Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.
Más de un mes después de las dos confusas jornadas electorales, la izquierda italiana ha conseguido superar todos los obstáculos y configurar un Gobierno que, para muchos, se sostiene agarrado por hilos finísimos y extremadamente frágiles.
El camino que ha recorrido el presidente Prodi ha sido realmente duro y lleno de baches y zancadillas: en primer lugar la obstinada y vergonzosa negativa de Silvio Berlusconi (de él y solo de él: el resto de miembros de la coalición Casa della Libertà se ha desmarcado ostensiblemente de su líder y de sus teoría de la conspiración) a reconocer su derrota electoral. Su manera de agarrarse a toda costa al sillón presidencial le ha costado mucha de su credibilidad enfrente de sus propios votantes, quizás más que cualquier escándalo pasado, así como la inconsecuencia de sus actos: pasó en apenas una semana de negar que L’Unione hubiese vencido a ofrecer una coalición global a aquellos a los que había llamado estafadores pocas horas antes. A continuación ha dimitido obligado por la ley para culminar con una guinda verbal: “Ahora viene la ocupación del poder por parte de la izquierda”.
En segundo lugar el encaje de bolillos que ha tenido que hacer la coalición de izquierdas para la elección del presidente de la República, un cargo que tiene bastante de honorífico pero mucho de simbólico y de prestigioso. Ante la negativa del viejo dottore Carlo Alberto Ciampi, respetado por ambas coaliciones, de continuar otros siete años en el cargo, el abanico de candidatos se ha multiplicado por cuatro, incluido el polémico ex-presidente D’Alema, a veces mejor considerado por Berlusconi que por sus propios compañeros de Ds. Al final han elegido a un ex miembro del Partido Comunista, que ha girado a posiciones más moderadas, Giorgio Napolitano. Y lo han elegido sin el consenso habitual, haciendo uso L’Unione de su mayoría absoluta. Más complicada incluso ha sido la elección de Francesco Marini, de la Margherita, como presidente del Senado, teniendo que llegar a la cuarta votación en la cámara.
Por último, el professore se ha encontrado con las ya clásicas presiones dentro de su propia coalición para formar gobierno. Romano Prodi ha tenido que usar sus mejores dotes estratégicas y una paciencia encomiable para hacer encajar todas las piezas del puzzle que es L’Unione y evitar deserciones y escaramuzas internas antes siquiera de empezar a gobernar.
No podemos llevarnos a engaño: una sola voz discordante puede hacer derrumbarse ese castillo de naipes que es en este momento el gobierno italiano. La oposición de la CdL es, y lo será aún más en el futuro, agresiva y siguiendo la estrategia del acoso y derribo. Pero Romano Prodi es un político francamente hábil y cuenta con ciertas bazas a su favor: ha logrado contentar prácticamente a toda la coalición de izquierdas situando a sus hombres fuertes en posiciones estratégicas. El ideólogo de Rifondazione Comunista, Bertinotti, preside el Congreso; el hueso Mastella, cabeza de l’Udeur, la facción más conservadora de L’Unione, ha cogido la cartera fundamental de Justicia; la socialista Bonino es la nueva responsable de Asuntos Europeos; las dos vicepresidencias se las reparten D’Alema y el líder de la Margherita, Rutelli; hasta los verdes, con Pecoraro, han obtenido su deseada cartera de Medio Ambiente. Con estos nombramientos, Prodi pretende apelar al sentido de la responsabilidad de su gabinete, que se ven “obligados” a trabajar por un proyecto común.
El otro punto a favor de Prodi es la alargada sombra de Silvio Berlusconi. Si il cavaliere decide seguir en primera línea de oposición, la izquierda sabe que no le queda otra que permanecer unida lo más férreamente posible. La amenaza del regreso al poder del ex-presidente es demasiado seria, así como la seguridad de que el electorado de izquierdas jamás perdonará a L’Unione volver a entregar el poder a su máximo rival.
Las cartas están sobre la mesa, los ministros tienen ya nombre, las carteras repartidas. Sobre esa pirámide política hecha a retales y con piezas que a veces provocan estridencias impensables solo con verlas juntas, Romano Prodi tiene por delante la complejísima tarea de gobernar una nave donde todos los marineros piensan que su capitán no es el más adecuado para el puesto. Todas las cámaras, la presidencia del gobierno y la presidencia de la República, están en manos de la izquierda. Ahora depende de ellos.