Un autógrafo es una radiografía del pulso de un escritor, y esta columna mostrará autógrafos de la colección de Hilario Barrero comentados por él mismo. El autor es poeta y dibujante, además de columnista con Quinta Columna en Nueva York. Mezcló sus dibujos y su poesía en De cuerpo entero. Publica Siete autógrafos en sepia los días 7 de cada mes.
La vida está llena de claves que invisibles desafían al lector “inteligente”. Claves que hay que reconocer, lo que siempre es tarea complicada, descifrar, comprender y, sobre todo, aprender de ellas. Según el momento, el método y el tiempo empleado en el proceso de despejar las incógnitas, podrán salvar o condenar nuestra alma, enriquecer o empobrecer nuestra vida o, simplemente, iluminarla. Todas ellas cambiarán nuestra mirada.
Podía haber pertenecido a la generación del 14 o a la del 27 o a la generación de los exiliados, sin embargo, Francisco Ayala, es toda una generación por sí mismo. Pasó parte de su vida como profesor en el exilio, donde escribió su obra más importante. Ahora, ya centenario, sigue viviendo, con una lucidez ejemplar, en Madrid, al cuidado amoroso de la hispanista norteamericana Carolyn Richmond.
Conocí a Ayala, gracias a Richmond, aquí en Nueva York, y fue ella quien me invitó a asistir a los cursos de verano de El Escorial patrocinados por la Universidad Complutense. Durante una semana inolvidable y productiva se desmenuzó y analizó toda la obra de Ayala con la asistencia de especialistas, profesores, estudiosos y amigos. Los inscritos en el curso, titulado “Francisco Ayala: el sentido y los sentidos”, tuvimos la suerte de estar junto al escritor granadino durante las jornadas de trabajo pudiendo tratar al personaje público tanto como al privado. Ayala es un hombre serio, que mira con unos ojos grandes un poco asustados imponiendo una barrera que hace muy difícil penetrar en su mundo privado.
Cada día, a las ocho de la mañana, ahí estaba don Francisco, acompañado de la profesora Richmond, esperando el autobús que nos llevaría a la primera conferencia del día. Lleno de vida, ágil y sobrio, se preocupaba por las vidas de los congresistas. Seguía las ponencias con gran interés y al final de ellas exponía sus equilibrados puntos de vista. En alguna ocasión tuve la suerte de estar sentado junto a él, los dos en silencio, mientras él miraba la vida que pasaba a su lado y yo le contemplaba a él. A pesar de ser el protagonista, el escritor famoso, el sociólogo reconocido, el profesor admirado, un hombre con mucho tiempo a cuestas había una gran serenidad en su mirada, una calma en sus manos, una normalidad en sus sentimientos y una gran vitalidad en sus ideas. Era uno más entre todos los que le seguíamos aunque algunos de nosotros podíamos escuchar, eso sí, cómo su corazón vibraba con latidos emocionados.
El último día, ponencias y erudición acabadas, me acerqué con la edición de Cátedra a cargo de Richmond de Los usurpadores y les pedí que me la firmaran. Con la sobriedad que le caracteriza, pero también “cordialmente”, don Francisco firmó sólo con su apellido, sin poner la fecha (que yo recuerdo) y escribiendo mi nombre y mi primer apellido. Después ella hizo lo mismo, pero quitándome mi apellido y añadiendo ella su nombre a la firma.
Y ahí están los dos juntos para siempre en una hoja de papel, enlazados, repetidos sus nombres en letra impresa y escritos a mano. Ahí están los dos un día de verano, ella sosteniéndolo un poco a él, los dos como un testimonio de perdurabilidad. Un delicioso juego lleno de claves (era 1992) que un escritor y una hispanista dejaron, quizá inconscientemente, para que algún lector las descifre cuando pase el tiempo.
A mí, en su momento, me iluminaron la vida e hicieron retroceder a la sombra que, cerca de El Escorial, me venía persiguiendo. Ahora me siento un usurpador.
2007-03-07 21:40
Ilustrativo texto. Dos pinceladas: Francisco Ayala y Carolyn Richmond, que no sale de su «encantamiento», contagiada de ese misterio literario de su esposo. Qué privilegio el suyo, y qué apoyo al gran maestro. Privilegio, también, el de Hilario Barrero, siempre de la mano de la literatura. Es que, como dijo Ayala: «Una vida sin literatura no es una vida humana.»
2007-03-07 21:40
Hoy he leído tu comentario. Como siempre genial. Espero que cada día siete mi memoria
me permita seguir disfrutando de tus bellos recuerdos.
Un beso
2007-03-10 23:59
Uno a veces quiere escribir una o dos palabras, pero da muchas vueltas, como la fiera hambrienta que no se decide a lanzarse sobre la presa de otro, apenas dando vueltas sobre la órbita de un deseo. Pero por fin uno se decide. Qué bella nota nuevamente sobre un querido poeta, Francisco Ayala García-Duarte (para no dejarlo tan huérfano), con sus 101 años, y que sin embargo ha confesado con jocoso cansancio que espera que pronto se baje el telón, que nada que se baja (¡y ojalá no se bajara!). Gracias, Hilario, por hacer de este espacio, como el propio Ayala piensa, más que tiempo un “presente perpetuo” (ahora se me viene a la cabeza Paganini). Un abrazo por este regalo mensual a tus fieles lectores, al cual dejo estas líneas un domingo, que no es siete.
2007-03-16 22:17
Don Francisco en el dia de su cumpleaños le deseo que pase un buen dia y feliz siglo.
!!101 años son muchos años!! Ojala esté muchos más con nosotros. Un saludo a su esposa.