El programa de software avanzado A.B.E.R.R.O.N, desarrollado por la NASA a finales de 2003 y oculto bajo el pseudónimo de Antonio Martínez Ron (Fogonazos), rastrea sistemáticamente la red en busca de pequeños resquicios de irrealidad y vulnerabilidades del sistema. Con la Guía para Perplejos, los científicos pretenden ir más allá: estudiar el lado más oscuro del programa y enfrentarle a las paradojas de la creación literaria. Cada día 23, en LdN.
El episodio octavo de la serie The Twilight Zone (La Dimensión Desconocida) nos cuenta la historia de Henry Bemis, un oficinista bancario obsesionado con la lectura que nunca encuentra tiempo para leer. Ocupado en sus tareas cotidianas, Bemis no consigue que le dejen practicar su afición favorita; tanto su jefe como su mujer consideran la lectura una pérdida de tiempo y hacen todo lo posible para evitar que siga con su “ridícula” obsesión.
Una tarde, cansado de tanta persecución, el señor Bemis termina su trabajo en la ventanilla y decide encerrarse en la cámara acorazada del banco donde poder leer con total tranquilidad. Sin embargo, mientras se encuentra en el interior de la caja fuerte, sucede algo que cambiará el curso de los acontecimientos: una explosión nuclear destruye la vida sobre la tierra y le convierte en el único superviviente.
Desesperado, Henry Bemis pasea entre los escombros de la ciudad hasta que comprende que su vida no tiene sentido. En el último minuto, con una pistola en la mano y a punto de suicidarse, Bemis descubre la existencia de una biblioteca pública con todos los libros intactos, una especie de tabla de salvación que le permitirá conseguir lo que siempre ha soñado. “Al fin, —se dice Bemis— Tiempo suficiente para leer”. Sin creerse aún la suerte que ha tenido, Bemis se dispone a abrir el primer libro cuando, en un gesto inesperado, sus gafas caen al suelo y se rompen en mil pedazos. ¡Es injusto! – grita Bemis horrorizado mientras la cámara se aleja y nos muestra los cientos de libros que ya nunca podrá leer.
A pesar del terrorífico final, hay un Henry Bemis dentro de cada lector. Todo aficionado de la lectura se ha imaginado alguna vez en esa situación ideal, un mundo sin interrupciones y con tiempo suficiente para leer. Muchas veces, sumidos en una pesadilla de quehaceres cotidianos, nos asalta esa angustia de saber que cada minuto, o cada hora perdida, supone un libro menos del que disfrutar.
También, como al señor Bemis, las conversaciones de la gente nos han parecido alguna vez una pérdida de tiempo, un parloteo improvisado que nadie se ha molestado en preparar. Otras veces, tras una larga lectura, nos asalta la sensación de que los objetos y los ruidos de la calle son un trasunto fantasmal de la realidad. Como si, después de todo, la vida diaria no fuera más que una dimensión falsa que nos impide disfrutar de la verdad. ¿Y si, como los faraones, nos hiciéramos enterrar con una pila de libros para la eternidad? Solución magnífica, nos decimos, hasta que caemos en la cuenta de que los muertos no leen.
2007-04-23 16:00
Hombre, Antonio, tú te pones en lo más tremendo… ¿es que esa biblioteca no tendía sección para ciegos?
En cualquier caso, yo la anécdota la veo un poco como una metáfora de lo que a cualquiera nos pasaría si dispusiésemos en realidad de ese tiempo: entonces nos aburriría leer. Es como la muerte: si careciésemos de su perspectiva la inmortalidad nos sería una idea insoportable.
El que no se consuela es porque no quiere.
Saludos
2007-04-23 19:28
Leches, hay que ver qué visión más optimista…
2007-04-24 00:08
Jajaja! Gracias, Marcos, Sebastian. Es verdad que siempre me pongo en lo más tremendo. De todas maneras a mí lo que me sugiere la historia es esa frustración que siento cada día por no poder dedicar más tiempo a los libros. Recuerdo que de pequeño mis amigos me llamaban para salir a jugar y muchas veces, si estaba leyendo, me inventaba alguna excusa. Otras veces, claro está, tenía que dejar el libro, pero siempre con fastidio. Saludos.
2007-04-24 12:12
Pero Marcos, tendría que empezar por aprender a leer en Braille. Y por lo que parece, el pobre no ha dispuesto de mucho tiempo para ir a una biblioteca o investigar sus recursos.
El final está muy bien. Ahora, yo le diría: échale coraje, para una vez que puedes; aprende a leer en Braille, documéntate, hazte tus propias gafas y a disfrutar. O eso, o el tiro en la cabeza. A ver qué va a hacer si no.
Y sí, fastidia dejar un libro, sobre todo a mí me fastidiaba mucho en la adolescencia, cuando salía con mis amigos; también retrasaba la hora de quedar.
Un saludo.
2008-05-15 03:44
Nadie rebaje a lágrima o reproche, esta declaracion de la maestria de Dios, que con magnifica ironía
De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que cedenme dio a la vez, los libros y la noche.
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.
POEMA DE LOS DONES- Jorge Luis Borges.
2008-12-30 15:00
Y no podría irse a una óptica y coger otras gafas?