Hoy quiero mirar al otro lado de ese individualismo. Porque esa actitud tan española no sólo nos incapacita para cumplir las normas, sino también para defender nuestros derechos. Incluso, en los casos más extremos, nos impide percibir siquiera que nuestros derechos están siendo pisoteados.
Nuestra indefensión ante la terrorífica oleada de fraudes que estamos viviendo en los últimos años es incluso superior a la de otros países. ¿Por qué? Porque en España pensamos que tener una mínima conciencia de que un problema está teniendo lugar nos sitúa inmediatamente en las cercanías de su solución. Tenemos una fe ciega en mantras del tipo esto tiene que saberse, hay que informar a la opinión pública, o simplemente RT por favor.
Pero los fraudes que estamos viviendo –desde la privatización de servicios públicos al pisoteo de leyes fundamentales, pasando por el indulto a criminales confesos- no se están haciendo precisamente al abrigo de la noche. Nadie los oculta realmente. “El poder de las redes sociales” no aporta nada útil a la ciudadanía, aparte de la posibilidad de rasgarse ritualmente las vestiduras antes de pasar a comentar el siguiente vídeo de gatitos.
Es más. Hay algo especialmente perverso en el convencimiento de que la salvación está en Internet, las redes sociales y su pretendida estructura democrática. Y es que algunos de los más violentos agentes de destrucción del estado del bienestar son precisamente los proveedores de servicios de telefonía.
La explotación globalizada del empleado del call center; el expolio de los pueblos que poseían materias primas necesarias para la fabricación de terminales y la represión sangrienta de quien se opusiera a ello; la concentración empresarial y la manipulación informativa en los medios que controlan. Son sólo algunos de los métodos que usan esas súper empresas para controlar el mundo. Y lo hacen con tanta efectividad que cientos de miles de ingenuos creen que podrán salvar el mundo con un tweet. O con un post de mierda como éste.
¿No resultaría muy paradójico que pudiéramos realmente cambiar el establishment usando los juguetes que el establishment nos regala?
Muy significativamente, la mayoría de los tweets, posts de mierda como éste, estados de Facebook y equivalentes que “denuncian” las atrocidades del sistema, lo hacen desde la indignación apática, la ironía apática, el nihilismo apático o el simple pensamiento mágico. Es decir, siguen una de estas fórmulas:
-Comentario indignado + link + solicitud de difusión.
-Comentario irónico, hiperbólico o con juegos de palabras.
-Sugerencia de acciones violentas, siempre impersonales + link.
-Sugerencia de que “todos nos juntemos para solucionar esto” + link.
Quizá uno de cada millón de mensajes indignados en las poderosas redes sociales aporte algo de información sobre lo que una persona puede HACER para enfrentarse a los hechos que se denuncian.
La clave de todo es la apatía. El mismo hecho de que el fraude se cometa a plena luz del día no es casual, ni una torpeza de los gobernantes. Responde al hecho probado de que la maldad extrema del poderoso produce apatía en el oprimido. Una apatía legítima, motivada por la conciencia de que poco podré hacer yo contra el poder.
Y si la apatía del que se encoge de hombros y sigue con su vida es triste, la del que sólo acierta a pedir que alguien haga algo para solucionar el problema es realmente patética. En mi limitada experiencia, el apático que pide que alguien haga algo es el tipo de persona que jamás emprende ninguna acción para solucionar ninguno de esos problemas que tanto le indignan. Es más, es el tipo de persona que no ha entendido el problema. Simplemente cree que lo que se espera de él es seguir la ola de indignación, por eso lo hace y pide que se siga la cadena. Y como quien hace la ola en un estadio, el apático se levanta y agita los brazos cuando le toca, y una vez que se sienta de nuevo, considera que ya ha cumplido con su responsabilidad.
También es la persona que recriminará al de al lado si prefiere quedarse sentado, quizá pensando en alguna manera mejor de enfrentar al problema, o quizá simplemente harto de esa farsa. Y es que el apático estándar simplemente no actúa. Pero el apático español de la era de las redes sociales sí actúa… como un autómata. Y le inquieta mucho que los demás no lo hagan. Porque el hecho mismo de que una persona no siga como un autómata las instrucciones dadas a la masa implica la posibilidad de que esas instrucciones estén equivocadas. Y eso implica que tal vez haya que pensar por uno mismo.
Y eso sí que no. Si yo he hecho el gilipollas reenviando esta carta con una peseta pegada a diez conocidos, exijo que todo el mundo siga la cadena… o parecerá que sólo soy gilipollas yo (que es lo único que me preocupa).
Cuando yo era joven e iba a manifestaciones, hace muchos muchos años, uno de los objetivos más populares era el 0’7: conseguir que los países desarrollados donaran el 0’7% de su PIB para la lucha contra el hambre. Precisamente fue durante una de aquellas manifestaciones cuando decidí que no iba a volver nunca a ninguna manifestación. Aquella tarde, charlando con algunos de los manifestantes, me di cuenta de que nadie, ni una sola de las personas que estaba a mi alrededor, donaba el 0’7% de sus ingresos para causas solidarias.
Incluyéndome a mí, naturalmente.
No esperé ni siquiera al final de la manifestación. Me fui a mi casa, tiré de calculadora, y al día siguiente me hice colaborador de una ONG. Desde entonces he tirado de calculadora muchas veces. Colaboro (léase apoquino) con varias ONG y no me siento mejor persona que nadie, quizá con la excepción de algunos miembros del Gobierno de España. Al fin y al cabo, escribo esto en un Mac muy probablemente fabricado por niños esclavos; lo envío a través de un ADSL muy probablemente sustentado en contratos precarios, asesinatos a sangre fría e inefables cohechos; y en la etiqueta de la mayoría de las prendas que llevo dice Made in China.
No soy más que un pedazo de la mierda que anda suelta, como decían en El club de la lucha. Pero aún no entiendo cómo nadie es capaz de agarrar su smartphone, entrar en la red social de turno, y protestar por nada absolutamente, cuando aún no ha sido capaz de donar el puto 0’7% de sus ingresos a NADA que merezca la pena.
]]>Santiago del Valle fue detenido en Cuenca el 25 de marzo de 2008. Juan José Cortés, el padre de Mari Luz, pastor de la Iglesia Evangélica de Filadelfia y militante del PSOE, inició una campaña de recogida de firmas para pedir al Gobierno que endureciera las penas contra los pederastas. El 31 de octubre del presente año, Bloguionistas publicó un artículo de Inma García, guionista de “Gandía Shore”, sobre el origen y características del citado reality show.
El Presidente Zapatero recibió a Juan José Cortés en el Palacio de la Moncloa el 30 de septiembre de 2008. El padre de Mari Luz afirmaba haber reunido 2.300.000 firmas pidiendo el endurecimiento de las penas para los pederastas. Miles de españoles, en tertulias, posts, comentarios y charlas de bar, clamaban para que Santiago del Valle se pudriera en la cárcel. Tras su reunión con Juan José Cortés, Zapatero prometió endurecer las penas contra los pederastas. El padre de Mari Luz, por su parte, declaró a los medios que se retiraba de la vida pública. “Adiós, hasta aquí he llegado. Tengo que rehacer mi vida”. El 4 de noviembre de 2012, un lector de Bloguionistas, bajo el pseudónimo de yabadabadooh, publicaba un comentario al artículo sobre Gandía Shore: “Programas como éste no deberían existir […] Basta ya de telemierda tóxica”. Según yabadabadooh, “la televisión es la mayor difusora cultural del planeta”, y por tanto sus autores tienen una “responsabilidad como educadores de masas”.
El caso Mari Luz no tiene absolutamente ninguna relación con Gandía Shore. Pero el caso Mari Luz considerado desde su perspectiva mediática provoca las mismas reacciones que Gandía Shore en cierto tipo de españoles.
Pedir que se instaure la cadena perpetua por el horror que nos produce un caso criminal es equivalente a pedir que se censure un programa porque nos produce asco. Ambas son manifestaciones de una superioridad moral típicamente ibérica. Una superioridad moral nacional-católica que aboga por el castigo y la censura como solución a los problemas, mezclada con un individualismo mal entendido, un “porque yo lo valgo” que presupone que todo aquello que a uno le horroriza o le asquea debería ser borrado de la faz de la Tierra.
Éste es un país con muy poquita tradición democrática. Por eso pocos entienden que cualquier razonamiento que acabe en una sugerencia impersonal de censura es equivocado e indigno. La clave es el carácter impersonal: “no debería existir”, “que se pudra en la cárcel”. Subtexto: que ALGUIEN solucione este problema según MIS deseos. Se identifica el problema, se encuentra rápidamente un culpable, y luego se descarga la responsabilidad de arreglarlo en un ente inaprensible, por ejemplo uno tan socorrido como LA SOCIEDAD.
El problema es que borrar los problemas no equivale a solucionarlos. De la misma manera que obligar a una niña a ir a clase sin su hiyab no soluciona el problema del machismo en el Islam radical: simplemente ayuda a no verlo.
Y eso es lo peor de la superioridad moral: que sólo sirve para ignorar los problemas. Que la televisión sea el mayor difusor cultural del planeta, y que demos por sentado que es un vehículo para la educación de las masas… ESO sí que es un problema, y no la existencia de tal o cual programa.
¿Es Gandía Shore telebasura? No me preocupa. Pongamos que sí. ¿Acaso alguien en su sano juicio puede pensar que un reality show es un referente cultural y educativo? Yo creo que no.
¿Y los programas infantiles? ¿Tienen de verdad un valor educativo, o simplemente lo damos por sentado porque nos viene de perlas que los niños estén un rato calladitos delante de la tele? Personalmente, no tengo intención de dejar la educación de mi prole al criterio de ningún programador televisivo. Por no tener, ni siquiera tengo televisor en casa. Pero no por eso se me ocurriría sugerir que los programas para niños “no deberían existir”.
Además, ¿qué quiere decir exactamente que “no deberían existir”? ¿Cómo se consigue que dejen de existir? Alguien tendría que encargarse de eliminarlos. Pero ¿quién? ¿Cómo hacemos para que los programas que no nos gustan “dejen de existir”? ¿Autorizamos al Ejecutivo para ejercer la censura contra todos aquellos contenidos dañinos o no-educativos? Alguien debería entonces dictaminar qué es dañino y qué no. ¿A quién le vamos a otorgar la enorme responsabilidad de decir eso? ¿Y cómo asegurarnos de que tomará las decisiones de manera razonada e independiente?
Es estupendo tomarse la dosis de indignación diaria viendo el relato de un crimen y exclamando “que lo MATEN” cuando nos ofrecen la foto del criminal. Pero ¿quién se va a ocupar de matarlo? ¿Instauramos la pena de muerte? ¿Estamos dispuestos a poner ese poder en manos de la Justicia? ¿De la misma Justicia que fue incapaz de ejecutar la condena de Santiago del Valle por una kafkiana cadena de errores y omisiones? ¿Cambiamos la ley, instauramos la pena de muerte, y luego cruzamos los dedos para que ese inmenso y terrorífico poder no sea usado por error contra alguien que no lo merece?
¿Y con el hiyab? ¿Lo prohibimos también, por ser un símbolo de dominación machista? ¿Es acaso el único? ¿O simplemente es aquel al que estamos menos acostumbrados? ¿Perforar las orejas de las niñas recién nacidas no demuestra algo de machismo? Hasta donde yo sé, a los niños no se les hace.
El 18 de marzo de 2011, Santiago del Valle fue condenado a 22 años de cárcel. Por su parte, en los tres años que siguieron a su retirada de la vida pública, Juan José Cortés supervisó la producción de una mini-serie de Antena 3 sobre el asesinato de su hija; se incorporó al Ayuntamiento de Sevilla como asesor del PP en materia de Justicia; se vio implicado en un tiroteo por el que fue detenido junto a su padre, dos de sus hermanos y un cuñado; y fundó su propia iglesia evangélica: el Ministerio de Juan José Cortés.
De yabadabadooh no he vuelto a tener noticias. Ni ganas.
]]>Desde el punto de vista de la ética, no puedo estar más de acuerdo: el que rompe el plato debe pagarlo. Pero desde el punto de vista de la gramática, ya no estoy tan de acuerdo. Sospecho que el uso de la tercera persona no es del todo correcto. Porque los bancos, los políticos y los mercados necesitan combustible para encender las hogueras en las que arden nuestros derechos. Y sospecho que parte del combustible se lo han estado dando los mismos que ahora protestan porque España se esté convirtiendo en una gigantesca quema de rastrojos.
No sé si es genético, cultural o qué, pero en este país hay una incapacidad endémica para ver las cosas en perspectiva. En 1982, por ejemplo, millones de españoles se quisieron creer que Felipe González crearía 800.000 empleos en España. Treinta años después, millones de españoles aúpan al poder a un partido que promete 250.000 empleos… sólo en Eurovegas. En España hay que cambiar el refrán: es el mismo collar en distinto perro.
Los supuestos años de bonanza que hemos vivido durante los gobiernos González y Aznar se han basado en dos gigantescos castillos de naipes, tan gigantescos que 9 de cada 10 españoles no eran capaces de identificarlos como tales… por tenerlos delante de las narices. Cuestión de perspectiva, vaya. Primer castillo de naipes: España debe entrar en la Unión Europea. Segundo castillo de naipes: es buen momento para comprar.
El primer castillo es fácil de analizar. Para permitirnos la entrada en la Unión Europea, Francia y Alemania impusieron unos “criterios de convergencia” cuyo espíritu se resumen en el clásico: dame tu oro, nativo, y toma estas bonitas cuentas de colores. El oro era nuestra industria y nuestra ganadería, y las cuentas de colores eran dinero francés y alemán para construir exposiciones universales, ciudades olímpicas y miles de fuentes en las rotondas de todos los pueblos de España.
Recuerdo una viñeta de Forges de los noventa. Dos náufragos en una isla desierta, desolados y harapientos. Uno le dice al otro: “¿Y cuando alcancemos los dichosos criterios de convergencia… por lo menos nos dejarán comérnoslos?”. La respuesta estaba clara entonces. Pero, por el tema de la falta de perspectiva, incluso hoy hay millones de votantes que no se han enterado de qué va la vaina.
Para profundizar en el segundo castillo, necesito extenderme un poco más. Me voy a fijar en una escena muy concreta, aparentemente anecdótica pero creo que muy representativa. Estamos en la oficina de un notario, interior día. El comprador y el vendedor del inmueble (que ya han visitado la casa, concretado las condiciones y pactado un precio) se han reunido en el despacho del señor notario para firmar el contrato de compra-venta.
Tras leer el contrato y ver que ambas partes estaban de acuerdo en todo, el señor notario hace una pausa antes del momento definitivo de la firma: “yo tengo que salir un momentito, vuelvo en dos minutos”. Tiempo suficiente para que el comprador entregase al vendedor el pago en negro: un pago en metálico que no figura en ningún contrato, pero que habían pactado también de antemano.
Entre los años 2000 y 2006, si un atracador hubiera sido lo bastante hábil para apostarse en la puerta de un notario cualquiera de Levante, pongo por casa, y atracar a los clientes que venían a formalizar la compra de un piso, en una sola mañana podría haber ganado dinero suficiente para mantenerse unos años.
Porque durante esos años, nueve de cada diez compradores de pisos en España llegaron al notario con un bolsillo sensiblemente más abultado que otro. Sin que nadie les pusiera una pistola en la cabeza, docenas de miles de españoles pasaban por el banco antes de ir al notario, sacaban miles de euros en efectivo, y se los entregaban en mano a un señor al que no conocían de nada. Previa retirada discreta del señor notario, que naturalmente estaba al tanto de todo sin que nadie se lo tuviera que contar.
En esta sencilla escenita, representada ya por tanta gente que todos conocemos a alguien que lo haya hecho, intervienen tres personajes exquisitamente españoles: el vendedor es el pícaro de toda la vida. El comprador es el honrado trabajador de toda la vida, de tan honrado tonto de remate, dispuesto a colocarse el yugo él solito. El notario es el pescador de río revuelto de toda la vida.
En cada uno de esos billetes se iba el sueldo de maestro, una cama de hospital, una píldora del día después, una prótesis gratis para un abuelo, un lote de libros para una biblioteca y la beca de un investigador, entre otras muchas cosas.
Es cierto que, durante años, el sistema ha empujado al ciudadano de a pie a comprar casas. Le ha ofrecido desgravaciones fiscales por hipotecas, cuentas vivienda, viviendas de protección oficial y otras muchas “facilidades” que consiguieron hacer creer a muchos honrados trabajadores que lo normal era llevar a cuestas una hipoteca de cuarenta años.
Es cierto que la locura del ladrillo fue alentada desde las instituciones y los medios de comunicación con una insensata fiereza, hasta el punto de que los que nunca hemos sido amigos de entramparnos con los bancos éramos tratados de tontos por tirar nuestro dinero en un alquiler. Familiares, amigos, tertulianos y gobernantes se reían de nosotros por desperdiciar la oportunidad de comprar una casa, que era para toda la vida, y además nunca bajaría de precio.
Comprendo perfectamente a la gente que en esos años contrató una hipoteca para una primera vivienda. No comparto sus razones, pero entiendo las decisiones que les llevaron a ello. Comprendo algo menos a los que contrataron una hipoteca para una segunda vivienda en la playa. Pero en fin, hasta ahí también llego. Pero jamás entenderé qué mecanismo mental te lleva a entregarle 20.000€ en metálico a un fulano. Y mucho menos aún entenderé cómo después de hacer eso voluntariamente eres capaz de pensar que fueron otros los que crearon la crisis. Eso es como pensar que el atasco lo han provocado los otros, que tú sólo pasabas por allí con el coche.
Yo, personalmente, cada vez que oigo improperios contra los que crearon la crisis, procuro acordarme también de los que la pidieron a gritos. Por mantener la perspectiva, ¿no?
]]>1. El filtro Herodes
2. El filtro Abuela
El filtro Herodes es el que nos permite ver a los niños ajenos: pequeñas máquinas de tocar los cojones.
El filtro Abuela es el que nos permite ver a nuestros hijos, sobrinos, e hijos de amigos: pequeñas máquinas de producir anécdotas graciosas y demostraciones de inteligencia, siempre precoces.
El filtro Abuela puede hacerte rozar el ridículo, pero es un ridículo lógico y casi deseable. Es ver el vaso medio lleno. Pero el filtro Herodes es una anomalía, una enfermedad. Es ver el vaso medio lleno DE VENENO.
La gente que mira a los niños con el filtro Herodes propaga mitos fascinantes como los del “pequeño tirano” y “el niño que prueba los límites”. Mitos según los cuales la conducta de los niños se explica desde el propósito consciente de molestar a los adultos. Mitos que dejan entrever una neurosis de libro: “estoy jodido, y anda por aquí un niño. Voy a establecer una relación causa-efecto entre estos dos elementos independientes, y así no tendré que analizar por qué estoy jodido.” Y lo más grave de todo: la gente que mira a los niños con el filtro Herodes admira en los niños exactamente lo que repudia en los adultos, y viceversa.
Me explico: todos admiramos a un espíritu libre. Si es adulto. Todos admiramos, envidiamos incluso, a alguien capaz de defender sus opiniones, de actuar según sus impulsos y sus ideas, sin pensar en el “qué dirán”. Si es adulto. Todos repudiamos al servil, al que se doblega ante autoridad injusta. Si es adulto. Y todos repudiamos al poderoso con tendencias autoritarias.
Pero el filtro Herodes nos hace valorar a los padres precisamente en función de su capacidad para imponer su autoridad a los niños. No hay elogio mayor para un padre que el decir que lleva a sus hijos “derechos como una vela”.
Si hay algo común a todos los niños, A TODOS, es que su creatividad supera a la del adulto más creativo. ¿Por qué? Porque son libres. Porque no piensan en el “que dirán”, porque no viven constreñidos por la terrible carga que es la conciencia de lo que la sociedad espera de uno. Hacen lo primero que se les pasa por la cabeza. Está en su naturaleza. Y es un don maravilloso. Maravilloso y frágil.
Y es un don que todos hemos tenido. Y que todos hemos perdido, porque nos han dado una educación de mierda. Llena de órdenes arbitrarias, doctrinas absurdas y autoritarismo. Lo lógico en un país de tradición absolutista y fundamentalista.
No es de extrañar que una generación tan castrada como la que surge de treinta y tantos años de dictadura ultramoralista tienda a irritarse ante el espíritu libre de la siguiente generación. Cuando oigo a alguien quejarse de la actitud de un niño de hoy con la frase “cuando yo era niño no me permitían eso”, me dan ganas de clavarme un berbiquí en cada oído. (En realidad, no me dan ganas de hacer eso en absoluto, pero me encanta la palabra berbiquí y no veía el momento de colarla en este artículo.)
España, ese lugar maravilloso en el que alardeamos de nuestra miseria para no reconocer la envidia. ¿Dónde, si no en España, se puede uno quejar de que un trabajdor haga huelga con el argumento de “yo estoy más jodido que él y no me quejo”? ¿Dónde, si no en España, se concibe que la gente vista a los niños de punta en blanco, y luego los lleve a jugar al parque… pero prohibiéndoles mancharse? ¿Qué es eso, sino supurante envidia y cinismo revenido? ¿Qué es, sino las ganas de hacer tragar a los débiles un poco de la mierda que nosotros tragamos cuando nos tocaba ser los débiles?
Tenemos envidia de los niños. Porque poseen un don maravilloso que nosotros apenas disfrutamos, y que ahora es irrecuperable. Y reírnos de ellos, reprenderlos por jugar de una manera “no-adulta” u obligarlos a estar quietecitos y callados (cosa que, simplemente, no está en su naturaleza) nos proporciona el mismo turbio placer que pisar hormiguitas o arrancarle las alitas a una mosca.
¿Niños tiranos? ¿Niños que prueban los límites? Cuando el impulso creativo del niño se ha visto cohibido tantas veces por instrucciones absurdas como “no te manches”, o simplemente “no hagas el bobo”, es lógico y previsible que devenga en el paroxismo, la hiperactividad y la agresividad. Cuando todo lo que haces es un error y es criticable, cuando a cada paso que das tienes a una figura de autoridad corrigiéndote o ridiculizándote, es lógico y previsible que te conviertas en un manojo de nervios, que seas tan caprichoso y arbitrario como tus figuras de autoridad, y que busques a la desesperada cauces donde manifestar tu libre albedrío. Y si la única posibilidad que tienes de manifestar tu personalidad consiste en desafiar las normas (porque TODO a tu alrededor son normas), eso es lo que harás.
Pero que te llamen “tirano” por hacer eso, es una muestra del mismo tipo de cinismo que llevaba a los proetarras a llamar “asesinos” a las víctimas de ETA.
Queridos adultos: lamento si habéis tenido una infancia de mierda en un país cutre salchichero, ultracatólico y de derechas. Lamento si tenéis deudas, vuestra vida es un coñazo y todo pinta fatal. Pero los niños no tienen la culpa. (De hecho, nadie tiene la culpa. La culpa es un concepto de cuento de hadas, que muy pocas veces se aplica a la vida real.)
Contemplad a los niños como el milagro que son, y tratad de aprender algo de ellos. Mientras tanto, leed a Carlos González y tened en cuenta unas pocas cosas básicas:
- La enseñanza mediante premio y castigo puede que esté bien para los perros.
- En un país en que la baja maternal es de 16 míseras semanas, en que el 80% de los niños son criados por abuelos y en que nadie ve raro el soltar tacos y blasfemias delante de los hijos… En un país así, poca gente puede presumir de entender mínimamente a los niños. No digamos ya estar en condiciones de educarlos y mucho menos juzgarlos.
- 9 de cada 10 veces en las que piensas que un niño te está molestando, quien te está molestando es su padre. Pero no porque “no controle a sus hijos”, sino por todo lo contrario: porque de tanto controlarlos, ha conseguido convertirlos en personitas aburridas y frustradas. Justo lo que es él, justo lo que un niño jamás debería ser.
]]>