Entre líneas se propone abordar, el 24 de cada mes, las relaciones entre escritura creativa, juego y literatura. La creación literaria como proceso, como campo de experimentación y como disciplina que se mejora con la práctica, igual que el resto de las artes. Con una parte de genio y otra de técnica, que se aprende y que también se transmite. María José Barrios escribe cuentos muy pequeñitos y es profesora de talleres de escritura desde hace años.
El mes pasado me quedé justo a las puertas de otro de los grandes motivos de polémica que rodean al empleo de la restricción en la creación literaria. El primero era la libertad del acto creativo. El escritor que adopta voluntariamente un conjunto de reglas para componer su texto, sigue siendo libre y recorre nuevos temas y nuevas vías de expresión. De acuerdo. La pregunta inevitable que hay que hacer a continuación es: ¿puede hacerse _literatura seria_… jugando?
Ya dije que a los integrantes del Oulipo, escritores juguetones donde los haya, esta respuesta les importa más bien poco. Lo que les interesa es el proceso creativo, la exploración, la experimentación. Los retos y los laberintos. Por eso, y aquí llega lo interesante, no ven diferencia entre el conjunto de normas de composición que se han aplicado a la literatura a lo largo de los siglos (desde las poéticas preceptistas clásicas hasta la versificación) y las que ellos proponen, de carácter abiertamente lúdico. Claro que no todo el mundo lo percibe de esa forma.
Durante la segunda mitad del siglo XX las estrategias del Oulipo, cuando no eran abiertamente denostadas, fueron recibidas con bastante condescendencia por parte de críticos y académicos, pues no se veía en ellas más que un juego banal y superfluo. Se les llega a conceder el mérito de las acrobacias lingüísticas, de los juegos de palabras, de su virtuosismo compositivo, pero no se les reconoce ninguna ambición ni valor literario más allá del despliegue de ingenio. Se elogia el esfuerzo, pero se ataca el juego. Para ellos, lo difícil sustituye a lo bello.
Sin embargo, la historia de la literatura está llena de formas sujetas a normas muy estrictas, que se han respetado durante siglos en algunos casos o se ha visto la necesidad de superar en otros. La tradición ha aceptado una serie de restricciones que, como parte del canon, se consideran naturales, pero combate aquellas que quedan fuera. Los estudiosos de la literatura aceptan las reglas, toleran las técnicas, pero reniegan de las restricciones.
Pensemos en ello: para componer un soneto, es necesario asumir ciertas reglas establecidas. Se trata de un conjunto de catorce versos con la rima dispuesta en un orden determinado, con pocas variaciones. ¿Cuántos poetas han cultivado esta forma literaria a lo largo de la historia, y cuántos siguen haciéndolo hoy en día? Muchísimos, por eso tiene el valor que tiene, y consideramos que el soneto está dentro del canon literario. Sin embargo, no hay ninguna forma canónica en prosa o en verso que exija al escritor componer un texto a partir de un acróstico vertical. Esta estrategia entraría dentro de lo superficial, de la broma o de lo lúdico. Y por descontado, para el académico debe despojarse de toda pretensión de producir literatura que pueda o deba ser tomada en serio. ¿Por qué? ¿Por ser demasiado restrictiva? Yo diría que la rima consonante lo es mucho más. ¿Quién decide si el resultado es más o menos bello, si tiene más o menos valor? ¿Acaso se puede medir de forma objetiva?
La realidad es que cualquier regla clásica tuvo que pasar necesariamente por este período de recepción condescendiente hasta ser aceptada dentro de la tradición preceptista que, además, en cada época establece sus propios criterios con respecto a cuándo termina el artificio y empieza lo literario. Es indudable que existe una diferencia entre reglas clásicas y restricciones lúdicas relacionada con la profusión en el empleo y el estudio sistematizado de unas o de otras, que contribuyen a convertirlas en formas aceptadas y estables. Pero cuando se trata de abordar nuestro propio proceso de escritura, nos basta con adoptar una postura práctica: las barreras entre ambas formas de restricción son, en realidad, bastante débiles y carentes de justificación científica. Cualquiera de ellas que nos sirva de guía, nos resultará útil.