Observar y ser observado, el juego de miradas al que nos invita la pintura. El día 16 de cada mes Cristina Granados dará un repaso por la Historia del Arte, la actualidad del sector y mucho más. Ilusión o percepción, Magritte no nos miente, sólo es la representación de una pipa.
He visitado recientemente Madrid, y como es natural, he observado los escaparates de las tiendas de recuerdos que asaltan a los turistas en las calles más céntricas de la capital.
Las Meninas de Velázquez, Las majas, o Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya son las obras que más se repetían, en una infinidad de productos de merchandasing que ni el Dalí más egocéntrico hubiese podido imaginar para sí mismo. Es curioso como estos dos artistas han pasado a representar, cada uno en su estilo y momento, el paradigma de genio español; las más altas cotas que ha alcanzado la pintura de este país, respetados y admirados por la crítica internacional desde mucho antes de que tú, aficionado al arte, te lo plantearas.
¿Y Murillo? Un ñoño pasado de moda, digno de estampitas de comunión de los años sesenta y de los cabeceros de la cama de tus abuelos, piensas. Pero hubo un tiempo en que Velázquez era casi un desconocido y Goya estaba demasiado fresco como para tener perspectiva de su obra, y en el que el más famoso pintor de Inmaculadas copaba el mercado artístico. Comparando la apreciación de la obra de los dos pintores sevillanos (a Goya quizá lo recuperemos en otro artículo) comprenderemos mejor el porqué de este cambio de perspectiva.
A Bartolomé Esteban Murillo, a pesar de no desarrollar su carrera artística en la Corte madrileña, no le faltarán encargos a lo largo de su vida; sus principales clientes serán las familias nobles sevillanas y la Iglesia, dejando un ingente legado en templos y conventos. Su fama trascenderá su muerte, a consecuencia de una caída de un andamio cuando trabajaba en 1682.
Su obra pasa de un tenebrismo “zurbaranesco” a un prerococó de pincelada fluida, tonos claros, gracia y temática amable, anticipándose a su manera a la pintura galante Rococó unos cuarenta años. Conseguirá una mezcla de religiosidad y alegría de vivir nunca vistos antes en la pintura española, con escenas sacras pero familiares que se inspiran en la vida cotidiana de la sociedad en la que vive.
Con la llegada de las tropas napoleónicas a Sevilla durante la Guerra de Independencia comienza la debacle o la leyenda, según se mire. Es conocido el caso del mariscal Jean de Dieu Soult, que nombrado en 1810 general en jefe del ejército en Andalucía, amasó una importante colección de Murillos robados a sus legítimos propietarios; estos serán enviados a Francia, acabando en el Museo del Louvre. Entre ellos se encontraban la Inmaculada de los Venerables o Inmaculada Soult, que costó a dicho museo, en 1852, casi 600.000 francos de oro de la época.
El viajero inglés Richard Ford declarará en su obra Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa “(…) fue el pintor de la gracia femenina e infantil, como Velázquez lo fue de temas más masculinos e intelectuales”. El hecho de que en esta obra haga un recorrido turístico por los edificios de Sevilla donde se encuentran obras de Murillo es significativo del prestigio del pintor hacia 1844. Atendiendo al gran número de obras que se mencionan en el libro y al habitual mercadeo de obras de arte entre particulares, que se pone de moda en este momento, es fácil pensar que pinturas de artistas de segunda fila le fueron atribuidas a Murillo, pues haciéndolas pasar por obras escondidas durante el conflicto, los vendedores se aseguraban la venta, principalmente a extranjeros.
Pero en un mundo en constante transformación como es la Europa del siglo XIX, soplan nuevos aires en el arte. Édouart Manet, uno de los impulsores del Impresionismo, visita el Museo del Prado hacia 1865 y queda fascinado con la obra de Velázquez: su luz, su composición y el uso del espacio, que marcarán su obra a partir de entonces; para él será “el pintor de los pintores”. El hecho de que la mayor parte de la producción artística del autor de “Las Meninas” se encontrase en este museo permite su divulgación, una vez se hace habitual su visita por parte del gran público.
Una pincelada abocetada, rápida, sin apenas dibujo previo, que forma manchas de color que sugieren, demostrando un profundo conocimiento de la luz, en consonancia con el estilo impresionista que se pondrá de moda partir de 1870.
La fama de Velázquez crecerá a raíz de la multitud de escritos y obras que aparecerán sobre su figura, mientras que la de Murillo quedará más apagada; sus obras seguirán siendo reconocidas, pero nunca alcanzando el nivel anterior.
El mejor ejemplo de lo dicho arriba lo encontramos en el canje realizado en 1941 por el gobierno español con el gobierno de Vichy: la devolución de la Dama de Elche y la Inmaculada Soult a cambio de un Velázquez y un Greco. El Louvre pasará de haber gastado por una obra capital de Murillo la mayor suma hasta la fecha hecha por este museo, a cambiar esa misma obra, noventa años más tarde, por un Velázquez. Noventa años en los que la forma de entender el arte había cambiado para siempre.
2013-04-16 14:53
Los títulos de las imágenes son: “Santa Ana y la Virgen” de Murillo (1655), “Cupido desarmado” de François Boucher (1751), “Inmaculada Soult” de Murillo (1678), “El pífano” de Manet (1866), dos vistas de Villa Médicis de Velázquez (1630) y “Adolphe Monet leyendo en el parque” de Claude Monet (1866)
2013-04-16 17:30
un precioso trabajo, llevando el conocimiento de la obra de Murillo y Velazquez a que lo entendamos los imberbes en materia artistica
2013-04-16 22:41
Este artículo me ha hecho recordar a Fragonard cuya obra, durante más de medio siglo, fue completamente ignorada. Supongo que, como Murillo, por mostrar en colores la pura alegría de vivir ;)