Ciencias y letras, trata de acercar las dos culturas , favorecer su mestizaje. En realidad, sólo es una cultura que nos puede acercar más a nosotros mismos, a las complejas relaciones humanas, al mundo y a sus interrogantes. El autor, ingeniero y físico, es editor de La bella teoría. Publica los días 1 de cada mes.
Al comenzar el siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces, los químicos-alquimistas todavía consideraban, como Aristóteles, la tierra, el agua, el fuego y el aire como los únicos elementos constituyentes de la materia. Según esta concepción, tan arraigada todavía entonces, las distintas sustancias se diferenciarían por la proporción en que estuviese presente en ellas cada elemento. Unos años antes, durante la década de 1660, el químico inglés Robert Boyle había formulado el concepto de elemento, tal como lo conocemos ahora, considerando que era toda sustancia que no puede descomponerse en otras más sencillas, pero no llegó a dar una lista de los mismos ni tenía a su disposición los suficientes hechos empíricos para imponer a sus colegas la nueva noción.
Durante aquellos años se hicieron numerosos experimentos sobre reacciones químicas de todo tipo, y se descubrieron elementos como el magnesio o el cloro y compuestos como la glicerina, la aldehída, la caseína y muchos ácidos orgánicos e inorgánicos. Se creía que cuando los cuerpos se quemaban escapaba de ellos un elemento vital, un principio ígneo llamado flogisto . Se pensaba, por ejemplo, que los metales eran cuerpos compuestos que perdían su flogisto al calentarse, convirtiéndose en lo que llamaban cal metálica u óxido, y que volvían a recuperarlo al volverse a calentar con carbón u otro cuerpo rico en flogisto.En el último tercio del siglo XVIII cambiaron las cosas gracias al químico francés Antoine Lavoisier que aprovechó toda la experiencia que habían acumulado sus colegas, durante años, analizándola bajo un nuevo prisma que tenía mucho que ver con las ideas ilustradas introducidas por el Abad Condillac y Gabriel-François Venel . Después de realizar una serie de experimentos y comprobar los pesos de los reactivos, antes y después, le quedó claro que los metales no liberan flogisto al quemarse sino que se combinan con un elemento componente del aire que incrementa su peso final. Demostró que, finalmente, el aire es una mezcla de dos gases el que llamaban aire sin flogisto (nitrógeno) y el aire puro (oxígeno) y que el agua es un compuesto de oxígeno e hidrógeno. A la sencilla premisa de que el peso de los reactivos será igual al de las sustancias producidas en la reacción química añadió, en base a la nueva concepción de elemento, que los elementos persisten a través de todas las reacciones. Se combinan o se aíslan pero siguen manteniendo su integridad y no se descomponen en otras sustancias más sencillas.
Lavoisier puso las bases de la moderna tabla periódica de los elementos, al listar 33 sustancias simples, tal como se conocían entonces. Además dotó a la nueva ciencia de un método de denominación o nomenclatura de las sustancias según los elementos constituyentes y sus rasgos puramente químicos. Este nuevo lenguaje permitía nombrar cualquier nueva sustancia y facilitar la tarea de comunicar los nuevos descubrimientos. Desgraciadamente, a Lavoisier le tocó vivir el tiempo convulso de la Revolución francesa, era una especie de recaudador de impuestos de la odiada monarquía y fue ejecutado en la guillotina. El juez que le condenó a la pena capital dijo que “La república no necesita sabios”, su amigo, el gran matemático J. Lagrange: “Un segundo bastó para separar su cabeza del cuerpo, pasarán siglos para que una cabeza como aquella vuelva a ser llevada sobre los hombros de un hombre de ciencias”.
Finalmente, las nuevas luces que alumbraron el intelecto humano en el siglo XVIII permitieron avanzar en el conocimiento de la materia y de sus reacciones. Destacados pensadores como Denis Diderot y el Abad de Condillac promovieron que las ciencias naturales fueran más empíricas, que se confiara más en la experimentación y menos en la razón pura. El experimento y unas premisas sencillas, basadas en la conservación de las masas y en la integridad de los elementos, pusieron las bases de la química moderna que ha transformado y sigue transformado nuestra sociedad.