Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
Xoán Carlos Lagares
La primera vez que estuve en Brasil, y cuando llevaba a penas unos dos meses sobre este suelo, me lancé después de algunas cervezas a argumentar con pasión y a levantar espontáneas hipótesis sobre la realidad brasileña. Mi colega Filipe, misivista en este mismo Libro de Notas, a quien estaba visitando en Salvador, me miró entonces con ironía y comentó, como quien ya había sentido en algún momento los mismos impulsos, “nadie se resiste a la tentación de intentar explicar Brasil”. Es verdad, nadie se resiste. Cuando volví a Brasil, esta vez para quedarme, leí durante una noche de insomnio (insisto, había venido para quedarme), un libro titulado precisamente Para entender o Brasil, de la editorial Allegro, con textos de políticos, músicos, escritores, economistas, humoristas, profesores… No se si entonces creí entender algo, pero ahora tengo claro que ningún país, o mejor aún, que la realidad no se despliega ante nuestros ojos como una ecuación que se deba resolver. No todo lo que vivimos se deja encerrar en los estrechos límites de nuestra comprensión.
Con ese espíritu leo el periódico diariamente. Así me deparé hace unos meses, y aún no había estallado el escándalo de la financiación irregular de los partidos políticos (que la prensa ha convertido en el escándalo del “mensalão” del PT), con una información en la Folha de São Paulo sobre la inauguración de un centro comercial descomunal y lujoso, con grandes columnas y paredes de mármol, llamado Daslu. Una especie de supermercado para millonarios, con todo tipo de objetos carísimos para las pijas paulistanas. Según la gerente del local, la tienda contaba con una planta dedicada a productos para caballeros, para que ellos también se pudieran entretener en cuanto sus mujercitas iban de compras. Destacaba entre esos objetos un helicóptero (un helicóptero, sí, de verdad) colgado del techo en una de las cúpulas de la galería. La gerente enfatizaba, con sus rubias madejas sobre los hombros, que todo lo que se podía ver alrededor, entre esas cuatro paredes, todo, estaba a la venta. Entre las empleadas, seguía diciendo el periódico, estaba la hija del gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, del PSDB (Partido Social-Democrata Brasileiro), actual pre-candidato a la presidencia de la República, que encontraba todo “lindísimo” buscando la aprobación de su poderoso papá.
Poco tiempo después se presentaba en Río de Janeiro una marca de ropa con el nombre Daspu (entiéndase, en español, De las pu...), con la intención de recaudar fondos para una ONG llamada Davida, que lucha por los derechos de las prostitutas brasileñas. La ropa, que se define como “moda para prostitutas que cualquier mujer puede usar” se divide en cuatro colecciones: la línea batalla, con modelitos cortos y escotados; la línea ocio, de biquinis; la línea fiesta, con “fantasías” y camisetas de carnaval; y la línea activismo, con mensajes políticos sobre prostitución.
El equipo de abogados de la Daslu presentó entonces una demanda contra las socias de la Daspu, argumentando que el parecido de los nombres denegría y dañaba la imagen de sus clientes. Los abogados después tuvieron que abandonar, supongo, ese frente de guerra, para responder a las acusaciones de la justicia sobre evasión de divisas y fraude fiscal de la Daslu, en escala proporcional a sus colosales dimensiones. En esa época, parte de la prensa y algunos políticos pesedebistas creyeron ver la mano del gobierno en la operación policial que acabó con la rubia gerente de la macrotienda entre rejas. Estábamos en los inicios del culebrón de comisiones de investigación que hacen sangrar al gobierno Lula. Queda claro que ser socialdemócrata en Brasil es ser inequívocamente de derechas.
Pero no es de eso de lo que quería hablar. Leyendo esas noticias no pude evitar sacar algunas conclusiones, provisionales, sobre la hipocresía y la rotunda mala educación de la elite económica brasileña. Las elites suelen ser hipócritas en todas partes, y su educación consiste casi siempre en un conjunto de maneras (buenas o malas) para empertigarse sobre las masas, que ven sus desfiles de modelitos por televisión. Una determinada elite brasileña, la que de una forma u otra siempre gobierna, la que controla los medios de comunicación, tiene horror o asco o pánico de los pobres. En un país tan desigual como este, pretende vivir como si los cincuenta millones de pobres alrededor no existiesen. O como si fuesen un problema del paisaje.
La presencia de gente sin-techo durmiendo bajo los puentes se convierte en un problema de higiene, porque, sólo hay que leer los periódicos, los desgraciados mean y cagan y follan en la calle. Las favelas son un problema de orden público y el Estado sólo puede ofrecer para resolverlo más intervenciones policiales indiscriminadas. Hace unos meses un grupo de niños negros robaron a unas mujeres que paseaban por la playa en el Leblón, barrio noble de Río de Janeiro. La imagen fue captada por un fotógrafo y reproducida incansablemente en todos los medios. El periódico Globo ofreció al día siguiente una entrevista para hablar sobre el asunto… con el responsable de turismo del ayuntamiento. Para el Globo, la favelización de Río nos jode el paisaje a los que pagamos impuestos y ha iniciado por eso una campaña para su remoción de algunos puntos emblemáticos. Un titular llamaba especialmente la atención, era algo así como ‘Ya se puede ver una favela desde el Leblón’, como si el problema no fuera la existencia de la favela sino el hecho de que estuviera a la vista.
Uno de los tópicos que permean el discurso político habitual en Brasil es que hay en el país un problema de educación. Un candidato a diputado, no sé quien, un listillo cualquiera con dinero para hacer campaña en este sistema electoral de listas abiertas, con partidos que son sólo coaliciones electorales para la ocasión, disparaba desde un cartel orgullosamente su eslogan definitivo: “Educación es la solución”. Es verdad que el estado necesita invertir en educación pública de calidad para todos, pero no es eso lo que los políticos oportunistas y una buena parte de la clase media desea. Lo que se esconde por debajo de ese tópico es que el pueblo está muy mal educado, porque los pobres se visten mal y hablan peor, “todo errado”, y siempre a gritos. Y si son pobres, en el fondo, es por su culpa. Si yo fuese partidario de soluciones definitivas, con todo el peso histórico que ese sintagma soporta sobre los hombros, defendería un programa de reeducación para la clase media y, sobre todo, para las elites económicas, tipo campo de trabajo de la China maoísta. Mientras tanto, simplemente, no dejo de denunciar siempre que puedo esa insoportable falta de educación.
2006-01-25 20:30 Cómo se agradecen estas crónicas. Gracias.
2006-02-01 20:33 Me gusta mucho este comentario, estoy de acuerdo con lo que dices de Brasil.
2006-02-28 23:16
Tamanho iberismo só podia chegar de um galego inteligente. Porque acontece que estes raramente falam, obrigado.