Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
Xoán Carlos Lagares
Vivo en Río de Janeiro pero trabajo la mitad de la semana en São Paulo. El lunes, 15 de mayo, llegué a las cinco de la tarde a la estación de autobuses y me encontré una ciudad sumergida en el caos, el metro abarrotado, pocos buses, embotellamientos quilométricos, todo el mundo intentando volver a casa antes de que cayese la noche. Una sensación de miedo generalizada. Una ciudad sitiada, en estado de guerra. Cuando, tras diversas peripecias que no voy a relatar, llegué a la facultad de la Universidad de São Paulo, me encontré las puertas cerradas, el campus desolado. Algunas personas esperaban que el tráfico mejorase un poco para poder volver a casa. Las clases nocturnas habían sido canceladas.
Todo tipo de rumores corrían por las calles, que si el metro había sido amenazado, que si habían cerrado el aeropuerto, que si una universidad privada había sido atacada con bombas. Todo mentira, ¿pero eso qué importa cuando, de hecho, comisarías, cuarteles de bomberos y oficinas bancarias fueron atacadas a tiros, si se quemaron buses, se tomaron presidios y varios policías fueron asesinados en sus propias casas? Cuando llegué a mi calle todo estaba oscuro, los restaurantes ya estaban cerrados y ni un sólo coche circulaba por la calzada.
Parece que los ataques fueron una respuesta al traslado de más de setecientos presos, dirigentes del grupo criminal “Primeiro Comando da Capital”, a presidios de mayor seguridad. Esa operación coincidió con el indulto concedido a doce mil presos para que pasasen el Dia de la Madre, que en Brasil es el tercer domingo de mayo, en sus casas. El trato que el Estado da a los presidiarios es de una crueldad asustadora, pero en estas ocasiones, curiosamente, las autoridades se ponen sentimentales, tal vez queriendo ofrecer materia fresca para esas noticias “humanas” que cierran el telediario de las diez. A fin de cuentas, todo el mundo tiene madre. Las buenas intenciones de la hipocresía política pusieron en la calle, de un día para otro, un auténtico ejército con instrucciones precisas para cazar policías y sembrar el pánico.
Ante esta situación grotesca, Cláudio Lembo, del derechista PFL, actual gobernador de São Paulo tras la renuncia de Alckmin, decide culpar a los abogados de los presos por la organización de esas acciones guerrilleras. Especialistas en (in)seguridad atribuyen toda la responsabilidad a las compañías de telefonía móvil, por no bloquear la señal en las prisiones y por permitir así que los capos de la mafia dirijan los ataques desde la cárcel.
El Estado se declara impotente y asume su incompetencia. No consigue ofrecer condiciones de vida dignas a muchos de sus ciudadanos, generando marginalidad y dejando en manos de facciones criminales el control de parte de las ciudades Después amontona a los presos en cárceles infernales, superando en hasta cuatro veces la capacidad real de las celdas, donde comparten el poco espacio disponible con las ratas. Y ni siquiera es capaz de impedir la entrada de armas y móviles en sus depauperadas prisiones, auténticas micro-sociedades independientes con reglas propias.
Como suele suceder, el miedo provoca más violencia. En dos de las más populares cadenas de televisión abierta (RedeTV y sbt) fue entrevistado esa misma noche el siniestro ex-coronel Ubiratan Guimarães, responsable por la matanza de 111 presos amotinados en Carandiru, acontecida hace algunos años, y que, impune, sigue haciendo constante apología del exterminio de “bandidos”. Brasil tiene un “modernísimo” sistema electoral de listas abiertas, con urnas electrónicas donde el elector debe marcar el número atribuído al candidato de su preferencia. Pues bien, el tal Ubiratan se presentó a las elecciones estaduales y escogió precisamente el número 111 para identificar su candidatura. El exterminio como distintivo, el crimen como medalla. Lo peor es que consiguió salir elegido y hoy es invitado a participar en programas televisivos como diputado especialista en cuestiones de seguridad.
Estamos en guerra. Una vez, cuando estudiaba latín en el instituto, traduciendo un episodio de la guerra de las Galias, de Julio César, usé el verbo “asesinar” y fui corregido por la profesora, que me recordó que los soldados en las guerras simplemente matan, no asesinan. Pues eso. Los criminales se vuelven héroes y los sentidos se reorganizan en una lógica macabra.
Una de las más precisas definiciones de Brasil que conozco consiste en una única palabra, Belíndia, es decir, una mezcla de Bélgica con la India, porque aquí conviven el primero y el tercer mundo en cada esquina. La guerra está aquí mismo, no es sólo una imagen en la pantalla de la televisión, qualquiera puede tropezar com ella en la calle, está latente en cada ciudad, en cada barrio, en cada casa, en las relaciones sociales envenenadas por una desigualdad económica lacerante. La historia de Brasil es la de una permanente explosión contenida, con poderosísimas válvulas de escape (carnaval, religión, fútbol, samba, exhuberancia natural y “a alegria é a prova dos nove…, etcétera”.) que consiguen de momento controlar la presión. Sin embargo, la incómoda sensación, y la clara evidencia, de que estamos sentados en un barril de pólvora es cada vez más persistente.
2006-05-18 22:33
Un gusto leer estas cosas. Enhorabuena al articulista y a librodenotas por publicarlo.
2006-06-27 10:51
Xoán, te felicito por la crónica y te acompaño en la adrenalina. Si lo que querías era salir de este ambiente gallego donde parece que no se mueve una hoja, lo has conseguido. Tus noticias de ultramar son una joya. Un abrazo.