Jaime Rubio Hancock es uno de los periodistas más reputados del país (ignoramos cuál). Cofundador de la revista Playboy, fue director de The New York Times entre 1987 y 1992, cuando se convirtió en el primer menor de edad en dirigir una publicación diaria. Desde las páginas de ese diario se opuso a la guerra de Iraq, destapó la trama del Gal y predijo la Revolución Francesa. Actualmente publica en Libro de Notas cada jueves esta serie de entrevistas que, según nueve de cada diez dentistas, jamás tuvieron lugar.
Alberto Ruiz-Gallardón pasea triste por el Retiro. Dicen que al atardecer, rema a solas en una barca. Sólo que como le da miedo el agua, es una de éstas que están en la puerta del súper a las que hay que echarles monedas. Al parecer, lleva gastados más de seiscientos euros desde que, por culpa de Esperanza Aguirre, Rajoy no le deja jugar en el Congreso de los Diputados.
Me lo encuentro echándole migas de pan a los patos. Mientras escribo esto, me doy cuenta de que no sé si en el Retiro hay patos o sólo agua, así que en realidad me lo encuentro paseando por entre, no sé, árboles. Seguro que hay árboles. Es un parque, ¿no? Yo he estado, que conste, pero ocurre que no soy muy observador. Me parece de mala educación.
“Hombre, Jaime, ¿qué tal?”, dice, con la mirada perdida y vidriosa. Cuando le pregunto como se encuentra, contesta que “cansado, Jaime, cansado. Yo podría haber sido tan grande. Podría haber dirigido las mejores orquestas sinfónicas del mundo, podría haber escrito las novelas más emocionantes jamás publicadas, podría haber sido el mejor presidente de la democracia, podría haber ganado ese concurso de cejas enormes. Es increíble lo grandes que son mis cejas. Es que hasta abrigan. Pero la envidia es más fuerte que el talento. Apunta esto, Jaime, la envidia… ¡Que lo apuntes, te digo! La envidia… Con uve, bruto…, es más fuerte que el talento, con te”.
Le intento explicar que sólo estoy de paso, que yo iba a entrevistar a otro señor, pero él sigue hablando: “La gente me quiere. Y es por eso por lo que la gente me envidia. Me envidian porque saben que me quieren y que a ellos en cambio no les quiere nadie porque no son tan estupendos como yo. Yo sí que les quiero, porque soy buena persona, pero sólo soy una persona y ellos son muchos y me quieren todos a mí. En cambio, Esperanza Aguirre no es más que una bruja a la que despellejaría viva usando mis dientes, dicho sea sin maldad ninguna, y como crítica constructiva entre compañeros. No entiendo lo de Esperanza. En Caiga quien caiga yo era el ingenioso y ella la tonta. ¿Cuándo cambió eso?”
Echo a correr, pero me sigue: “Yo no quería suceder a Rajoy —grita—. Sólo quería ayudarle a ser presidente. Y luego ayudarle a presidir la Comisión Europea. Y luego ayudarle a lograr la paz en Oriente Medio. Y luego ayudarle a presidir la Onu. Y luego ayudarle a recoger el Nobel de la Paz. Hombre, si por lo que fuera al pobrecillo no le venía bien hacer todo eso, pues nada, ya lo haría yo en su lugar, pero, vamos, por hacerle un favor”.
Como ya no puedo ni respirar, me siento en un banco y, entre resuellos, aprovecho y le pregunto si piensa retirarse: “Sí, claro que me voy a retirar. Del fútbol profesional. No doy tan buenas patadas como otras. Y lo digo sin maldad. Aunque está claro que me refiero a esa cerda de Esperanza Aguirre. Está claro, ¿no? Que hablo de mi compañera con cariño, ¿no? Esa puerca… Je, je… Tengo el fijo de su casa y la llamo cada noche de madrugada. Pero lo hago sin mala intención. Lo primero es el partido y no las aspiraciones personales de esa arpía”. Del fútbol no, de la política, digo: “Uf, me retiré de la política hace años. Yo ahora estoy en márketing. Ya se acabaron los tiempos de la política. No existe desde 1789. Me gustaba la política. La política en general, no la política en particular, y mucho menos esa perra… Perdona, se me ha metido algo en el ojo. Últimamente no sé que me pasa. Estoy tonto. No, no es eso. Será conjuntivitis. Sí, eso eso, conjuntivitis”.
Sentados en el banco, con el sol poniéndose entre los árboles y con tanto lloriqueo, es inevitable sentirse romántico. Gallardón me coge de las manos y me mira a los ojos: “Pero tú me quieres, ¿verdad? Tú me sigues queriendo como el primer día”. Echaría a correr de nuevo, pero por culpa de la carrera previa ya he vomitado un pulmón. Y pensar que había dejado de hacer ejercicio con diecisiete años porque creía que no lo necesitaría jamás. Estoy atrapado. No puedo hacer nada. Así que le doy un tierno beso en los labios, le abrazo y le digo: “Más que el primer día, Alberto, mucho más, si es que eso es posible”. Y lloramos juntos hasta que se hace de noche y nos atracan.
2008-01-24 11:22
A b s o l u t a m e n t e g e n i a l . . .
Y no digo más.
2008-01-24 13:46
Jo, que tierno. Casi lloro.
2008-01-25 14:24
Después de leer tu entrevista a Nicolas Sarkozy, creí que no me volvería a reír tanto. Me equivocaba. Saludos.
2008-01-26 22:49
si, juglar, ha sido una anecdota deliciosa. puede volver el lunes por la tarde.
2008-01-27 16:52
ains que tierno..
¿oigo campanas de boda?
2008-02-03 10:05
Realmente es una metáfora muy acertada, tanto que merece citarse :-)