio, delegando en gran parte funciones. En 1936, poco después de asumir la dirección de la Unidad 731, la Revista de la Escuela Médica del Ejército de Japón publicó la siguiente nota:
“Relevado de su posición activa en el ejército, un miembro de esta Escuela Médica, el Cirjuano Teniente Coronel de la Armada Shiro Ishii, ahora está dedicado, de tiempo completo, a sus actividades en Ping Fan.”
Durante su larga estadía en Manchuria, Ishii mantuvo un lujoso estilo de vida que chocaba con su personalidad austera y profesional. Vivía en una mansión expropiada a una familia rusa, donde él, su esposa y sus siete hijos convivían casi idílicamente, tal y como lo recordó, años después, su hija Harumi: “Era sin duda una mansión preciosa, como sacada de una película romántica, una como «Lo que el viento se llevó».” Una limusina lo trasladaba todas las mañanas desde su casa hasta Ping Fan. Sus uniformes eran especialmente confeccionados para él (no hacían parte de la dotación oficial), y a veces dormía muy cerca de su despacho, en una suite que había construido según sus gustos. A pesar de sus excesos –los rumores de su personalidad fiestera, fetichista y aficionada eternamente a las geishas– Ishii logró consolidar un equipo de brillantes científicos a su cargo. Ryoichi Naito quien, después de la guerra, fundó una compañía farmacéutica famosa, Green Cross Company, recordó en su testimonio de 1947:
“La mayoría de los microbiólogos en Japón terminaban trabajando, directa o indirectamente, para Ishii. Él había celebrado acuerdos académicos con las principales universidades japonesas. Además de la Universidad Médica Militar de Tokio, contaba entre sus aliados con la Universidad Imperial de Kioto, la Universidad Imperial de Tokio, el Laboratorio Nacional de Investigación de Enfermedades, etc.”
No es un secreto que gran parte de los hombres de mayor confianza de Ishii terminaron, después de la guerra, en posiciones importantes del mundo médico del Japón de la reconstrucción: decanos de facultades importantes, profesores eméritos, rectores de universidades y directivos de las industrias farmacéuticas que, de una manera u otra, permitieron el milagro económico japonés de la posguerra. Ishii fue, y sigue siendo para muchos japoneses, un héroe y patriota de su país.
En “La Divina Comedia”, Dante dividió al infierno en nueve círculos. En su infierno particular de Ping Fan, Ishii creó 8 subdivisiones. A cuatro se les dio nomenclaturas numéricas. Los cuatro restantes, por razones que todavía se desconocen, no tuvieron nombre. Quizás fue un intento deliberado de Ishii y sus colaboradores para ocultar sus actividades en el campo. O sencillamente (pensando en una explicación Maquiavélica), a Ishii no le importaba darle un nombre a las últimas cuatro divisiones de su industria de muerte.
La estructura de la Unidad 731 en Ping Fan era la siguiente:
Estas extracciones podían hacerse generalmente en 3 o 4 días de trabajo. La producción de bacteria era tan enorme que el Comandante en Jefe del Ejército Kwantung, el General Otozoo Yamada, tras realizar una inspección a la Unidad 731 en agosto de 1944, expresó su sorpresa “por la escala en la que se realiza el trabajo”. Quedó de hecho tan impresionado que, tras la inspección, afirmó haber “aprobado el trabajo y promovido su continuidad.”
Adicionalmente, la Sección I tenía bajo su responsabilidad la administración de los edificios No. 7 y No. 8, la cárcel que albergaba los “troncos”.
En 1949 el Mayor General Kiyoshi Kawashima afirmó que, al entrar en funcionamiento y lograr el máximo de su capacidad productiva, las Secciones I y II habían manufacturado “alrededor de 300 kilos de bacteria por mes”. Las divisiones de producción podía producir también entre “500 y 600 kilos de gérmenes de ántrax, o de 800 a 900 kilos de gérmenes de tifoidea, paratifoidea y disentería, o más de 1000 kilos de cólera”. Aunque si bien aceptó que “esa cantidad de bacteria, evidentemente, nunca se llegó a producir”, pero la división producía bacterias para su trabajo, de las cuales quedaban siempre excedentes.
El testimonio de Kawashima fue corroborado por el Mayor Tomio Karasawa, un médico del 731 que confirmó: “la producción mensual de la división a cargo de las bacterias podía incrementarse a alrededor de… 300 kilos de bacteria.” Cabe anotar aquí que los científicos de la Sección II de la Unidad 731 trabajaban simultáneamente en otras enfermedades. Por lo que la producción mensual de patógenos en Ping Fan se estima hoy muchas veces por encima de lo dicho por Karasawa y Kawashima.
El “Informe Thompson” (“Report on Japanese Biological Warfare (BW) Activities”, de mayo 31 de 1946, preparado por Arvo T. Thompson del Army Service Forces de Camp Detrick) anotó que para el momento de la rendición de Japón, el personal de Ping Fan consistía (según estimó): 35 cirujanos del ejército, 18 farmacólogos, 26 oficiales de Higiene, 10 oficiales técnicos, 5 fiscales, 30 ingenieros, 3 instructores militares, 1 intérprete, 100 oficiales no comisionados, 150 ingenieros asistentes y alrededor de 150 médicos del Ejército y empleados civiles. Además alegaba que el personal militar y técnico de las subdivisiones no superaba los 820 hombres. Estas cifras, sin embargo, son erróneas: según informes de primera fuente, en Ping Fan nunca el personal de base fue menor al personal de las subdivisiones de la burocracia de Tokio, por tanto, este informe preliminar de inteligencia, muy citado en la literatura sobre el tema, carece de fundamentos reales.
Sin lugar a dudas, el tamaño de Ping Fan igualaba el tamaño de sus actividades, tal y como el propio Ishii lo había pensado: “un laboratorio por encima de las nubes”.
“Es claro que la experimentación sobre seres humanos fue algo malo. De cualquier modo, también es claro que muchos médicos con consciencia y criterio hicieron parte de la Unidad 731 y sus actividades conexas. En un contexto social normal ninguno de estos hombres habrían asesinado jamás a otro ser humano. Son del tipo de intelectuales que quedarían psíquicamente perturbados si, por ejemplo, le causaran un daño a otro en un accidente automovilístico.” (Tsuneishi, Kei’ichi, and Asano, Tomizo, The Bacteriological Warfare Unit and the Suicide of Two Physicians (Tokyo: Shincho-Sha Publishing Co., 1982).
FUENTES:
2011-10-04 16:26
Terrorífico artículo, si bien ya estábamos un poco inoculados a la paranoia tras conocer los experimentos de los nacionalsocialistas alemanes y los comunistas rusos en la Segunda Guerra Mundial. Siempre es un asunto de confianza creer en lo que se cuenta, aunque la cantidad de datos parecen bien fundamentados.
Sólo debo hacer una corrección, puesto que es un error en el que se incurre constantemente en las diferentes lecturas históricas: la mayoría de los nacionalismos no son de derechas. Por mucho que se insista en esta idea nunca termirá por ser creíble: el apellido que suelen llevar nos conduce a pensar en lo que se ha venido llamando desde hace más de un siglo izquierda: nacional-socialismo, nacional-sindicalismo, como los más significativos. Recuerdo además el fortuito origen de los términos dada la distribución de los más representativos grupos políticos en el Parlamento Francés.
El terror puede llegar de donde menos lo esperamos y las ocultaciones y mentiras a menudo nos mantiene ignorantes de las tragedias que pueden llegar incluso de quien consideramos amigos o aliados.
Saludos.