Observar y ser observado, el juego de miradas al que nos invita la pintura. El día 16 de cada mes Cristina Granados dará un repaso por la Historia del Arte, la actualidad del sector y mucho más. Ilusión o percepción, Magritte no nos miente, sólo es la representación de una pipa.
A sus dieciocho años, Magdalena Carmen Frieda Kahlo Calderón quiere estudiar medicina. Está terminando el curso en la Escuela Nacional Preparatoria, la mejor institución de enseñanza de México, donde fue una de las pocas chicas admitidas. Ha tenido que esforzarse mucho; no pertenece a una familia pudiente, pero le van a permitir estudiar bachillerato, ya que le interesan las ciencias naturales y la anatomía, y es su deseo llegar a médico.
Su infancia ha sido feliz, pero la poliomelitis que sufrió con seis años hace que se avergüence de una de sus piernas, que a pesar de la rehabilitación concienzuda a base de deporte a la que la sometió de su padre, ha quedado enflaquecida. Intenta ocultarla vistiendo pantalones, pues aún recuerda amargamente como en su niñez la llamaban “Frida la Coja”.
La pintora surrealista por antonomasia, y unos de los iconos más reconocidos del país azteca, no sabía que un diecisiete de septiembre de 1925 su vida cambiaría para siempre. Se dirigía a la casa paterna tras salir de la escuela, acompañada de un amigo, cuando el autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía, quedando aplastado contra un muro. El espeluznante accidente provocó la muerte de varios de los pasajeros, y aunque Frida sobrevivó, arrastraría secuelas físicas de por vida. La columna vertebral quedó fracturada en tres partes; dos costillas y la clavícula también sufrieron roturas. La pierna derecha se fracturó en once partes, se dislocó el pie derecho, y un pasamanos del vehículo la atravesó por la cadera izquierda saliendo por su vagina. Como consecuencia de esto, sufrió numerosas operaciones quirúrgicas en la columna, debió usar corsés de diversos materiales, y quedó imposibilitada para concebir hijos; tal vez lo más doloroso para ella, que siempre ansió tenerlos con su marido, el muralista Diego Rivera.
Durante nueve meses tuvo que llevar un corsé de escayola, por lo que debía estar en cama todo el tiempo posible. Empezará a pintar como distracción, con unas pinturas al óleo de su padre y un caballete hecho a medida para que pudiese pintar tumbada, y colocándole un espejo en el baldaquín de la cama. Así podía verse y servirse de modelo. Los autorretratos ocuparán la mayor parte de su producción pictórica, ya que como ella misma diría: “Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola, y porque soy el motivo que mejor conozco”.
Existen numerosas fotografías en las que aparece pintando en su cama, con los diversos corsés que tuvo que llevar a lo largo de su vida. Incluso algunos le sirvieron como soporte pictórico, como podemos apreciar en estas imágenes.
La pintura se convertirá en una válvula de escape ante sus frustraciones personales. Ajustará cuentas con su pasado, y mostrará qué papel sentía que jugaba en la relación de amor-odio que tenía con Rivera.
“MI NANA Y YO” (1937)
Esta obra nos aproxima a la imagen que tuvo Frida de su relación maternal. Siempre consideró a su madre una mujer agradable e inteligente, pero al nacer su hermana Cristina, once meses más tarde, contrató a una nodriza indígena para que diera el pecho a la pequeña Frida; a raíz de este hecho, ella siempre sintió que no tuvo una relación íntima y emocional con su madre cuando más la necesitó, en los primeros momentos de su vida. Aparece representada con cuerpo de niña, pero con su rostro adulto, mamando de su nodriza, cuyo rostro se asemeja a una máscara precolombina. La falta de comunicación visual entre ambas figuras enfatiza el carácter únicamente alimentario de este episodio de su vida.
“LA COLUMNA ROTA” (1944)
Todo el dolor que le producían los daños en su columna vertebral aparece representado en esta obra. Por prescripción médica tuvo que llevar durante meses este corsé de acero, que nos hace pensar que evita que el cuerpo se quiebre definitivamente, que aquí aparece representado por una columna clásica rota en varios puntos; su rostro, hierático, contrasta con las lágrimas que corren por sus mejillas, que añaden sensación de soledad y desolación al paisaje desértico en el que se encuentra la figura. El paño blanco que cubre la parte inferior de la figura y los clavos que aparecen en su cuerpo nos recuerdan a las imágenes de* Cristo* o la de los santos martirizados. Puede que la artista, gran conocedora de la religiosidad popular mexicana, viese su padecer como un martirio; como si de una santa laica se tratase.
Su cuerpo nunca dejará de sufrir, ya que además de tres abortos ocasionados por los problemas en pelvis y ovarios, los dolores y la deformación de una de sus piernas le ocasionará la pérdida de varios dedos de un pie en 1934; será operada de la columna siete veces durante un año, que hará que a partir de 1950 sólo pueda desplazarse en silla de ruedas, y sufrirá la amputación de la pierna hasta la rodilla en 1953. A pesar de todo esto, no dejó de participar en recogidas de firmas y manifestaciones. Frida Kahlo fallecía el 13 de julio de 1954, pocos días después de asistir, estando gravemente enferma de una afección pulmonar, a una de estas manifestaciones.
A pesar de que sus ganas de vivir fueron flaqueando con los años, agravadas por su sufrimiento físico, dejaría escrito en su diario con motivo de la amputación del pie: “Pies para qué los quiero si tengo alas pa´volar”.