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Dos puntos comillas por Jaime Rubio Hancock

Jaime Rubio Hancock es uno de los periodistas más reputados del país (ignoramos cuál). Cofundador de la revista Playboy, fue director de The New York Times entre 1987 y 1992, cuando se convirtió en el primer menor de edad en dirigir una publicación diaria. Desde las páginas de ese diario se opuso a la guerra de Iraq, destapó la trama del Gal y predijo la Revolución Francesa. Actualmente publica en Libro de Notas cada jueves esta serie de entrevistas que, según nueve de cada diez dentistas, jamás tuvieron lugar.

Papá Noel: "Alberto, no me contestes delante de la gente"

Después del ajetreo de las fiestas navideñas, época de amor en no pocos locales de carretera con luces rojas y señoritas que fuman, nos desplazamos a Laponia con la intención de entrevistar a Papá Noel, sufrido empleado de miles de billones de niños (los ricos).
Santa Claus, la versión protestante del pobre San Nicolás, obispo turco inventor de la Coca-cola, nos recibe en su cabaña sepultada entre la nieve, con ojos resacosos y voz cansada. Imaginamos que está agotado después de toda una noche repartiendo regalos por todo el mundo en hogares ricos y en muchas ocasiones protestantes, además de por los preparativos previos a las fiestas.
“Oiga —me dice—, no sé quién es usted, ¿pero quiere hacer el favor de dejarme en paz?” Le pregunto qué es lo que más le gusta de vivir en Laponia: el clima o la correosa carne de reno. “¿Pero qué me habla de Laponia, si yo vivo aquí en Barcelona, dos manzanas más para arriba?” “Alberto, no sé qué hablas con este chico, pero vámonos que no me gusta nada la pinta que tiene. Y no le digas dónde vivimos, que pareces tonto”.
Le pregunto por los elfos que trabajan para él: cuántos son, cuánto cobran, si tienen acuerdos con las grandes juegueteras mundiales. “Mire —contesta—, si no deja de seguirnos llamaré a la policía”. “Alberto, no le hables, que si no le dices nada, se cansará”.
Intentando relajar la conversación le pregunto si la barba le pica. “¿Pero de qué barba habla, si mi marido no tiene barba ni la ha tenido nunca?” “Pero, cariño, ¿no has dicho que lo mejor era no hablarle?” “Sí, pero dice que tienes barba. Ya sabes que no soporto que la gente mienta”. “Eso no es verdad”. “Alberto, no me contestes delante de la gente, mira que te lo tengo dicho. Ya discutiremos en privado, como las personas. No hace falta que este joven se entere de lo que hablamos”. “Bueno, joven … Eso es mucho decir. Está desmejoradillo, el pobre”. “Yo lo decía por ser amable. Imagina que se ofende y nos pega o algo. Alberto, deberías llamar a la policía. O darle con el paraguas”. “Si no traigo el paraguas”. “Te dije que lo cogieras”. “Pero eso fue antes de ayer”. “¿Y lo cogiste?” “No, pero…” “Pues eso”.
Por algún extraño motivo que no alcanzo a comprender, Santa Claus se aleja de mí cada vez más deprisa, y para cuando me doy cuenta estoy corriendo detrás de él, preguntándole a gritos y entre resuellos por qué no me ha traído la corbata y los calcetines que le pedí. “Alberto, dile algo”. “Pero qué quieres que le diga”. “No sé, pero tú no estás para correr. Que el médico dijo que igual te tenían que operar de la rodilla”. “Te lo dijo a ti”. “Sí, pero ya sabes el miedo que me dan las operaciones, así que quedamos en que te operarías tú”.
“Maldito gordo —le grito—. ¡Sólo tengo tres pares de calcetines! ¡Y los tres se me caen!” “Alberto, tírale algo, que nos sigue. ¡Pero no vuelques el contenedor, que eso es de gamberro!”. “Oye, el loco este no será aquel chico… Ése que vivía antes con nosotros… Nuestro hijo… ¿Cómo se llamaba?” “No, no, nuestro hijo era más alto. Además, no me hagas caso, pero creo que eran gemelos o un fox terrier, algo así”. “Pero cómo se llamaba”. “No sé, qué preguntas tienes. Si ya hace muchos años que nació. Como para acordarse”. “Arg, ahora voy a estar dándole vueltas a la duda esta hasta que lleguemos a casa”. “José María”. “No, no era José María. Tenía una efe”. “En realidad sólo decía por si te servía para olvidarlo”. “Pues no, pero gracias de todas formas”.
Santa Claus entra en un portal y consigue cerrar antes de que yo pueda colarme detrás de él. Aporreo la puerta hasta que me derrumbo entre lágrimas. Una vez caigo sobre el frío y nevado suelo de los bosques finlandeses, me doy cuenta de que —ah, maldición—, el zapato se me ha comido el calcetín. En sentido figurado, claro. Maldito Papa Noel. Ahora tendré que esperar cuatro o cinco meses hasta el 6 de enero para conseguir calcetines nuevos.

Jaime Rubio Hancock | 27 de diciembre de 2007

Comentarios

  1. Marcos
    2007-12-27 14:43

    Quiero decir aquí, abiertamente, donde todo el mundo pueda leerlo, para que no haya dudas, que el seguro que ofrecemos a nuestros empleados no cubre psiquiatras ni psicólogos. Sí hemos llegado a un acuerdo con una docena de dentistas para que os den un trato preferente y os pongan anestesia.

    Por lo demás, Jaime, me gustaría contratar a tu mujer.

    Saludos

  2. Alberto
    2007-12-28 14:18

    Hola, por favor, el propietario de un seat marbella amarillo matrícula SE-9631-AC que haga el favor de quitarlo de la puerta del garaje. Gracias.

  3. SE-9631-AC
    2007-12-28 14:35

    Voy.

  4. Jaime
    2007-12-28 16:23

    Me gustaría que los comentaristas se ciñeran al tema del artículo.

    Dicho lo cual, aprovecho para anunciar que vendo Seat Marbella amarillo con matrículas falsas.

  5. SE-9631-AC
    2007-12-30 14:36

    Y yo les vendo las matrículas auténticas, por un módico precio.

  6. chicolini
    2008-01-05 03:11

    Download Emule-Pro 7.0! ¡No hay nada más rápido! Bueno sí, un Seat Marbella amarillo quizás…

  7. rosita bernabe chiflon
    2008-12-01 01:54

    quiero saber si es soltero y ctos años tiene


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