Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.
El siguiente turno para ir cerrando este año de creadores e historia televisiva le toca a la televisión del Reino Unido y, la verdad, aún podría hablarse de unos cuantos creadores. Lo dejaremos para otra ocasión, sí, pero mientras hagamos un repaso a la evolución que tuvo en el post- Thatcherismo.
Recordemos que los años se convirtieron en un Maggie contra todos centrado en especial en desmantelar las estructuras de Lo público que tuvo una de sus grandes batallas contra la BBC. Muchos fueron los daños y víctimas colaterales — Como Dr. Who, que se cerró heróicamente en 1989, la última gran victoria pírrica de la Dama de Hierro— y eso creó una tensión y un tono que sirvió para que las televisiones siguieran haciendo lo que mejor se les daba redoblando esfuerzos en la parte, digamos, moral.
El resultado de lo cuál fue el habitual efecto péndulo, que si en USA se dejó notar tras la salida de Nixon de la Casa Blanca aquí sería más moderado. Desaparecida la mezcla perfecta de La Baronesa y Destro el humor iría un poco más relajado.
Por supuesto no significaba que se cerrara de inmediato las series que habían marcado la sátira durante su estancia. El mejor ejemplo es The New Statesman que servía como contrapunto y parodia de las nuevas maneras conservadoras, casi como una continuación natural de la sátira política de Sí, Ministro / Sí, Primer Ministro, que llegó hasta 1988, esta serie se centraba en las andanzas del diputado sin cargo (un backbencher en inglés) Alan B’Stard, un ultraderechista egoista, rastrero y muchas más cosas que iba demostrando semana tras semana, un magnífico personaje —aunque, seamos sinceros, mucho menos irónico o sutil que los de Sí, Ministro, aquí todo será más burdo — interpretado por Rik Mayall, a quien todos recordaremos por la serie The young ones o Els Joves o como la FORTA tuviera a bien traducirlo en tu comunidad. Mayall estuvo también en Blackadder y al finalizar este Statesman regresaría a su asociación con Adrian Edmondson en lo que se podría considerar una continuación extraoficial de la primera serie: Bottom o como la llamaron aquí La pareja basura (Sí, bueno, títulos y traductores, ya sabéis) En cualquier caso, The New Statesman es uan gran serie de humor que satirizaba lindando la crueldad los modos y maneras de la nueva clase política.
Como decía, no es que se dejara de lado Lo social, ni mucho menos. Pero hubo un cierto respiro, en comedia se pudo disfrutar de las petardas de Absolutely Fabulous que es uno de esos raros casos en los que la química en pantalla no parece tener sentido alguno —como demuestra los sucesivos intentos USA de recrearlo, todos desastrosos— y es que las aventuras de estas dos mujeres trabajadora de éxito que están como cencerros, las pobres, parece la síntesis perfecta entre lo que sería en los ’70-‘80 Laverne & Shirley y los que podría haber sido en ’90-‘00 Sex and the City.
Aunque sin duda la gran serie de humor de los ’90 a efectos de impacto planetario fue el salto mortal con tirabuzón que Rowan Atkinson realizó al pasar de Not the Nine O’Clock News _ o Blackadder a la comicidad gestual de —ya lo imagináis— Mr. Bean. Un prodigio de interpretación con unos guiones casi esquemáticos que permitían al actor convertirse en la dinamo que soportaba una de las grandes creaciones del humor reciente. Quizá el punto de _clown que tenía diera una falsa impresión de infantilismo, pero la idiosincrasia del personaje y su forma de comportarse lo llevan más allá, hacia un humor físico adulto alejado de lo anterior y lo posterior que realizaría Atkinson.
Hablando de infantilismo, y puestos a señalar los éxitos de la televisión británica noventera, quizá deberíamos hablar aquí del programa que más dinero hizo ganar a la BBC. Más allá de los odios, dudas y burlas, o de copias y homenajes, sería complicado explicar esa década o fingir estar repasando lo más importante de la misma y olvidarnos de… en fin…
Los Teletubbies están entre el icono y la incomprensión, en cualquier momento alguien los reivindicará o los pondrá de moda —Y cada día estamos más cerca, atentos a las camisetas de próximas temporadas— pero aunque para los adultos resultara extraño, perturbador incluso, se convirtió en un éxito tal que los niños parecían encantados por los personajillos.
Pero, volviendo a los adultos. Esta década es también en la que irrumpió Steve Coogan y con él conocimos a Alan Partridge — AH-HAA — que dio el salto desde un programa de radio hasta la televisión y allí se quedó, apareciendo y desapareciendo a lo largo de la década mientras su actor exploraba ambos lados del atlántico, otras ideas televisivas o el cine, Wintterbotton mediante. Sin embargo el icono asociado a Coogan, por mucho trabajo que realice, seguirá siendo Partridge, da igual que su Tony Wilson en 24 Hour Party People sea para hacerle un monumento, igual que Atkinson es más asociado a Bean que a Blackaddder.
Quizá estos fueron los mayores iconos, aunque no los únicos éxitos. La tradición británica nunca se está quieta, fruto de lo cuál se producen regularmente programas de sketches, algo a lo que los años ’90 no fueron inmunes. Quizá los mejores fueran los más conocidos, una opinión quizá no muy popular pero sí popular. O, si ustedes lo prefieren por ganar claridad, quizá más populista de lo evidente. Me refiero, claro, a A bit of Fry & Laurie en el que Stephen Fry y Hugh Laurie unen sus —enormes— talentos cómicos para una serie de sketches que parecen más un ejemplo de todo lo que podrían llegar a dar de si.
De manera poco habitual la emisión de este programa se fue alternando con _Jeeves and Wooster _, una adaptación de las historias clásicas de Wodehouse en la que Fry y Laurie —respectivamente— interpretaban a los personajes del título. Empezaron un año después de ABOF&L y concluyeron dos antes. Consagrándose como actores cómicos.
Otro nombre propio de esa década es el de Harry Enfield, que tuvo varios programas propios tras darse a conocer en el Saturday Live de Channel 4 gracias a los personajes y sketches cocreados junto a Paul Whitehouse. Entre sus personajes más famosos están Stavros y Loadsamoney, caricaturas —quizá no lo suficientemente satíricas— de los nuevos codiciosos del thacherismo. De enorme popularidad, Enfield pasaría a ocupar sus propios programas de sketches como _ Harry Enfield’s Television Programme_ que luego pasaría a ser Harry Enfield and Chums.
Además de otros proyectos ocasionales Enfield regresaría a los sketches con cierta regularidad, en los ’00 Harry Enfield’s Brand Spanking New Show y ya en la actualidad —de nuevo con Whitehouse— Harry & Paul
Paul Whitehouse, figura central como vemos, tuvo su propia idea para un programa en el que , por una vez, no se incluía a Enfield. De su asociación con Charlie Higson salió The fast show, que presentaban personajes y frases recurrentes pero tenían la novedad —y la virtud— de ir más rápido, ser más breves, de manera que cupieran muchos más sketches (y mucho más ágiles) en cada episodio.
De gran popularidad — Johnny Deep dijo que Whitehouse es uno de los mejores actores que ha visto jamás, e incluso logró hacer un cameo en el último the Fast Show -, Whitehouse no ha dejado jamás de trabajar a uno u otro lado de la cámara. Junto o por separado con Enfield o sus otros compinches como Charlie Higson o Chris Langham.
Langham, por su parte, participaba de la continuación oficiosa de Not the Nine O’Clock News _, es decir: Alas Smith and Jones. En este programa de _sketches Mel Smith y Griff Rhys Jones, con Langham de tercera rueda, era una variedad sobre los clásicos números del tonto y el listo, que termina mostrándose también como tonto. Empezó en los ochenta tras la cancelación de NtNON y duraría hasta finales de los noventa. Con adiciones como la de Andy Hamilton.
Otra serie que empezó a finales de los ochenta y ocuparía todos los noventa, aunque no de sketches —aunque sí de culto— con el fondo de una historia de ciencia ficción y toda la mala baba inglesa del género sería… ¿hace falta decirlo? ¿Seguro? ¡Pues claro! Red Dwarf
Creada por Rob Grant y Doug Naylor con el nombre que usaban para sus proyectos compartidos, Grant Naylor, desde un personaje recurrente del programa radiofónico Son of Cliché. Pronto se convertiría no ya en su mayor creación sino en una que reaparece cada cierto tiempo —fanes de la ciencia ficción, esto es lo que les gusta— hasta el punto de que Grant se acabaría yendo de la serie, en principio por discrepancias con Naylor pero, según declaró posteriormente, porque no quería que Red Dwarf se viera como lo único que había hecho en su vida. Así que ahora no es lo único, sólo lo más importante.
Hubo otras series, aunque los noventa no fueran una gran década para el humor en Inglaterra tras los magníficos años anteriores e, incluso, comparándolo con lo que estaba por venir. En cualquier caso, al menos tres series deben ser mencionadas, la primera de las cuales es realmente familiar, es decir…
Royle family, creada a finales de los noventa, por Caroline Aherne y Craig Cash. Cash venía de trabajar como guionista en The fast show y con Aherne en su anterior éxito, The Mrs Merton Show una señora mayor que lleva un programa de entrevistas en las que su forma de entrevistar —a personas reales— mezcla de dulce candidez y notable mala leche, lograba producir incómodas situaciones por la forma amorosa y completamente dulce de introducir malentendidos y despellejar a los invitados.
Y si ustedes creen que Mrs. Merton tenía algo que ver con Alan Partridge véanla entrevistando a Steve Coogan.
En cualquier caso, Aherne volvió a trabajar con Cash —y alguna ayuda ocasional de otros guionistas— para poner en marcha esta comedia sobre una familia de clase más que baja arrastrada que subvertía la clásica idea de historia dramática tipo kitchen sink convirtiéndola en un canto al humor, la serie original duró un par de años pero sus especiales siguen saliendo con cierta regularidad. Eso sí, Aherne se ha retirado como actriz para centrarse en la escritura.
Y de lo humano pasamos a lo divino, con la serie que descubrió el gran talento cómico de Graham Linehan, la muy reverendísima Father Ted que con la historia de un clérigo desterrado que es enviado a una isla de la costa oeste irlandesa en la que compartirá casa y parroquia con el muy alcoholizado Padre Jack y el joven e ingenuo Padre Dougal. Unos mimbres mínimos con los que Linehan teje magníficas farsas.
Por supuesto la serie tenía potencial para durar años, lamentablemente el actor que encarnaba al padre Ted, Dermot Morgan, murió poco después de terminar de filmar la tercera serie. Una tragedia que hizo moverse a Linehan a otras comedias, entre las que destacarían Black Books y, por supuesto, The IT Crowd lo que significa que, en algún momento, tendremos que vovler a hablar de este creador con más atención.
Mientras tanto seguiremos por lo divino con The Vicar Of Dibley una muy popular comedia sobre una mujer sacerdote de mente abierta y notable alegría que lidia con su parroquia, con el consejo local y con el encargado del consejo David Horton, un serio y estirado multimillonario con una educación anticuada que no entiende a esta mujer.
Tras esta serie se encuentra uno de los grandes creadores ingleses de la época, Richard Curtis, colaborador habitual de Rowan Atkinson con el que comenzó a escribir en Not the Nine O’Clock News para formar sociedad en _ Blackadder_ y Mr. Bean, a parte de lo cuál en televisión haría esta comedia al estar más ocupado en el cine guionizando para Cuatro bodas y un funeral o Notting Hill, además de adaptar El diario de Bridget Jones y escribir y dirigir sus propias películas: Love Actually y The Boat That Rocked (Radio encubierta).
Un hombre ocupado, vaya. Hay que decir, además, que fue el creador e impulsor, junto con el cómico Lenny Henry, en 1985 de la iniciativa Comic Relief, un evento de caridad creado para ayudar ante una hambruna en Etiopía y que ha seguido ayudando en otros proyectos caritativos. Destaca entre sus actividades un telemaratón bienal llamado Red Nose Day en el que suelen ayudar los más populares cómicos del país. Y también de series afines, aunque no sean propiamente cómicas, como Doctor Who.
Y eso que los noventa no fueron, por lo demás, una buena década para el Doctah pero tampoco es que al resto de los dramas le fueran mucho mejor. Por suerte para la televisión aún existían miniseries como la magnífica Our friends of the North o la impresionante House of Cards como ya comentamos por aquí
Además, claro, de la tradicional Austenmanía que para eso está. Un éxito siempre que en esta década produjo imágenes como…
Un regreso a los clásicos con enorme éxito, como podéis suponer. Y, sin embargo, sí hubo un gran éxito en lo que a la ficción se refiere. Un programa que mostró ser superior frente a los demás.
A finales de los años ’80 la escritora y guionista Lynda La Plante tenía una idea. Tras el éxito alcanzado por su anterior proyecto, Widows —sobre la viudas de unos atracadores de bancos— ahora tenía pensado algo distinto: Una historia policiaca centrada en una mujer uerte y de gran hondura psicológica. Sólo necesitaba el OK de la cadena, la ITV, y una actriz para protagonizarla. La elegida terminaría siendo una actriz de raza: Helen Mirren.
Mirren, que a esas alturas de su vida tiene 35 años y lleva actuando desde antes de cumplir veinte habiéndose unido a la Royal Shakespeare Company en los setenta en la que ya había interpretado a personajes de la talla de Lady Macbeth o La duquesa de Malfi de la obra de Webster del mismo título. Tras dejar la compañía y pasarse con no demasiado éxito al cine —es un decir, claro, porque tuvo papeles importantes en Excalibur o El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante así como en la loquísima El diabólico plan del Dr. Fu Man Chú de Pter Sellers — regresa de una estancia poco fructífera en Hollywood para interpretar el papel de Jane Tennison.
¿Qué les puedo decir de este clasicazo, de esta obra maestra de la televisión criminal? La historia se centra no sólo en el caso en sí, también en las particularidades sociales o sociopolíticas, incluso históricas del mismo, pero, sobre todo, en el estudio del personaje principal, el investigador, retratado con fuerza y sutileza como alguien quebradizo y contradictorio pero empujado por una gran determinación interior. Es el primer gran personaje femenino fuerte y facetado en una serie policíaca, no es simplemente una mujer policía como pudo ser Angie Dickinson y el hecho de ser policía no es lo único que la define ni, desde luego, lo más importante. Antes que Cagney & Lacey o Jessica Fletcher estamos ante un personaje que emparenta con Furillo y la gente de Hill Stret pero dando una mayor importancia al relieve de un único personaje lo que permite usar la historia para profundizar en él, es decir, lo que los maestros europeos de novela negra, de Highsmith a Simenon, llevaban años haciendo con sus personajes en libros.
Esta magia alquímica lograda por La Plante y Mirren tiene nombre, y sin duda mis lectores lo recordarán por estar grabado con letras doradas en los libros de televisión. Se trata, por supuesto, de Prime Suspect
En total fueron siete historias en otras tantas temporadas de duración variable. En el transcurso de la misma hablaron de sexismo, racismo, alcoholismo o xenofobia y no tiembla al abordar violaciones, tráfico de drogas, prostitución infantil o política. Mirren ganó varios BAFTA s televisivos por ellas, La Plante también y puedo decir sin equivocarme que marcaron no sólo el tradicional antes y después, también toda una generación de mujeres fuertes y frágiles en programas policiacos cuya cosecha aún estamos recogiendo.
Por supuesto esto abrió una espita para toda una serie de detectives de vida destrozada y tendencia a cierta introspección, similares a las de sus libros, que contrasta con el otro tipo de crímenes centrados en el misterio que tanto abundaban. Frente a series más formulaicas como Midsomer Murders este éxito facilitaba la creación de series más introspectivas, desde la versión que la propia La Plante realizaba del Ley y Orden de Dick Wolf —ese hombre— en Trial & Retribution aunque probablemente los dos mejores ejemplos serían las series sobre Eddie Fitz Fitzgerald y William Edward Jack Frost.
Eddie Fitz Fitzgerald, de Jimmy McGovern, magníficamente interpretado por Robbie Coltrane, es un psicólogo criminal, un especialista en los perfiles psicológicos delos delincuentes, lo que lllaman un Cracker, que para eso es el nombre de su serie. Y esa misma cualidad psicológica que emplea para analizar a los criminales que persiguen sirve también para dirigirla sobre si mismo y sus allegados. Lo que no le hace especialmente feliz. Es decir, y nos vamos a aburrir, le hace: alcohólico, jugador, maníaco, obsesivo, obeso e, incluso, fumador. Nada menos. En ocasiones es difícil separar al criminal entre los tipos a los que estudian y la propia policía que los persigue dando una imagen sórdida, aunque de un humor sarcástico y afilado, a todo el proceso criminal. Es decir, el clásico inglés: Me estoy riendo de cosas que no tienen ninguna gracia.
En cuanto a William Edward Jack Frost, sólo estamos un poco mejor. Cierto que iba a dejar a su mujer, pero le dio un cáncer terminal rapidísimo y no hizo falta, y quizá logró una medalla al mérito por enfrentarse borracho a un criminal, puede que no haga su papeleo porque para eso tiene subordinados y quizá la serie tenga en general un aspecto oscuro, sucio e, incluso, algo visceral, pero no pierde nunca de vista que los demonios internos de Frost suelen permanecer más atados que los de otros compañeros. David Jason hace un trabajo magnífico con el personaje central, adaptado de una serie de libros de R. D. Wingfield explicando así que se realizaran hasta quince series, la última de las cuales fue emitida en 2010 convirtiendo a Frost en el detective en activo más viejo de ese año. Todo eso y mucho más era A touch of Frost.
Por supuesto esto no significa que no existieran otras serie de carácter más ligero o abiertamente diferente, de entre los que destacan dos: El primero es Jonathan Creek, (interpretado por Alan Davies, sí, el de IQ) un canto a los trucos con un protagonista que se dedicaba a crear trucos para magos que pone en marcha su talento para descubrir los —mortales— trucos que otros han usado. Un divertimento encantador que bordea siempre la comedia, en ocasiones mojándose los pies.
También una serie ligera y alegre, antítesis de lo que hemos estado viendo, y con un protagonista peculiar en extremo, es Pie in the Sky sobre un policía a su pesar, ya que no le dejan ir por ser el mejor hombre que tienen. Eso no impide que Henry Crabbe, pues ese es su nombre, sea además vocacionalmente cocinero e incluso el chef del restaurante de su pueblecito, pero tiene que compatibilizar ambos trabajos. Richard Griffiths logra que el personaje transmita ternura, humor e, incluso, ese desapego por lo que está haciendo, por lo poco que le gusta y lo bien que se lo pasa entre fogones. Un bombón de serie, vaya.
— Ahora que no nos lee nadie, me voy a permitir comentar una serie que en realidad no tuvo tanto peso ni importancia pero que a mí me gusta: Hamish Macbeth, un ejemplo de los policías en pueblecito pequeño y excéntrico con Robert Carlyle en el papel principal que logra atrapar algo especial.
Pero conste que esta ya es debilidad mía.—
Al final el humor acaba apareciendo de nuevo, aunque no sea tanto como el que hemos estado acostumbrados o, incluso, como el que está por venir. Y no me refiero al éxito inexplicado de This life sino a la llegada silenciosa pero mortal casi terminado la década de tres programas que revolucionarían los sigueitnes diez años. En cuanto a los dramas, se estrena en 1999 Queer as folk, y en comedia en 1998 aparece The 11 O’Clock Show y un año después Spaced. El cambio se acercaba, pero de todo esto ya habrá tiempo para hablar, otro año.