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El receptor por Jónatan Sark

Televisión hay, aún, por todas partes. Mientras avanza el siglo, e Internet la remplaza, queda como el electrodoméstico más importante. El que expulsa información sin parar. Información que debe ser sopesada. Esta columna tiene como finalidad y motor reflexionar sobre lo que se emite por televisión y considerar críticamente lo que en ella se ve y expone. Y lo hacía cada lunes. Sigue en elreceptor.com.

Rescataniegos LITESPAÑA

Termina Agosto y termina este minidescanso —sí, bueno— en la agitada vida de esta columna. Durante cuatro semanas hemos repasado y sugerido distintas posibilidades para entretenerse con algunas de las —siempre bajo mi punto de vista— más interesantes miniseries de los principales mercados de la ficción catódica —al menos de los que controlo—, pero me he reservado una carta para el final. Una que une unas columnas temáticas con otras.

Durante años cuando se ha hablado de miniseries de la tele española se ha pensado en las más exitosas, las adaptaciones literarias. Justo cuando terminó la dictadura, casi con el fiambre aún caliente, decidieron imitar el modelo británico y ponerse con los clásicos. Había habido pinitos. Por un lado las distintas versiones de obras de teatro de Estudio Uno y las adaptaciones de las series antológicas en las que gente como Chicho Ibáñez reducían a lo mínimo cuentos, relatos e, incluso, novelas. También podríamos hablar de las versiones con referentes literarios aunque son pocas y casi se podría discutir si estuvo antes el huevo o la gallina, así El Séneca de Pemán apareció como libro tras la serie —algo que años después repetiría y está refundiendo Juan Madrid con su Brigada central — y en El Pícaro los guiones iban recorriendo los momentos más importantes de los distintos buscavidas patrios. Incluso podríamos discutir si la aparición en 1972 de Plinio adaptando alguno de los casos del personaje de García Pavón no pudo ser un ensayo general para todo esto.

Cañas y barro (1978, TVE)

Posiblemente el primer y definitorio gran éxito de este formato. Rafael Romero Marchent ya había tenido éxito dirigiendo Curro Jiménez así que parecía lógico endilgarle este gran proyecto: Adaptar a Blasco Ibáñez a la pequeña pantalla, una saga familiar de arroceros en los que ya estaba presente la adaptación a los tiempos y que no evitaba alguna de las escenas escabrosas e impactantes que parecían difíciles de imaginar en la televisión pública de ese tiempo. Los elevados gastos de producción se vieron compensados con creces gracais al resultado final que reunía grandes actores de siemrpe como Alfredo Mayo o José Bódalo con estrellas despuntantes como Victoria Vera. Y, por su alguien no la ha visto, TVE la pone a su disposición

La barraca (1979, TVE)

Pese a que preferiría no tener que repetir autor adaptado es imposible prescindir de Blasco Ibáñez aún. Su obra sería aún adaptada muchas veces e incluso su vida se llevaría a la pantalla,pese a lo cuál su obra estaría menos viva en las librerías de lo que anta exposición —y, por supuesto, tanto éxito en su momento— harían suponer. Pero esta obra es importante porque si la primera marcaba un tono esta lo desarrollaba. No sólo por la dureza de la trama y la falta de concesiones al espectador que se hacían, además la dirección de ese clásico llamado León Klimovsky que no tuvo reparos en mostar muertes, disparos, cuchilladas y violencia con el oficio que había demostrado en sus años cinematográficos. Una tragedia española que acabó de afianzar las claves del género y demostrar la capacidad e acotres en papeles que permitían su lucimiento por pequeños que fueran. Y que, de nuevo, se puede ver completa en TVE

Fortunata y Jacinta (1980, TVE)

Uno de los efectos colaterales del gran éxito de Blasco Ibáñez es que las series pasaron a centrarse en los autores de finales del S. XX y principios del XIX, dejando de lado casi cualquier otra época para adaptar. La parte buena es que aún quedaban grandes genios por adaptar como Benito Pérez Galdós que fue brillantemente adaptada y dirigida pro Mario Camus en una adaptación menos cruda que la que Klimovsky había realizado de Blasco Ibáñez pero en absoluto mogigata, contando, además, con la tradicional mezcla de actores consagrados (Fernán Gómez o Paco Rabal, por ejemplo) con otros más jóvenes. Además el éxito de las anteriores les hizo ser ambiciosos aumentando hasta 10 los capítulos de la miniserie. Para el que tenga dudas TVE la tiene a su disposición

Los gozos y las sombras (1981, TVE)

Romper la regla de los autores podía tener sus recompensas, como que el propio creador echara un cable, tal y como hizo Gonzalo Torrente Ballester ayudando al guionista Jesús Navascués y al director Rafael Moreno Alba a captar todo el fondo y la intención de su trilogía. Siguiendo la progresión se llegaba a los 13 capítulos para contener la pasión y la muerte, la discusión de los caciques —y la imposibilidad de vivir sin que su hueco se rellene— y la inmigración, todo ello con el final de la segunda república en el aire. Una vez más duelo en la cumbre, Eusebio Poncela frente a Carlos Larrañaga con Charo López de bisagra y clásicos como Amparo Rivelles de respaldo. ¿Qué más puedo decirles? Ah, sí, que se la vean en la web de TVE.

La plaza del Diamante (1983, TVE)

El cambio al gobierno socialista provocó no pocas suspicacias —sorpresa— sobre la continuidad de las adaptaciones. Pero en 1983 tenían ya una nueva miniserie preparada, y esta vez con una sorpresa: Tras una prueba con un telefilme que prefiguraría la serie —y tantearía su éxito— se realizaría con una doble grabación en castellano y catalán. No era la primera vez que se preparaba una serie para el mercado catalán, claro está, ya en el ’79 prepararon Doctor Caparrós, medicina general y al año siguiente la comedia de (y con) Terenci Moix y Mary Santpere Mare i Fill, societat limitada, el siguiente paso fue redoblar La saga de los Rius desde la versión española emitida en 1979, así llegaríamos ocasión sería diferente porque la serie se emitiría no sólo para Cataluña sino para toda España, eso sí, con dos doblajes distintos. El éxito de estas iniciativas sería lo que llevara a Francesc Betriu a rodar esta miniserie de cuatro capítulos ya en dos idiomas de manera que para Cataluña se emitiera en un idioma y en el resto de España en el otro. La obra, de Mercè Rodoreda, se centraba en una mujer que atrevesaba desde el año ’28 hasta la postguerra, que veía crecer y morir a sus amigos y familiares y se tenía que adaptar a los constantes cambios mientras trataba de superar su estatus de símplemente mujer de para convertirse, como una Scarlett O’Hara catalana, en una superviviente frente a todos y a todo. Y en esta ocasión no es sólo que podáis verla en TVE sino que también la podéis encontrar en catalán .

El gobierno socialista siguió realizando estas adaptaciones, al menos hasta la llegada en 1986 de Jose María Calviño a TVE, promoviendo unos cambios que paralizarían este tipo de iniciativas hasta la llegada de Pilar Miró en su sustitución, aunque dadas las opiniones de Miró se trataría de actualizar la oferta con series como Gatos en el tejado o Juncal como vimos en su momento. Gracias al prestigio que ha supuesto para la televisión pública se ha tratado de abordar de cuando en cuando estas producciones, La forja de un rebelde o Los jinetes del alba (1990) seguirían la primera línea mientras que la adaptación de El Quijote” (1992) o Celia (1993) fue un intento de variar —mínimamente— este tipo de series. Pero la verdad es que la discusión sobre el gasto que suponía y la aparente entrada en el modelo capitalista de competencia con las privadas fue limitando cada vez más estas producciones, en el ’95 se realiza La regenta y no sería hasta 1998 que el primer gobierno del PP decide intentarlo con Entre naranjos, de nuevo Blasco Ibáñez en una de sus obras conocidas — Greta garbo protagonizó en 1925 una adaptación llamada The Torrent pero tengamos en cuenta que Blasco Ibáñez puede ser el autor español más y mejor adaptado al audiovisual— pero la tibia acogida y algunas críticas afiladas desinflaron la posibilidad de seguir con ello.

Hoy en día las miniseries parecen girar en torno a un personaje existente a modo de biografía Hallmark o a un suceso —habitualmente luctuoso— que sea suficiente importante históricamente o, al menos, le suene al espectador por su condición de suceso. Parece que todos los otros tipos de miniseries — de género, bien policiacas, bien de horror o ciencia ficción, cualquier género; las adaptaciones literarias o los simples dramas con principio y final— han desaparecido de nuestras parillas nacionales.

Ese es el segundo motivo de repasar lo que se ha estado haciendo y se hace aún en UK, en USA y por todo el mundo. Incluso lo que se ha llegado a hacer aquí. Sobre todo teniendo a nuestra disposición como espectadores el fondo de TVE que permite ver en la web cómo eran estas producciones, recordarlas. Quizá si tenemos frescas las posibilidades y la historia nos atrevamos a tratar de recuperar una parte interesante e importante de las posibilidades de la ficción televisiva.

Cruzaremos los dedos.

Jónatan Sark | 29 de agosto de 2011

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