Libro de notas

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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Critiqueras bibliografías históricas televisivas

Viendo el índice que colgué la semana pasada, uno pone algunas cosas en perspectiva; no sólo de los temas tratados en la columna sino, también, de los recursos disponibles. Motivo más que de sobra para que hable esta semana de dos libros aparecidos recientemente que tratan sobre la historia de la televisión con aproximaciones francamente diferentes.

Empecemos por el primero en ser publicado, bueno, algo así como publicado… Alan Sepinwall, a quien espero recuerden por sus apariciones en columnas anteriores, ha publicado hace poco un libro. Por hace poco me refiero a noviembre. De 2012, obviamente. Autoeditado, de hecho, al no encontrar a nadie con quien llegar a un acuerdo, motivo por el cuál se vende en Amazon como Print on Demand. Y si bien me repito de nuevo señalando que Sepinwall es el crítico televisivo más completo e inteligente en activo —lo que no significa que esté de acuerdo con él siempre ni que lo considere argumento de autoridad, sino que respalda sus opiniones con reflexiones bien hiladas y convincentemente argumentadas sobre las que conviene reflexionar antes de rebatirlas— que se puede encontrar hoy en internet. No sólo eso, es una especie de protocrítico por haber empezado a dedicarse a esto antes de que fuera algo común, conoce a prácticamente todos los creadores de series, a los que suele haber entrevistado, y es bien considerado por éstos, que comparten la valoración general sobre su trabajo.

De manera que su libro, The revolution was televised , nos ofrece ese tipo de escritura inteligente girando sobre ese punto tercero del que hablaba el otro día, el ensayo de cultura popular que, como viene siendo lo habitual, se centra en la evolución de las series en la última década y pico. No significa, ni mucho menos, que desprecie la labor anterior; de hecho hay un capítulo introductorio que habla de algunas de las series que pavimentaron el camino para llegar hasta el momento en que la HBO decide dar luz verde a la serie que cambiaría la percepción de lo que se puede hacer en televisión, es decir, la siempre magnífica OZ.

Antes de seguir con el libro vamos a hablar un poco de esa idea suya porque será en el punto de partida donde debamos concentrar la mayor parte de las críticas. En primer lugar, en ese centrarse en el final de los años noventa, es decir 1997, año en que empezó a emitirse la serie antes mencionada y —cuatro meses antes— otra de las series fundamentales para entender la televisión que estaba por venir, es decir: Buffy, Cazavampiros. Eso hace que sólo se hable de pasada de series anteriores influyentes, o que se acaben contando por pura necesidad muchos sucesos anteriores en otros capítulos. El segundo problema está en la elección de las series sólo entre los Dramas. Efectivamente, cero comedias. O, si lo prefieren, ninguna serie de media hora. A mí juicio el error más grave —aunque también el que permite sacar en unos años un libro gemelo hablando del otro lado— por cuanto hubo de cambios y programas principales. Pero, claro, el tercer pero que es el exceso de dependencia de las series de cable no se podría haber dado por el poco caso que en estos canales se ha hecho tradicionalmente a la comedia. Y, lógicamente, porque gran parte de esas innovaciones, más aún que las de los dramas, sucedieron en los años setenta con la aparición de All in the family, The Mary Tyler Moore Show o Los Jefferson, entre otras muchas. Aún con eso me sorprende la ausencia de M*A*S*H en las categorías de repaso cuando es uno de los más que obvios pasos de estar compartimentados a unirse drama y comedia. Incluyéndose en esto la enorme lucha por las risas enlatadas.

Finalmente, y quizá de manera también comprensible, está el problema del USAcentrismo de la propuesta. Pero, claro, aceptar la influencia británica —no digamos ya la canadiense o australiana— significaría reconocer una deuda de gratitud constante que los estadounidenses no están muy por la labor de aceptar. Mucho menos admitir que los Monty Python podían usar una variedad de insultos y exabruptos en los años setenta en la televisión que aún hoy no hay un canal estadounidense que pueda utilizar. Y si bien en USA supieron en los setenta hacer Raíces mientras en UK estaban con Yo, Claudio, no es menos cierto que series de absoluta madurez del medio como House of Cards estaban —y no sé si decir que aún están— muy lejos de lo que el telespectador americano podía ver en sus canales —que, por otro lado, estaban con Twin Peaks y Doctor en Alaska, así que no estaban tan mal ni mucho menos— rompiendo, por tanto, con la imagen de esto fue una cosa revolucionaria que no veas de la que se supone que va todo el asunto.

Especialmente a mayor gloria de los canales de cable, como demuestra que Buffy, emitido como decíamos desde tres meses antes que OZ, aparezca sin embargo en momentos más avanzados del libro. O que series como The West Wing no hayan tenido la posibilidad de entrar. Algo de lo que Sepinwall es perfectamente consciente y a lo que trata de responder en el FAQ sobre la obra. Y, también con bastante astucia, exponer mediante la contraposición de estas series de una evolución del medio y de los problemas existentes en un exceso de series basadas en arquetipos de antihéroes blancos violentos. De esa manera se nos explica que tras OZ la HBO tenía que elegir con qué continuar y decidieron con Los Soprano tirar por la senda más sencilla —para quien esto escribe, la más fácil de todas las posibles al seguir con el drama de OZ dentro de un ambiente más asimilable y family friendly, con unos personajes y tramas más propias de una cadena generalista que se atreviera a ir más allá, pero ese es otro tema— y de la misma manera se nos va contando cuando se decide dar luz verde a las distintas series protagonistas, que siempre hay un deje de duda sobre el camino recorrido, e incluso algunos rechazos por haber una sobresaturación de estos, haciendo que algunas series saltaran del canal más obvio a uno que pasaba a estar interesado.

Otro punto discutible es la falta de análisis sobre la situación general del mercado televisivo, pues si bien se habla —y bastante— de los canales, no es mucho lo que se dice sobre la necesidad que tienen de ir inventando series.

Para todo lo demás, el repaso que realiza a las doce series: OZ, Los Soprano, The Wire, Deadwood, The Shield, Lost, Buffy, the Vampire Slayer, 24, Battlestar Galactica, Friday Night Lights, Mad Men y Breaking Bad es sencillamente magistral. Con entrevistas especiales más todo el material ya realizado con anterioridad, va explicando la serie y sus causantes; creadores, showrunners, ejecutivos, guionistas, actores…; con absoluta sencillez didáctica, permitiendo aproximaciones a las figuras menos conocidas como las de Tom Fontana o David Milch, a métodos de trabajo o anécdotas de rodaje.

Un libro que, con todos los peros referidos, queda como el mejor de una época que permitió un cambio en la forma en que una gran masa de gente entendía las series.

En cuanto al otro título, Televisores cuadrados, ideas redondas , de Mikel Lejarza Ortiz y Santiago Gómez Amigo, nos encontramos con un contraste aún más marcado. Por un lado resulta imprescindible como repaso a la historia televisiva. Con una línea temporal clara y menciones a los programas principales, empezando por la creación del propio aparato y por sus primeras emisiones, siguiendo por los primeros programas importantes y de ahí en adelante, no centrándose en las series al dedicar también capítulos a los concursos, los lates o los informativos, y le dedica también un hueco a España. A primera vista podría parecer el perfecto manual para una asignatura, universitaria o no, de historia de la televisión. Y es verdad que puede ser el mejor manual posible en estos momentos…

Aquí vienen los peros, efectivamente.

Podríamos decir que hay cinco problemas principales, siendo el más evidente la falta de una revisión seria del texto —¿no tiene gracia que sea yo el que lo diga?— que lo mismo convierte a Jack Parr en Jack Para, que escriben “Prevosuly, on Lost, e, incluso, mencionan que algo es un “fenómeno que se analiza con más detalle en el capítulo Las chicas de la tele” (página 253) dentro del capítulo… Las chicas de la tele (páginas 249 a 258); y no sólo esto, que podría ser un simple ejemplo de una edición descuidada —y, como casi siempre, el nombre del editor no aparece acreditado en el tomo, qué vamos a hacerle—, sino que durante su lectura uno puede encontrar incluso ideas contrapuestas en un mismo capítulo. Por ejemplo, el de la televisión británica señala que “Algunos de los miembros de los Python habían participado ya en ‘TW3’, por lo que conocían bien el medio televisivo por dentro”, de ahí adelante se irán trazando biografías breves de los miembros de los Monty Python en las que queda bien claro su amplia experiencia en asuntos televisivos y todos los distintos programas que rodaron juntos; es decir, para cualquiera que lea el libro está claro que esa frase está, en el mejor de los casos, mal redactada.

Pero eso nos lleva a los tres problemas siguientes: Uno, la falta de importancia dada a la televisión británica que, si bien es mencionada en algunos de pasajes del libro, nunca parece concretarse en algo serio. Hasta el punto de que el capítulo sobre los británicos acaba siendo mayoritariamente uno sobre los Monty Python. Esto podría llevarnos por un lado al segundo problema, la falta de espacio. La necesidad de hablar de una enorme cantidad de cosas y cubrir una enorme cantidad de tiempo en pocas páginas hace que se trate con un exceso de superficialidad la mayor parte de temas. Y si bien es algo que comprendo, pues es mi sentimiento principal en las columnas de tema histórico, no deja de sorprenderme que aquí se haya tratado con mayor detenimiento la mayoría de temas de los que allí se hablan. Comprendo que es porque ellos han tenido 11 páginas para hablar de los informativos en televisión mientras que en El Receptor le pudimos dedicar ocho columnas, cuya extensión en papel francamente desconozco pero que permitió hablar de Murrow, Huntley o Brinkley, personajes que me parecen imprescindibles y que no caben en ese libro.

El siguiente problema, cuarto de los cinco totales, puede ser rastreado también en ese capítulo sobre Inglaterra, pues se menciona extensamente la serie Los Roper y, sin embargo, no se dice en ningún momento que estemos ante un spin off, y no de una ignota comedia británica sino de Un Hombre En Casa, el germen británico de la estadounidense Apartamento Para Tres. ¿Ustedes se imaginan un libro de televisión que hable varias veces sobre Frasier y no mencione en ningún momento Cheers? Pues eso es lo que han hecho aquí sus autores.

No es el único error o dato inexacto, no hay más que leer en la página 114: “La idea era realmente original, porque hasta ese momento nunca se había producido una serie en la que todos los protagonistas fuesen afroamericanos y mucho menos de clase media-alta, huyendo de los estereotipos tradicionales. Así nació The Cosby Show (La hora de Bill Cosby)

¡¡¡¿OTRA VEZ?!!! Pues sí, otra vez. Y mira que, incluso si obviamos la anterior serie de Cosby por transcurrir en un colegio (The Bill Cosby Show, 1969), podemos encontrar ejemplos de series que sean a la vez con todos los protagonistas afroamericanos Y de clase media-alta. Concretamente la serie negra más famosa de los años setenta Los Jefferson (1975-1985), que arrancaba cuando los vecinos negros de la familia Bunker —Sí, Norman Lear y All in the family atacan de nuevo— deciden mudarse.

George Jefferson había empezado en la serie como un limpiador; tras un accidente de coche había logrado una indemnización con la que abría una tienda que, para cuando lograron su propia serie, ya eran siete. De ahí que se mudaran de un barrio de clase obrera de Queens a un apartamento en Manhattan, algo superior a la casa en Brooklyn de los Huxtable, mientras que del cast original sólo había dos caras blancas, ambos personajes tan secundarios como Tom, el padre de Jenny, la novia mulata del hijo mayor, Lionel, y su vecino Harry Bentley, ninguno de ellos protagonistas.

(Claro que That’s my Mama, que duró dos temporadas y describía a la vida de una familia, compuesta por un barbero jovenzuelo de veintitantos y su madre, de clase media en Washington, en un vecindario completamente negro, es anterior en un año… ¿debo seguir?)

No estamos aquí ante un caso aislado, hay un conocimiento notable de series y asuntos televisivos pero parecen siempre limitados. En múltiples momentos se nota que caminan por una fina capa de hielo y, de cuando en cuando, se hunden. No sólo en series: su explicación del motivo de la última guerra de los lates olvida que todo empezó en 2004 al renegociar Conan O’Brien su contrato y decide que fue una maniobra de la NBC para reducir el presupuesto eliminando los dramas de las diez de la noche. Es notable que en un libro con cuatro páginas de bibliografía sea ésta la que parezca marcar los ritmos, haciendo que al salir de ella se entren en zonas delicadas, sobre todo porque las referencias más recientes son de 2006 y hay una absoluta falta de presencia de los recursos de internet —y si alguien piensa que me refiero a blogs como el del antes mentado Sepinwall o al siempre presente A.V. Club, está más que en lo cierto— por todo el libro. ¿Cómo pueden dejarse de lado los recursos de internet para la investigación y la comprobación de datos? No lo sé, pero parece que han olvidado lo fácil que es en la era de Googles y Wikipedias contrastar los hechos con un par de tecleos.

Por ejemplo, en el capítulo dedicado a Hermida sale la frase “Con el comienzo de la década de los años noventa, su situación en TVE empeoró, pero Manuel Martín Ferrand le ofrece sumarse desde el comienzo a la recién nacida Antena 3 TV con un programa matinal.” No sé exactamente a qué se refieren los autores con que su situación empeoró, teniendo en cuenta que cualquier repaso a las hemerotecas demuestra que en 1990 se decidió que dejara de presentar el magazine vespertino A mi manera, se le encomendó dirigir y presentar primero el Telediario de madrugada, del que estaba totalmente al cargo y, a continuación, el Telediario de las 20:30 h que dirigía y presentaba, llevando a algunos a hablar de sus 7 vidas televisivas hasta que decidió marcharse en mayo de 1991 por propia voluntad. Así que en los años noventa Hermida empezó con un programa en la tarde, pasó al nocturno para combatir a Luis Mariñas, y quizá también a Jose María Carrascal, y de ahí le pasaron al telediario más importante, el de noche, en todo momento no sólo con cargo de presentador sino, además, de director… ¿y su situación había ido empeorando en los años noventa? ¡ANDA YA!

Lo que nos lleva, además, al quinto problema del libro: Los capítulos españoles son no ya poco dados a tratar las zonas oscuras de nuestra televisión sino, directamente, complacientes. Entiendo que ambos autores desarrollan, junto con el inevitable puesto de profesor universitario que parece necesitar cualquiera que escriba un libro teórico en este país, un puesto y trayectoria dentro del sistema televisivo español. Motivo por el cuál se habla bien de todos los profesionales de aquí, de una forma que en ocasiones bordea el ridículo; su visión de Xavier Sardá y sus Crónicas marcianas o de Ana Rosa Quintana y su carrera periodística, están exentos de cualquier atisbo de crítica; el auge de la telerrealidad se comenta con alegría y no hay nada similar a un análisis de lo que sucedía o cómo afectaba eso a la televisión. Así que podemos imaginar que seguirán trabajando durante años. Son buenos soldados.

Pero, de nuevo os lo recuerdo, con esos pequeños problemas (USAcentrismo, falta de un repaso editorial, exceso de superficialidad, datos erróneos y servilismo con la televisión española), quizá en parte por la falta de una bibliografía reciente, el no-uso de internet, y, claro, también la falta de un índice onomástico que juega en su contra… Pese a todos estos problemas, la idea principal y el desarrollo de la historia televisiva, junto a la forma amena y las anécdotas incluidas, sirven para hacerse una idea muy general de lo que ha sido la historia del medio.

Seguimos estando lejos, tanto por The revolution was televised como por Televisores cuadrados, ideas redondas, de tener un libro de referencia completo y global, aunque ambos resultan avances en sus respectivos campos. Confiemos en que con el tiempo podamos hablar de progresivas mejoras en esta misma columna.

Jónatan Sark | 28 de enero de 2013

Comentarios

  1. EFE
    2013-01-28 22:03

    Aquí estás pidiendo a gritos que te pidan a gritos que te lances a escribir el manual definitivo de televisión.

    PS: Un editor cualquiera te sugeriría de título “Todo lo que siempre quiso saber sobre TV y nunca se atrevió a preguntar”. Editores, qué saben ellos.

  2. Jónatan S.
    2013-01-29 00:19

    ¡JA!

    Mi plan maestro ha sido siempre ir contando las cosas a pocos para luego recopilarlo. Calculo que la recopilación dará para algo decente en… Digamos en 20 años.

    Mientras tanto seguiré comentando libros.

  3. E. Martín
    2013-02-01 12:10

    ¿Pudiendo leerlo gratis aquí? JA JA JA JA, eso es tan estúpido como si alguien, no sé, subiera día a día tiras a su blog y luego intentara venderlas impresas en un tomo recopilatorio.


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