Libro de notas

Edición LdN
Cartas desde EU por V.V.A.A.

Cartas desde… es un intento por recuperar el espíritu de las corresponsalías epistolares de la prensa decimonónica, más subjetiva, más literaria, y que muestre una visión distinta y alternativa a la oficial de Agencias.

Megaiglesia 2: La Res


La más grande de las megaiglesias de la zona metropolitana de Kansas City, es la Iglesia de la Resurrección. Su complejo de edificios mide 89 mil metros cuadrados, e incluye un santuario en el que caben 3.200 personas sentadas, 80 aulas y oficinas para 48 empleados. Como muchas otras megaiglesias en los Estados Unidos, ésta ha crecido de manera increíble. Fundada en 1990 por un grupo de 30 que asistía a misa en una funeraria, hoy cuenta con trece mil miembros y ofrece seis misas cada fin de semana. Los fundadores tenían la esperanza de se la conociera como la COR (siglas en inglés de Church of the Resurrection), pero todo el mundo la llama la “Rez” —el mismo apócope que utilizan los indios norteamericanos para referirse a sus reservas. Y de hecho, la Iglesia de la Resurrección funciona como una especie de reserva, construida como fue, hace poco, en una parcela abierta y vasta de pradera, como refugio para los habitantes dispersos y alienados de los “exurbios” [1].

Desde las elecciones presidenciales del 2004, en las que los votos de los exurbios dieron a Bush una ventaja importantísima, abundan los libros y artículos que describen la vida en estas post-urbanizaciones. Muchos críticos sociales apuntan al gasto excesivo de combustible que muchos exurbanitas hacen de camino a la ciudad, donde trabajan; a la cantidad de terreno que sus urbanizaciones ocupan, destruyendo espacios naturales y agrícolas; al enorme capital que chupan del centro de las ciudades, empobreciéndolas. Claramente, los exurbios (como los suburbios que los precedieron) son la secuela histórica del “éxodo blanco”—la huida de las ciudades de las familias blancas de clase media tras la desegragación de las escuelas y los barrios en los años 60.

Toda ciudad norteamericana está rodeada de exurbios, que en todas partes son iguales—con las mismas “McMansiones”, los mismos parques de negocios con los mismos rascacielos de cristal, los mismos grandes almacenes, los mismos centros comerciales con las mismas franquicias y los mismos restaurantes. De la misma manera, los exurbanitas tienen todos la misma pinta: son casi todos blancos, conservadores, de familias de clase media y clase media alta, y con un alto porcentaje de mujeres que se quedan en casa a cuidar a los hijos. Muchos familias exurbanitas son nómadas; sus paterfamilias trabajan para empresas multinacionales—como comerciales, expertos en tecnologías de la información, contables, consultores, analistas de datos, vicepresidentes regionales, biotecnólogos y gerentes de franquicias—y cada pocos años son trasladados a otra colonia dentro del gran imperio corporativo norteamericano. Saltan de un exurbio a otro exactamente igual, viviendo siempre en el mismo tipo de casa, matriculando a sus hijos en el mismo tipo de colegio y en las mismas actividades extraescolares, y acudiendo al mismo tipo de iglesias.

No sorprende que las megaiglesias a las que van estos empleados nómadas de las multinacionales hayan adoptado como modelo, precisamente, a las multinacionales, para copiar su estructura orgánica y financiera. La Iglesia de la Resurrección, por ejemplo, dio el radical paso (sin precedentes en la Iglesia Metodista) de crear una empresa comercial de inversiones en el año 2000, haciendo una oferta pública de acciones de 1,6 millones de unidades, a 10 dólares cada una. Con el capital recaudado en esta operación, la iglesia compró 300 mil metros cuadrados, con la idea de construir en sólo una tercera parte del terreno. El resto se alquila a empresas y comercios.

La Res también imita el modelo empresarial en el marketing que hace de los servicios eclesiásticos. Su fundador, el Reverendo Adam Hamilton, se ha inspirado en las franquicias de restaurantes, tal como explica en su artículo “Lo que las iglesias pueden aprender de los restaurantes de Kansas City”. Según él, los principales ingredientes para el crecimiento de una iglesia son:
”*“Sermones relevantes, interesantes, inspiradores y convincentes.

  • Música conmovedora y dinámica.
  • Guarderías alegres, de calidad y seguras.
  • Instalaciones cálidas, puestas al día y bien mantenidas.
  • Ministros que estén al tanto de las necesidades de las personas que no son religiosas.
  • Una hermandad laica amistosa, emocionada y llena de energía.
  • Marketing y publicidad atractivos, de alta calidad y puesta en circulación con regularidad.
  • Un seguimiento excelente e inmediato de las personas que nos visiten por primera vez.
  • Una misión, visión o meta convincente y bíblica.
  • Los pastores, el personal administrativo y el liderazgo laico deben sentir pasión por su fe.

Al “cocinar” estos ingredientes, el Pastor Adam se ha asegurado de que cada detalle de la presentación de su iglesia —desde su interfaz pública, a su diseño arquitectónico parecido a un centro comercial, a la experiencia que se crea para un público masivo— será del agrado del mayor número posible de clientes. Y para mantener este nivel de satisfacción, el Pastor Adam se mantiene alejado de las posiciones políticas de extrema derecha (al contrario que el Pastor Jerry de la First Family Church), aunque su iglesia sea más conservadora y tradicional que la mayoría de las iglesias metodistas.

Visito con frecuencia este exurbio de Kansas City, y durante la última década he visto como este complejo de edificios duplicaba y triplicaba su tamaño. Me he quedado atrapada en los atascos provocados por los cientos de coches que entran y salen de su enorme aparcamiento. Un domingo, cuando me estaba quedando en casa de mi hermano, cerca de allí, decidí ir a echar un vistazo a la Res.


Conforme entro al edificio principal, el de los servicios religiosos, los altavoces emiten frases de los sermones del Pastor Adam. Decenas de voluntarios y empleados de la iglesia ocupan posiciones en el vestíbulo junto a montones de folletos de colores en los que se anuncian las clases, los grupos especiales y las actividades recreativas que organiza la iglesia. El santuario, un gran anfiteatro semi-circular, tiene pantallas de vídeo gigantes y sistemas de iluminación y sonido de alta tecnología. Esto es normal en las megaiglesias, pero aquí, en la Res, los medios se utilizan de manera menos espectacular, quizá de mejor gusto.

Tras la invocación tradicional, el canto de himnos y la lectura bíblica, aparece el Pastor Adam a dar el sermón. Llega hasta el borde mismo del escenario y se inclina hacia nosotros, sin púlpito de por medio, y su rostro aparece por triplicado en las pantallas gigantes. Hablando con suavidad, con la máxima sinceridad —como si hablase con cada uno de nosotros en privado— nos cuenta sus problemas para comprender una de las historias de la Biblia que más perplejidad y asombro causan, la del sacrificio por parte de Abraham de su hijo Isaac: “Claro, los que conocemos bien la historia, sabemos desde el principio que sólo se trata de una prueba; sabemos que el ángel de Dios detendrá el cuchillo antes de que caiga sobre el pecho de Isaac. ¡Pero Abraham no lo sabe! ¿Cómo puede un padre matar a su propio hijo?”

El Pastor Adam nos cuenta que, cuando preparaba este sermón, salió a dar un paseo por el bosque. Y mientras caminaba, intentó imaginar que mataba a su propia hija en obediencia a Dios. Pero se dio cuenta de que ni siquiera podía imaginarlo; y la disposición de Abraham a matar a su hijo le parecía profundamente perturbadora. El Pastor Adam pone la historia en su contexto, informándonos del arraigo de la costumbre del sacrificio infantil en el antiguo Oriente Medio, y describiendo el voraz “apetito de Moloch”. Dios puso a prueba a Abraham para demostrar que él no era Moloch, que no era un dios sanguinario. Pero de nuevo, Abraham no podía saberlo; obedeció la voluntad de Dios con una “fe absurda”. Luego, citando a Kierkegaard, el Pastor Adam señala que Abraham obedeció, sí, pero con la esperanza de que Isaac fuera liberado: “Su fe era en realidad esperanza.”


De la misma manera en que Dios puso a prueba a Abraham y luego lo premió con incontables bendiciones (incluida la riqueza), “Dios nos pone a prueba cada día de muchas maneras. Nos pone pequeñas pruebas para ver si podemos aguantar las más grandes… Dios es como un presidente del consejo de una empresa que, apunto de jubilarse, y para escoger un sucesor, pone a prueba a los ejecutivos que dirigen cada sección. Les da a cada uno una paga extra para crear una crisis artificial dentro de la empresa, para probar su lealtad y su honradez…” Pero sean cuales sean las pruebas que Dios nos hace, explica el Pastor Adam, debemos mantener la “fe absurda” de Abraham, manteniendo la confianza y la esperanza durante todas nuestras tribulaciones, logrando así fortalecer nuestro carácter.

Hoy, el dios que compite con el Dios de Abraham es el materialismo —“un Moloch moderno”— que exige el consumo perpetuo de bienes materiales. “Dios os pone a prueba hoy, en este ‘Domingo del Compromiso’, para que le deis a él, y no a Moloch,” implora el Pastor Adam. “Imaginad que, igual que Abraham, camináis por el Monte Moria, y Dios os reta a dar el 20% o más, a invertir en él, en su iglesia. Traer vuestra tarjeta de compromiso (con la promesa de dar) es un acto espiritual, no una operación financiera. Es un momento de alegría, un acto de fe. Dios os dará su bendición a cambio de vuestro sacrificio.”

Veo como varios cientos de fieles acuden al altar y depositan su diezmo en una gran caja, mientras que en las pantallas gigantes un video celebra la construcción de un nuevo santuario de lujo. Igual que en el sermón del Pastor Jerry, de la First Family Church, el sermón del Pastor Adam resulta no tener otro tema que el dinero; es el mismo “evangelio de la prosperidad” —aunque expresado con mayor sofisticación y sutileza. Igual que en la First Family Church, la Res recoge una cantidad enorme de pasta: el informe de capital del año pasado demuestra que las promesas de diezmo para el 2004 alcanzaron los 29 millones de dólares (de los cuales se habían recaudado 25 millones a final de año).

Debo explicar también que la Res contribuye generosamente a varias obras de caridad —las misiones de beneficencia y los bancos de comida de Kansas City, ayuda a las víctimas de huracanes, y a una iglesia y una clínica que se están construyendo en Ciudad España, en Honduras. Pero la prosperidad económica de esta iglesia atestigua sobre todo el valor de los servicios que “vende”, diseñados expresamente para los habitantes privilegiados, pero alienados, de los exurbios.

La Res ofrece un surtido de clases con nombres ingeniosos como: “El amor y la lógica en la pareja”, “Cuentos del Alzheimer”, “Una guía de la vida feliz para mujeres”, “Las chicas malas de la Biblia”, y “Es hora de cambiar” (un retiro anual en el que transformar las almas de los adolescentes). La iglesia organiza un sinnúmero de actividades recreativas: para esquiar en Tahoe, rafting en Colorado, salidas a clubes de comedia, al cine, a partidos de fútbol, a festivales y un viaje a Roma. Ha organizado más de 300 grupos y asociaciones diseñados para todas las clases de exurbanitas habidas y por haber: la “Asociación de Ejecutivos Cristianos” (para directores de empresa), “Encender el fuego” (para adultos solteros agrupados según su edad), “Chicos en la montaña rusa” (para niños y niñas cuyos padres se están divorciando). Además, existen asociaciones de viudos y de viudas, personas cuyos hijos ya se han ido de casa, divorciados, invidentes —y decenas de grupos de estudio de la Biblia que se reúnen en casas particulares.

El lema de la Res, tal y como aparece en su página web es: “¿Cómo puede una iglesia grande resultar íntima?” La respuesta está en estos grupos, los “puntos de conexión” que a tanta gente le permiten “enchufarse” a la iglesia, eliminando obstáculos. Estos grupos ofrecen una especie de amistad colectiva en una sociedad en la que la gente se encuentra cada vez más aislada, sin raíces, sin amigos. Como dice mi amigo Colom, “En el país de McDonald’s y de las McMansiones, la megaiglesia ofrece McConsuelo.”

Resulta fácil burlarse de megaiglesias como la Res, pero quizá deberíamos admitir el mérito de quien lo tiene. Aunque se casa, indudablemente, con el modelo empresarial en sus finanzas, organización y marketing, y da servicio a los profesionales privilegiados del mundo empresarial, la Res vende servicios que responden a una necesidad humana profunda y persistente (que en nuestra sociedad tendemos a negar cada vez más): la de la pertenencia a una comunidad. La gran virtud de su modelo de negocio es que ofrece una muy intensa sensación de pertenencia, a dos niveles. A un nivel macro, la Res —con sus miles de miembros, con sus misas espectaculares— da a sus miembros la sensación de “ser muchos”, de formar parte de algo grande e importante y en constante crecimiento; les ofrece la ya conocida emoción de encontrarse dentro de una multitud. Al nivel micro, la Res —por medio de sus innumerables “puntos de conexión”— ofrece a las personas la intimidad, la camaradería, el consuelo de la pertenencia a un grupo pequeño y muy unido. Así, de manera simultánea, la iglesia integra a los individuos en la “manada” y en la “masa” —esas dos formas primordiales de la colectividad humana.

La Res es lo que Malcolm Gladwell denomina una “iglesia celular” [2]. Gladwell ha visto que al reunir sus congregaciones por medio de una red de pequeñas células, las megaiglesias han construido un verdadero movimiento de masas, que incluye a 40 millones de norteamericanos pertenecientes a pequeños grupos religiosos. La combinación estructural de las organizaciones a nivel macro y a nivel micro, era en otros tiempos la estrategia del Partido Comunista, y continúa siendo la estrategia de Alcohólicos Anónimos. Cabe añadir que las diversas insurgencias, las redes terroristas, y cualquier otra masa social digna del nombre, siempre y en todas partes han adoptado el modelo celular. Y la izquierda norteamericana ha cometido el enorme error de olvidarlo.

Es verdad que a la izquierda no le resulta fácil crear un movimiento de masas. Desde el declive de los sindicatos y de las organizaciones cívicas, carece de espacios de reunión permanentes. Y desde la defunción de los movimientos sociales de los años 60, la izquierda no encuentra una causa noble y única a través de la cual movilizar a la gente. La izquierda no tiene un texto sagrado que ofrezca una guía sobre cómo vivir en estos tiempos de precariedad e incertidumbre. Tampoco puede prometer la vida eterna en el Paraíso, sino sólo una lucha perpetua en un mundo imperfecto.

Pero me atrevo a decir (a riesgo de convertir esto en un sermón), que la izquierda tiene mucho que aprender del modelo de la megaiglesia; o, lo que es casi lo mismo, a la izquierda le queda mucho que aprender del pasado que ha olvidado —si lo hace con honradez, cautela y una mirada crítica. Al tiempo que evita una disciplina de grupo demasiado estricta y el pensamiento gregario que de ahí deviene, la izquierda puede llegar a redescubrir la intimidad y el compromiso de los cuadros, que unidos en masa, se podrían convertir en la estructura celular de una multitud. Y al tiempo que excluye el dogmatismo y da la espalda a las certezas absolutas, la izquierda puede estudiar, no un texto sagrado, sino múltiples textos, y lidiar de manera colectiva y creativa con las preguntas: “¿Cómo vivimos?” y “¿Qué debemos hacer?” Después de todo, estas son las mismas preguntas que llevan a millones de miembros de las megaiglesias a unirse en grupos de estudio, donde pueden reflexionar sobre las historia fascinantes, y a menudo inquietantes, contenidas en la Biblia —como la del casi sacrificio de Isaac por parte de Abraham.

No me encuentro en una posición que me permita decir que la “fe absurda” Abraham era en realidad una forma de la esperanza, como dice el Pastor Adam (citando a Kierkegaard); pero me parece una idea convincente. Si cada día entramos en lo que Walter Benjamin llamaba “la oscuridad del momento vivido”, quizá podamos (creamos o no en Dios) actuar en base a una fe absurda que en realidad es una esperanza. En todo caso, eso es algo le tocará hacer a la izquierda regenerada.


1 Los exurbios son las zonas que quedan más allá del cásico anillo de urbanizaciones que en EEUU llaman suburbios; puede ser espacio rural o, como en este caso, urbanizado.

2 The New Yorker, 12 de septiembre, 2005.

(Traducción: Roger Colom)

Juli Highfill | 31 de enero de 2006

Comentarios

  1. G.M.
    2006-02-01 20:18 Interesante en extremo. Dice la autora que no hay que infravolorar la labor de estas Iglesias porque su funcioamiento podría ser un buen ejemplo para la izquierda. No lo dudo, pero creo que en efecto no hay que infravalorarla pero por el peligro que suponen. Son sectas enmascaradas, lobos con piel de cordero.

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