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Guía para perplejos por Antonio Martínez Ron

El programa de software avanzado A.B.E.R.R.O.N, desarrollado por la NASA a finales de 2003 y oculto bajo el pseudónimo de Antonio Martínez Ron (Fogonazos), rastrea sistemáticamente la red en busca de pequeños resquicios de irrealidad y vulnerabilidades del sistema. Con la Guía para Perplejos, los científicos pretenden ir más allá: estudiar el lado más oscuro del programa y enfrentarle a las paradojas de la creación literaria. Cada día 23, en LdN.

Apócrifos y maleantes

El escritor es un ente de ficción. La historia de la Literatura, desde Cide Hamete Benengelí a esta parte, está plagada de ejemplos que demuestran que la autoría —en la mente del lector— se desliza hacia el plano de la ficción y ejerce un papel tan poderoso como la propia obra. La nómina de suplantaciones se remonta a casos como el de Ossián, supuesto bardo escocés del siglo III meticulosamente falsificado por James Macpherson (1736-1796) o el de Thomas Chatterton, que hizo pasar sus poemas por los de un monje medieval y terminó quitándose la vida tras ser descubierto. En todos los casos, la casuística literaria lleva al mismo resultado: el autor es parte del nudo gordiano de la ficción.

Las falsificaciones y juegos de espejos siguen siendo una realidad en nuestros días. Hacia 1991, las más prestigiosas revistas literarias se lanzaron a celebrar los poemas de un desconocido autor japonés, Araki Yasusada, supuesto superviviente de la bomba de Hiroshima, que resultó ser una invención de Kent Johnson, un humilde profesor de Illinois. En 1995, un tal Benjamin Wilkomirski conmocionaba al mundo con su libro “Fragmentos”, en el que relataba su experiencia como niño nacido en un campo de exterminio nazi. Meses después se supo que el libro era obra de un escritor suizo que ni era judío ni había estado en campo de concentración alguno. Desde el año 2000, el autor indio Nasdijj ha vendido millones de libros sobre sus experiencias con los indios Navajo, con títulos tan sugerentes como “La sangre corre como un río por mis sueños”. Hace unos meses, el diario “Los Angeles Times” descubría que Nasdijj es en realidad Timothy Patrick Barrus, conocido autor de libros de temática sadomasoquista.

Sea como fuere, la figura del escritor, con sus andanzas y mixtificaciones, se instala en el imaginario colectivo como un elemento más de la ficción y pasa a formar parte de la obra. Escritores de la mediocridad de Thomas Pynchon viven gracias a un halo tan ficticio e inexpugnable como sus propias novelas. La vida del escritor funciona como el envoltorio de un caramelo, y su contenido nos atrae en función de prejuicios previamente concebidos. Paradójicamente, la literatura se convierte en un doble juego donde el escritor termina por ser tan “nivolesco” como el propio Augusto Pérez, y su vida tan dudosa o verosímil como la del protagonista de “Niebla”.

En ocasiones, los grandes escritores nos dejan deslumbramientos como los de Ricardo Reis y Juan de Mairena, o malabares como el “Vacío Perfecto” de Lem, la “Antología traducida” de Aub o “Las canciones de Bilitis” de Pierre Louÿs . Otras veces, el experimento no tiene los efectos deseados y termina ofreciendo extravagantes resultados. Tal es el caso de los poetas australianos Harold Stewart y James McAuley, quienes, a finales de los 40, y cansados de tanta poesía experimental, decidieron ridiculizar el género e inventaron la figura del poeta Ern Malley, cuyos poemas compusieron “con la ayuda de un diccionario de rima, pedazos de Shakespeare y un manual del ejército para el combate de mosquitos”. Sin embargo, algo salió mal y el falso poeta fue encumbrado por la crítica y hoy merece una gloria que no tienen sus propios creadores.

Los casos más delirantes son aquellos en que los suplantadores literarios terminan por buscarse un espontáneo que les haga el papel de talentoso inédito. El poeta José García Nieto se presentó al Adonais con el pseudónimo de Juana García Noreña y terminó buscando una amiguita que hiciera el papel de la premiada. El ejemplo del escritor J. T. LeRoy, supuesto adolescente chapero y suburbial, ha dejado en evidencia a muchos gurús de la cultura norteamericana que le retiraron sus parabienes al conocer que sus escritos eran obra de un ama de casa cuarentona. Se trataba de la escritora Laura Albert quien, harta de ser ignorada por los editores, inventó la vida de un lumpen adolescente y pidió a su cuñada que se hiciera pasar por el autor-protagonista. Unos años antes, el periodista Mike McGrady, para demostrar que el criterio literario en EEUU había caído hasta niveles insospechados, reclutó a un grupo de periodistas y les pidió que escribieran lo peor que supieran con el único requisito de incluir dos escenas de sexo por capítulo. El resultado fue el libro “Naked came the stranger”, una auténtica y exitosa basura que, por supuesto, hizo firmar a su cuñada.

Antonio Martínez Ron | 23 de diciembre de 2006

Comentarios

  1. Marcos
    2006-12-23 11:26

    Muy bueno. Y lo que sucede muchas veces con las obras firmadas por sus auténticos y afamados autores es que estos son un personaje por sí mismos, y no necesitan inventar autores. En definitiva, todo es ficción.

    Saludos.

  2. aberron
    2006-12-23 12:46

    Pues no sé qué decirte, Marcos, porque en mi caso es mi cuñada la que escribe estas cosas y me pide a mí que las firme. Le diré que te ha gustado. Saludos


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