Pedro Solbes me recibe en su despacho, sentado en un sillón orejero y con una manta sobre las piernas. Calza las zapatillas de felpa que le regalé por su cumpleaños y da sorbitos a una taza mientras hojea un informe con las gafas de leer haciendo equilibrios en la punta de la nariz.
“Pasa, pasa —me dice—. Hace mucho que no vienes a verme”. Le grito —está un poco sordo del oído izquierdo— que no soy su nieto, que me ha vuelto a confundir. “Ah, es usted el joven de la entrevista. Bueno, joven… Ni siquiera comparado conmigo, caballero. Siéntese, siéntese. ¿Quiere un poco de consomé? Le ofrecería tila, pero el médico me la prohibió porque me pone muy tenso… Ah, la vejez… Pero usted ya sabe de lo que le hablo”.
Me ofendería, pero el médico me prohibió ofenderme y respirar muy fuerte —la última vez me rompí dos costillas; cosa de la osteoporosis—, así que le pregunto por la reunión del próximo sábado: “ Como ya he dicho —explica—, uno no entra a desayunar un café con churros y por la tarde está refundado el capitalismo. Para refundar el capitalismo hace falta uno de estos desayunos fuertes que hacía mi madre. Con huevos, embutido, migas, un estofado de judías… A mí siempre me han gustado los huevos… Soy muy sencillo… Los huevos… Y un reloj de pared, que está roto… Luego llamo al relojero…” Los ronquidos del vicepresidente segundo me despiertan. ¿Huevos? ¿Dónde? Una pena que el médico me los prohibiera por temor a que un trozo de cáscara olvidado rasgara mi laringe.
De todas formas, y tras echarnos ambos una reparadora siestecita de dos horitas, Solbes admite que la economía no está nada bien. “En mis tiempos —recuerda—, con diez pesetas te llegaba ir al cine. ¡Y te sobraba para palomitas! ¡Y te volvías en taxi! ¡Y te alcanzaba para la hipoteca, que la pagabas en tres semanas! Pero hoy en día necesitas ¡diez euros! Que al cambio son… ¡Unos cuatrocientos dracmas! Y las películas son un asco, todas de efectos especiales y con Ben Stiller”.
Solbes cree que puede liderar el cambio que necesita la economía mundial. “Dicen que estoy viejo, pero qué sabrán de viejos esos críos. Ahora va a venir el Obama este y nos va a salvar a todos, ¿no? Si no tiene ni idea de nada. Sí es un crío. Cuarenta y siete años. Vamos hombre. Recién salido de párvulos. Seguro que le gusta el jevi y fuma porros, como los jóvenes de hoy en día. Y está sordo de tanto ir a las discotecas. Además, yo creo que es el Papa negro que anunciaba Nostradamus”.
En cuanto a las causas de la crisis, su diagnóstico es claro: “El problema es que los bancos no tienen dinero, así que hay que darles más. No, no es broma. No es un chiste malo. Va en serio. Los bancos no tienen dinero. Vamos, que hay que darle dinero a Botín, pobre hombre”.