Libro de notas

Edición LdN
Dos puntos comillas por Jaime Rubio Hancock

Jaime Rubio Hancock es uno de los periodistas más reputados del país (ignoramos cuál). Cofundador de la revista Playboy, fue director de The New York Times entre 1987 y 1992, cuando se convirtió en el primer menor de edad en dirigir una publicación diaria. Desde las páginas de ese diario se opuso a la guerra de Iraq, destapó la trama del Gal y predijo la Revolución Francesa. Actualmente publica en Libro de Notas cada jueves esta serie de entrevistas que, según nueve de cada diez dentistas, jamás tuvieron lugar.

Marcel Marceau: "Yo no era un mimo, sino un honrado funcionario de correos"

El mimo francés Marcel Marceau murió el pasado sábado, dando lugar a un montón de chistes en forma de titulares sobre su silencio. El silencio eterno del mimo, París despide en silencio al mimo más famoso, Marcel nos deja en silencio… Un poco de respeto, por favor; ahí, con el cadáver aún caliente y mofándose del pobre hombre. Vale que a los mimos dan ganas de golpearles con un paraguas (o con varios), pero hay que guardar las formas, que los muertos tienen familia y acreedores.
Una vez el cadáver está frío, acudimos al cementerio parisino Pére Lachaise, donde está enterrado y donde nos recibe amablemente. “Me ha tocado un buen sitio: allá arriba. Da el sol y se está calentito. La tierra es demasiado húmeda para mi gusto, pero, en fin, qué se le va a hacer”.
Le preguntamos cómo es posible que un tipo que hace ver que está encerrado en una caja de cristal se haga famoso y millonario: “¡Eso es lo peor de todo! ¡Yo estaba encerrado de verdad! Y la gente se quedaba ahí mirando, todos como subnormales. Y yo gritando y aporreando el maldito cristal, pero, claro, se ve que era de estos gruesos y no se oía nada. Con razón se decía que era el mejor mimo del mundo. No te jode”.
Según nos explica, “todos los gestos que se han interpretado como, no sé, un hombre caminando contra el viento, o un paseo en tren, o la contemplación de una mariposa, o la primera estupidez que se te ocurra no eran más que formas de intentar llamar la atención para que alguien me sacara de allí”.
Marceau hizo de la cautividad virtud y viajó por todo el mundo encerrado en su caja, buscando algún modo de liberarse y ganando dinero a cambio. “Fue una experiencia espantosa. Me dispararon varias veces, pero no para sacarme, sino por pura rabia, sin hacerle ni un solo rasguño al cristal. Por supuesto, perdono a los siete que intentaron asesinarme. Mimo y francés: imagino que todo el mundo me odiaría por una cosa y/o por la otra”. En ese momento, me doy cuenta de que le estoy metiendo el dedo en el ojo. “Perdón”. “No te preocupes, son cosas que pasan”. “No tengo nada en contra de los franceses”. “Ya, ya: lo uno y/o lo otro”.
Marcel ignora quién y cómo pudo encerrarle en una caja así: “Ni idea. Yo no era odioso hasta que me convertí en un mimo. Antes era un tipo agradable, amigo de sus amigos, una de estas personas que da conversación a los taxistas y a los peluqueros y que no encuentra odiosa la cháchara de ascensor”. De todas formas tiene sus sospechas: “Quizás fue aquel vecino con el que me encontraba cada día en el ascensor y con quien tenía largas charlas con la puerta abierta, sin dejar que se metiera en casa, sobre el tiempo, que está loco, y sus hijos, que cómo crecen, pero también qué maleducados son, como todas las nuevas generaciones, cada una más que la anterior; vamos camino a la barbarie, si es que no hemos llegado ya… Sí, ese tipo fabricaba ascensores, pero de cristal. Igual cogió uno de esos ascensores y…” “¿Y?” “¡Y se lo vendió a alguien que me confundió con otra persona a la que odiaba!”
El ¿mimo? me pide que haga lo posible por difundir su mensaje: “Yo no era un mimo, sino un honrado funcionario de correos. Que se me recuerde como la víctima que fui y no como el tipo al que se le pagaba por hacer ver que comía en un restaurante. Ni siquiera por comer, sino por hacer ver. Eso no tiene mérito, es como si a uno le dieran una medalla por hacer ver que gana una carrera. Así cualquiera batiría récords. Yo hice ver que soy campeón del mundo de cien metros lisos. Anda ya, vete por ahí”.

Jaime Rubio Hancock | 27 de septiembre de 2007

Comentarios

  1. Luis Amezaga
    2007-09-28 13:54

    Mmmmmm. ()

    Venía a por el premio.

  2. Jaime
    2007-09-28 14:18

    Al final son diez céntimos. Envíame un sello de 40 céntimos y te haré llegar tu premio.

  3. joseluis
    2007-09-28 23:38

    Je, venía con el trabuco dispuesto (he sentido realmente la muerte de MM) y muy bien por la entrevista. Un abrazo a ambos dos, entre-vistador y entre-vistado.


Textos anteriores

Ver todos

Librería LdN


LdN en Twiter

Publicidad

Publicidad

Libro de Notas no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Desarrollado con TextPattern | Suscripción XML: RSS - Atom | ISSN: 1699-8766
Diseño: Óscar Villán || Programación: Juanjo Navarro
Otros proyectos de LdN: Pequeño LdN || Artes poéticas || Retórica || Librería
Aviso legal