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Crónica gris por Sergio Barrejón

A principios del siglo XX, los héroes clásicos iban a pasearse en el callejón del Gato y su esperpéntico reflejo retrataba el sentido trágico de la vida española. A principios del XXI, aquello aún parece hermoso comparado con lo que nos ha quedado: una foto de aquel reflejo en baja resolución, imprimida en escala de grises, fotocopiada en modo ahorro, caída en una cuneta y meada por un perro. El día 29 de cada mes, Sergio Barrejón reflexiona sobre la irrecuperabilidad de España, el único país del mundo que ha sido república dos veces… y las dos veces se ha vuelto a convertir en monarquía.

1. Los niños

¿Cómo vemos a los niños en España? Si consideramos lo que se dice en las redes sociales o en las cenas de empresa, parece que sólo vemos a los niños a través de uno de estos filtros:

1. El filtro Herodes
2. El filtro Abuela

El filtro Herodes es el que nos permite ver a los niños ajenos: pequeñas máquinas de tocar los cojones.

El filtro Abuela es el que nos permite ver a nuestros hijos, sobrinos, e hijos de amigos: pequeñas máquinas de producir anécdotas graciosas y demostraciones de inteligencia, siempre precoces.

El filtro Abuela puede hacerte rozar el ridículo, pero es un ridículo lógico y casi deseable. Es ver el vaso medio lleno. Pero el filtro Herodes es una anomalía, una enfermedad. Es ver el vaso medio lleno DE VENENO.

La gente que mira a los niños con el filtro Herodes propaga mitos fascinantes como los del “pequeño tirano” y “el niño que prueba los límites”. Mitos según los cuales la conducta de los niños se explica desde el propósito consciente de molestar a los adultos. Mitos que dejan entrever una neurosis de libro: “estoy jodido, y anda por aquí un niño. Voy a establecer una relación causa-efecto entre estos dos elementos independientes, y así no tendré que analizar por qué estoy jodido.” Y lo más grave de todo: la gente que mira a los niños con el filtro Herodes admira en los niños exactamente lo que repudia en los adultos, y viceversa.

Me explico: todos admiramos a un espíritu libre. Si es adulto. Todos admiramos, envidiamos incluso, a alguien capaz de defender sus opiniones, de actuar según sus impulsos y sus ideas, sin pensar en el “qué dirán”. Si es adulto. Todos repudiamos al servil, al que se doblega ante autoridad injusta. Si es adulto. Y todos repudiamos al poderoso con tendencias autoritarias.

Pero el filtro Herodes nos hace valorar a los padres precisamente en función de su capacidad para imponer su autoridad a los niños. No hay elogio mayor para un padre que el decir que lleva a sus hijos “derechos como una vela”.

Si hay algo común a todos los niños, A TODOS, es que su creatividad supera a la del adulto más creativo. ¿Por qué? Porque son libres. Porque no piensan en el “que dirán”, porque no viven constreñidos por la terrible carga que es la conciencia de lo que la sociedad espera de uno. Hacen lo primero que se les pasa por la cabeza. Está en su naturaleza. Y es un don maravilloso. Maravilloso y frágil.

Y es un don que todos hemos tenido. Y que todos hemos perdido, porque nos han dado una educación de mierda. Llena de órdenes arbitrarias, doctrinas absurdas y autoritarismo. Lo lógico en un país de tradición absolutista y fundamentalista.

No es de extrañar que una generación tan castrada como la que surge de treinta y tantos años de dictadura ultramoralista tienda a irritarse ante el espíritu libre de la siguiente generación. Cuando oigo a alguien quejarse de la actitud de un niño de hoy con la frase “cuando yo era niño no me permitían eso”, me dan ganas de clavarme un berbiquí en cada oído. (En realidad, no me dan ganas de hacer eso en absoluto, pero me encanta la palabra berbiquí y no veía el momento de colarla en este artículo.)

España, ese lugar maravilloso en el que alardeamos de nuestra miseria para no reconocer la envidia. ¿Dónde, si no en España, se puede uno quejar de que un trabajdor haga huelga con el argumento de “yo estoy más jodido que él y no me quejo”? ¿Dónde, si no en España, se concibe que la gente vista a los niños de punta en blanco, y luego los lleve a jugar al parque… pero prohibiéndoles mancharse? ¿Qué es eso, sino supurante envidia y cinismo revenido? ¿Qué es, sino las ganas de hacer tragar a los débiles un poco de la mierda que nosotros tragamos cuando nos tocaba ser los débiles?

Tenemos envidia de los niños. Porque poseen un don maravilloso que nosotros apenas disfrutamos, y que ahora es irrecuperable. Y reírnos de ellos, reprenderlos por jugar de una manera “no-adulta” u obligarlos a estar quietecitos y callados (cosa que, simplemente, no está en su naturaleza) nos proporciona el mismo turbio placer que pisar hormiguitas o arrancarle las alitas a una mosca.

¿Niños tiranos? ¿Niños que prueban los límites? Cuando el impulso creativo del niño se ha visto cohibido tantas veces por instrucciones absurdas como “no te manches”, o simplemente “no hagas el bobo”, es lógico y previsible que devenga en el paroxismo, la hiperactividad y la agresividad. Cuando todo lo que haces es un error y es criticable, cuando a cada paso que das tienes a una figura de autoridad corrigiéndote o ridiculizándote, es lógico y previsible que te conviertas en un manojo de nervios, que seas tan caprichoso y arbitrario como tus figuras de autoridad, y que busques a la desesperada cauces donde manifestar tu libre albedrío. Y si la única posibilidad que tienes de manifestar tu personalidad consiste en desafiar las normas (porque TODO a tu alrededor son normas), eso es lo que harás.

Pero que te llamen “tirano” por hacer eso, es una muestra del mismo tipo de cinismo que llevaba a los proetarras a llamar “asesinos” a las víctimas de ETA.

Queridos adultos: lamento si habéis tenido una infancia de mierda en un país cutre salchichero, ultracatólico y de derechas. Lamento si tenéis deudas, vuestra vida es un coñazo y todo pinta fatal. Pero los niños no tienen la culpa. (De hecho, nadie tiene la culpa. La culpa es un concepto de cuento de hadas, que muy pocas veces se aplica a la vida real.)

Contemplad a los niños como el milagro que son, y tratad de aprender algo de ellos. Mientras tanto, leed a Carlos González y tened en cuenta unas pocas cosas básicas:

- La enseñanza mediante premio y castigo puede que esté bien para los perros.

- En un país en que la baja maternal es de 16 míseras semanas, en que el 80% de los niños son criados por abuelos y en que nadie ve raro el soltar tacos y blasfemias delante de los hijos… En un país así, poca gente puede presumir de entender mínimamente a los niños. No digamos ya estar en condiciones de educarlos y mucho menos juzgarlos.

- 9 de cada 10 veces en las que piensas que un niño te está molestando, quien te está molestando es su padre. Pero no porque “no controle a sus hijos”, sino por todo lo contrario: porque de tanto controlarlos, ha conseguido convertirlos en personitas aburridas y frustradas. Justo lo que es él, justo lo que un niño jamás debería ser.

Sergio Barrejón | 29 de septiembre de 2012

Comentarios

  1. Sonia
    2012-10-01 14:34

    Muy intersante el post. Creo que mirar a través el filtro de Herodes nos hace mal a todos, de hecho, socialmente. Además, creo que este filtro pasa a sustituir al criterio de la solidaridad y el respeto, que son básicos para la educación, y no el de la disciplina.

  2. Álex Montoya
    2012-10-01 15:48

    Lo que comenta Sonia de la solidaridad es un poco lo que pasaba en los pueblos. Niños cuidados por una red de habitantes, jugando en aparente libertad, con poca interferencia, pero constantemente vigilados.

    Se entiende al niño como un bien común que debe ser respetado, cuidado, sin el cual la sociedad no puede perpetuarse.

  3. Marcos
    2012-10-01 18:11

    Enhorabuena, muy buen artículo sobre tema esencial. De acuerdo con todo menos, quizás, con el último punto, lo que no sé si resulta anecdótico o esencial. En mi experiencia ese tipo de niños insoportables, descontrolados, lo son porque sus padres pasan absolutamente de ellos, porque lejos de controlarlos, para bien o para mal, los ignoran, no les prestan atención.

    Saludos

  4. Manuel
    2012-10-29 14:45

    Me ha gustado el artículo pero no estoy de acuerdo al pie de la letra.
    Opino que lo mejor es una posición intermedia a la hora de educar a los hijos: ni seguir el “Bésame mucho” de González, ni el “Duérmete niño” de Estivill; unas veces será mejor dejar al niño que haga lo que quiera y otras tendrá que seguir cierto tipo de reglas establecidas por la sociedad, y es ahí donde entrará el criterio de los padres, en elegir cuándo se aplica cada cual.

  5. Humo
    2012-12-29 14:11

    Este artículo está plagado de generalizaciones y, además, ignora otros modos de educación – minoritarios, quizá, pero que también existen – que no son precisamente antagónicos con lo que aquí describe…
    1. Porque inculcar normas es esencial en el proceso de socialización; el quid está en cómo se enseñan.
    2. Porque hay niños especialmente irritantes, y todos sabemos que la responsabilidad (de educarles mejor, de llevarles al psicólogo o al médico, porque a veces la causa es orgánica) la tienen sus padres.
    3. Porque la libertad y la creatividad son estériles sin objetivos ni valores, y precisamente en inculcar éstos es en donde reside la verdadera educación.
    3. Porque España no es un país ni mejor ni peor que otros.
    Salud

  6. Verrire
    2012-12-30 12:55

    Me ha gustado mucho el artículo, pero no por eso creo que tenga razón en todos sus puntos.
    Yo estoy más de acuerdo, con el comentario de Manuel. Creo que habría que buscar el equilibrio. Ni un extremo ni otro.
    Yo, como padre, intento educar a mis hijos de forma que el día de mañana sean lo más libres que la sociedad les permita ser. Pero sobre todo que sean libres de pensamiento. Intento que jueguen y que sean todo lo creativos que quieran. Intento no adoptrinarles en nada más que en el del respeto a los demás. Creo en la idea del abrazo y el beso, pero… también creo en la reprimenda. Creo que también mi labor de padre es inculcar unos valores. Educar, le solemos llamar algunas personas.
    No vivimos solos. En el mundo hay más personas y tenemos que aprender a vivir en sociedad. Y para eso se crearon las normas. Las habrá que nos gusten más y las habrá que nos gusten menos. Las que no nos gusten habrá que intentar cambiarlas, pero mientras tanto hay que respetarlas.
    Si usted, como escritor, no cumpliera con unas normas establecidas para la escritura, no podría comunicar nada a nadie.
    Nunca fui ni seré partidario de las anarquias.


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1. Los niños [29/09/12]

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