Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
Filipe Diez
Como un Narciso tuerto de un ojo, Brasil se mira en el espejo y se ama, seguramente porque no se ve. No, al menos, de cuerpo entero. No, desde luego, con todos sus rostros. Faltan muchos, demasiados rostros de este país, en los retratos que se producen para el consumo tanto interno como externo.
Y no me refiero solo a los rostros más humildes, ya acostumbrados al olvido, sino también a algunos retratos menos inocentes, tan crueles como necesarios para completar la imagen en el espejo. Veamos algunos ejemplos.
No encontrará nuestro Narciso ningún río mejor para mirarse que Rio de Janeiro. En la periferia de la metrópolis tropical, en permanente estado de guerra no declarada, los amos del territorio son los bicheiros. Ellos controlan el llamado jogo do bicho (“juego de los bichos”), un juego de azar originario y exclusivo de Brasil, cuya existencia atraviesa al menos los últimos tres siglos. Tan popular que se realizan tres extracciones diarias, la lotería de los pobres mueve un volumen de dinero de tal magnitud que hace figurar a los principales bicheiros entre las mayores fortunas del país.
En sus respectivos territorios, los bicheiros dictan la ley y disponen de un ejército privado bien armado capaz de imponerla por la fuerza si se hace necesario; cuidan de los intereses de la comunidad y ejercen como sus portavoces ante el poder político oficial; y, por si eso fuese poco, financian las actividades de recreo en el barrio. En pocas palabras, articulan —junto a los jefes del narcotráfico, cuando no son ellos mismos— eso que se ha dado en llamar el “Estado paralelo”, que ya es una realidad en las comunidades urbanas periféricas de todo el país (vulgo favelas), acostumbradas a vibrar al ritmo de las tragedias durante 51 semanas por año y al ritmo de la samba en la intensa y efímera semana de Carnaval, imperio del mundo al revés que, en el caso de Rio de Janeiro, es financiado —cómo no— por los bicheiros.
En esa frenética semana, la elite social brasileña tolera (y fomenta) la exhibición colorista de las favelas en pasarelas ad hoc, e incluso comparte mesa con los bicheiros, pero durante el resto del año busca otras compañías más útiles para sus negocios. En un país donde la evasión fiscal es una obligación moral para las clases medias y altas, y donde la economía sumergida responde por más de la mitad del PIB, los magos de las finanzas son personajes clave, con una vida mucho más discreta que la de los bicheiros, pero no menos lujosa. Son los doleiros, término derivado de “dólar”, aunque bien podría serlo de “dolo”. En la época de las tasas de inflación astronómicas, los doleiros, dueños de las casas de cambio alternativas, se hicieron de oro especulando con el cambio del dólar y, claro está, con la evasión de divisas. El control de la inflación les privó de una lucrativa ventanilla de negocios, pero, al coincidir con el auge del crimen organizado, les abrió de par en par las puertas del lavado de dinero.
Si necesita usted abrir una empresa fantasma, colocar a un hombre de paja (incluso o principalmente sin que él lo sepa) al frente de sus negocios, abrir cuentas secretas en el exterior, desviar dinero público, conseguir documentos falsos, legalizar cargamentos de productos robados o falsificados, o simplemente lavar dinero negro, no dude en entrar en contacto con un doleiro. Esos funambulistas de la ley nunca faltan en ningún sarao que se precie, desde una red de corrupción local hasta los más altos escalones del poder.
Pero no todo en Brasil es jungla de asfalto. En el interior, la truculencia puede llegar a ser mayor que en las grandes ciudades. Candidatos bien colocados a personajes más despreciables de la sociedad brasileña, los grileiros constituyen la cara más áspera del atraso. Su actividad básica se resume en invadir tierras cuyos propietarios no pueden defenderse (comunidades indígenas o labradores aislados), amenazando de muerte a quien no abandone sus tierras en el plazo marcado y ejecutando dichas amenazas sin el menor escrúpulo, en caso de encontrar resistencia.
Los grileiros son responsables —en solitario o con la complicidad de terratenientes, madereros, políticos y funcionarios corruptos)— de la persecución y el asesinato de líderes campesinos, trabajadores rurales, políticos de izquierdas y religiosos comprometidos con la causa de los pobres; del genocidio o el exilio forzoso de pueblos indígenas enteros; de la extracción y el tráfico ilegales de madera y de animales en vías de extinción; y de la sujeción a condiciones de esclavitud de jornaleros atraídos desde lugares distantes con falsas promesas de empleo bien remunerado.
Seres despreciables, que causan escalofríos. Y miseria. Y desesperación. Y muerte. Gentuza de la peor especie, de esa que estropearía cualquier retrato. Que haría a cualquier persona con un mínimo, si no de ética, al menos de estómago, rebelarse. Por eso, Brasil prefiere seguir siendo tuerto. Tuerto del ojo izquierdo, y con cataratas en el derecho.
2006-04-26 17:56
Y este panorama aterrador, ¿desde cuándo está implantado? ¿Ha variado en algo o tiende a variar desde que Lula está en el poder?
Es difícil creer que aún así Brasil es uno de las potencias (de segunda línea) mundiales.
Saludos.
2006-04-26 21:59
Lo más aterrador es que tal vez no haya contradicción entre el nivel de violencia y la relativa fortaleza del PIB.
En cuanto a la vigencia del modelo social, aunque sería fácil decir que se debe a la historia de colonización, la verdad es que el perfil contemporáneo de la espectacular asimetría que caracteriza a este país se construye en el último medio siglo. Los procesos de industrialización de una parte del país provocarn una doble fractura traumática: entre el sur desarrollado y el resto del país, cada vez más empobrecido en términos relativos (y, en las peores épocas, absolutos); y entre las áreas urbanas y las rurales. Ello implicó una emigración masiva y no planificada, y de ahí surgen las favelas y el crimen organizado (urbano).
En cuanto a la violencia relacionada a la propiedad de la tierra, esa es bastante más antigua, y simplemente adopta nuevas formas a medida que las necesidades (u oportunidades) económicas lo exigen.
Y por lo que se refiere a la política clientelista, no hace falta decir que no es exclusiva de estas latitudes, y su genealogía creo que resulta meridianamente clara para todos los lectores.
Para acabar, vamos con Lula. Personalmente, creo que es muy difícil modificar dinámicas sociales profundamente entrañadas y poderosas desde el simple ejercicio del poder político. Algunas cosas el gobierno de Lula sí ha intentado hacer; en lo relativo a los asuntos tratados en el texto, los mayores avances han sido en la persecución al trabajo esclavo y a la protección de los derechos de los pueblos indígenas. Para el resto, no hay otra solución que la de largo plazo y alcance apuntada por Xoán Lagares en su texto anterior.
Perdón por la extensión de la respuesta, y muchas gracias por el comentario.
2006-05-02 21:11
Gran artículo; sobre todo para quienes (como en parte yo mismo) sólo ven en Brasil lo que les venden los Medios: fútbol, mujeres exuberantes, fiesta y samba.
2006-05-04 01:33
Impresionante el teatro de títeres que has descrito. Casi pueden olerse los restos orgánicos contaminados que germinan en la calle. Gracias.
2006-05-14 12:25
Al menos 32 muertos en Sao Paulo en 55 ataques contra comisarías ¿Bicheiros, doleiros, grileiros? Parece una noticia de Irak.
Saludos.
2006-05-15 07:24
Caetano y Gil cantaban en “Tropicalia 2” que Haití está aquí mismo. También Irak y Afganistán. Y Bélgica o Suiza… Parece que los ataques son una reacción a la política de alejamiento de los jefes de las principales facciones criminales de la ciudad, que habían sido transferidos a otras cárceles. Una muestra del fracaso de este sistema social y una prueba de que el debilitado Estado brasileño ha ido dejando espacios libres para poderes que no son paralelos, porque confluyen con los oficiales mucho antes de llegar al infinito. El crimen organizado sí que está bien organizado, como dice Filipe en su carta. Ahora nos propondrán más cárceles, más policía, la intervención del ejército y que usemos nuestro santo derecho a armarnos hasta los dientes. Más madera, es la guerra!
Menos mal que dentro de poco empieza la copa del mundo, que é nossa, y todos, policias, ladrones, ricos y pobres vamos a estar del mismo lado. A por la sexta!