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Ciencias y letras por Salvador Ruíz Fargueta

Ciencias y letras, trata de acercar las dos culturas , favorecer su mestizaje. En realidad, sólo es una cultura que nos puede acercar más a nosotros mismos, a las complejas relaciones humanas, al mundo y a sus interrogantes. El autor, ingeniero y físico, es editor de La bella teoría. Publica los días 1 de cada mes.

La ciencia y la guerra

El otro día, mientras escribía sobre lo que hicieron dos jóvenes físicos por nuestra comprensión sobre el destino de las estrellas, me recorrió un escalofrío. Uno de ellos era Subrahmanyan Chandrasekhar un brillante físico indio, y premio Nobel, y el otro Robert Oppenheimer norteamericano. El escalofrío fue al reconocer en Robert Oppenheimer al conocido más tarde como “el Padre de la Bomba Atómica”. Ciertamente, la ciencia nos ha ayudado a cambiar nuestras vidas para bien, pero ha permitido tambien construir los fatales instrumentos capaces de destruir nuestra especie y todo el planeta.

La industria bélica y la ciencia, hoy en día, sabemos que van de la mano. Se siguen gastando grandes sumas en investigación científica con fines armamentísticos, pues por desgracia nuestro mundo sigue en guerra, con cientos de guerras, guerras soterradas, declaradas o no declaradas, de mayor o menor intensidad que siguen destruyéndonos y perpetuando el dolor y la muerte. Y la industria armamentística sigue siendo uno de los más boyantes negocios para vergüenza de nuestros países que, a pesar de todo, seguimos llamando civilizados.

Los primeros instrumentos de piedra o hueso que conocemos, hachas o flechas, tenían ya un uso práctico en la caza y otro tanto en la guerra. Fuimos utilizando cada vez mejores instrumentos, y mejor tecnología, para la vida y para la destrucción. Después de la piedra y el hueso se utilizó el bronce, y a continuación el hierro y los aceros, cada vez mejor templados. Desde el siglo XVII, en el que nació la ciencia moderna, la ciencia como tal tuvo un halo cada vez mayor de contribución a la prosperidad de la sociedad humana, pero a partir de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, de la Segunda con la construcción de las bombas atómicas que destruyeron las ciudades de Hirosima y Nagasaki, ese halo se fue tiñendo de oscuros presagios de destrucción total.

Incluso Arquímedes, el gran sabio de la Antigüedad, al que le debemos el famoso principio que lleva su nombre (” todo cuerpo sumergido en un líquido sufre un empuje igual al peso del líquido que desaloja”), o que pronunció la famosa frase que decía que si le daban un punto de apoyo movería la Tierra, protagonizó con sus máquinas de guerra un episodio muy conocido, en el 214 a.d.C, al defender, practicamente sólo con ayuda de esas máquinas, la ciudad de Siracusa del asedio romano. Fue el inventor de la catapulta y de muchas más máquinas de guerra, aunque hay que considerar que estaba defendiendo su propia ciudad, Siracusa, de la hostilidad de Roma.

Desde entonces ha habido infinidad de guerras y las armas han ido evolucionando y aumentando su poder mortífero hasta llegar a la bomba atómica. Oppenheimer, como he comentado, fue el director del llamado Proyecto Manhattan cuyo objetivo era construir una bomba atómica antes que los alemanes. Comenzó con un equipo de treinta científicos y llegó a reunir cinco mil personas, entre científicos, ingenieros y técnicos calificados en diversas especialidades.

Cuando la bomba fue finalmente lanzada contra Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer estaba físicamente agotado y moralmente se sentía desolado. El Presidente Truman le llamó para felicitarlo y lo primero que le dijo el científico fue: “Señor Presidente, tengo las manos ensangrentadas.” Renunció a su cargo de Director de Los Álamos y aceptó un puesto de profesor en el California Technical Institute. En 1946 regresó a enseñar en la Universidad de Berkeley.

Tengo la utópica idea de que la ciencia debería trabajar sólo para la paz y el progreso humano, lejos del poder. Sin embargo nos encontramos con el hecho indiscutible de que para hacer ciencia, cada vez, se necesitan más medios que están controlados por ese mismo poder al que la ciencia debería ser ajena. Todavía estamos lejos, pero cuando sólo haya un único interés para toda la especie, ese poder sólo trabajará para la paz y el progreso. Ese es el gran reto, o llegamos a eso o no llegaremos a nada.

Salvador Ruiz Fargueta | 01 de abril de 2008

Comentarios

  1. J.G.F.
    2008-04-04 11:49

    La sensación es que cualquier investigación científica tiene como resultado final un acto de violencia. Qiuere decirse que parece como si hubiese un comité encargado de, por una parte, sufragar los gastos de investigaciones que no están directamente relacionadas con la guerra pero que sí lo estarán, y por otra controlar los resultados de cualquier investigación para adaptarlos y aprovecharlos para la guerra, o lo que es lo mismo, para el ejercicio del poder.

  2. Salvador
    2008-04-06 01:51

    Tienes razón, posiblemente, el enfoque ha sido un poco pesimista, pero te aseguro que creo que la mayoría de los investigadores realizan su labor pensando en el progreso y en el bien.

    En el caso de Robert Oppenheimer, su idea principal fue que los alemanes no consiguieran antes la bomba. Por desgracia el resultado final de su esfuerzo fue el horror de Hirosima y Nagasaki.

  3. María José
    2008-04-06 14:55

    Pues Salvador, yo creo que la mayoría de los investigadores no hacen su labor pensando en el progreso, ni en el bien, como tampoco creo que lo hagan los escritores, los arquitectos… La mayoría de la gente hace su trabajo por motivos más personales (motivación, dinero, éxito,...). Eso sí, las consecuencias de los resultados no siempre son las que al científico le gustarían, porque el uso que se haga de cualquier cosa es independiente del objetivo inicial del que la descubre o la hace. No se pueden poner puertas al campo.

  4. Salvador
    2008-04-07 00:43

    Pues sí María José, tienes razón. Más razón que un santo, como se suele decir. Un saludo.


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