Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
Tal y como anunciaba el final de la anterior columna sobre el SNL el ahora jefazo de la NBC, Brandon Tartikoff, despidió la etapa de Dick Ebersol con un programa muy popular aunque apartado de su situación inicial, motivo por el cuál volvió a traer al gran creador del show, Lorne Michaels .
Durante los cinco años en los que no fue productor del SNL Michaels se había dedicado a la preproducción de la película Tres Amigos y a poner en marcha un programa de sketches y variedades llamado The New Show que no llegó a su segundo mes de vida. Necesitaba un trabajo y, más que eso, un éxito.
La etapa de Ebersol había dejado muchas secuelas en las oficinas del SNL; la principal de ella era el completo cambio de concepción con respecto a la primera etapa. Muchos esperaban que la llegada de Michaels desterrara los movimientos casi funcionariales, la mentalidad de oficina, cercana incluso al cubículo y alejada de la extrema implicación, el trabajo duro y disparatado y —admitámoslo— las drogas usadas de una manera recreativa. Pero Michaels estaba demasiado integrado ya en el proceso de producción, demasiado harto de las cadenas y totalmente machacado por la media década de los ochenta que llevaba. Su reacción, más drástica, fue contratar a actores profesionales:
Randy Quaid al frente, secundado por Robert Downey Jr. —sobrino del guionista Jim Downey— , Joan Cusack y el joven actor Anthony Michael Hall . Reforzó también con algunos cómicos como Danitra Vance, Nora Dunn, Terry Sweeney, Damon Wayans o Jon Lovitz. Empezaron realmente fuerte con Madonna como hostess en lo que fue uno de los episodios más infames de la historia del SNL, más bien porque la crítica tuviera afilada los cuchillos. No fue la única vez, y si bien la serie mantuvo una calidad media aceptable entre la que destacaba la capacidad autodespreciativa de Lovitz, como el Pathological Liar —del que pondría vídeo si encontrara de dónde— resultaba bastante evidente que los actores que no eran cómicos sobraban, pese a destacados episodios como el de Ron Reagan Jr. A eso hubo que unir el incidente Wayans.
Harto de sentirse el negro del SNL, considerando que sólo le usaban cuando no había más remedio, Damon Wayans decidió contravenir las órdenes y modificar su policía secundario de un sketch en otra cosa, en una especie de gran reinona con una pluma exagerada. A Lorne Michaels casi le da un ataque; fiel seguidor del guión y nervioso por las audiencias y críticas, la decisión de Michaels fue inmediata: estaba despedido. La temporada acabó en marejadilla cuando Michaels se calmó e, incluso, le llevó a hacer un sketch final en el último show de la temporada, que concluía con todo el elenco al borde de la muerte, de la que sólo era salvado Lovitz antes de echar a correr los créditos.
En los despachos parecía que el futuro, esta vez sí, estaba echado. Sólo el hecho de que Tartikoff fuera un gran fan del SNL hacía dudar. Y al final logró pesar lo suficiente como para ofrecer una nueva oportunidad a Michaels. Si ya se había vuelto cuidadoso, su talante de hombre de la cadena se vería reforzado a partir de este momento.
Entre los miembros de reemplazo se encontraban Victoria Jackson, Phil Hartman y, sobre todo, Dana Carvey. El regreso a unos cómicos más centrados entre los que destacaba el preferido del público y hombre fuerte del Show, Dana Carvey, lograron regresar a los buenos momentos. Carvey se ganó una posición como favorito que llevó a Michaels a sobreexponerle. Sus personajes se iban ajustando para aparecer todas las semanas. Entre estos personajes, uno fundamental para recuperar la imagen de imprescindible, su versión de Bush padre que terminaría siendo tan clásica como la imitación de Ford a manos de Chevy Chase.
Este personaje, junto a otros como la Church Lady, mantuvieron el estatus de programa de moda; algo que pesaría con la llegada de nuevos miembros, como Ben Stiller o, sobre todo, Mike Myers. El abuso de los actores llegaba a que se metiera a Carvey incluso en sketches independientes de su aparición como Refuerzo Cómico, algo de lo que veremos claros ejemplos en la próxima columna.
Terminamos esta vez con la controversia que marcó el cambio de década, el anuncio por parte de las autoridades del programa de la participación como host de Andrew Dice Clay, muy popular cómico conocido por su personaje, un tipo rotundamente desastroso, machista a tope y perpetuador de ciertos tópicos contra los que la actriz regular Nora Dunn se rebeló, negándose a trabajar en el mismo programa que Dice Clay y logrando de por medio una serie de quejas por falta de compañerismo, lo que propició la salida de la actriz con el paso de las temporadas.
Por lo demás, recuperado cierto toque hipster y recuperadas las credenciales políticas, el Saturday Night Live había logrado terminar la década con un reparto y personajes asentados que iban a poder dedicar los noventa a posicionarse, abriendo la puerta al regreso a la grandeza que veremos en la próxima columna sobre el tema.