Libro de notas

Edición LdN
Siete autógrafos en sepia por Hilario Barrero

Un autógrafo es una radiografía del pulso de un escritor, y esta columna mostrará autógrafos de la colección de Hilario Barrero comentados por él mismo. El autor es poeta y dibujante, además de columnista con Quinta Columna en Nueva York. Mezcló sus dibujos y su poesía en De cuerpo entero. Publica Siete autógrafos en sepia los días 7 de cada mes.

José Olivio Jiménez: Este es mi cuerpo

José Olvio Jiménez

La última vez que le vi fue en su casa de Madrid y la primera fue en su casa de Nueva York. Entre una y otra, en un espacio de casi quince años, tuve la suerte de ser primero su alumno y su amigo después y desde ambas bandas le escuché en su cátedra de la universidad de la ciudad de Nueva York hablando de lo que él más sabía: de poesía y de poetas y le escuché en su casa hablando de vida. Sus clases eran adictivas: droga pura. Era un torrente de sabiduría. Un cirujano de la belleza, un hombre que no se quemaba al tocar “las brasas” a las que había visto nacer..

En clase, rodeado de admiradoras y admiradores que le protegían y le cuidaban, elegía un poema, lo ponía en la mesa, lo abría, le quitaba la piel, lo diseccionaba, lo trabajaba hasta el fondo, hundiendo el bisturí de la critica hasta la médula, le tocaba la víscera más delicada y así abierto, en carne viva, una rosa palpitando, un corazón oloroso, nos lo ofrecía. Era todo un rito, donde solo se oía la palabra y el respirar del profesor. El aula, mientras el oficiante celebraba la ceremonia, era un santuario. A diferencia de otros profesores que no saben o no pueden reconstruir el poema y lo abandonan desangrándose en la mesa de operaciones, él profesor, amorosamente, volvía a poner todas las metáforas, las rimas y el ritmo en su sitio, colocaba los versos uno detrás de otro, se aseguraba de que la música no se hubiera desafinado y lo cogía entre sus manos como quien coge a un hijo y lo devolvía a la cuna del libro a que descansara.

En 1999 tuve el honor de escuchar al profesor anunciar, en un acto en la Universidad, mi nombre como el ganador del I Premio de Poesía Gastón Baquero. Un momento que, en cierto modo, cambió mi vida en muchos aspectos.

La primera vez que le visité vivía en Nueva York en la misma casa en la que José Hierro vivió cuando escribía Cuadernos de Nueva York, libro que dedicó a él. Era por la tarde y entraba una luz rabiosa. El profesor se había afeitado y al saludarle me vino desde su rostro el frescor del olor a la loción. Fumaba sin parar, teniendo a veces dos o tres cigarrillos encendidos. Hablamos de poesía y de muchas más cosas hasta que la noche se nos echó encima. Antes de irme me dedicó uno de sus libros.

La última vez que le visité era también por la tarde. Seguía fumando mucho y le encontré triste, sin interés en la vida y casi sin interés en la poesía. No se había afeitado en dos o tres días. Se le iban muriendo sus amigos más queridos: Aleixandre, Claudio Rodríguez… Y el dolor casi le imposibilitaba moverse. Vivía en un ático y la luz que entraba a través de las grande ventanas era una luz enferma, cansada. Hablamos muy poco de poesía. Hablamos más de la vida que se le había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Al despedirme supe que era la última vez que lo veía.

Crítico, profesor, amigo, puente especialísimo entre las dos orillas del Atlántico dejó que su cuerpo se parara para siempre en diciembre de 2003. Su talento, su maestría y su amor a la poesía siguen vivos en sus libros en los que han estudiado muchas generaciones de estudiantes y amantes de la poesía. Libros que han formado parte de la vida de muchos de nosotros.

El perfume crítico del profesor sigue vivo como sigue vivo el olor de la loción de aquella tarde. Puedo tocar el humo de su vida, su generosidad, su aguda visión critica y su mirada. Y recuerdo aquella primera “tarde de amistad, poesía, lecturas y mucho afecto” en palabras que escribió, con letra firme, el crítico, el profesor, el amigo José Olivio Jiménez.

Hilario Barrero | 07 de mayo de 2007

Comentarios

  1. Candi
    2007-05-07 20:19

    Sentida ausencia del profesor, del amigo, del poeta. Precioso mapa de admiración, cubierto de niebla.

    Saludos.

  2. MVP
    2007-05-07 22:18

    José Olivio Jiménez fue y sigue siendo una lectura forzada cuando un hispanoamericano quiere “viviseccionar” una obra de este continente. Sus críticas abundan, su nombre conocidísimo y querido. El autor de esta magnífica columna mensual de nuevo nos entrega una excelente historia que ya nos obliga siempre a asociar un autógrafo con una vida; las entregas de Siete autógrafos deberían prolongarse más allá, multiplicarse por 7 y luego por 7 indefinidamente, para que nunca terminen. Ahora, el profesor Jiménez deja de ser un académico lejano y frío, y uno se imagina lo que hubiera sido conocerlo un poco más allá de sus páginas, y que verdaderamente con él todo lo aprendido atrás no hubiera significado nada, porque me queda la impresión, tras leer este autógrafo, que se habría aplicado (de asistir a una de sus clases-experiencias) muy bien eso de “olvido lo que me enseñaron, sólo recuerdo lo que he aprendido”.


Librería LdN


LdN en Twiter

Publicidad

Publicidad

Libro de Notas no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Desarrollado con TextPattern | Suscripción XML: RSS - Atom | ISSN: 1699-8766
Diseño: Óscar Villán || Programación: Juanjo Navarro
Otros proyectos de LdN: Pequeño LdN || Artes poéticas || Retórica || Librería
Aviso legal